En las primeras horas del dieciséis de
agosto, todavía de noche, el comandante del puesto de la Guardia Civil de
Torreblanca se dispone a tomar declaración a un trío, al que ha bautizado como
los pichones, que en principio parecen tener alguna relación con las últimas horas
de vida de Francisco Salazar. En el cubil de interrogatorios y con cara
destemplada están, silenciosos y taciturnos, Rocío Molina, Anca Dumitrescu y
Vicente Fabregat. Ninguno de ellos conoce el deceso de Curro, por eso Rocío cree
que el hecho de que les haya buscado la Guardia Civil debe de ser por la
sustracción del maletín de su exnovio. Alguien ha debido denunciar su robo. Piensa
mantener la historia que le contó al lila de Vicentín: se lo han llevado para
abrirlo por si allí estaba la tarjeta sanitaria de Salazar que no han
encontrado en el resto del equipaje y que va a ser necesaria si hay que ingresar
a Curro en un hospital. A su vez, Anca también cree que la causa de que estén
en el cuartelillo de los civiles es el dichoso maletín. Ha pensado que el hecho
de que no lo hayan conseguido abrir les va a ayudar pues lo pueden devolver sin
haber tocado nada de dentro, solo que ahora está bastante abollado, pero por
unas abolladuras no les pueden hacer gran cosa. Vicentín es de los tres el que
está más perdido, no tiene ni remota idea de porqué los han llevado al
cuartelillo, pero a la vez es el más cabreado porque sabe que ya debe estar
corriendo por el pueblo como un reguero de pólvora la noticia de que al hereu de los Fabregat lo han llevado a
la casa-cuartel. Y eso es algo que a sus padres les va a enfadar muchísimo. “Anca
me va a tener que dar muchas explicaciones y lo mismo la andaluza de los
cojones”, se dice. En esas, entran en el cuartito el guardia civil que los
localizó y un sargento con cara de malas pulgas. El trío mira al suboficial con
aprensión y una pizca de miedo.
-Buenos
días, me llamo Hernando Bellido y soy el comandante del puesto. Veamos…
-Perdone
Bellido –le interrumpe Rocío con tono falsamente enérgico-, pero quiero preguntarle
si estamos detenidos –La andaluza tiene la vaga idea de que para detener a un
ciudadano hay que haber cometido un delito o la policía debe tener suficientes motivos
de la existencia de un delito y de la participación en él de dicha persona.
-Le ruego
que se dirija a mí como sargento y no, no están detenidos, se trata de hacerles
algunas preguntas en relación con el extinto señor Salazar.
-¿Extinto?
–al parecer Rocío no conoce ese vocablo, pero Vicentín que sí sabe lo que quiere
decir se pregunta qué tendrán que ver ellos con ese tal Salazar, sea quien sea
y esté vivo o muerto.
-Me refiero
a que están aquí para que nos cuenten si en el día de ayer, quince de agosto,
tuvieron algún tipo de contacto con el fallecido Francisco Salazar Jiménez.
-Yo no
conozco a nadie que se llame así –salta Anca como un resorte.
-Yo…, yo
tampoco –la secunda su novio.
Para Rocío, que es la única del trío que sí
conoce el verdadero nombre del que se hacía pasar por Francisco Martínez, la
noticia de que su exnovio ha muerto ha supuesto un auténtico mazazo. Cuando se
repone pregunta:
-¿Está
disiendo que Curro…, quiero desir que Fransisco Salasar ha muerto?
-¿No lo
sabían ustedes? –Ahora el sorprendido es el sargento que piensa que el hecho de
que esos tres pichones desconozcan el óbito de Salazar le obligará a dar un
giro significativo al esquema de interrogatorio que tenía en mente.
Anca y Vicentín, casi al mismo tiempo, caen
en la cuenta de que el tal Salazar debe de ser quienes ellos conocían como
Martínez. Para cerciorarse, la joven rumana que ya se ha repuesto de su inicial
temor formula directamente la pregunta:
-¿Ese
Francisco Salazar es el huésped de la habitación 16 y que conocíamos como señor
Martínez?
-El mismo.
-Pero no es
posible, estaba fastidiado por su problema de las fracturas de costilla, pero se
estaba recuperando muy bien –afirma Anca.
-Pues ha
fallecido y en unas circunstancias que no están del todo claras. Y dime –el
sargento ha pasado al tuteo-, tú eres Anca la que arreglaba su habitación, ¿no
es eso? –Ante el asentimiento de la muchacha el suboficial continúa preguntando-.
¿Cuándo estuviste en la habitación del fallecido?
-La primera
vez cuando hice la habitación aprovechando que había bajado a desayunar. Yo
estoy encargada de arreglar las habitaciones pares de la primera planta, por
eso tenía a mi cuidado la habitación 16 que es la del señor Martínez… bueno, o como
se llame. Le vi en el comedor y se encontraba bien, hasta me gastó alguna
broma.
El sargento ha tomado buena nota de lo de la
primera vez. Después de la primera vienen otras.
-¿Y cuándo
fue la segunda vez?
-A eso de
las dos menos cuarto cuando le llevé el almuerzo. Le dejé la bandeja y me bajé
inmediatamente. Ese mediodía teníamos el comedor a tope.
-¿Y volviste
a subir a su cuarto?
