"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

66. Preparando la tormenta de ideas



   El lunes, dieciocho, los policías que coordinan el Caso Inca aprovechan la jornada para atacar en dos direcciones. Por una parte, tantean a aquellas autoridades que puedan saber algo sobre la autenticidad o no de las piezas robadas del Tesoro Quimbaya. Han de andar con pies de plomo porque en todos los casos se trata de superiores suyos y alguno de ellos con malas pulgas. No obtienen  ninguna información clara, solo respuestas ambiguas en el mejor de los casos, y hasta algún rapapolvo como el que les suelta la jueza instructora del caso, evidentemente molesta ante la pregunta. Todo ello les lleva a reafirmarse en que las piezas robadas son, casi con toda seguridad, meras réplicas. Por otra, al finalizar la tarde preparan todo lo necesario para que la tormenta de ideas que va a tener lugar al día siguiente, ya con la participación del excomisario Grandal, sea lo más exitosa posible.
   Cuando el trío de inspectores recapitula el conjunto de ítems a desarrollar en la tormenta de ideas se encuentra con la siguiente colección de preguntas:
1. ¿Por qué las autoridades ocultan que las piezas robadas no son auténticas? En ese apartado están, entre otras: la dirección del Museo de América, la jueza instructora, los mandos policiales que van desde el jefe de la Brigada de Patrimonio hasta el Ministro del Interior, y puede que hasta el Presidente del Gobierno.
2. ¿Cómo siendo tantas las personas que, presuntamente, están al tanto del encubrimiento la noticia no se ha filtrado a los medios?
3. ¿Cuáles pueden ser los motivos que les llevan a no hacer pública la noticia?
4. Si todo sigue igual, ¿cómo repercute ello en el esclarecimiento del caso?
5. ¿Qué podría pasar si se publicara la información de la no autenticidad de las piezas robadas?
6. Y cómo corolario del anterior ítem, ¿en su caso qué sería mejor para la investigación policial, publicar la noticia cómo información del poder ejecutivo o filtrarla a los medios como producto de una investigación de la prensa?
7. ¿Cuáles podrían ser las repercusiones que el anuncio de la no autenticidad podría tener en los ladrones y/o autores intelectuales del robo? 
   En tanto los policías se afanan preparado la tarea del día siguiente, Grandal, puesto que la reunión en Patrimonio la han programado para la tarde del martes, reúne a sus colegas de la investigación paralela para contarles cuanto ha sucedido después del interrogatorio que los policías sometieron a Ponte en la cafetería Van Gogh. Todos escuchan muy atentamente el relato del excomisario, quien al finalizar su narración les pide su opinión sobre cómo afrontar mejor la tormenta de ideas de la tarde. Antes de que opinen, Grandal quiere explicarles en qué consiste una lluvia o tormenta de ideas. Ante su sorpresa, resulta que tanto Álvarez como Ponte no solamente lo saben sino que en sus respectivas empresas, el Canal de Isabel II e Iberdrola, participaron en más de una. Solo hay que hacerle un sucinto compendio a Ballarín, quien nunca tuvo necesidad de utilizar semejante técnica de grupo en su negocio de ferretería.
- Y tú, Jacinto, ¿cuál crees que es la pregunta más interesante que podría hacerse? – pregunta Álvarez.
- Creo que hay dos preguntas que podrían ser importantes. Una es ¿por qué ocultan las autoridades que las piezas robadas no son las auténticas? La otra: ¿qué pasaría si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo en el museo? – y añade -. Y ahora vamos a hacer una minitormenta nosotros. ¿Quién tiene alguna respuesta a la primera pregunta? Os doy cinco minutos para que lo penséis.
   Los cinco minutos parecen haberse convertido en cinco segundos, así pasan de rápidos. Cuando Grandal, como si fuera un entrenador de baloncesto, dice: ¡tiempo!, Álvarez levanta presto la mano.
- El Gobierno no dice la verdad porque si en el mundo del hampa se sigue creyendo que el tesoro robado es el auténtico nadie volverá a intentar robarlo.
- En cambio, yo creo que no se hace público el cambiazo – dice Ballarín – porque así el Gobierno se quita de en medio la reclamación de Colombia. Si el tesoro lo tienen otros, las autoridades españolas se lavan las manos. Que lo reclamen a los que lo han robado. Vamos, como decíamos en la mili: a reclamar al maestro armero.
