"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 27 de enero de 2017

100. ¿Quién me compra este misterio? Adivina, adivinanza



   Los policías del Caso Inca, a los que acompaña Grandal, están esperando en lo que llaman el desayunador de la planta baja del hotel a que llegue la doctora Martín-Rebollo a la que han invitado a desayunar. Atienza encuentra a María Victoria algo desmejorada respecto a cuando estuvo en Madrid y piensa que es natural, no todos los días lo secuestran a uno. Lo primero que hace es disculpar la ausencia de Bernal. El inspector de la Judicial, después del puyazo que le metió Grandal el día anterior sobre sus malos modos con la profesora, ha preferido ausentarse aduciendo que tenía que hablar con sus colegas zaragozanos a ver qué le contaban sobre el secuestro.
   María Victoria quizá esté un tanto demacrada, pero no parece haber perdido el apetito pues hace honor al sabroso buffet compuesto por frutas, zumos, cereales, bollería, embutidos y hasta se atreve con uno de los platos calientes, un triángulo de tortilla de patata. No lo prueba todo, pero si pica de aquí y de allá. Durante el desayuno, la conversación es informal y se habla de todo un poco sin aludir en ningún momento al motivo de la reunión. Cuando terminan, Atienza les conduce a un saloncito de reuniones que previamente ha reservado. Blanchard abre su Moleskine y Atienza deja encima de la mesa el magnetófono.
 ¿Te importa que grabemos la conversación? – pregunta el inspector a María Victoria.
- En absoluto – es la lacónica respuesta de la mujer.
- Gracias, Mariví – Atienza utiliza su nombre familiar en un intento de quitar aire oficial al interrogatorio -. Como Grandal nos ha proporcionado una copia de tu declaración ante el comisario Lucientes, no vamos a hacerte repetir lo que ya contaste. Nos centraremos en preguntas concretas. Te hago la primera: has declarado que tus raptores hablaban un español latinoamericano, ¿podrías precisar de qué parte de América?
- Creo que ya lo dije, su modo de hablar el español me sonaba al de los países de  Centro o Sudamérica… Podrían ser panameños, colombianos, venezolanos o de por ahí, pero soy incapaz de precisar de qué lugar.
- Otra pregunta: antes de que te secuestraran, ¿notaste algún movimiento raro en tu entorno, personas que no conocías, individuos que preguntaran por ti en el vecindario, en la facultad o a tus amistades?
- Sobre eso solo tengo un dato. Un bedel de la facultad me comentó que hace como cosa de tres semanas un tipo muy moreno, vestido con un chándal y que no parecía estudiante le estuvo preguntando donde podía ver el horario de los profesores del departamento de Historia del Arte.
- ¿Llegaste a tener en tus manos las piezas quimbayas que te enseñaron?
- Por supuesto. Después de enseñármelas me las dejaron para que pudiese examinarlas detenidamente. Y no solo una vez sino dos.
- Y no te quedó ninguna duda de que eran réplicas de las originales.
- En la medida que una inspección ocular pueda servir, ninguna. Aunque hubiese estado más segura si hubiese podido analizarlas en el laboratorio, sin embargo mi opinión con un margen de seguridad de más del noventa por ciento es que las piezas eran meras copias.
- ¿Por qué crees que no te llevaron algunos de los aparatos que les dijiste que serían necesarios para realizar un análisis exhaustivo de las piezas?
- No lo sé, pero en Zaragoza no es fácil hacerse con esos instrumentos. Solo los hay en la Facultad de Geología y no sé si en la Escuela de Ingenieros y quizá en alguna empresa de metalurgia. Creo que eso consta en mi declaración.
- Aunque no les viste las caras, ¿recuerdas cómo reaccionaron cuando les dijiste que las piezas eran falsas? Me refiero a si exclamaron algo o si movieron el cuerpo de alguna manera. En fin, si dieron alguna muestra de sorpresa, indignación o desagrado.
- Diría que su reacción, en la medida que pude observar, fue más bien de desagradable resignación. Para mí, y es una opinión algo aventurada, que ya esperaban lo que les conté, que las piezas eran copias.
   Blanchard interviene por primera vez en el interrogatorio:
- ¿Mencionaron en algún momento la palabra quimbaya? 
- En ninguno, solo hablaron de piezas de una cultura indígena americana, pero ni la palabra quimbaya ni siquiera la de tesoro salió de su boca.
