Cuando Ponte abre El Mundo del lunes 23, encuentra que
la principal noticia sigue siendo una de las consecuencias de la masacre
parisina del 13-N: Bruselas vive
su tercer día de parálisis mientras busca a Salah. Y debajo del titular, la
noticia de que el gobierno belga ha prolongado, un día más, las medidas de
seguridad excepcionales por riesgo de atentado yihadista. Estos fanáticos,
piensa el viejo, van a conseguir paralizar a media Europa y eso en sí ya es una
victoria para ellos. El segundo titular que llama su atención es otra noticia
que no ha dejado de serlo en los últimos meses: el secesionismo catalán. Debajo
de una foto del Ministro de Hacienda, el pie dice: Montoro investigará los 1.300 millones sin contabilizar de Cataluña.
Esta es la típica investigación de la que nunca vuelve a saberse nada. Dicen
que investigarán pero luego, tanto si encuentran algo punible como si no, jamás
vuelve a saberse nada. Espero que nuestra investigación sobre el robo del museo
no siga los mismos pasos. El tercer titular que reclama su atención es
diferente: Argentina opta por el cambio
y consagra a Macri como presidente. A ver si de una vez los argentinos
retoman la senda de la sensatez y se dejan de esas milongas del peronismo que
no les lleva a ninguna parte. Aunque mi dentista, que es de Rosario, dice que
todo argentino lleva un peronista dentro. Finalmente, antes de cerrar el
portátil, la noticia en la que se fija es de puro esparcimiento: “Ocho apellidos catalanes”, el mejor estreno
del año 2015. Habrá que ir a verla. Supongo que será una especie de refrito
de “Ocho apellidos vascos”.
Hoy tiene doble sesión de
trabajo en su faceta detectivesca. Tiene que estar ante la puerta del museo
cuando entra el personal para ir quedándose con sus caras. Ballarín ha sacado
de una web de museografía los distintos tipos de profesionales que trabajan en
un museo: vigilantes de seguridad, personal de limpieza, de mantenimiento, de
guardarropía, de atención al visitante, recepcionistas, auxiliares de sala, guías
internos y externos, educadores, administrativos, personal de gerencia y
dirección, documentalistas, restauradores y conservadores. Aparte de los
mencionados, los museos de ciertas dimensiones suelen ofrecer servicios
complementarios tales como cafetería-restaurante, tienda o hasta en algunos
casos parking. Además de todos estos profesionales que trabajan directamente en
el museo, hay que añadir aquellos que realizan trabajos puntuales: museólogos,
iluminadores, carpinteros, grafistas, museógrafos, diseñadores, músicos,
actores, publicistas, etcétera. No podía imaginarse Ponte que en un centro,
aparentemente tan estático como un museo, pudiesen trabajar tantos
profesionales distintos. La segunda tarea que le aguarda es por la tarde.
Acompañará a Ballarín a fotografiar a varios empleados del museo entre los que
sospecha que pueden estar alguna de las personas que cegaron las cámaras de
seguridad.
Hace rato que la pareja de
vejetes aguarda en la cafetería de la Fundación Jiménez Díaz que mira hacia la
plaza de Cristo Rey. Están esperando a que llegue el personal de museo al que
Ballarín ha de fotografiar.
- ¿Cómo piensas hacerlo? – Ponte se interesa por el modus operandi que
va a utilizar Ballarín.
- He pensado en tres maneras distintas. La mejor es hacerlo a
escondidas sin que se entere ninguno de los objetivos y, si es posible, ningún
empleado o cliente de la cafetería. Para ello cuento a mi favor con la pequeñez
de la cámara y que parece cualquier cosa antes que lo que es. Si no puedo
hacerlo así, tú me servirás como modelo, como si te hiciese una foto, aunque
realmente estaré enfocando a uno de nuestros objetivos. Y otra posibilidad es
como si nos hiciéramos un selfie, pero lo que haremos será apuntar al objetivo.
Y hablando de objetivos, ¿cómo los has identificado? – pregunta Ballarín que
parece no valorar demasiado las dotes detectivescas de su amigo.
