"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de abril de 2017

120. Jugando al béisbol en el barrio de La Elipa



   Una propina de veinte euros en el Madrid del dos mil dieciséis no es como para tirar cohetes, pero según en qué lugares como en el modesto barrio de La Elipa puede obrar milagros. Así lo ha podido comprobar Grandal pues en la mañana del sábado, treinta de abril, recibe una llamada que de momento le descoloca, hasta que comprende que quien le está hablando es el encargado del bar del Polideportivo Municipal de La Elipa a quien le dio veinte euros de propina. Su mensaje es tan lacónico como sugerente:
- Están jugando al béisbol los sudacas a los que quería ver – y sin más cuelga el teléfono.
   Cuando el excomisario asume lo que le acaban de decir se le dispara la diligencia de viejo policía. Llama de inmediato a sus amigos y les transmite la información recibida.
- Hay que salir echando leches para el Polideportivo de La Elipa. No hay tiempo para reunirnos, que cada uno vaya por su cuenta. Nos veremos allí – es el final de su mensaje.
   Álvarez y Ballarín responden que ya mismo se ponen en marcha. Ponte lamenta no poder acompañarles, hoy tiene que salir con los nietos. Grandal, a pesar de que tuvo que aprender a navegar por la red a regañadientes, se maneja lo suficiente como para abrir Google Maps y ver cómo llega antes al polideportivo. Si coge el bus 1 en Princesa puede llegar al Barrio de Prosperidad en algo más de media hora y luego tendrá que andar. No le sirve. El metro tampoco le vale, la estación más próxima al polideportivo es Vinateros en la línea 9 y tiene que hacer un transbordo en la Avenida de América. Va a tener que coger un taxi. Delante del Corte Inglés de Princesa hay una parada, lo cogeré allí, se dice.
   Cuando el excomisario llega al polideportivo, Álvarez ya está allí y al momento también aparece Ballarín. Se encaminan al campo de béisbol y, en efecto, hay un grupo de gente, casi todos jóvenes y algunos adolescentes, que están bateando pelotas. Por sus rasgos y, sobre todo, por el español que hablan son evidentemente latinoamericanos. Ninguno de los que está bateando ni de los espectadores que están en la grada se parece a Efraím Gomes.
- ¿Quién va ganando? – pregunta Ballarín.
- No están jugando un partido, solo entrenan – aclara Álvarez que es el único que sabe cómo se juega al béisbol.
   Grandal, más para hacer tiempo que otra cosa, pregunta a Álvarez:
- Luis, danos una teórica sencilla de cómo se juega a esto – dice señalando el campo de juego.
- ¿Vosotros jugasteis de niños al juego de pillar? Bueno, pues algo así es el béisbol, se trata de pegarle a la pelota con un bate y correr para llegar a casa pudiendo pararse en sitios seguros que aquí son las bases. El objetivo es conseguir más carreras que el rival. Una carrera se logra cuando un corredor pisa en orden y sin ser eliminado, en una o más jugadas, la primera, la segunda y la tercera base y la base de home, o sea la casa. El juego se desarrolla por entradas y cada una se compone por un turno de bateo y otro de defensa para cada equipo. En cada entrada, el equipo que defiende coloca sus nueve jugadores en el campo, uno donde el pitcher o lanzador, otro en home donde está el cátcher o receptor, otro defendiendo la 1ª base, otro entre 1ª y 2ª base, otro entre 2ª y 3ª base, otro defendiendo la 3ª base, y tres jugando en el exterior. El equipo atacante, siguiendo el orden establecido, va pasando por el cajón de bateo para intentar batear la pelota lanzada por el pitcher y llegar a base sin ser eliminado. Si el equipo defensor logra eliminar a tres rivales pasa a ser atacante y viceversa y se dice que se ha acabado media entrada. Cuando ambos equipos han atacado y defendido una vez se ha acabado una entrada.
- No sigas, Luis, no me estoy enterando de nada – dice Ballarín -. Jacinto, ¿tú si lo has pillado?
- La verdad es que es complicado. Solo me ha quedado claro que los sitios donde han de llegar los jugadores se llaman bases, que el pitcher es el que lanza la bola y que el cátcher es el receptor que se coloca detrás del bateador y poco más. Ah, ¿qué es un strike?
- Cualquier lanzamiento hecho por el pitcher que es intentado golpear por el bateador y falla y también cualquier bateo que va fuera del campo bueno. Hay alguna regla más, pero esas son las dos principales.
- También he oído que hablan del diamante, ¿qué es eso?
- La zona en la que los corredores corren para alcanzar las bases se denomina diamante por su forma.
- Yo tengo otra pregunta – dice Ballarín -, ¿qué es un jonrón?
