El hombre parece absorto
haciendo un solitario y no ha oído a la mujer entrar en la salita.
- ¿Otra vez con los solitarios? ¿No te aburres jugando más solo que
la una? – pregunta la mujer.
Por toda respuesta, el
hombre se encoge de hombros y como el solitario no le ha salido vuelve a
barajar. La mujer sale del saloncito de estar refunfuñando por lo bajo. Al cabo
de un rato vuelve armada con la aspiradora. El hombre sigue con el mazo de
cartas en la mano.
- Búscate otro sitio que voy a pasar la aspiradora. Y mejor todavía
si te das una vuelta o te vas al bar. Esta mañana viene la asistenta y vamos a
poner la casa patas arriba.
Eso ocurrió anteayer, hoy el
hombre no está haciendo solitarios sino despatarrado en el sillón colocado
enfrente del televisor, parece muy interesado viendo un programa titulado: Empeños
a lo bestia.
- ¿Se puede saber qué te pasa? – pregunta la mujer -. Llevas varios
días que apenas sales de casa cuando antes no parabas un segundo. ¿Te has
peleado con tus amigos? ¿Ya no jugáis al dominó? – No es la primera vez que la
mujer le llama la atención sobre su radical cambio de comportamiento.
- No me pasa nada y tampoco he reñido con nadie. Lo que ocurre es que
no me apetece salir.
- Amadeo, no me tomes el pelo que te conozco demasiado. A otros
podrás engañar, pero a mí no. Que no te apetezca salir y que prefieras quedarte
en casa no me importa. Lo que sí me importa es esa cara de mustio que pones,
que parece como si se te hubiera muerto algún pariente cercano. Además, estar
todo el día encerrado en casa no es saludable, tienes que airearte.
- Tengo la misma cara de siempre, Asunción, y no necesito airearme,
ya lo haré el sábado en el chalet.
- Mira, Amadeo, no pienso discutir contigo, pero a ti te pasa algo y
has de contármelo. Soy tu mujer para lo bueno y para lo malo. Lo mejor es que
lo hablemos porque si no, ¿cómo voy a ayudarte? ¿Tú crees que estar todo el
santo día sin hacer nada más que mirar la tele o hacer solitarios puede ser bueno?
Si hasta hace unos días no parabas en casa más que lo imprescindible. Ese
cambio tan radical es porque algo te pasa y lo más sensato es que me lo
cuentes. Si tienes un problema entre dos será más fácil que lo podamos
solucionar.
La mujer se pone tan pesada
que al marido no le queda otra salida que contarle sus cuitas. Y es lo que hace
Ballarín: le cuenta a su esposa un resumen de su participación en las
investigaciones sobre el robo del Tesoro Quimbaya que junto a sus tres amigos
del dominó han llevado a cabo.
- Marido, todo eso ya me lo habías contado, como igualmente lo bien
que os lo estabais pasando jugando a policías de mentirijillas.
- Sí, pero lo que no te he contado han sido los últimos
acontecimientos.
Ballarín relata a su esposa
los asesinatos de Obdulio Romero y su cuñado, pasando por alto lo de las
mutilaciones. Y también que la policía sospecha que las pesquisas del cuarteto
han podido tener algo que ver con dichas muertes. Todo ello apunta a que ellos
también podrían estar en el punto de mira de los asesinos. Y eso no es lo
único, no solo podrían ir contra ellos sino también contra sus familias. Por
eso ha dejado a sus amigos, para no poner en peligro a los suyos. De ahí que
ahora no tenga nada que hacer, ni siquiera va a jugar al dominó porque
seguramente los amigos estarán cabreados y prefiere no afrontar sus reproches.
- Y Jacinto, que ha sido policía, ¿qué opina de todo eso, también cree
que corréis peligro?
- Jacinto opina que los atracadores son gente muy profesional y que
llevan a cabo sus acciones como si se tratara de una cuenta de resultados, en
términos de ganancias o pérdidas. Por eso cree que no les compensa en absoluto
meterse con nosotros y menos con nuestras familias, no ganarían nada.
- Eso parece bastante lógico. Vosotros no sois más que unos
jubilados. ¿Qué iban a sacar haciéndoos algo? Otra pregunta: ¿Jacinto, Manolo y
Luis también han dejado de investigar lo del robo?
- No, creo que siguen en ello.
- ¿Y tú porque no estás con tus amigos?
Ballarín explica a su esposa
la actitud que adoptó cuando Grandal les dijo que podían correr riesgos, tanto
ellos como sus familiares.
- … y les dije que no podía seguir en el grupo sin consultarlo con mi
familia, al menos contigo.
- Pero hasta ahora no me has consultado nada – replica la mujer.
