Alfonso Grau no acaba de creerse lo que le cuenta Martín Esteller,
piensa si no será una de las muchas historietas en las que el barbero convierte
un grano de mostaza de realidad en una enorme planta de inventiva. Está
convencido de que si hay un matrimonio en Senillar que formen una pareja poco
menos que modélica es la constituida por José Vicente y Lola. Les ha tratado lo
suficiente para saber que si algo puede achacárseles es que están muy por
encima de la mayoría de matrimonios de la localidad. José Vicente es
inteligente, de fácil palabra, se le dan muy bien las relaciones públicas y si
algo puede reprochársele es que se ha convertido en un político profesional de
los que sostienen que el fin siempre justifica los medios. En cuanto a Lola es
una mujer espléndida en muchos sentidos: encantadora, inteligente, sensible,
buena conversadora y si habría que ponerle algún pero sería el que a veces se
muestra excesivamente sinuosa. Ha ido pensando todo eso después de lo último
que ha dicho el rapabarbas: apechugar con los cuernos.
-
¿Cuál de ambos tiene que apechugar con los cuernos? – quiere saber el
veterinario.
-
Ahí está uno de los poblemas – Esteller vuelve a dar patadas al diccionario – más
gordos. Si fuera ella la cosa tendría menos pelendengues porque como es sabido
a los hombres nos gusta mojar en más de una salsa, pero lo jodido del caso es
que los cuernos son de él y eso ya son palabras mayores.
-
¿Qué Lola le ha puesto los cuernos a José Vicente?, no sé si creérmelo.
-
Lo que yo le diga, don Alfonso, lo que yo le diga.
-
Pero, bueno, Martín, ¿acaso los ha visto usted encamados?
-
Don Alfonso, no me ofenda. Una cosa es que me guste darle a la sin hueso. Al
fin y al cabo eso forma parte de mi oficio. Y otra muy distinta es que sea un alcahuete.
Hasta ahí no llego.
-
¿Entonces cómo está tan seguro de que Lola ha engañado a su marido?
-
Le podría responder que lo sé porque es lo que se cuenta en todas las esquinas
del pueblo, pero por lo que estoy realmente seguro es porque en ese mismo
sillón en el que está usted sentado hace tan solo unos días estaba el fulano que
le ha puesto a Gimeno unos cuernos más grandes que los de un Miura.
-
O sea, que usted admite como prueba incontestable de un adulterio la confesión
o el farol de cualquier cantamañanas que va por ahí jactándose de que ha hecho
esto o lo otro. Eso no me parece serio, Martín. Hay que ser más riguroso en lo
que se cuenta, sobre todo cuando puede afectar a la honra de una mujer como
Lola Sales y al honor de un hombre como José Vicente Gimeno – A Grau le ha
dolido lo que barrunta que puede ser una ligereza del fígaro que, con tal de
dar palique a un parroquiano, es capaz de inventarse cualquier cotilleo.
-
Perdone, don Alfonso, no he querido molestarle con mis palabras. Razón tienen
cuando dicen aquello de que en boca cerrada no entran moscas. Como si no
hubiese dicho nada – El barbero se calla y continúa con su trabajo.
Grau piensa que quizá se ha pasado un poco
en la reprensión y no quiere que Martín, a quien ha llegado a apreciar, se quede
disgustado, por eso no da por terminado el asunto:
-
De todas formas, Martín, le confieso que tiene usted una habilidad inigualable
de despertar mi curiosidad. Ha dicho que el supuesto burlador – esto no lo va a
entender, se dice Grau -, el que ha puesto los cuernos se lo ha contado a
usted. Y ese fulano supongo que tendrá un nombre.
-
Si señor, lo tiene, y hasta dos apellidos como todo españolito – La respuesta
del rapabarbas ha sido más bien seca y no ha añadido nada más.
-
Bueno, no puede usted dejarme en ayunas. Ya que me ha contado lo más, el
supuesto adulterio y sus víctimas, también debe contarme lo menos: el tenorio
que ha sido el causante.
-
¿Sabe uno de los efectos de los cuernos, don Alfonso? – El barbero no parece
que tenga ninguna gana en darle el nombre del burlador -. Un viejo cliente me
contaba que cuando estuvo en la guerra de África tenía un sargento que, cuando
se hablaba de cornamentas, siempre solía citar a un famoso escritor, cuyo
nombre no recuerdo, que escribió que los cuernos son como los dientes, que al
nacer duelen pero que luego ayudan a comer. Bien, pues en este caso ni siquiera
existe ese consuelo.
-
¿Por qué?