- El golpe que habilita a un jugador a dar una vuelta entera al cuadro. Algo así como lo que sería un golazo en el fútbol.
   De pronto, Grandal saca unos pequeños prismáticos y se pone a mirar a una pandilla de jóvenes que acaba de llegar y que están hablando con un grupito de espectadores.
- ¡Qué me fría un rayo si uno de los tipos que acaba de llegar no es el Efraím!
- ¡No jodas!, ¿dónde? – pregunta Álvarez.
- No señales, coño, no se vayan a fijar en nosotros. Mirar, pero con disimulo – en ese momento, el excomisario se da cuenta de que con las prisas se ha dejado en casa un instrumento imprescindible -. ¡Me cagüen la leche! No he cogido la cámara.
- Si necesitas una cámara yo he traído la mía – dice Ballarín echando mano de la máquina.
- Menos mal, Amadeo, pero espera, no la saques. Vamos a pensar primero como le hacemos una foto sin que se note que le enfocamos.
- Eso tiene una solución muy fácil. Os ponéis tú y Luis de espaldas al grupo donde está el Efraím como si fuera a fotografiaros y os haré unas fotos, pero a quien realmente voy a enfocar es al colombiano – explica Ballarín.
- ¿Podrás hacerlo con ese cacharro tan pequeño? – inquiere Álvarez al ver el tamaño de la cámara.
- Es pequeña, pero tiene una lente de un gran poder resolutivo y obtiene fotos de una increíble calidad de imagen.
   Siguiendo las instrucciones de Ballarín, quien muy puesto en su papel de fotógrafo no esconde la cámara, Grandal y Álvarez se separan unos pasos mientras que el exferretero les enfoca y les hace un par de fotos que luego se las enseña para que vean como han salido.
- ¡Cojonudo, nos has sacado hechos un par de mozalbetes! – asegura riéndose Álvarez.
   Grandal le aprieta el brazo a Ballarín mientras le susurra:
- Es toda una obra de arte. Mejor, imposible.
   A todo eso, el colombiano y los que están con él se van en dirección a los vestuarios, bajo la atenta mirada del trío de viejos, de los que salen al cabo de poco tiempo equipados para jugar al béisbol. Forman dos equipos, para completar los dieciocho han tenido que sumar a algunos chavales que les acompañan. Es entonces cuando pueden observar a Efraím a su gusto pues hay momentos del juego en los que casi lo tienen al lado. El colombiano en ningún momento ha dado la impresión de haberlos reconocido, ni siquiera en el instante en que al ocupar una base que está muy cerca de donde está el trío su mirada se ha cruzado con la de Grandal. Los tres coinciden: no hay duda de que es el mismo hombre de la fotografía de la ficha y el mismo que trabajó de dependiente en la frutería de la Avenida del Manzanares. Ballarín tiene múltiples ocasiones para fotografiarlo repetidamente.
- ¿Y ahora qué hacemos?, me refiero a cuando terminen de jugar. ¿Le seguimos? – pregunta Álvarez.
- No le seguiremos, podría ser peligroso. Realmente, nuestra misión se ha terminado – y dicho eso, Grandal coge el móvil y hace una llamada.
- Soy Grandal. El amigo que estuvo en Zaragoza y luego en Fuenlabrada está en estos momentos jugando al béisbol en el Polideportivo Municipal de La Elipa. Es todo vuestro. Ah, te mando unas fotos que le acabamos de sacar.
- ¿A quién coño has llamado? – pregunta Álvarez para quien la discreción es algo inexistente.
- A Blanchard, él sabe lo que hay que hacer. A ver si les mete un cohete en el culo a los Sacapuntas.
- ¿Y si no se lo mete? – Álvarez puede ser terco.
   Grandal se encoge de hombros y musita:
- Como acabo de decir, nuestra misión ha terminado y lo hemos hecho con sobresaliente cum laude. Ah, se me acaba de ocurrir algo, Amadeo, antes de que acaben de jugar sal a la calle y fotografía las matrículas de todos los coches de alta gama que veas.
- Si me ven haciendo eso pueden sospechar.
- Es cierto y demuestras ser cauto, como debe serlo todo buen policía. Es obvio que estoy perdiendo facultades. Haz una cosa, yo me quedo aquí y tú llévate a Luis y entre los dos simuláis que os estáis haciendo fotos mientras retratáis las placas. Cuando terminéis estaré aquí esperándoos.
   Mientras Álvarez y Ballarín marchan hacia la calle, el primero comenta:
- ¡Quién nos lo iba a decir, que íbamos a terminar nuestra carrera de policías en el barrio de La Elipa! Manda cojones.