Veinticuatro horas después de la conversación entre el matrimonio
Gimeno-Sales sobre las opciones que tienen ante la posibilidad de que nombren a
José Vicente alcalde de Senillar, Lola da con una posible salida que, en el
peor de los casos, puede aportar nuevas ideas. Sugiere a su marido que hable
con Benjamín Arbós quién, como cacique del pueblo durante muchos años, es
posible que tenga algo que decir sobre el recambio en la alcaldía. A esa
propuesta su esposo le encuentra pegas.
- Cariño, te recuerdo que hace poco ya hablé con
el patriarca por lo del puerto y, como te conté, el viejo tahúr se me escurrió
como una anguila; eso sí, siempre con buenas palabras, pero al final no dijo
nada que no supiéramos.
- De todas formas, José Vicente, creo que
debes volver a intentarlo. Pídele que, en la hipótesis de que algún día cesaran
a Vives, te dé su opinión sobre quién podría ser la persona más indicada para
sustituirle. Si ese zorrón dijera que tú podrías ser ese hombre, pese a lo que
hablamos ayer, sería cuestión de plantearse sí aceptar el cargo.
- ¿Y si lo que me aconseja no nos conviene?
- Bueno, tú tírale de la lengua y luego
haremos lo que nos parezca más conveniente. En cualquier caso, alguna pista nos
aportará. Recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Los
argumentos de su mujer terminan convenciendo a Gimeno, que acaba siguiendo su
consejo al pie de la letra. Benjamín, que algo debe de barruntarse, le deja
hablar sin apenas interrumpirle. Como ha ocurrido en otras ocasiones, el
baqueteado cacique no suelta prenda. Llega un momento en que a José Vicente no
le queda otra que plantear la cuestión descarnadamente:
- Si se encontrara en la tesitura de tener
que dar un nombre como nuevo alcalde, siempre y cuando Vives no siga, ¿quién le
parecería que podría ser el hombre adecuado?
Benjamín se queda mirando a Gimeno, con los ojos semientornados, como si
quisiera leerle el pensamiento, y demora su respuesta. Detecta que su
interlocutor está un tanto ansioso y cree intuir lo que espera su joven amigo,
pero fiel a su instinto de avezado político le da una larga cambiada:
- Verás, José Vicente, la respuesta a tu
pregunta no es fácil. En primer lugar, tú mismo dices que el cese de Vives no
es seguro ni mucho menos. En segundo, nadie nos garantiza que, en el supuesto
de que lo cesen, el Gobernador no tenga ya en cartera un nombre de repuesto.
Por tanto, todo esto no es más que hablar por hablar y no creo que nos conduzca
a nada.
Gimeno comprende que no le queda más remedio que soltar más información
si quiere obtener respuestas concretas de su taimado interlocutor:
- En confianza, Benjamín, tengo noticias de
buena fuente, y por favor que no salga de aquí lo que voy a decirle, de que el
relevo de Vives puede estar al caer. Si eso ocurre, y todo apunta a que sí,
creo que sería bueno para el pueblo y, ¿por qué no decirlo?, también para
nosotros, que el nuevo alcalde fuera una persona de nuestra total confianza. A
mí, ya se lo he comentado en varias ocasiones, me gustaría que el alcalde
volviera a ser usted, pero dado su estado de salud comprendo que no quiera
retornar a la política activa. Por eso he venido a pedirle consejo y a que me
sugiera a alguien que sea muy cercano a nosotros – a José Vicente solo le falta
añadir ¿y quién más cercano que yo?
Después de hacerse rogar, Arbós suelta un nombre: Antonio Vidal. Gimeno
no puede evitar que un mohín de disgusto se le pinte en el semblante. Después
de tanto florete dialéctico resulta que quien propone el viejo cacique es uno
de sus hombres de m-máxima confianza, que le profesa una fidelidad casi
perruna.
Concluida
la conversación con Arbós, Gimeno vuelve a casa más irritado que otra cosa. Su
esposa recibe las noticias que le da su marido casi sin inmutarse, como si las
esperase, y deja que el hombre se desahogue antes de dar su opinión:
- Mira por donde, la astucia del viejo nos va
a servir. Vamos a seguir su consejo.
- Pero, Lola, ¿estás loca?, ¿crees que es
buena idea darle al Gobernador el nombre de uno de los lacayos de Arbós, que no
irá ni a mear sin su permiso?
