"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 19 de octubre de 2018

Capítulo 18. La UCO entra en escena.- 74. Yo lo maté


   Nadie diría que aquella mujer, juntamente con su marido, sea dueña de una saneada fortuna en bienes raíces pues viste una bata de andar por casa, vieja y recosida, está desgreñada y su arrugada cara muestra que desconoce la existencia de cremas y potingues antienvejecimiento. Es algo que suele ocurrir en muchos pueblos de la vieja piel de toro, en los que pequeños propietarios agrícolas viven como pobres y cuando al fallecer se hace la testamentaría se descubre que tenían posesiones que valían millones. La buena mujer está zarandeando a su hijo que, metido en la cama, no hay manera de que despierte.
-Vicentín, levántate, tu padre quiere hablar urgentemente contigo.
   El joven Fabregat está estos días por darle gusto a su progenitor, le debe que apareciera en el cuartel de la Guardia Civil con un abogado y que saliera del mismo libre y sin cargos.
-Vicente –su padre debe ser de los pocos en el pueblo que le llama así-, coge el coche y te vas a ir a Valencia a quedarte una temporada en casa del tío Pascual, te está esperando, ya lo tengo hablado con él.
-¿Y por qué tengo que ir una temporada a Valencia?, allí no se me ha perdido nada.
-Debido al follón que se ha armado con lo del muerto del hostal lo mejor es que te quites de en medio. En Valencia nadie te molestará, te estás allí un par de meses y cuando vuelvas se habrá pasado el revuelo que hay en el pueblo –La intención del viejo es en realidad apartarle de Anca, pero lo disfraza con otro motivo.
   A Vicentín lo de irse a la ciudad del Turia no le hace ni puñetera gracia. Todavía está empeñado en reconquistar a su novia rumana y para eso necesita estar en el pueblo. Busca excusas.
-Te recuerdo, padre, que el sargento dijo que no debo salir del pueblo sin comunicarlo previamente y que me volverán a llamar cuando lo diga la juez.
-Por el sargento no te preocupes. Ya lo he hablado con Lola la alcaldesa y me ha dicho que estemos tranquilos, que el guardia civil le come de la mano, y que ya lo arregla ella.
   Vicentín responde a su padre que hará lo que él diga, pero sigue buscando una razón lo suficientemente poderosa para no tener que marcharse del pueblo. Se devana los sesos sin encontrarla hasta que se acuerda del abogado que le acompañó en su interrogatorio en el cuartel. Le llama.
-Ernesto, tengo que hacerte una consulta. Mi padre quiere que me vaya a Valencia para quitarme de en medio de todo el lío del muerto en el hostal. Le he recordado lo que dijo el sargento de que no debía salir del pueblo sin comunicarlo y me ha dicho que eso ya lo ha arreglado la alcaldesa que parece que se lleva muy bien con los de la Benemérita. ¿Qué me aconsejas que haga?
-Ni se te ocurra irte a Valencia ni a ninguna otra parte sin comunicarlo a la Guardia Civil. Lo más lejos que puedes ir es a la playa, al fin y al cabo está dentro del término municipal del pueblo. En cuanto a la alcaldesa, por muy bien que se lleve Lola con Bellido ten en cuenta que cuando se trata de asuntos del servicio los civiles no tienen amigos. ¿No has oído decir que tener un amigo guardia es como tener un duro sevillano? Por consiguiente, si quieres irte a Valencia que sea con la autorización del sargento. Si no lo haces así, la juez que instruye el caso dictará una orden de busca y captura y te harán volver pero engrilletado. Tú mismo.
   Vicentín le cuenta a su padre lo que le ha explicado el abogado en su versión más tajante: no puede irse del pueblo sin que lo autorice la Guardia Civil y la alcaldesa no pinta nada en esa cuestión.
-¿Qué no pinta nada Lola si es la que manda en el pueblo? Ahora mismo la llamó y verás cómo lo arregla.
   La alcaldesa le repite al viejo Fabregat que no se preocupe, que ahora mismo llama al sargento y que ella lo soluciona. Solo pasan unos minutos para que reciban la respuesta de la política local. Lo siente mucho, pero el sargento se ha escudado en la juez de instrucción para no dar permiso a Vicentín de que se marche a Valencia. El joven respira, se podrá quedar en el pueblo y tratará de hacerse el encontradizo con Anca para convencerla de que su noviazgo no puede romperse así como así.
   A la joven rumana, la suma del fallecimiento de Salazar, de haber abandonado su trabajo la tarde del quince y su participación en el oscuro asunto del maletín le está pasando factura. Cuando sale del cuartel de la Guardia Civil pasa por su casa para adecentarse y cambiarse de ropa, todavía lleva la del día anterior, y luego se dirige al hostal. La patrona la recibe con cara de pocos amigos.
-Anca, no lo esperaba de ti. Siempre creí que eras una chica responsable y ayer, con la casa hasta los topes de clientes y el comedor abarrotado, desapareces y abandonas tus deberes precisamente cuando uno de nuestros huéspedes más te necesitaba. Posiblemente si no te hubieras ido, el pobre señor Martínez –la patrona sigue llamando así a Salazar-, que en gloria esté, no se hubiese muerto porque podrías haber avisado a tiempo al médico. ¿Por qué te fuiste?, ¿qué se te pasó por la cabeza?