- No dicen la verdad porque seguramente piensan que si los ladrones creen que están en posesión de un tesoro como el Quimbaya pueden tratar de venderlo al mejor postor. Y entonces habrá más posibilidades de pillarles – apostilla Ponte.
- Interesantes puntos de vista – les adula Grandal, aunque piensa que las respuestas dadas son más bien disparatadas -, pero siendo sincero no me acaban de convencer. Y de la segunda pregunta, ¿qué tenéis que decir?
- ¿Cuál es la segunda? – pregunta Ballarín.
   Grandal piensa que alguno de sus viejos compañeros comienza a dar muestras de las señales propias de la senilidad, entre ellas la falta de memoria para los hechos recientes. Ahí tiene, como ejemplo, a Ballarín que no recuerda la segunda de las preguntas que hace unos minutos ha planteado. La vuelve a repetir:
- ¿Qué pasaría si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo en el museo? Os doy otros cinco minutos para oír vuestras respuestas.
   Cuando Grandal avisa que ya pasó el tiempo, vuelve a ser Álvarez el primero en levantar la mano.
- Que los ladrones se convertirían en el hazmerreír de todos los chorizos europeos que se dedican al robo de obras de arte.
- Que no podrían vender lo robado a ningún perista o a algún particular – es la respuesta de Ballarín.
- Así a bote pronto, se me ocurre que podrían pasar muchas cosas. Por ejemplo: que quizá hubiese peleas entre los atracadores porque algunos de ellos o los que planificaron el robo se columpiaron de mala manera. Montaron un atraco por todo lo alto para llevarse unas piezas de chichinabo. Además, organizar un robo como el llevado a cabo supone una inversión no solo de tiempo sino también de dinero. Los ladrones habrán tenido que comprar información, pagar a cómplices, hacer viajes, etcétera, y todo el dinero invertido se ha convertido en dinero perdido. A nadie nos gusta perder pasta y supongo que menos a alguien que se dedica a robarla – es Ponte quien vuelve a intervenir.
- Unas respuestas muy agudas – resume Grandal, volviéndoles a pasar la mano por el lomo, aunque, como antes, piensa que las respuestas de los vejetes no son nada del otro mundo y que es Ponte quien ha ofrecido una respuesta que aporta mejores cables de los que tirar -. Por ejemplo, cojamos lo que acaba de plantear Manolo. Supongamos que los ladrones se pelean entre sí por alguno de los motivos que ha apuntado Manolo o por algunos otros. ¿Qué podría pasar en ese supuesto? Os doy otros cinco minutos para que lo penséis.
- Yo no necesito tiempo para darte mi respuesta – se adelanta Álvarez -. Teniendo en cuenta como suelen actuar los aficionados a lo ajeno y como son sus reacciones, estoy seguro que más de uno de los gánster implicados se encontraría con un balazo entre ceja y ceja.
- Yo opino lo mismo que Luís – afirma Ballarín -. Al menos eso es lo que ocurre en las películas. Cuando una banda de hampones la caga porque alguno de sus miembros no ha hecho los deberes, la metedura de pata casi siempre se salda con un tiro en la cabeza o con alguien que va a visitar a los peces, como decían en la serie policíaca de Los Soprano. ¿Os acordáis de Tony Soprano y sus mafiosos como se ventilaban a los que la habían cagado? Pues aquí podría pasar lo mismo.
- Estoy de acuerdo con Luis y Amadeo. Si se llega a saber que lo robado no es ni chicha ni limoná, como dicen los castizos, se podría montar una fiesta fina y no como para lanzar peladillas precisamente. Lo que… - Ponte interrumpe su exposición, parece que su argumentación le ha llevado por otros derroteros -. Oye, Jacinto, se me acaba de ocurrir que si se dijera la verdad de que las piezas robadas no son de ley y se montara una tangana entre los atracadores, eso podría abrir un portillo para nuevas investigaciones sobre el caso.
- Manolo, ¿estás diciendo lo que creo?, ¿qué para resolver el caso lo mejor sería que se hiciese público que las piezas chorizadas no son las auténticas? – repregunta Luís, un tanto perplejo.
   El brillo de los ojos de Grandal vale por toda una respuesta. Sus viejos amigos serán ancianos, pero su caletre se mantiene joven. Veremos, se dice, si en la tormenta de ideas de mañana mis jóvenes colegas están a la misma altura que este trío de viejales.