- No estoy pensando en él, pero de la
sugerencia del patriarca hay que extraer la conclusión de que ahora somos
nosotros quienes hemos de buscar a nuestro particular Vidal.
- ¿Cómo qué a nuestro Vidal?
- José Vicente, cuando te pones de los
nervios no das una a derechas. Lo que hemos de hacer es buscar alguien que nos
sea tan fiel y leal como Vidal a Benjamín; en definitiva, lo que necesitamos es
un hombre de paja. Alguien que se deje llevar, que no sea demasiado ambicioso y
que, como dices, aunque es una ordinariez, no vaya a mear sin pedirnos permiso.
Cuando lo encontremos, ese será el hombre que tendrías que proponer para
alcalde.
- ¿Crees que es mejor eso que aceptar mi
nombramiento?
- Estoy absolutamente
segura. Teniendo a un hombre de paja en la alcaldía, vas a mandar en el
Ayuntamiento y en la jefatura. Por otro lado, no tendrás que soportar las
quejas, reclamaciones y gaitas de los vecinos. Irás aumentando tu experiencia
política sin desgastarte. Y lo más importante, estarás en situación de afianzar
y mejorar tus relaciones políticas en Valencia. Con todo ese bagaje, cuándo
dentro de unos años te consideres preparado y haya más bonanza económica, será
el momento de acceder a la alcaldía. Si lo piensas, lo único que harás será lo
que Benjamín hizo durante muchos años, mandar por persona interpuesta. Creo que
es la mejor forma de no quemarse políticamente.
- Sabes, Lola, qué me estás convenciendo… -
responde Gimeno, que queda pensativo por unos instantes hasta que un sonrisa le
ilumina la cara -. Creo… que ya tengo a nuestro hombre, ¿qué te parece Fernando
Marín?
La
mujer reflexiona sobre el nombre que acaba de dar su marido. Es un administrativo
de correos ya jubilado. Un hombre sin ambiciones, sin planes de futuro, sin
hijos y con una mujer que, por lo que la ha tratado, cree que no es de las que
espolean las ambiciones maritales. A todo ello hay que añadir que los Marín,
pese a la diferencia de edad, son buenos amigos de los Gimeno y Fernando siente
una indisimulada admiración por José Vicente.
- Esposo, estoy orgullosa de ti. Creo que has
dado de lleno en la diana. Ya tenemos candidato a la alcaldía.
A Gimeno le cuesta poco convencer a Marín de
que es el hombre más idóneo para ser alcalde: tiene una formación superior a la
de la mayoría de la gente del pueblo y todo el tiempo libre del mundo, con lo
cual dedicar unas horas al Ayuntamiento incluso le servirá de distracción.
Especula, como sin darle importancia, con que seguramente a María Eugenia, la
mujer de Marín, le encantará acompañarle en los actos oficiales en los que
asistan las esposas y, por supuesto, contará con toda su ayuda, tanto política
como personal, en todas las gestiones que haya que llevar a cabo. Para que no
le quepa ninguna duda de su absoluta amistad y apoyo todos los días departirán
un ratito para ver cómo andan los asuntos locales y entre los dos encontrar las
mejores soluciones. Cuando Marín acepta, Gimeno corre a contárselo a su mujer.
- Vida mía, tenemos
candidato a alcalde. Me costó un poco convencerle, pero lo conseguí. Solo espero
que a María Eugenia no se le suba a la cabeza lo de ser alcaldesa y le coma el
coco al marido de que quién manda en el pueblo es él.
- Por María Eugenia
no te preocupes. Ya me encargo de ella. Sé cuáles son sus puntos débiles.
- Solo nos resta un
fleco por cubrir, rodear a Marín de algunos concejales que tengan buena prensa
en el pueblo y que sean bien vistos por la mayoría.
- Bien pensado,
marido. A este paso voy a tener que pedir la baja como asesora y conformarme
con ser ama de casa.
- Lola, el día que
pidas la baja, un minuto más tarde dimitiré del cargo.
- ¿Tanto valoras a la
cabecita loca de tu mujer?
- Te lo demostraré
esta noche – responde con maliciosa sonrisa.
- Te lo recordaré
luego por si se te olvida.
- No te inquietes, no
se me olvidará. Lo que si hemos olvidado con tantos juegos florales es
concretar qué hacemos sobre el equipo más adecuado para acompañar a Fernando.
- Convendría que
fuera gente popular, que todo el mundo conozca, que estén bien vistos y, lo más
importante, que sepan quién tiene la sartén por el mango.