   Atienza retoma el turno de preguntas:
- Recordarás que en la tormenta de ideas nos contaste que en el mundo de la historiografía del arte precolombino era opinión común que las piezas del tesoro robadas eran réplicas. Después de lo sucedido, ¿sigues creyéndolo?
- Más que nunca. Creo que lo ocurrido lo avala. Una banda de latinoamericanos secuestra a una experta en arte precolombino con la única finalidad de que autentifique unas piezas de la orfebrería quimbaya. Las piezas en cuestión datan de mediados del siglo XX; es decir, son copias. Blanco y en botella. ¡Cómo no me voy a creer que son reproducciones!
- ¿Es posible que las piezas que autentificaste fueran parte de las que transportaba el furgón blindado que robaron delante del museo? – pregunta Blanchard.
- No lo puedo asegurar. Lo que sí sé es que las piezas en cuestión: un poporo, un collar y la figura de un cacique son idénticas a las que tiene catalogadas el Museo de América y que formaban parte del conjunto que se envió a París. Y añado: son demasiadas coincidencias, por  lo que aunque no lo afirmo con plena seguridad opino que la respuesta a tu pregunta tendría que ser afirmativa.
   Llegados a ese punto, Atienza explica a María Victoria la conversación que tuvieron con una cualificada experta en museística que les aseguró que en el noventa y nueve, coma noventa y nueve por ciento de veces, los museos solo prestan obras originales.
- Y estoy por completo de acuerdo. Es más, diría que más que una opinión es un hecho cierto, aunque sé que ello se da de bruces con el hecho de que las piezas que me mostraron fueran copias.
   Prosigue Atienza contándole el hallazgo de una fotografía que mostraba que, durante el tiempo en que determinadas piezas del tesoro se prestaron al museo parisino, en las vitrinas de la sala del Museo de América donde se expone el conjunto del tesoro se veían los correspondientes huecos pertenecientes a las obras que faltaban y termina diciendo:
- Las piezas que faltaban en las vitrinas se supone que son las que se mandaron al museo francés. Si ahora dices que unas piezas iguales a las que deberían formar parte del lote que se mandó a París son copias, ¿quiere eso decir que el conjunto del Tesoro Quimbaya o, al menos, algunas de las piezas que expone el Museo de América son réplicas?
   María Victoria no responde inmediatamente. Da la impresión que está procesando el planteamiento que ha hecho el inspector de Patrimonio. Cuando responde su voz no es tan firme como en anteriores respuestas.
- Me pones en un aprieto, Juan Carlos. Y para ser sincera he de decir que mi respuesta no puede ser otra: no lo sé. Lo que sí sé, y que precisamente es una de las falsedades que desmontaba sobre el Tesoro Quimbaya en el artículo que escribí en El Heraldo, es que existen unas réplicas de todas las piezas del tesoro que fueron las que estuvieron expuestas entre 1978 y 1984, fecha en la que se cerró el museo para ser restaurado. Ahora bien, desde la reapertura del museo en 1994, las piezas del tesoro que se exponen en la sala dedicada al mundo funerario son las originales.
- ¿Entonces…? – inquiere Atienza.
   El amago de pregunta queda flotando en la atmósfera del saloncito sin que ninguno de los presentes se arriesgue a contestar. Es Grandal, que ha permanecido callado hasta el momento, quien da una respuesta en clave sarcástica.
- Todo esto me recuerda a una vieja copla que tarareaba a menudo mi santa madre, La Parrala, en la que hay una estrofa que dice: Unos decían que sí, otros decían que no, y otra en que se canta ¿Quién me compra este misterio? Adivina, adivinanza… Pues así estamos: unos dicen que las joyas robadas son originales, otros que son copias y al final hay que cantar lo de ¿Quién me compra este misterio?
   Las miradas que ambos inspectores echan al excomisario son todo un poema y no precisamente trufado de buenas intenciones. María Victoria, en cambio, esboza un amago de sonrisa entre irónica y comprensiva. Y de esa manera termina el interrogatorio a la doctora Martín-Rebollo. Atienza lo resume así:
- Volvemos a estar como al principio o más bien peor porque ahora, por no saber, ni siquiera sabemos si las piezas robadas son auténticas o falsas.
- No, Juan Carlos – rebate Grandal y al mismo tiempo le anima -. Los ladrones han movido ficha y cabe esperar que sigan moviéndolas. Quizá estemos al principio, pero del fin.