martes, 27 de septiembre de 2016

65. El viejo método socrático sigue valiendo



   Los inspectores que llevan el Caso Inca y el excomisario Grandal han terminado de almorzar, pero siguen en la cafetería Van Gogh donde los tres policías están expectantes sobre las explicaciones que va a ofrecerles el jubilado comisario de porqué es tan importante el hecho de que las piezas robadas del Tesoro Quimbaya sean meras réplicas y no las originales.
- Veréis. Os propongo que usemos un procedimiento clásico: yo pregunto y alguno de vosotros contesta.
- Le vieux méthode socratique – dice el francés y traduce por si alguien no se ha enterado -, el viejo método socrático.
- Bueno, como queráis llamarle. Primera pregunta: ¿las piezas robadas son las auténticas?
- No – es la rotunda repuesta de Atienza.
- ¿Por qué?
- Porque si lo fueran dos de los tres ministerios implicados hubieran seguido presionándonos, lo que vale también para los jefes de nuestro colega Blanchard. Puesto que han dejado de hacerlo, en mi opinión eso demuestra, casi con plena certeza, que las piezas sustraídas son más falsas que un euro de metacrilato.
- Bien, otra hipótesis –prosigue Grandal -. Admitamos que las piezas no son auténticas sino simples réplicas. El tesoro vale lo que vale no porque las piezas sean de oro, sino por su antigüedad y su carga histórica. Las originales no hay dinero para pagarlas, las réplicas solo valen lo que valga el peso de su oro y poco más. Sentado esto, la pregunta es: ¿los ladrones sabían que el tesoro que estaban robando era el original o una copia?
- Esa pregunta creo que solo tiene una respuesta: no lo sabían. No se monta un golpe así para robar una imitación por muy de oro que esté hecha – afirma Blanchard.
- De acuerdo. Otra pregunta: ¿a estas alturas saben los ladrones que lo que se llevaron son poco menos que baratijas de oropel?
   La pregunta no recibe respuesta por el momento. Da la impresión de que los inspectores se lo están pensando. Es Atienza quien primero responde:
- Apostaría algo a que no lo saben. Al menos en Patrimonio no hemos detectado el menor indicio de que se haya producido alguna filtración sobre la autenticidad de las piezas robadas.
- Lo que dice Juan Carlos, está avalado por los asesinatos de Obdulio Romero y su cuñado y por el seguimiento que se le hace a Adolfo Martínez. No creo que los atracadores se hubieran molestado en darles matarile a unos y en vigilar al tal Adolfo si hubieran sabido que el material que robaban era más falso que una promesa electoral – remata Bernal con su habitual chulería.
- Bien, aceptemos que los ladrones siguen en la creencia de que las piezas robadas son auténticas. Entonces, la pregunta es: ¿qué podría pasar si los atracadores se enteraran de que su botín no vale nada o, para ser más precisos, vale lo que valga el oro de las réplicas?
   Otra vez, la respuesta es el silencio. Parece que los inspectores están dándoles vueltas a la pregunta que acaba de formularles el excomisario. Bernal es quien quiebra el silencio.
- Pasar, podría pasar de todo.
- Permíteme decirte, querido Eusebio, que para esa respuesta no hacían falta alforjas – El excomisario se la tenía guardada al impulsivo Bernal. Y añade, hurgando en la herida –. Necesito respuestas, no vaguedades.
   Bernal, airado por el desprecio mostrado por el excomisario, está en un tris de contestarle de malos modos cuando Atienza, que sabe cómo se las gasta su compañero, se adelanta:
- Tu pregunta, Jacinto, creo que no admite una respuesta unívoca sino que abre todo un abanico de posibilidades. Por ejemplo: suponiendo que los atracadores hubiesen robado el tesoro con la intención de venderlo, si se hiciera público que las piezas robadas son únicamente réplicas, la hipotética venta se vendría abajo. Todo el trabajo hecho no les valdría para nada.
- Otra posibilidad – esta respuesta la da el inspector galo – es que, en el supuesto de que estuviéramos ante un robo por encargo, el autor o autores intelectuales del mismo se sentirían muy defraudados y hasta es posible que exigieran alguna clase de responsabilidad a los protagonistas del atraco.
- Hay otra cuestión que podría pasar y que la estamos dejando de lado – añade Bernal a quien parece que se la ha pasado el enfado contra Grandal -, es la de que: ¿cómo respondería la opinión pública española ante la ocultación de la verdad por parte del Gobierno?
