Sergio no puede
quitarse a Lorena de la cabeza. Sus sentimientos hacia la muchacha se desbordan
como un torrente. Cuando hace un recuento de sus cualidades la lista le sale
cada vez más grande: guapa, salada, desenvuelta, recatada, hasta sabe escuchar
y todo ello envuelto en un cuerpazo que da mareos por las curvas que atesora. Y
cuando a ello añade el hecho de que no le deja propasarse lo más mínimo, ni
siquiera ha conseguido besarla pese a que lo ha intentado, llega a la
conclusión de que está ante una mujer de bandera. No puede dejar escaparla, no
se ve con fuerzas para pasar otro curso como el anterior. No quiere sufrir más,
le tiene que confesar lo que siente por ella, que está locamente enamorado.
Antes de que haya terminado la semana, Sergio ha reunido el valor
suficiente para declararse y pedirle que sea su novia. La muchacha le escucha atentamente,
pero le para los pies.
- No seas loco, Sergio. ¿Cómo
dices que me quieres si sólo hace unas semanas que nos conocemos? Ha de pasar mucho
más tiempo para estar seguro de que se quiere a alguien. Claro, igual has
pensado que, como soy de pueblo, puedo ser un ligue fácil para pasar el verano.
Pues te equivocas de medio a medio. Claro que me gusta divertirme y pasármelo
bien, pero en el fondo soy una chica seria, y si alguien se me acerca espero
que venga con buenas intenciones y no para pasar el rato. Si buscas a alguien
para entretenerte durante las vacaciones, quédate con Mariasun o con alguna
parecida. Conmigo o vienes por derecho o te puedes largar con viento fresco.
Si algo le faltaba al muchacho para considerar a la joven un dechado de
virtudes, la declaración de Lorena ha terminado por convencerle de que está
ante una mujer como hay pocas. Su incipiente enamoramiento se transforma en pasión.
Y así se lo declara a la joven una y otra vez. Él también es un chico serio y nada
más lejos de su intención que tener un simple romance veraniego con ella. Le
pide que sea su novia, no para pasar el rato sino para siempre. Que en cuanto
termine la carrera, lo primero que hará será buscar trabajo y nada más lo tenga
la pedirá en matrimonio. La joven parece complacida con las buenas intenciones
del muchacho y le promete que se lo pensará.
Cuando Lorena les cuenta a sus amigas la declaración de Sergio, la
rechifla es general.
- Vaya pardillo, desde luego es tonto de baba – Es el primer
comentario que se le ocurre a Maribel.
- ¿De verdad te ha dicho que quiere casarse contigo? Ese
chorbo no es más tonto porque no entrena. ¡Menudo membrillo el madrileñito! –
se mofa Anabelén.
- Yo creía que los de la capital eran más espabilados, pero veo
que son más lelos que los del pueblo – comenta Verónica medio entre risas.
- ¿Le contaste lo tuyo con Maxi? – inquiere Mariasun con
interés.
- Maxi está muerto y enterrado.
Lorena miente. Ha
sido incapaz de contar a las amigas su secreto más recóndito. Cada vez que se
cruza con su ex novio, que indefectiblemente lleva agarrada por la cintura a su
última conquista, siente que un ramalazo recorre su cuerpo, no sabría decir si
es por celos, rabia o despecho. Todavía sueña con él y en lo más hondo del pozo
de sus sentimientos sabe que anida la loca ilusión de que algún día Maxi vuelva
a llamar a su puerta.
- ¿Ya te lo has tirado? – Las preguntas más procaces siempre suelen partir de
Mariasun.
- ¿A ese cenutrio? Creo que si le enseñara una teta le daría
un pasmo y no te digo nada si me viera el chumino, se caería redondo al suelo.
Estoy segura de que ese lelo no ha tocado pelo en su puta vida.
Las carcajadas se
generalizan en el corro, hasta que Anabelén formula la pregunta del millón:
- ¿Y qué piensas hacer con el niñato?
A Lorena la
pregunta le ha sorprendido. En ese momento se da cuenta de que en ningún
momento se lo ha planteado. Durante unos segundos el guirigay se silencia y
todas las miradas se vuelven hacia la protagonista. La joven da una respuesta
que sorprende a sus amigas:
- ¿Que qué voy a hacer? Pues te digo Anabelén que si me lo
hubieses preguntado hace un par de días te habría contestado que me había
cansado de ese paleto de ciudad, pero he cambiado de opinión. Esta mañana,
antes de levantarme, he estado pensando en mi vida y el futuro que me espera.
