La portada de la edición on line de El Mundo del diez de
diciembre trae muchas noticias, pero a Ponte apenas si le parecen relevantes
tres o cuatro. Los dos primeros titulares tratan de informaciones que no le
interesan en absoluto: una es el escándalo Arístegui-De la Serna, el enésimo
caso sobre una posible corrupción de servidores públicos; el otro, una promesa
electoral, en este caso de Rajoy que promete eliminar el IRPF a quienes
trabajen más allá de los 65 años. Por prometer que no quede, piensa Ponte. Se detiene
algo más en una noticia relativa al medio ambiente, SOS: España se está quedando sin agua. Esto sí que puede ser
dramático, se dice el viejo. Vamos a terminar formando parte del Sahara. Cierra
el ordenador porque no tiene la cabeza para otra preocupación que no sea la
visita que han de hacer a la Brigada de Patrimonio donde los inspectores del
Caso Inca les esperan para interrogarles. Ha estado dudando en sí contárselo o
no a Clarita, al final opta por no decirle nada. Se lo contará a toro pasado.
Los cuatro amigos han quedado para desayunar
en Casa Manolo, casi al final de Princesa. Desde allí tomarán el metro para
acudir a la cita de los Sacapuntas. Están todos nerviosos, se les nota. Hasta
Grandal lo está, pese a que por su pasado como policía debería estar habituado
a reuniones como la que van a mantener, pero lo está porque en esta ocasión se
situará al otro lado de la mesa, no donde los interrogadores sino donde los
interrogados. Y no se siente cómodo en ese papel para él desconocido.
Los inspectores que coordinan el Caso Inca le
han pedido a Bermúdez que también asista a la reunión dado que fue el primer
depositario de las confidencias hechas por Grandal, pero el comisario jefe de
Moncloa-Aravaca ha eludido la invitación amparándose en el mucho trabajo que
tiene programado en la comisaría para esta mañana. Presupone que la entrevista
será dura, sino desagradable, y no le apetece volver a enfrentarse con su
antiguo jefe. Los policías también han decidido que será Bernal, mucho más
coriáceo que Atienza, quien dirigirá el interrogatorio de los jubilados.
El clima de la reunión es
tenso y un punto amenazante. Para empezar, Bernal lee al cuarteto de jubilados los artículos del Código
Penal que han podido transgredir, así como las medidas que puede tomar la jueza
de instrucción contra ellos. Lo que trata es de amedrentarles para que se
sientan vulnerables y de esa manera obtener de ellos toda la información de que
disponen.
Quien lleva la voz cantante
de los jubilados es Grandal, así lo han acordado los cuatro amigos cuando
desayunaron. El excomisario cuenta, punto por punto, todas y cada una de las
pesquisas que han llevado a cabo y de cómo realizaron las oportunas
investigaciones. Explica que no se valieron de otros medios que aplicar las
viejas recetas de la policía: paciencia, tenacidad, intuición y buscar lo que
siempre deja huella: el dinero. En algún momento les sonrió la suerte, pero
poco más. Esa explicación encabrona todavía más a Bernal y hace que se muestre más
duro y, hasta en algún momento del interrogatorio, desconsiderado con Grandal,
éste no pierde la serenidad y demuestra que tantos años en el oficio le han
servido para saber templar los nervios.
- ¿Entonces, no hay más? – repregunta Bernal una vez más.
- No hay más. Todo cuanto sabemos sobre el robo del Tesoro Quimbaya
es lo que hemos declarado. No nos hemos dejado nada en el tintero.
Bernal mira a Atienza que
asiente con los ojos. Blanchard, a su vez, se encoge de hombros, todavía está
un tanto atónito ante lo que lo que acaba de escuchar. Piensa que por mucho que
España pertenezca a la Unión Europea y tenga como moneda el euro, los españoles
siguen a años luz de ser auténticos europeos. Allí está la muestra. Bernal
vuelve a recordar al cuarteto el articulado del Código que han podido vulnerar
y les insta a que abandonen de inmediato cualquier clase de investigación o
actividad relativa al Caso Inca.
- Otra cuestión. Les vamos a poner protección, al menos durante unos
días hasta ver cómo evolucionan los acontecimientos. La jueza de instrucción
les va a citar inmediatamente y tendrán que repetir lo que nos acaban de contar
para que conste en el sumario del caso. Y ahora vuélvanse a sus domicilios y no
cometan más tonterías. Dedíquense a jugar a la petanca, al tresillo o a lo que
jueguen los jubilados. Se terminó lo de jugar a policías. El juego se ha vuelto
demasiado peligroso. Ah, y no salgan de Madrid sin que previamente nos hayan
informado.