-
Porque el tenorio, como usted llama al que ha colocado los pitones, no le puede
dar pan al que ha convertido en cabrón, solo berrinches y mala leche, mucha
mala leche.
Visto que el fígaro se empecina en no dar el
nombre del supuesto donjuán y con su curiosidad a flor de piel, Grau insiste:
-
Bueno, Martin, toda relación adúltera siempre está formada por un trío: el
engañado o engañada, el adúltero o adúltera y el engañador o engañadora. ¿Va a
decirme o no el nombre que falta para completar el trío?
-
Don Alfonso, si me lo pide así yo le digo lo que usted quiera. Faltaría plus.
El tenorio de marras es Rafael Blanquer. En el sillón que usted ocupa ahora
alardeó de cómo se estaba tirando a la mujer del jefe local del Falange y, no
contento con eso, lo contó con todo lujo de detalles, tantos que si no es
cierto lo que dijo es que me estoy volviendo mochales.
-
Ah – es cuanto dice Grau, un mucho asombrado por la revelación.
El veterinario sale de la barbería con el
pelo recién cortado y su fe en el género humano también bastante recortada.
¿Lola Sales liada con un petimetre como Rafa Blanquer? Un cantamañanas que no
le dio jamás un palo al agua, un tío más superficial que las caras de un
polígono, un tipo decadente que lleva impreso en el rostro la huella del vicio.
Un fulano sin consistencia, ni hombría ni ambiciones. No puede ser. No se lo
cree. Sabe que para gustos están los colores, pero es que lo que le ha contado
el barbero es poco creíble. Tendrá que quedarse con la duda porque no es algo
que se deba ir preguntando por ahí. ¡Solo faltaría que se le relacionara con
semejante escándalo! De pronto, un nombre le viene a la cabeza. Hay una persona
cuya discreción tiene más que probada y que, sin ser una chismosa, suele estar
al corriente de cuanto ocurre en el pueblo, la novia del que pronto será su
cuñado, Pilarín Vives.
-
Pilarín, sabes que no me gustan los chismorreos, pero esta mañana me han
contado uno en la barbería que no acabo de creerme. Y lo cierto es que han
conseguido que me picara la curiosidad. Solo a ti me atrevo a preguntar algo
que no me atañe en absoluto, pero que me gustaría que me lo confirmaras o que
lo desmintieras. Bueno, y ya está bien de circunloquios. Lo que me han dicho, y
me lo han asegurado como cierto, es que tu amiga Lola Sales tiene un romance,
por decirlo de manera fina, con Rafael Blanquer. ¿Sabes algo o no es más que el
clásico bulo para hacer daño?
-
¿A ti también te ha sorprendido?, pues puedes imaginarte la sorpresa de los que
tratamos a Lola con cierta asiduidad. Parece que sí, que es cierto. Al menos,
todos los datos que se conocen apuntan a ello. De hecho, la propia Lola le ha
contado a una de sus íntimas que no se va a ir con José Vicente a Valencia y
que él se lleva a la niña. Y, al parecer, añadió más, dijo que si estuviéramos
en la República ya se habría divorciado. Y para completar la falla, y enredar
más este lío, también se rumorea que los Arbós han tenido algo que ver en esa
historia tan lamentable, que han sido ello los que han espoleado a Rafa para
que le pusiera los cuernos al marido.
-
Esto último no me cabe en la cabeza, no lo entiendo.
-
Está claro, un individuo al que todo el mundo señala como cornudo queda
desprestigiado y un hombre así no puede seguir siendo jefe local del Movimiento
y mucho menos el cacique de facto del pueblo. Hasta le han sacado un remoquete,
ahora le llaman “El Manso”. Blanco y en botella.
Días después, Grau le cuenta a su novia la
adulterina historia del trío formado por José Vicente, Lola y Rafael. Beatriz
le da otras pistas que arrojan más luz sobre la aventura.
-
Lola, con la que sabes que llegué tener
una buena amistad, aunque aparenta ser alguien que todo lo controla, es una
mujer de sentimientos volcánicos. Rafael Blanquer fue su primer novio y, estoy
convencida, de que también ha sido el único. Se casó con Gimeno para no
convertirse en una solterona, pero dudo mucho de que estuviera enamorada de él.
Lo que pongo en cuarentena es la intervención de los Arbós. No por ellos, que
retorcidos lo son un rato, sino por el necio de Blanquer que es de los que piensa
con la bragueta. Aunque de cierta gente de Senillar, que son capaces de todo
para alcanzar el poder, te lo puedes
esperar todo.
-
Como diría Unamuno: ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!