"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 7 de abril de 2020

Libro I.Episodio 22. Sa meua al.lota


   Julio quiere aprovechar el pase de pernocta y escapar del dormitorio de Capitanía, para lo que necesita una habitación. Ha hecho correr la voz y un mediodía un artillero le pregunta si es el que anda buscando un catre.
   -Te lo pregunto porque conozco a un tío que se ha quedado sin compañero de cuarto y busca alguien que le ayude a pagar el alquiler. Mañana si vienes a almorzar te lo presento.
   Al día siguiente, el artillero presenta a Julio al que busca compañero de habitación.
   -José María Portugués. Aquí, Julio Carreño, un infante de Capitanía que anda buscando dormitorio.
   Portugués, de una quinta anterior a la de Carreño, está en la Plana Mayor del cuartel de artillería de costa casi pegado a Capitanía, y que consiguió el pase pernocta hace tiempo. Alquiló una habitación a una viuda sin familia que vive en la calle Deanato, una callejuela que está en un lateral de la catedral y a un tiro de piedra de la Almudaina. La segunda cama la ocupaba un tipo de intendencia que se acaba de licenciar y necesita a alguien que pague la mitad del alquiler.
   -¿Y qué tal la habitación?
   -No te voy a contar milongas, mala. Es un cuarto interior en el que caben justitos dos catres y las sábanas solo las cambian cada dos semanas, pero con tal de no dormir en el cuartel cualquier cosa vale. Cuesta tres pesetas diarias y no te lavan la ropa ni nada, solo por la cama.
   Julio echa rápidamente cuentas. Eso supone la mitad de lo que le paga Carbonero. Le restarán 90 cucas para vivir, pero si fuera necesario algún día puede comer en caballería con lo que podrá terminar los meses pasablemente. Portugués le acompaña a la casa, es un piso pequeño y malamente iluminado pero muy limpio y le presenta a la patrona, una señora mayor muy poquita cosa y con más arrugas que un mapa en relieve de los Cárpatos. Atiende al nombre de Margalida que, como le explica al mañego, es la versión mallorquina de Margarita. Tras hablarlo, la patrona le alquila el segundo catre. En pocos días, Julio ha conseguido las dos metas que se propuso el primer día de su estancia en Capitanía: no comer únicamente rancho y activar el pase de pernocta.
   Desde ese día, la vida de Julio pasa a ser menos militarizada y más reglada. De ocho a quince horas trabaja en la Secretaría de Justicia, donde ya le ha pillado el tranquillo al sargento Fernández, y hasta ha tenido ocasión de hablar unas cuantas veces con el capitán Echevarría que parece un tío majo. Es un vasco, alto y recio de pocas palabras, pero buena gente. Según le cuentan está casado con una rica heredera de la ciudad y lleva una intensa vida social, por lo que aparece por la Secretaría solamente cuando es necesario. Siempre viste de paisano y tiene el uniforme colgado de un perchero en su despacho, uniforme que únicamente se pone cuando, de Pascuas a Ramos, tiene que despachar con el Capitán General. En cuanto a sus dos compañeros de oficina, descubrió hace tiempo que mientras no les moleste y no ponga de mala leche a Fernández no se meterán con él. Cuando sale de Capitanía, come en alguna de las tascas económicas que abundan en el barrio viejo, se cambia en la habitación de Deanato y se va al negocio de Carbonero a llevar las cuentas y a echar una mano en el mostrador cuando hay mucha clientela. Por la tarde suele darse un paseo por el entorno del puerto o por alguno de los parques de la ciudad. Los domingos aprovecha la mañana para hacer la colada, descansar y escribir a sus dos amores: su novia y su madre. Apenas si le queda tiempo para nada más. Como le ha contado a Consuelo en una de sus cartas, el hecho de haber activado el pase de pernocta ha supuesto un cambio espectacular en su vida de guripa. Resulta que la mili ya no es tan puta como la calificaban la mayoría de sus compañeros en el tránsito hasta Palma, quizá es que ha tenido suerte, lo que no es raro teniendo a dos mujeres rezando por él.
  Hoy, como todas las tardes, Julio ha cambiado su uniforme militar por la ropa de paisano y se dirige a buen paso a la bisutería. En un momento del recorrido alguien le llama a grandes voces:
   -¡Julio, paisano, Julio Carreño!
   Se vuelve y mira. En principio no reconoce a quien le llama porque es un civil y no conoce a nadie en Palma que no sea militar, hasta que al acercarse al que le ha llamado se cae del guindo.
   -¡Coño, pero si es el Agustín! –Se trata de Agustín García Llerena, el extremeño de Montánchez que viajó con él en tren hasta Valencia, luego en barco hasta Mallorca y que también fue su compañero en el campamento. El montanchego se le echa a los brazos y le estrecha contra su pecho como si hubiese encontrado a alguien que daba por perdido.
   -¡Julio, paisano, que alegría!, tenía pensao ir a verte a Capitanía, pero entavía no había encontrao la ocasión pa hacerlo.
   -El día que me fui del regimiento te busqué para despedirme, pero me dijeron que estabas de guardia en Es Fortí. También yo pensaba pasarme por el cuartel para echar una parrafada contigo, pero… ¿qué haces a estas horas de la tarde y vestido de civil? Cómo te coja la vigilancia te pueden meter un puro de cuidado –le advierte Julio.
