"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 6 de mayo de 2016

Capítulo 5. Primeras misiones.- 24. Fotógrafo de fortuna



   Cuando Ponte abre El Mundo del lunes 23, encuentra que la principal noticia sigue siendo una de las consecuencias de la masacre parisina del 13-N: Bruselas vive su tercer día de parálisis mientras busca a Salah. Y debajo del titular, la noticia de que el gobierno belga ha prolongado, un día más, las medidas de seguridad excepcionales por riesgo de atentado yihadista. Estos fanáticos, piensa el viejo, van a conseguir paralizar a media Europa y eso en sí ya es una victoria para ellos. El segundo titular que llama su atención es otra noticia que no ha dejado de serlo en los últimos meses: el secesionismo catalán. Debajo de una foto del Ministro de Hacienda, el pie dice: Montoro investigará los 1.300 millones sin contabilizar de Cataluña. Esta es la típica investigación de la que nunca vuelve a saberse nada. Dicen que investigarán pero luego, tanto si encuentran algo punible como si no, jamás vuelve a saberse nada. Espero que nuestra investigación sobre el robo del museo no siga los mismos pasos. El tercer titular que reclama su atención es diferente: Argentina opta por el cambio y consagra a Macri como presidente. A ver si de una vez los argentinos retoman la senda de la sensatez y se dejan de esas milongas del peronismo que no les lleva a ninguna parte. Aunque mi dentista, que es de Rosario, dice que todo argentino lleva un peronista dentro. Finalmente, antes de cerrar el portátil, la noticia en la que se fija es de puro esparcimiento: “Ocho apellidos catalanes”, el mejor estreno del año 2015. Habrá que ir a verla. Supongo que será una especie de refrito de “Ocho apellidos vascos”.
   Hoy tiene doble sesión de trabajo en su faceta detectivesca. Tiene que estar ante la puerta del museo cuando entra el personal para ir quedándose con sus caras. Ballarín ha sacado de una web de museografía los distintos tipos de profesionales que trabajan en un museo: vigilantes de seguridad, personal de limpieza, de mantenimiento, de guardarropía, de atención al visitante, recepcionistas, auxiliares de sala, guías internos y externos, educadores, administrativos, personal de gerencia y dirección, documentalistas, restauradores y conservadores. Aparte de los mencionados, los museos de ciertas dimensiones suelen ofrecer servicios complementarios tales como cafetería-restaurante, tienda o hasta en algunos casos parking. Además de todos estos profesionales que trabajan directamente en el museo, hay que añadir aquellos que realizan trabajos puntuales: museólogos, iluminadores, carpinteros, grafistas, museógrafos, diseñadores, músicos, actores, publicistas, etcétera. No podía imaginarse Ponte que en un centro, aparentemente tan estático como un museo, pudiesen trabajar tantos profesionales distintos. La segunda tarea que le aguarda es por la tarde. Acompañará a Ballarín a fotografiar a varios empleados del museo entre los que sospecha que pueden estar alguna de las personas que cegaron las cámaras de seguridad.
   Hace rato que la pareja de vejetes aguarda en la cafetería de la Fundación Jiménez Díaz que mira hacia la plaza de Cristo Rey. Están esperando a que llegue el personal de museo al que Ballarín ha de fotografiar.
- ¿Cómo piensas hacerlo? – Ponte se interesa por el modus operandi que va a utilizar Ballarín.
- He pensado en tres maneras distintas. La mejor es hacerlo a escondidas sin que se entere ninguno de los objetivos y, si es posible, ningún empleado o cliente de la cafetería. Para ello cuento a mi favor con la pequeñez de la cámara y que parece cualquier cosa antes que lo que es. Si no puedo hacerlo así, tú me servirás como modelo, como si te hiciese una foto, aunque realmente estaré enfocando a uno de nuestros objetivos. Y otra posibilidad es como si nos hiciéramos un selfie, pero lo que haremos será apuntar al objetivo. Y hablando de objetivos, ¿cómo los has identificado? – pregunta Ballarín que parece no valorar demasiado las dotes detectivescas de su amigo.
