"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 16 de octubre de 2020

Libro II. Episodio 62. Operación Ajude o portugueses


   En cuanto Julio resuelve la cuestión de los portes se apresura a enviarle una nota al Hurón, por medio del recadero de Valverde, en la que le comunica que la primera remesa de medicamentos se pondrá en marcha en semana y media; solo restará esperar cómo va la venta en tierras lusas. Cuando cerraron el pacto, el Hurón le contó que tiene sobornados dos guardias civiles del cuartelillo de Valverde y a dos números de la Guardia Nacional Republicana de la dotación de Sabugal, pero que están acantonados en la freguesía de Aldeia Velha, en las cercanías de la Raya. Y para pasar la frontera con total impunidad debe esperar a que coincida que los agentes de ambos lados estén de servicio en la misma fecha. Por ello nunca sabe con más de unos días de antelación cuando podrá traspasar la Raya con plena seguridad.  

 

   En cuestión de un par de semanas realizan la primera operación. Julio envía los fármacos a Valverde por medio de los Piñana y unos días después un recado del Hurón le avisa que la mercancía ya está en tierras lusas. La venta tardará algo, pues por el momento el Hurón solo tiene contactos de corto potencial económico; está haciendo gestiones para encontrar un comprador al por mayor. Unos días más tarde su socio le confirma que la operación se ha saldado satisfactoriamente, y detalla a cuánto asciende el monto de los beneficios. Al ver la cifra, Julio queda decepcionado pues no es tan abultada como presumía. Comprende que los gastos para mantener engrasada la maquinaria son considerables: la compra de los fármacos, el transporte de donde radican los mayoristas hasta Plasencia y luego hasta Valverde, contratar los acemileros que acarrearán la mercancía hasta Portugal, etcétera, sin contar los gastos de la compra de voluntades por hacer la vista gorda al cruzar la Raya. Le queda el gusanillo de desconocer si las cuentas que le ha presentado el Hurón son las reales, pero piensa que tiempo habrá para roer ese hueso.

  Concluido con éxito el primer alijo, Julio se apresura a poner en marcha el segundo. Aunque el resultado crematístico ha sido menor del que esperaba, en todo caso son unos ingresos con los que no contaba. Ahora lo que se impone es activar a los mayoristas de Mérida y Salamanca para que le remitan la siguiente partida de medicamentos. El segundo alijo se resuelve con idéntica facilidad que el primero. Da la impresión de que entre el Hurón y él tienen el tinglado bien amarrado. Él adquiriendo la mercancía y encargándose de que llegue sin problemas hasta Valverde del Fresno, donde la recoge el Hurón que la lleva a través de la Raya al país vecino.

   A principios de junio, en medio de la operación del tercer alijo, vuelve a aparecer por la droguería el Bisojo. Con la llegada del calor parece que su artritis ha mejorado y quiere hacerse cargo de la tienda. Julio tendrá que volver a la venta ambulante. Esto supone un contratiempo para el mañego, pues yendo de pueblo en pueblo le resultará más complicado manejar las riendas del nuevo negocio. Mal que bien va modificando sus rutas de venta para adaptarlas, en la medida de lo posible, al buen funcionamiento de su otro y clandestino comercio. Y una de las medidas que primero adopta es acortar, lo que razonablemente puede, los días de la venta itinerante.

   En septiembre, el proveedor de Mérida, que maneja escaso volumen de negocio, comienza a dar problemas en los suministros. Falla en las cantidades y en que no cuenta con algunos fármacos, especialmente de los más caros. De hecho, los dos últimos alijos han sido de menor beneficio porque los socios no han podido completar las peticiones que tenían del otro lado de la Raya. Julio vuelve a plantearse conectar con los mayoristas que proveen de medicinas al tío Elías, pero desecha enseguida la idea. Si lo hiciera, ¿cuánto tiempo tardaría el Bisojo en enterarse?, y si eso ocurriera tendría problemas con su patrón. Tendrá que buscar un mayorista de Madrid, la mayor plaza de distribución de fármacos del centro peninsular. Se pone en contacto con un par de empresas madrileñas y, ante su sorpresa, la respuesta es la recepción de unos impresos en los que ha de cumplimentar una serie de datos que le resultan imposible rellenar: nombre y demás datos del titular de la farmacia, tales como la fecha de expedición del título académico, su número de colegiado, etcétera. Amén de varias referencias de orden económico, tales como el banco o caja con el que trabaja, volumen medio de ventas...; Julio se ve sobrepasado por tanto detallismo burocrático y ni siquiera contesta. Pero el problema sigue vivo, el proveedor de Mérida incumple cada vez más y urge su sustitución. Un atisbo de solución le llega de manera inesperada por conducto de una de las mejores amigas de su madre.

   -Esta noche viene a cenar Etelvina. Me la he tropezado al salir de clase –le dice Pilar.

   Durante la cena la comadrona les cuenta que últimamente anda muy atareada.

   -A la gente le ha dado por tener críos y no doy abasto. Como este ritmo de nacimientos sea el mismo en el resto de la nación pronto llegaremos a los veinte millones de habitantes.