- Creí que lo mejor era no decirte nada, y al mismo tiempo apartarme
de las investigaciones, así estaríamos a salvo de posibles represalias.
- Y a tus amigos que siguen investigando, ¿les ha pasado algo?
- No que yo sepa.
En ese momento, la mujer da
un giro insospechado a su interrogatorio:
- Vamos a ver, Amadeo, ¿cuántos años hace que eres amigo de Manolo
Ponte?
- No sé, pero calculo que unos treinta.
- ¿Y de Luis Álvarez?
- Algo menos, pero también una montonera.
- ¿Y te parece bien haber dejado tirados a tus amigos de media vida?
Es lo que menos esperaba oír
Ballarín de labios de su mujer.
- No los he dejado tirados. Ellos optaron por seguir a pesar de los
posibles peligros y en cambio yo opté por proteger a mi familia.
- Amadeo, no te pongas melodramático. ¿Crees que Luis o Manolo no han
pensado en los suyos? Supongo que si continúan es porque Jacinto les habrá
asegurado que sus familias no corren ningún riesgo ni, posiblemente, ellos
tampoco. Y mientras tanto tú estás aquí más aburrido que una ostra.
- Entonces, según tú, ¿qué tendría que hacer? – pregunta, perplejo,
Ballarín.
- Hacer las paces con tus amigos – Así de rotunda es la respuesta de
la mujer.
- No necesito hacer las paces. No me peleé con ellos.
- Mejor me lo pintas. Tú harás tu santa voluntad, pero ya que me
pides mi opinión lo que yo haría sería dejar de aburrirme en casa y volver a
juntarme con los amigos con los que tan bien te lo pasabas. Y eso sí, en el
mismo momento en que creyeras que corríais alguna clase de peligro lo dejaría
inmediatamente. Mientras eso no ocurra, estarás mejor con ellos que mirando la
tele o haciendo solitarios.
- Quizá tengas razón. Lo que no sé es conque cara me van a recibir.
- ¿De los tres con quien tienes más confianza?
- Con Manolo, claro.
- Entonces, lo que deberías hacer es llamar a Manolo y hablar primero
con él. Así te harás una idea de por dónde van los tiros.
Ballarín sigue el consejo de
su mujer y llama a Ponte. Quedan en verse en el Mercado de Moncloa, un bar de
tapas que está justo enfrente a una de las salidas de la estación de metro de
Moncloa. Se dan un abrazo como si hiciera años que no se hubiesen visto. Ponte
le cuenta cuanto lo han echado de menos y que, por descontado, tanto Luis como
Jacinto le recibirán con los brazos abiertos. Ninguno le guarda el menor rencor
por su marcha.
Los cuatro quedan en Casa
Manolo, al final de Princesa, para celebrar el reencuentro de la mejor manera,
comiendo a la carta, hoy nada de menú. Y pagarán a escote. Amadeo les cuenta la
verdad, que ha sido su mujer la que le ha impulsado a volver con ellos, que
estos pocos días en que ha estado solo se ha aburrido como un muermo y que si
no había vuelto antes era porque creía que le iban a echar en cara su fuga.
Grandal, a su vez, le cuenta lo que han estado haciendo en la última semana y
que la noticia más destacada ha sido la rememoración de Ponte al recordar el
acento sudamericano, posiblemente colombiano, del atracador que le amenazó el
día del robo. A todo eso y como ya están con los postres, el camarero les ha
dicho que la casa les invita a un chupito de lo que prefieran. A la hora de los
brindis, Grandal propone brindar por la vuelta del hijo pródigo.
- ¿Qué es eso del hijo pródigo? – pregunta Álvarez que es quien más
ha visitado la botella de Ribera del Duero que se han soplado.
- Es que la vuelta de Amadeo – responde Grandal - me ha recordado la
parábola del hijo prodigo que, junto con las parábolas de la oveja perdida y de
la moneda perdida, conforman una trilogía que recibe la denominación de
parábolas de la misericordia. Primero Amadeo se rebela, después se arrepiente y
luego encuentra el afecto de sus amigos. Esas tres parábolas también se llaman
de la alegría, denominación que cuadra perfectamente con la alegría que reina
en esta mesa por la vuelta del hijo pródigo.
- Me dejas de piedra, Jacinto – confiesa Ponte -, ¿y cómo sabes tú
tanto de los evangelios?
- Porque fui seminarista.
La cara de asombro que ponen
los tres es todo un poema. Era lo último que podían suponer de la biografía de
Grandal, que hubiese sido seminarista.
- O sea, que ibas para cura. ¡Joder, macho, qué pasada, como para
mear y no echar gota!