"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de junio de 2013

1.6. ¿Por qué cayó Sergio?



   Mientras Tormo cuenta a los dos reporteros las circunstancias en las que se construyeron algunos de los edificios de la costa, en el bar del pueblo, donde siguen sentados Sergio y la pareja de jubilados, se ha instalado el silencio. El camarero tarda en llegar y el mutismo comienza a resultar incómodo. Lo rompe Francisco:
- ¿Y qué hicisteis con aquel piso tan majo que comprasteis en los Arrayanes? Todavía me acuerdo de lo contento que te pusiste cuando te dije que podías distribuir la instalación como te petase - Francisco está al cabo de la calle de lo que pasó con el apartamento, pero es una manera de romper el silencio y ayudar al joven a que se sienta menos violento mientras traen la comanda.
- Terminaron desahuciándonos y se lo quedó la caja, todavía les debo un montón de pasta que, tal como está el patio, la van a cobrar cuando las ranas críen pelo - Sergio termina la frase con una ronca carcajada que suena más a desesperanza que a burla.
- Bueno, Dios aprieta pero no ahoga, como suele decirse. Eso de los desahucios está muy de moda. No hay día que no se vea a los del juzgado en compañía de los municipales llamando a alguna puerta. Es como una epidemia, llega a todas partes. Mira, esa es una de las pocas ventajas que tenemos los viejos, como nuestras hipotecas terminamos de pagarlas hace un porrón de años ya no pueden desahuciarnos, pero la gente joven la verdad es que lo tenéis jodido.

   Inopinadamente, interviene Lisardo que, con gesto agrio y voz un tanto áspera, exclama:
- A quienes tenían que echar de sus casas y desahuciarles hasta los calzones es a los cabrones usureros de los bancos y de las cajas que son los que tienen la culpa de todo. ¡Me caguen sus muertos! - apostrofa airadamente.
- Es que Lisardo es uno de los que han timado con la estafa esa de las preferentes - justifica Francisco -, de ahí su cabreo. Y tiene toda la razón del mundo para quejarse – El antiguo patrón de Sergio prefiere dar un giro al sesgo que ha tomado la conversación y pregunta -. Oye, ¿y dónde vivís ahora? 
- En un piso de los del barrio viejo. Mejor que un piso habría que decir que es un tabuco, pequeño, mal ventilado, sin luz…; en fin, un antro, pero es lo único que podemos pagar y gracias a que mis padres nos ayudan, que si no ni eso.
- Tu abuelo era Andrés el Punchent, ¿verdad? - interroga Lisardo que, ante el mudo asentimiento del joven, añade -. Una gran persona tu abuelo, muy trabajador y un hombre cabal.
- Oye, hablando de tu abuelo que en gloria esté, ¿y por qué no te has ido a vivir a su casa? Es vieja pero espaciosa - afirma Francisco.
- Ya no es de la familia. A mi abuelo lo convencieron para que hiciera una hipoteca inversa sobre la casa y cuando murió se la quedó la aseguradora. Ni mi madre ni sus hermanos reunieron dinero suficiente para rescatarla.

   A todo eso, llega el camarero con la comanda. Sergio, despreciando de momento el vino, devora el bocadillo en un santiamén. Tal es su ansia que hasta se atraganta un poco. El señor Francisco mira de reojo a Lisardo quien parece leer el mensaje que hay en sus ojos y hace un gesto de asentimiento.
- Pepe - vuelve a llamar al camarero -, tráenos unas almendras y otro bocata.
- Los calamares se han terminado, señor Francisco, tendrá que ser de chóped o de panceta.
- De lo que sea, pero no que no racaneen en la medida.
- Gracias, señor Francisco - la mirada vidriosa de Sergio parece que se ha vuelto un tanto húmeda.
   En cuanto termina el segundo bocadillo, Sergio se despide de la pareja de jubilados, no sin antes volver a pedir:
- ¿Me dan otro cigarrito?
  
   Nada más alejarse Sergio, Lisardo pregunta:
- Oye, Paco, y si ese chico era tan bueno como dices, ¿por qué  lo despediste?
- Verás, durante unos años fue de lo mejorcito que tuve, cumplidor, honrado, servicial, con iniciativa; con decirte que con poco más de veinte años lo hice capataz está dicho todo. Todo eso desapareció cuando empezó a empinar el codo más de lo debido. Luego llegaron los porros, las pastillas, la coca y, según me contaron, al final se metía todo lo que pillaba. Total, que comenzó a llegar tarde y alguna vez ni siquiera apareció por el tajo. Encima los días que venía o estaba con resaca o medio zumbado por la droga. La cuadrilla que dirigía se le fue de las manos y tuve que rebajarlo a peón. Hasta que Dimas, pese a que le caía muy bien, dijo que hasta aquí hemos llegado. No me quedó otra que darle el finiquito. Ah, y un detalle, podría haberme llevado a la magistratura de trabajo por despido improcedente, pero no lo hizo. Al final tuvo la suficiente vergüenza torera. Por eso me sigue pareciendo buena gente.
- ¿Sigue enganchado?
- Mi sobrina Verónica me contó que sus padres le pagaron, y también a su chica, una cura de desintoxicación, pero ya sabes que hablar de rehabilitación total de un drogadicto es mucho decir. Y lo más curioso es que ahí donde lo ves, con esa pinta de drogata que echa pa tras, iba para ingeniero y mira como ha terminado.
- La droga es terrible. Convierte a un hombre cabal en una piltrafa.
- Antes que la droga, la culpa la tuvo el putón verbenero con la que se juntó. Una chica de los Vercher, los debes de conocer. Le sorbió el seso, que el chico lo tenía y con mucho fundamento, y cambió los estudios por un trabajo de instalador. Era competente y por eso ganó sus buenos dineros, pero entre la moza, que es de las que tienen un agujero en cada mano, y las malas compañías con las que se juntaron ya ves cómo ha terminado: sin estudios, sin trabajo, sin piso y medio colgado del canuto o no sé si de algo peor.
- ¡La puta crisis! - acusa rotundamente Lisardo.
- ¡Qué coño, es muy fácil echarle la culpa de todo a la crisis! - se revuelve Francisco -. Cierto es que ha ayudado mucho al desastre, pero no es la única causa de que el Sergio se echara a la mala vida. Al menos en este caso hay otra culpable, ya te lo he dicho, la pájara con la que se encoñó. Una moza con mucha pechuga y poca cabeza, esa es la que lo ha llevado a la ruina. Cuando un tío se junta con una mala mujer casi siempre acaba jodido y bien jodido.
- Me has hablado de la vida del Sergio a cachos, un día me la has de contar entera – pide Lisardo.
- Es una historia más larga que un día sin pan y más triste que la Dolorosa. Verás, la primera persona que me habló de Sergio Martín fue…