- Excelente aportación, Eusebio – admite Grandal, que de ese modo rectifica su puya anterior -, la de introducir el impacto que podría tener en la ciudadanía el hecho de que el poder ejecutivo haya ocultado una noticia como esa. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿para la resolución del caso que sería más eficaz seguir ocultando la verdad o publicarla?
   Una vez más, no hay respuestas a bote pronto. Grandal está llevando el clásico método de pregunta-respuesta-pregunta a planteamientos cada vez más complejos y abiertos. Bernal es el primero en responder:
- Corriendo el riesgo de que me vuelvas a acusar de que respondo vaguedades, opino que esa pregunta quizá sea la madre del cordero. Y tendríamos que meditar muy detenidamente las posibles respuestas porque en caso de acertar quizá estuviéramos ante el principio del fin de esta pesadilla en que se ha convertido este caso.
- Opino que Eusebio ha dado en el clavo – corrobora Blanchard.
- Jacinto – interviene Atienza –, nos estás haciendo cavilar más que en todo el tiempo que llevamos en el caso. Y tan es así que propongo que, dada la hora que es y que hoy es sábado, dejemos el coloquio en este punto y mañana en Patrimonio, con más medios y sin tantas voces de fondo, podemos montar una especie de tormenta de ideas para ver si encontramos las mejores respuestas a tus endiabladas preguntas.
- Oye, Juan Carlos, que mañana es domingo y mi mujer ha venido a verme – protesta Blanchard.
- Bien – acepta Atienza a regañadientes -, pues pasado mañana, lunes.
   Grandal está a punto de decir que por él vale cuando se acuerda de Chelo.
- Mañana no va a poder ser. Tengo una cuestión personal que tratar y no puedo aplazarla. O seguimos ahora o lo dejamos para el martes.
   Bernal y Atienza se miran. Ambos están al cabo de la calle de cuál es la cuestión personal que tiene que resolver el excomisario el lunes; mejor dicho, todos los lunes. El inspector de la Policía Judicial no se lo piensa dos veces, alguien tendrá que decirle a la vieja reliquia de Grandal que es más necesario e importante resolver el Caso Inca que echar un polvo a la Chelo a quien, por cierto, la policía tiene fichada como lo que es: una puta discreta y con clientes fijos, pero puta al fin. Atienza, que parece que le haya leído el pensamiento a su colega, se adelanta:
- Grandal, nos das un minuto, por favor. Antes de fijar la fecha de la nueva cita tengo que hacer un aparte con mis compañeros.
   Los tres inspectores se trasladan al otro extremo de la cafetería donde Atienza le explica a Blanchard a que se dedica Grandal los lunes. A lo que añade Bernal que es, precisamente lo que quería echarle en cara. No tanto porque tuviera un arreglillo con una fulana, sino porque le diera prioridad al sexo antes que al trabajo.
- Bon Dieu, todos tenemos nuestras debilidades. No podemos; mejor dicho, no debemos echarle en cara al comisario que dedique un día a la semana a satisfacerlas – opina Blanchard.
- Mira, Eusebio, no fuerces la mano ahora que tenemos a Grandal de nuestra parte. Ni se te ocurra mentarle a la Chelo. Como vuelva a cabrearse nos deja jodidamente solos otra vez. Y ya ves lo bien que le funciona la chola. Ha centrado el caso desde unas perspectivas que, hay que reconocerlo, no se nos habían ocurrido – afirma Atienza.
- ¿Y vamos a perder todo un día para que ese viejo verde le dé gusto al pajarito? Si no se le debe ni levantar.
- Si no se le levanta no es asunto nuestro y, además, para eso está la Viagra. Lo que hemos de decidir ya mismo es si le decimos que sigamos esta tarde o si lo aplazamos al martes como ha propuesto. Y el lunes no lo perderemos, podemos dedicarlo a organizar una tormenta de ideas sin Grandal y también a afilar las orejas para ver si conseguimos enterarnos de algo más sobre el estado de la propuesta que hicimos a la juez.
- Opino que la sugerencia de Juan Carlos es de lo más sensato. No quedan más que dos opciones: o seguimos o lo dejamos para el martes – opina Blanchard.
   Bernal se encoge de hombros en un gesto muy suyo por lo que Atienza sentencia:
- Próxima reunión: el martes.

viernes, 23 de septiembre de 2016

64. ¿Originales o réplicas?