- Tampoco ha sido tan difícil. Ten en cuenta que nuestros objetivos,
como tú les llamas, llevan uniforme y una placa que pone Vigilante de Seguridad
– explica Ponte sin darse importancia.
No pasa demasiado tiempo cuando
entran en la cafetería tres hombres, uno de ellos uniformado y ostentando la
placa a la que aludió antes Ponte.
- Mira, ahí está, es el que lleva uniforme.
Los recién llegados se
acomodan en una mesa tras pedir en la barra su comanda. Una vez que los tiene
emplazados, Ballarín busca el mejor ángulo desde el que hacer la foto. Lo
encuentra en otra mesa que, afortunadamente está vacía, y desde la que tiene
una excelente visión del rostro del vigilante. No tiene ningún problema para
tomar varias instantáneas con la microcámara sin que, al parecer, se haya dado
cuenta nadie.
- ¡Qué sangre fría tienes, Amadeo! Hay que ver lo bien que te has
desenvuelto. Yo no sé si hubiera sido capaz. Solo he actuado de señorita de
compañía y todavía estoy más nervioso que un flan – confiesa Ponte.
- Confesión por confesión. El que está como un flan soy yo. Aún me
tiemblan las canillas, aunque reconozco que no ha sido tan difícil. Claro que
con este chisme – dice señalando a la minicámara – hacer fotos sin que nadie se
dé cuenta es un juego de niños.
En los siguientes días la
improvisada pareja de detectives consigue grabar en la cámara que maneja
Ballarín a otros cuatro vigilantes de seguridad. Todo transcurre sin que pase
ninguna incidencia, pese a que en una ocasión se llevan un pequeño susto. Una
de las camareras que suele atenderles y que se ha quedado con sus caras les
pregunta un día:
- No suelo hacer preguntas a los clientes, ¿pero se puede saber qué es
ese chisme tan curioso que les he visto manejar a veces? – y lo dice mientras
señala la minicámara que Ballarín se ha dejado descuidadamente encima de la
mesa.
Quien reacciona primero es
Ponte:
- Es un microprocesador para controlar el ritmo del marcapasos que
lleva instalado mi amigo. Cuando está en lugares cerrados como este y que
tienen el ambiente un tanto cargado ha de vigilar el ritmo del cacharro que
lleva dentro.
- ¡Un microprocesador para marcapasos! En el tiempo que llevo aquí
nunca había oído hablar de semejante chisme. ¡Cómo avanza la medicina!
Al vigilante número seis no
tienen que ir a ninguna parte para fotografiarle. Es un fumador compulsivo y
cada cierto tiempo sale a la puerta del museo, enciende un cigarrillo, le da
unas cuantas caladas apresuradas y se vuelve a meter. Los dos últimos objetivos,
en el nuevo léxico que maneja el dúo de jubilados, los cazan en la cafetería
Sicilia ubicada en el cuarenta y cuatro de Isaac Peral adónde suelen ir a tomar
el desayuno de media mañana. Después de unos días Ponte, que es quien sigue
apostado en los alrededores del museo, llega a la conclusión de que no hay más
vigilantes a los que fotografiar. Solo queda el que ha sustituido al que
asesinaron el día del robo, pero que únicamente vigila las oficinas de la
administración. Así lo informa al resto del equipo.
- Bien, Manolo, has hecho un trabajo espléndido. Al igual que Amadeo
con la cámara. Os felicito. Ahora, que tenemos los nombres y los rostros, viene
la segunda fase: la de averiguar dónde viven. Voy a repartir el seguimiento de
los objetivos entre los tres, exactamente de los que usan transporte público.
De los que llegan al museo en coche propio me encargaré yo.
- ¿Y si nos descubren? – pregunta Ballarín con tono de cierta
preocupación.
- Os daré unas instrucciones sobre cómo seguir a un individuo sin que
él lo note. Por lo demás, una vez metidos en el metro o en el autobús es fácil
mantenerse invisible.
- ¿Podemos disfrazarnos para seguirles? – pregunta Ponte con ojos
brillantes de emoción.
Grandal no puede menos que
soltar una carcajada y mira con ternura al decano del grupo.
- Manolo, no necesitas disfrazarte, lo que sí has de hacer es ocultar
esa melena blanca que te gastas, es demasiado llamativa.