Instintivamente Anca mira a Rocío antes de
contestar. El sargento toma nota mental de esa mirada. “Estas dos han estado
juntas en la habitación del muerto”, se dice. La camarera vacila.
-Claro, subí
a recoger la bandeja. Serían las tres y algo.
-¿Y
hablasteis?
-No. Estaba viendo
la tele y yo seguía teniendo mucho curro en el comedor, así que me limité a
coger la bandeja e irme.
-Y después
de recoger la bandeja del almuerzo, ¿volviste a subir? – el sargento le aprieta
las tuercas a la joven que vuelve a mirar a la andaluza la cual rehúye la
mirada. Anca vacila, no sabe que puede ser mejor, sí contarle al sargento la
verdad o, al menos, parte de ella o mentirle descaradamente. La Guardia Civil
tiene en el pueblo fama de que termina averiguando lo que quiere saber. Piensa que
la mala pécora de la andaluza la ha metido en un buen fregado, pero que al fin
y al cabo ella no ha hecho nada, salvo ayudarla a intentar abrir el maletín del
pobre señor Martínez. El suboficial espera pacientemente a que la joven rumana
conteste, pero al no hacerlo la insta.
-Jovencita,
no tenemos toda la noche. Repito: ¿volviste a subir a la habitación 16?
Anca vuelve a mirar a Rocío que nuevamente
aparta su mirada. También mira a Vicentín que le devuelve otra mirada llena de
interrogantes. De repente se le ocurre que lo que puede hacer es contar el
relato que se inventó la andaluza sobre la tarjeta sanitaria de Martínez. Piensa
que a Rocío no le va a gustar, pero se dice: “¡qué se joda!”.
-Verá,
sargento, volví a subir porque me lo pidió aquí la Rocío –y lo dice señalando a
la andaluza-, que es novia del señor Martínez, o como se llame, porque
necesitaba encontrar los papeles de la Seguridad Social por si había que
ingresarle en el hospital de Castellón.
En ese momento, el suboficial se da cuenta de
que está cometiendo un fallo garrafal en su interrogatorio, hacerlo con los
tres juntos. Y toma una inmediata medida correctora: separar a los tres
pichones y tomarles declaración de uno en uno.
-Bueno, vamos
a ir por partes. Braulio, llévate a la señora Molina a mi despacho y te quedas
con ella. Y dile a Gregorio que lleve a Fabregat al cuarto de guardia y que se
quede con él. Yo me quedo con Dumitrescu.
-A tus
órdenes, mi sargento.
El hecho de quedarse sin el soporte de sus
dos compañeros de aventuras, por llamarlo de alguna manera, pone nerviosa a
Anca por primera vez desde que el guardia los encontró en el almacén de
Vicentín. Mira al sargento con desconfianza y se pregunta qué va a pasar ahora.
El suboficial decide ponerse en modo de poli bueno para ganarse la confianza de
la joven y da un giro táctico a su interrogatorio.
-Anca, ¿a
qué hora has salido de la habitación 16?
-Sobre las
siete de la tarde, más o menos.
-¿Y cuándo
has cenado?
-No he
cenado, a eso de las nueve tomamos un tentempié.
-¿No tienes
hambre?
-Pues ahora
que lo dice, sí señor sargento.
El suboficial llama a un agente y le encarga
que pida unos bocadillos y unos botellines de agua y de refrescos a alguno de
los paradores del pueblo sitos en la N-340 y que están abiertos las veinticuatro
horas. Después, en vez de seguir linealmente su interrogatorio efectúa un
pequeño cambio.
-¿De qué
conoces a Rocío Molina?
La joven le cuenta sus contactos con Rocío,
pero le oculta que aceptó el soborno de la andaluza para introducirla en la
habitación de Martínez sin que la viera la patrona. Y le sigue contando que Rocío
aseguraba que era la novia de Martínez, aunque la primera vez que los vio
juntos él afirmó que habían sido novios, pero que ya no lo eran. Visto que la
rumana parece haberse tranquilizado, el sargento vuelve al hilo inicial del
interrogatorio.
-Y desde las
siete que has salido de la habitación del fallecido, ¿qué has estado haciendo?
Anca cuenta que fueron al almacén de su
novio -se dice que es mejor hablar en presente de su relación con Vicentín pues
cree que eso la puede ayudar- para intentar abrir el maletín con un taladro
eléctrico, pero resultó que no encontraron la broca adecuada para ello por lo
que no pudieron abrirlo. Que estuvieron discutiendo qué hacer y que su novio
comentó que en la herrería de Bellés lo podrían abrir fácilmente, el problema
era que al ser festivo estaría cerrada. Luego a Vicentín se le ocurrió que lo
que podían hacer era buscar al herrero y pedirle que fuera a su taller y les
abriera el maletín. Estuvieron buscándolo por medio pueblo pero no lo
encontraron por lo que volvieron al almacén. Y allí se quedaron y volvieron a
intentar abrir el maletín hasta que los encontró el guardia.
-¿Y no os
enterasteis de que había muerto el señor Salazar?
-No, señor
sargento, se lo juro. La primera noticia nos la ha dado usted.
En ese momento el suboficial nota el
cansancio de las muchas horas de servicio por lo que decide suspender los
interrogatorios y dar una cabezadita, piensa también que pasar toda la noche en
el cuartelillo ablandará a los tres pichones.
PD.- Hasta
el próximo viernes