   La rumana está demasiado avergonzada por cuanto ha pasado. Atemperado el calentón que le dio la posibilidad de lograr un dineral en poco tiempo, tal y como le prometió Rocío, ha recapacitado y se ha dado cuenta de que su actuación ha sido disparatada. Trata de justificarse.
-Señora Eulalia, sabe que nunca he faltado al trabajo y que soy de las que arrimo el hombro siempre que hace falta, pero… se lo juro. Ayer no sé lo que me pasó. Cuando vi que el señor Martínez estaba tan mal solo pensé en que había que llevarlo al hospital, por eso me fui con la andaluza a ver si encontrábamos sus papeles de la Seguridad Social. Pero he recapacitado y sé que hice mal. Perdóneme, no volverá a suceder.
-A otro perro con ese hueso. No me tomes por tonta, es algo que no soporto. Y como veo que no voy a sacar verdad te diré que en algo sí que estoy de acuerdo contigo, que no volverá a suceder. Estás despedida. Te pagaré los días trabajados, pero no quiero volver a verte por el hostal.
   La chica va a replicar, pero la llegada del sargento la silencia. Da media vuelta y se vuelve por donde vino consolándose al pensar que mientras dure la temporada veraniega trabajo no le va a faltar.
   El sargento, en deferencia a la señora Eulalia que siempre ha colaborado de buena gana con las fuerzas del orden en vez de hacerla ir al cuartel se ha desplazado hasta la playa para tomarle declaración. Viene acompañado de un guardia que hará de secretario.
-Señora Eulalia, tengo que tomarle declaración, es la única de todos los que estuvieron en el hostal cuando el fallecimiento de Salazar que falta por declarar.
-Lo que usted mande, sargento.
-Cuénteme todo lo que recuerde de la tarde del día de autos –al ver un gesto de perplejidad en la hotelera, precisa-, me refiero a ayer por la tarde. Lo qué hizo, qué vio que le pareciera fuera de lugar, si alguien le preguntó por Salazar, si vio subir a alguien a la habitación de su huésped. Ese tipo de cosas. Comience desde el mediodía.
   La patrona se toma un tiempo para reordenar sus recuerdos.
-Verá…, ayer fue un día de locos, me refiero a la cantidad de personal que pasó por aquí. Todas las habitaciones estaban ocupadas y a mediodía el comedor estuvo hasta la bandera, en la mayoría de mesas doblamos y hasta triplicamos los servicios. Salvo la mucha faena no pasó nada de anormal que recuerde. Y con respecto al pobre señor Martínez, que Dios tenga en su gloria, que yo sepa todo discurrió como de costumbre, Anca le subió la comida en una bandeja, como hacía siempre desde la paliza, que luego retiró y no me dijo nada de que viera algo fuera de lo normal. Por la tarde, lo más fuera de lugar que ocurrió fue precisamente la desaparición de Anca. Todo lo demás transcurrió igualito que por la mañana.
-¿Tiene un huésped extranjero alto, fuerte y que habla muy mal el español?
-Solo tengo dos familias extranjeras, una francesa y otra inglesa. Y ninguno de sus miembros responde a las señas que ha citado. Y respondo por ellos, tanto la una como la otra llevan muchos años viniendo y nunca han causado ningún problema. Ah, se me olvidaba, una de las chicas del servicio me contó que a media tarde vio salir a Anca de la casa en compañía de una mujer y de Vicentín Fabregat, su novio, con el que estaba de morros.
-Bien, siga. ¿Qué pasó durante la cena?
-Pues que a eso de las ocho y media, cuando tenía el comedor lleno con la gente del primer turno, el chico de Martínez me dijo que su padre se encontraba chungo, no manifestó que estuviera grave ni nada por el estilo, dijo eso, que se encontraba chungo. Le pregunté qué era lo que le pasaba exactamente. Me dijo que no se movía y que no hablaba… -Inopinadamente la patrona comienza a llorar desconsoladamente. El sargento no sabe qué hacer porque el llanto de la señora Eulalia lo ha desconcertado. Lo único que se le ocurre es darle unas palmaditas en la espalda y pedirle cariñosamente que procure calmarse. Pide un vaso de agua a una camarera que se ha acercado al oír llorar a su jefa. Cuando después de varios minutos la patrona logra serenarse prosigue su declaración por donde menos podía esperarse.
-Perdone, sargento, pero es que desde ayer no he podido pegar ojo porque me remuerde la conciencia. No hago más que decirme que yo soy la culpable de la muerte de Martínez. Sí cuando el chico me avisó en lugar de estar tan cansada y tan atareada en la caja le hubiera hecho caso y hubiese llamado al médico a lo mejor el pobre Martínez seguiría vivo. Y no puedo remediarlo, me siento tan culpable de su muerte como si lo hubiese apuñalado, no puedo remediar pensar que yo lo maté –dice con voz compungida y con los ojos llorosos.

PD.- Hasta el próximo viernes.