- Yo suelo ir los fines de semana a Villaviciosa de Odón, ¿puedo
seguir haciéndolo? – pregunta con tono ingenuo Ballarín. No hay respuesta
verbal, la mirada que le echa Bernal vale por la negativa más rotunda.
Cuando salen de la Brigada,
el único del cuarteto que parece algo mustio y alicaído es Grandal. En algún
momento del interrogatorio, las duras palabras de Bernal han lastimado su ego
profesional. Deciden volver a Arguelles y mantener un cambio de impresiones en
la cafetería Van Gogh.
- Pues tampoco ha sido para tanto – opina Álvarez.
- A mí el tal Bernal me ha parecido bastante grosero, sobre todo por
la manera en que le ha faltado el respeto a Jacinto – se lamenta Ballarín.
- Toda esa sarta de tipos penales que, al parecer, hemos conculcado,
¿eso es cierto, Jacinto? – quiere saber Ponte.
Grandal al ser requerido
directamente se ve en la necesidad de contestar. Hasta el momento es el único
que no ha dicho palabra.
- Habría que analizarlo detenidamente, pero a bote pronto creo que
Bernal se ha pasado varios pueblos. Lo que ha intentado es meternos el miedo en
el cuerpo para que no sigamos con nuestras investigaciones, pero estad
tranquilos que no nos van a hacer nada. No hemos transgredido ninguna norma y
nadie puede prohibir que unos ciudadanos colaboren con la justicia que, en definitiva,
es lo que hemos hecho. Lo que pasa es que los Sacapuntas están cabreados porque
nosotros hemos logrado lo que ellos no han sabido conseguir: descubrir la primera
pista sólida del robo del tesoro. Eso es lo que les escuece.
- ¿Os habéis fijado en el franchute? – hace notar Ballarín -. No ha
dicho ni mu en todo el rato, pero nos miraba como si fuéramos una panda de
viejos chiflados.
- A mí, Jacinto, tus colegas me han caído gordos. Solo les ha faltado
decir que somos una pandilla de viejos inútiles y que solo estamos para sopitas
y buen vino – opina Álvarez.
- ¿Y ahora qué hacemos? – pregunta Ponte.
Los tres
viejos dirigen su mirada a Grandal, no en vano es el líder del equipo. Esperan
su respuesta. El excomisario cierra los ojos como para concentrarse en sus
pensamientos. Así está unos segundos que a sus amigos les parecen interminables.
- ¿Sabéis qué? Que el tal Bernal me ha estado tocando
los huevos, pero les va a salir el tiro por la culata. Querían acojonarnos y
que no volvamos a mover un dedo. Se han equivocado de medio a medio, pero antes
de seguir una pregunta: ¿estáis dispuestos a continuar investigando aunque ello
suponga correr algún riesgo?
La respuesta es unánime, aunque a Ballarín le
ha flaqueado la voz:
- Lo estamos.
- Bien, entonces vamos a seguir con nuestras
investigaciones y les vamos a demostrar a esos colegas de cartón piedra que
todavía tienen mucho que aprender. Los dos únicos cambios serán que a partir de
ahora actuaremos por parejas, dos se defienden mejor que un individuo aislado,
y que actuaremos con la mayor discreción posible.
Antes de que
Grandal pueda explicar en qué consiste el segundo cambio, Álvarez pregunta:
- Pero esos polis que nos van a poner de escolta se
darán cuenta de que seguimos investigando. ¿Cómo los despistaremos?
- La protección, si no ocurre algo anómalo, durará
tres, cuatro días como máximo. Tened en cuenta que tenemos unas elecciones
generales encima y que todos los efectivos con que cuenta Interior se van a
destinar a ese proceso. El otro cambio será que durante los próximos días jugaremos
a los jubilados. Es decir, vamos a llevar la vida que se considera habitual de
un pensionista. Solo saldremos de nuestras casas para ir a pasear, al Centro de
Mayores a jugar al dominó y a charlar. Por supuesto, los que tenéis nietos los
sacaréis a pasear como de costumbre. En cuanto estemos así tres o cuatro días ya
veréis como nos retirarán los guardaespaldas – Y Grandal remata su alocución
con una coloquial y castiza expresión caída hoy en desuso - ¡Esos pardillos se
van a enterar de lo que vale un peine!