Lorena vuelve a
mentir. Su cambio de opinión es porque se ha enterado de que Maxi no va a estar
en el pueblo durante lo que queda de verano pues su empresa anda muy atrasada
con la obra del hotel de Fuengirola.
- No has contestado a mi pregunta, claro que si no quieres
hacerlo, pues tú misma – apostilla Anabelén con retintín.
- Te contesto, maja. He decidido que le voy a dar carrete a
ese pasmarote y me voy a divertir todo lo que pueda. O sea, que mucho cuidadito
con lo que largáis delante del cebollino, no sea que terminéis metiendo la
gamba. Yo me encargaré de que la mayor parte de rondas y de las entradas a los
festejos de agosto corran a cargo de ese membrillo.
Sergio se convierte
en el pagano de la mayoría de convites, bailes y festejos que en lo que resta
de verano se suceden en el pueblo. Aunque el muchacho ha recibido una
gratificación extra de sus padres y de su abuelo llega un momento en que se le
agotan los fondos. Afortunadamente para él eso ocurre el último día de las fiestas
patronales. Cuando el chico confiesa a Lorena, un tanto abochornado, que no le
queda una sola peseta, la muchacha está tentada de largarle. Realmente, aunque
él la considera y la trata como su novia, ella aún no le ha dicho que lo
acepta. Al final, se apiada del chico al que algo de cariño ha cogido porque es
tierno como el pan y más dulce que un merengue y le dice que no se preocupe,
que todo el mundo sabe que los estudiantes siempre están a la última pregunta y
que él no iba a ser la excepción. Que se han acabado los continuos convites a
las gorronas de sus amigas y que seguirán yendo a la playa, que eso todavía es
gratis.
Y los últimos días
del verano van discurriendo. Sergio cada día más enamorado, si ello es posible.
Lorena continúa dejándose querer y riéndose del muchacho a sus espaldas cuando
les cuenta a las amigas los apuros que le hace pasar. La joven se dio cuenta
desde el primer día que el chico está pez en lo que atañe al sexo. Lo que
provoca que, más de una vez, caiga en la tentación de excitarle y ponerle de
los nervios, pero curiosamente no le ha dejado que se propase ni un tanto así.
Un día que él hizo un vergonzante asomo de acariciarle los pechos, se dio el
gustazo de darle un bofetón, algo que jamás había hecho. Le dejó marcados en la
cara los cinco dedos. Aquella bofetada fue, para Sergio, la confirmación de que
estaba ante un espécimen raro: una mujer seria, cabal y virtuosa.
Antes de acabar
Sergio las vacaciones, le ha prometido mil veces que le escribirá todos los
días. Lorena le dice que de ninguna manera. No puede perder tanto tiempo en
escribir, debe emplearlo en sus estudios. Con una carta al mes se da por
satisfecha. Le oculta que no tiene la más mínima intención de contestar
ninguna. Él se marcha un tanto frustrado porque no ha logrado que ella le diga
que acepta ser su novia. Por una vez, la muchacha ha jugado limpio. Le explica
que es demasiado joven para adquirir un compromiso tan serio y que tiene que
seguir pensándolo. Que le espera el próximo verano y que quizá entonces pueda
darle una respuesta definitiva.
Pocos días después
de la partida de Sergio, al salir Lorena de la peluquería de Albalat, en la que
ha reemprendido el aprendizaje del oficio, hay alguien esperándole subido en un
aparatoso quad. Con los ojos brillantes y el corazón desbocado se acerca adónde
el motero que ni se ha despojado del
casco.
- Hola Maxi. Creí que no te volvería a ver el pelo. ¿Dónde
has estado metido?
Él no se molesta en
contestarle, se limita a hacer un gesto y ella, sumisamente sube al quad y se
acomoda junto a la fornida espalda del hombre. No hay diálogo hasta que ella
pregunta:
- ¿Dónde me llevas?, ¿qué vamos a hacer?
- A la Marina que por allí no hay nadie y ¿qué vamos a
hacer?, te voy echar un polvo que no olvidarás jamás.