   Tras la desdeñosa despedida de Ponte, los policías que coordinan el Caso Inca se quedan en la cafetería repensando lo que el jubilado les ha contado de su entrevista con el Tío Josefo e incluso de cuanto se ha negado a responder. Grandal, que también ha estado presente en la cita como acompañante de Ponte y que ve que no está el horno para bollos, opta por despedirse de sus jóvenes colegas.
- Bueno, me disculparéis, pero creo que tenéis mucho que hablar. Por tanto, me despido y os deseo suerte, la vais a necesitar
   Ante la sorpresa de Grandal, el inspector de la Judicial le coge por el brazo al tiempo que le pide:
- Por favor, comisario – Es costumbre en el cuerpo mantener el tratamiento de los rangos aunque se esté   jubilado -, te ruego que te quedes con nosotros. Tu experiencia puede sernos muy valiosa.     
   Grandal vacila recordando lo desagradable que ha estado con él quien ahora le pide que se quede. Sus dudas las resuelve de un plumazo Atienza cuando secunda la petición de Bernal:
- Te lo ruego, Jacinto – Es la primera vez que le llama por su nombre -. Lo hablamos antes de venir y estamos los tres de acuerdo – afirma, mirando a Bernal y a Blanchard -. Tus sugerencias pueden sernos de gran ayuda.
   Tras la intervención del inspector de Patrimonio, Grandal, que ya se ha levantado, no vacila más y vuelve a sentarse.
- Bien, vosotros diréis – dice, en una tácita aceptación de la invitación.
- ¿Tienes algún compromiso o puedes almorzar con nosotros? Paga el Ministerio – dice Atienza.
- Estoy a vuestra entera disposición, aunque lo mío lo pagaré yo – responde Grandal.
- Entonces, si no tienes inconveniente, y para no desplazarnos, podemos almorzar aquí mismo. La cocina del Van Gogh no es que sea cosa de gourmets, pero para un almuerzo de trabajo nos vale.
   Cuando le dicen a la camarera que van a comer, la muchacha les indica que se pasen a la zona donde ya están preparadas las mesas para el almuerzo. Para no complicarse, los cuatro piden el menú del día. Mientras llega el primer plato, Atienza, como de costumbre, ejerce de coordinador.
- Vamos a ver, Jacinto – Sigue llamando al excomisario por su nombre en un intento de acortar distancias y limar antiguos malentendidos -, los tres lo tenemos muy hablado como podrás suponer. Nos interesa mucho conocer tu punto de vista sobre el estado de la investigación del caso. ¿Cómo recapitularías la situación en la que nos encontramos?
   Grandal, como viejo zorro, contesta a la pregunta de Atienza con otra pregunta:
- ¿Sabéis algo más del caso que yo no sepa?
   Atienza y Bernal se miran, este último se encoge de hombros como dando el tácito consentimiento a su compañero para que cuente lo que saben.
- Prácticamente, sabes lo mismo que nosotros salvo un par de cosillas que apenas han influido en la investigación, al menos hasta ahora.
   Como Atienza no parece dispuesto a contar que son ese par de cosillas, Grandal no se corta un pelo y tira a dar:
- No puedo recapitular nada si hay cualquier dato o pista, por insignificante que sea, que desconozca.
- Ya te digo que hay un par de datos que por el momento no nos han aportado nada – se justifica Atienza -, pero en cualquier caso te cuento. Uno es que tenemos fundadas sospechas de que las piezas que fueron robadas no son las auténticas del Tesoro Quimbaya, sino unas réplicas en oro y cobre que se hicieron hace muchos años. Al parecer, las auténticas siguen estando en el museo.
   Grandal no puede evitar dar un silbido como muestra de su sorpresa. La camarera, que cree que es a ella a quien ha silbado, le mira con cara de pocos amigos.
- Eso sí que no lo esperaba, pero… ¿qué significa eso de que tenéis fundadas sospechas? ¿Es que no lo sabéis con certeza?
- Al cien por cien no estamos seguros, pero la probabilidad de que sea así se acerca mucho. Verás, un compañero del equipo de apoyo, navegando por la red, encontró un artículo, publicado hace años, en el que una experta en arte precolombino y exsubdirectora del Museo de América contaba que entre 1978 y 1984, fechas en las que se cerró el museo para su renovación, las piezas expuestas eran una réplica de las originales. Pues bien, estamos casi seguros de que la parte del tesoro que fue cedido al Museo du Quai Branly de París eran esas réplicas y no las originales.