   -¡Qué barbaridad, veinte millones de españolitos! –Se admira doña Pilar que añade-: Buenos dineros vas a ganar, maja.

   -No creas, cuatro perras mal contadas, los que se están poniendo las botas son los médicos y los boticarios. Sin ir más lejos, esta tarde he estado en la farmacia de don Cristóbal y había cola, como si fuese día de mercado.

   -Yo recuerdo a un don Cristóbal, pero era boticario de Malpartida –evoca Julio.

   -Es el mismo. Cerró la farmacia de allí y la abrió aquí. De las cuatro boticas de la ciudad es la que más vende con diferencia.

   -¿Don Cristóbal es el que se casó con una de sus dependientas? –indaga, curiosona, Pilar.

   Etelvina, en respuesta a la pregunta de Pilar, les cuenta que don Cristóbal, desde que se quedó viudo, tuvo varias relaciones sin que ninguna de ellas acabara en casamiento hasta que, cuando la gente ya suponía que no iba a salir de su viudez, se prendó de la última empleada que contrató, una niñata de diecisiete años destinada a hacer los mandados que los mancebos de la farmacia le encargaran. En pocos meses la subió de categoría profesional, le aumentó el sueldo y en cuanto cumplió los dieciocho se casó con ella. Y ahí tienes al sexagenario de don Cristóbal haciendo manitas con su esposa como si fuera un jovenzuelo. A Julio la vida amorosa del boticario le importa un comino, pero se le ocurre una idea que, si en principio pudiera parecer descabellada, piensa que no pierde nada poniéndola en práctica.

   -Señora Etelvina, ¿mantiene relación personal con don Cristóbal o es un mero contacto profesional?

   -Más que nada profesional, pero nos llevamos bien y la verdad es que siempre me trata con gran deferencia. ¿Por qué lo preguntas?

   -Es que tenemos algún que otro problemilla en la provisión de medicamentos para la venta por los pueblos en los que no hay farmacia. ¿Podría hablarle de mí a don Cristóbal?

   -Por supuesto, ¿cuándo te viene bien ir a verle?

    Cuando visita al farmacéutico, Julio supone que Etelvina ha debido ponerlo por las nubes, puesto que don Cristóbal le acoge con toda afabilidad. Sentados en la mesa camilla que hay en la rebotica, boticario y droguero hablan de generalidades hasta que el mañego considera que ha llegado el punto de explicar el motivo que le ha traído. Le cuenta la historia que ha urdido: que en algunos de los pueblos que recorre le están pidiendo fármacos que los proveedores habituales no les suministran, con lo que pierde unas ventas aseguradas. Había pensado sí podrían llegar a un acuerdo para que don Cristóbal le suministrara esos medicamentos a precio de mayorista, lo que se vería compensado con creces por la cantidad de mercancía que le compraría. El boticario ve enseguida las ventajas del acuerdo y para cerrarlo pone sobre la mesa dos condiciones: la primera es una obviedad, llegar a un acuerdo sobre la determinación del precio de coste de la mercancía, la otra es que la operación se haga con total discreción, a sus colegas no les gustaría un pelo enterarse de que está vendiendo medicamentos a un droguero. Julio no pone ningún pero a ambas condiciones, al contrario elogia la mesura y prudencia de don Cristóbal al exigir que la operación se haga con total discreción. Tras un regateo, que resulta más tenso de lo que el mañego esperaba, llegan a un acuerdo sellado con el consabido apretón de manos. Tras despedirse, Julio se marcha pensando que tiene un problema menos. La operación Ajude o portugueses, que así la ha bautizado, puede seguir su curso normal.

   Con la llegada del frío a mediados de noviembre, el tío Elías vuelve a recaer, nuevamente la artritis reumatoide le pasa factura y le deja incapacitado para estar al frente de la tienda. Una vez más, Julio aparca el carro, estabula a la Pelona, y se pone detrás del mostrador. Al mañego la invalidez de su patrono le viene de perillas, porque desde Plasencia le resulta más cómodo y eficaz controlar las fases de las que se encarga en la operación Ajude.

   Desde que cerró su trato con don Cristóbal, el mañego tiene que visitar con alguna frecuencia al boticario, aunque por aquello de la discreción utiliza el subterfugio de que va por medicinas para su madre. Esas idas y venidas son la causa de un efecto secundario que nunca estuvo entre los planes del joven droguero. Isabelina, diminutivo de la jovencísima esposa de don Cristóbal, ha puesto sus ojos en él. La buena planta del mañego y su desparpajo han debido impresionarla porque, sin ninguna clase de recato, en cuanto le ve se pone a ronronear como una gata en celo, siempre a espaldas de su marido. A Julio los primeros indicios de un posible affaire le hacen gracia, pero no hace nada para que prospere. Aunque parece que Isabelina no se ha dado por enterada, pues su coqueteo con el mañego aumenta de voltaje en la medida que él se esfuerza por evitarlo.

   -Esta calientabraguetas me puede echar a pique la operación Ajude –se lamenta Julio.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 63. Las rechazas y se te echan encima