   -De eso na, soy el asistente del capitán Massanet y estoy autorizao pa vestir de paisano. Te cuento… -Y Agustín le explica el radical cambio que ha sufrido su vida militar. Al principio, se chupó guardias como para parar el Guadiana, parecía que el furriel la tuviera tomada con él. Día sí, día no le caía una guardia, una imaginaria, servicio de cocina, de limpieza de letrinas… hasta que un buen día se tropezó con un ángel…-. Sí señor, con un ángel en forma de mujer y de nombre Roser, que es como los polacos llaman en mallorquín a las Rosarios.
   -A ver, Agustín eso requiere una explicación más detallada. Cuéntame.
   El montanchego le cuenta que una tarde, que estaba libre de servicio, andaba paseando por la Plaza de Cort cuando se fijó en una niñera que estaba riñendo a un nene que no hacía más que lanzar una pelota y correr tras ella sin mirar a derecha ni a izquierda. En una de esas, un carro estuvo a punto de atropellar al distraído crío, sino fuera porque allí estaba él para tirarle de un brazo y evitar el accidente. La chacha le quedó tan agradecida que no le importó que la acompañara hasta la casa en la que servía. Por el camino, Agustín le contó que estaba de soldado en el cuartel de El Carmen y, ¡lo qué son las casualidades!, resultó que Roser estaba sirviendo en casa del comandante don Jorge Durango, destinado en la Plana Mayor de su regimiento-. Y ahí me cambió la vida, al menos la militar. Pa que luego digan que la suerte no vale pa na.
   -Ya lo creo que vale. Un día te contaré lo que decía Napoleón de la suerte –Nada más mentar al Corso, Julio se dice que ha dicho una bobada. Seguro que Agustín no tiene ni idea de quien fue Bonaparte.
 -Pues sí. Ya sabes lo que dicen en nuestra tierra: más vale caer en gracia que ser gracioso. Y yo le caí en gracia a la moza porque cuando le dije, como quien no quiere la cosa, que me gustaría verla otro día, la Roser contestó que por ella valía. Pa no quedar como un gorrino, tuve que contarle la verdá, que no sabía cuándo podría verla porque me inflaban a guardias. La moza dijo que lo sentía y que tendríamos que dejarlo en manos del destino.
   Como Julio ve que la explicación de su paisano va para largo, le corta.
   -Agustín, tendrás que perdonarme, pero ando mal de tiempo. Trabajo en una tienda y se me está haciendo tarde. Quedamos otro día y me cuentas el resto de la historia que promete ser interesante.
   -Claro, prenda, yo paseo por el centro la mitá de los días.
   -Durante la semana no va a poder ser, pero los domingos los tengo libres.
   -¿Qué te paice si nos vemos el domingo que viene?, y de paso te presentaré a la Roser que, además de buena persona, está más rica que el pan con chorizo.
   Julio sigue su camino pensando en lo caprichoso que es el destino y buena prueba es el caso de su amigo Agustín: trabajaba de porquero, analfabeto absoluto, nunca salió de las lindes de Montánchez y ahí le tienes vestido de paisano y, por lo que cuenta, sin nada que hacer la mitad de los días, y encima hasta ha ligado con una mallorquina. Lo que le recuerda aquello que suelen decir en San Martín: que Dios te dé suerte que el saber de poco vale. El mañego pronto olvida a su paisano hasta que llega el domingo. Como todos los días festivos, dedica parte de la mañana a escribir a su novia y su madre. Al mediodía, comiendo en una taberna barata que ha descubierto en la calle Pureza, recuerda que por la tarde tiene una cita con Agustín que además le prometió que le iba a presentar a la tal Roser. Han quedado en verse en un parque cercano a Sa Riera, una rambla que atraviesa la ciudad. Julio se plantea si llevar algún detalle a la chica de su paisano, pero lo desecha, ni sabe cómo es la muchacha ni si sabrá apreciar el gesto. Vete a saber con quién se ha juntado el bueno de Agustín, se dice.
   Cuando llega al lugar de la cita ya le está esperando su amigo. Parece que hasta lleva traje nuevo, pero no es la misma pobre vestimenta con la que vino del pueblo, lo que ocurre es que está limpia y hasta parece recién planchada. Agustín vuelve a darle un efusivo abrazo, celebrando alborozado que el mañego haya cumplido la promesa de acudir a la cita.
   -Paisano, no sabes lo contento que estoy de poder presentarte a sa meua al.lota.
   -¡Le leche!, ¿y eso qué quiere decir?
   -Mí chica en mallorquín. Me lo ha enseñao la Roser que como es de un pueblo de la isla llamado Inca sabe hablar el polaco. Antes de que llegue te acabo de contar como he llegao a asistente del capitán Massanet. En la tercera ocasión que salí a pasear con la Roser, me preguntó si me gustaría ser asistente. No caerá esa breva pero no está hecha la miel pa la boca del asno, le contesté. Cuando me preguntó qué quería decir con eso, le dije que pa ser asistente escogían a los que supieran de letras y no a un tipo que no sabe hacer la o con un canuto.
   -¿Y qué pasó? –pregunta Julio, interesado por el relato.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
23. El ajuar