- Eso no lo ha publicado la prensa – arguye Grandal.
- Ni creo que lo publique. Por el momento, es un secreto que, sorprendentemente, no ha llegado a los medios o si alguno lo sabe ha debido de sufrir una presión lo suficientemente fuerte para que no lo haya trasladado a sus informativos – replica Atienza.
- ¿Y qué pasa con la tan cacareada libertad de prensa?
- Bueno, lo que he dicho de que han podido existir presiones por parte de quien puede hacerlo, suponemos que el Gobierno, es solo una suposición, con seguridad no lo sabemos. Ten en cuenta que estamos ante el robo de un bien que ha merecido el calificativo de asunto de Estado.
- Bien, pero sigo sin entender porque no tenéis la certeza plena de que son copias y no las originales – reitera Grandal.
- Verás. Cuando el compañero al que aludía antes nos informó del contenido del artículo nos pusimos en contacto con la autora del mismo, la cual se ratificó en lo que había publicado. Estuvimos debatiendo si preguntar directamente a la dirección del museo sobre el asunto. Tras una prolongada discusión llegamos a la conclusión de que quizá no obtuviéramos respuesta o nos dieran largas, entonces recurrimos al estricto protocolo: trasladamos el correspondiente informe a la juez que instruye el caso pidiéndole un mandato para exigir la pertinente información a la dirección del museo o, en su caso, que lo exigiera directamente ella. Nos contestó que haría la gestión personalmente. Pues bien, aún estamos esperando la respuesta.
-  ¿Acaso no se lo habéis vuelto a pedir? – se extraña Grandal.
- Por supuesto, pero ni flores – responde Atienza.
- De ahí arrancan – añade Bernal - nuestras fundadas sospechas de que las piezas robadas sean copias y no las originales.
- Hay otro dato más que ahonda la hipótesis de que son copias: los Ministerios de Asuntos Exteriores y de Hacienda que eran, junto a Interior, los que más nos daban la matraca han aflojado su presión para que solucionásemos el caso cuanto antes. De hecho, ahora es solo Interior quien sigue dándonos la vara – afirma Bernal en un giro del español coloquial.
- Os habéis dejado en el tintero – Blanchard interviene en el coloquio – la vertiente francesa. Mis jefes también me insistían sobre la importancia y urgencia de la solución del caso, pues bien desde que la señora jueza escurrió el bulto sobre si eran originales o réplicas, la presión que he tenido que soportar ha disminuido considerablemente.
- Tengo otra pregunta – dice Grandal -: entiendo que las autoridades francesas estuviesen interesadas en la pronta solución del caso, el tesoro provenía de su país y el vehículo que lo transportaba era francés, en cuanto al interés de Interior viene de suyo, pero lo que no entiendo son los motivos del interés de los Ministerios de Exteriores y Hacienda.
   Atienza piensa que la pregunta de Grandal es un buen reflejo de que la jubilación pasa factura, seguro que el excomisario no hubiese preguntado algo tan obvio estando en activo. De todos modos, le contesta:
- El interés de Exteriores estaba originado porque ha sido quien ha tenido que templar las gaitas con la embajada de Colombia y con el propio Gobierno colombiano. En cuanto a Hacienda, no olvides que el tesoro tiene la consideración de bien de Estado y por tanto es corresponsable de su guarda. Estas dos causas hace algún tiempo que, al parecer, han dejado de tener interés, justo después de que pidiéramos a su señoría el mandato.
- Comprendo – dice Grandal a quien ahora sí parece que le hayan convencido los argumentos de sus jóvenes colegas -. Y toda esa historia sobre originalidad o copia ¿cómo creéis que ha influido en el caso?
- Básicamente, en que han menguado las presiones que teníamos que soportar sobre la solución del caso. Ahora solo tenemos el apremio de nuestros jefes naturales, lo que es bueno por un lado y malo por otro. Bueno porque saben lo que es una investigación de este porte y malo porque nos pueden joder la hoja de servicios – explica Bernal.
- Y al final de esta historia, la realidad es que, aparte de que sean originales o réplicas, sigue habiendo un robo que solucionar y tres asesinatos que investigar – añade Atienza.
- Juan Carlos – El excomisario le devuelve a Atienza el gesto de llamarle por su nombre -, antes has dicho que el hecho de que las piezas robadas sean originales o réplicas es una cosilla sin importancia. Estoy en desacuerdo, creo que es un dato que puede ser clave en la investigación. Os explico el por qué.