- Tampoco ha sido tan difícil. Ten en cuenta que nuestros objetivos, como tú les llamas, llevan uniforme y una placa que pone Vigilante de Seguridad – explica Ponte sin darse importancia.
   No pasa demasiado tiempo cuando entran en la cafetería tres hombres, uno de ellos uniformado y ostentando la placa a la que aludió antes Ponte.
- Mira, ahí está, es el que lleva uniforme.
   Los recién llegados se acomodan en una mesa tras pedir en la barra su comanda. Una vez que los tiene emplazados, Ballarín busca el mejor ángulo desde el que hacer la foto. Lo encuentra en otra mesa que, afortunadamente está vacía, y desde la que tiene una excelente visión del rostro del vigilante. No tiene ningún problema para tomar varias instantáneas con la microcámara sin que, al parecer, se haya dado cuenta nadie.
- ¡Qué sangre fría tienes, Amadeo! Hay que ver lo bien que te has desenvuelto. Yo no sé si hubiera sido capaz. Solo he actuado de señorita de compañía y todavía estoy más nervioso que un flan – confiesa Ponte.
- Confesión por confesión. El que está como un flan soy yo. Aún me tiemblan las canillas, aunque reconozco que no ha sido tan difícil. Claro que con este chisme – dice señalando a la minicámara – hacer fotos sin que nadie se dé cuenta es un juego de niños.
   En los siguientes días la improvisada pareja de detectives consigue grabar en la cámara que maneja Ballarín a otros cuatro vigilantes de seguridad. Todo transcurre sin que pase ninguna incidencia, pese a que en una ocasión se llevan un pequeño susto. Una de las camareras que suele atenderles y que se ha quedado con sus caras les pregunta un día:
- No suelo hacer preguntas a los clientes, ¿pero se puede saber qué es ese chisme tan curioso que les he visto manejar a veces? – y lo dice mientras señala la minicámara que Ballarín se ha dejado descuidadamente encima de la mesa.
   Quien reacciona primero es Ponte:
- Es un microprocesador para controlar el ritmo del marcapasos que lleva instalado mi amigo. Cuando está en lugares cerrados como este y que tienen el ambiente un tanto cargado ha de vigilar el ritmo del cacharro que lleva dentro.
- ¡Un microprocesador para marcapasos! En el tiempo que llevo aquí nunca había oído hablar de semejante chisme. ¡Cómo avanza la medicina!
   Al vigilante número seis no tienen que ir a ninguna parte para fotografiarle. Es un fumador compulsivo y cada cierto tiempo sale a la puerta del museo, enciende un cigarrillo, le da unas cuantas caladas apresuradas y se vuelve a meter. Los dos últimos objetivos, en el nuevo léxico que maneja el dúo de jubilados, los cazan en la cafetería Sicilia ubicada en el cuarenta y cuatro de Isaac Peral adónde suelen ir a tomar el desayuno de media mañana. Después de unos días Ponte, que es quien sigue apostado en los alrededores del museo, llega a la conclusión de que no hay más vigilantes a los que fotografiar. Solo queda el que ha sustituido al que asesinaron el día del robo, pero que únicamente vigila las oficinas de la administración. Así lo informa al resto del equipo.
- Bien, Manolo, has hecho un trabajo espléndido. Al igual que Amadeo con la cámara. Os felicito. Ahora, que tenemos los nombres y los rostros, viene la segunda fase: la de averiguar dónde viven. Voy a repartir el seguimiento de los objetivos entre los tres, exactamente de los que usan transporte público. De los que llegan al museo en coche propio me encargaré yo.
- ¿Y si nos descubren? – pregunta Ballarín con tono de cierta preocupación.
- Os daré unas instrucciones sobre cómo seguir a un individuo sin que él lo note. Por lo demás, una vez metidos en el metro o en el autobús es fácil mantenerse invisible.
- ¿Podemos disfrazarnos para seguirles? – pregunta Ponte con ojos brillantes de emoción.
   Grandal no puede menos que soltar una carcajada y mira con ternura al decano del grupo.
- Manolo, no necesitas disfrazarte, lo que sí has de hacer es ocultar esa melena blanca que te gastas, es demasiado llamativa.