"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de febrero de 2017

109. Una larga cambiada



   Atienza, tras dejar a Bernal y Blanchard a quienes les ha contado su entrevista con el miembro de la CIA, se apresura a ponerse en contacto con la persona que le ha dado su teléfono a Connolly: Pérez Recarte, su antiguo amigo y compañero de estudios que trabaja en el Centro Nacional de Inteligencia. Quiere saber más cosas del norteamericano.
- Lupe, buenas noches, soy Juan Carlos Atienza.
- Hola, Juanca. ¿Qué tal estás, cómo te va la vida? Supongo que querrás hablar con Quique, pero no está, tiene guardia de noche y no regresará hasta mañana. Le pondré una nota de que le has llamado porque hasta que vuelva de dejar a los niños en el cole y hacer la compra no le veré – le explica la mujer.
- Gracias, Lupe, pero no es necesario que le dejes ninguna nota. Quiero preguntarle algo, pero no es nada urgente. Ya le volveré a llamar. Un besazo.
   Bueno, se dice, Atienza, pues llamaré a Grandal con quien tengo una cita pendiente. Queda con el excomisario que se reunirán al día siguiente, treinta de marzo, en la Brigada de Patrimonio. Acto seguido pone sendos WhatsApp a los dos compañeros con los que comparte la coordinación del Caso Inca informándoles de la reunión con Grandal a quien según han acordado no le contarán nada sobre que la CIA también está interesada en el caso.
   El excomisario, que sabe cómo trabajan sus jóvenes colegas, se ha hecho una especie de chuleta en la que ha sintetizado las principales conclusiones extraídas de su conversación privada con Blanchard y a las que ha sumado las de sus ancianos amigos. Conclusiones basadas en los últimos datos conocidos del robo del tesoro: la oferta de los cubanos y la orden dejar en stand by las investigaciones sobre el caso. Después de los saludos de rigor, el excomisario pide que pongan un folio en blanco en el portapapeles.
- Como supongo que os ha contado Juan Carlos, anteayer estuve reunido con mis amigos, a los que también se les podría llamar analistas extraoficiales del caso, y estuvimos estudiando las dos últimas noticias sobre el robo del tesoro: la oferta de los cubanos y la orden dejar en stand by las investigaciones – al ver la cara de sorpresa de Atienza y Bernal y la de disgusto de Blanchard, Grandal se da cuenta de que acaba de cometer un fallo garrafal. Oficialmente, él no tenía que saber ninguna de ambas noticias, si las conocía era porque en una conversación tête-à-tête el policía francés se las reveló. Rápido de reflejos, da lo que en el mundo taurino se conoce como una larga cambiada y que en lenguaje coloquial es cambiar de conversación para evadirse  o enmascarar el tema anterior -. Dicho esto, os preguntaréis, ¿y cómo conoce Jacinto esas noticias? Respuesta: la de los cubanos la conozco a través de mis amistades del CNI, que no es Juan Carlos el único que tiene amigos en la Casa; en cuanto a la segunda, ya sabéis que en el Cuerpo los chismes corren como la pólvora y a las pocas horas que os mandaran parar las investigaciones la noticia ya se comentaba en la mitad de las comisarías de Madrid. En mi opinión creo que guardar un secreto no es una de las virtudes más acreditadas de la policía española. Una de las asignaturas que siempre he echado a faltar en la Escuela Nacional de Policía es la relativa a aprender a contener la lengua y que no sé cómo coño podría denominarse. Bien, aclarado el conocimiento de los últimos datos sobre el robo, prosigo.
   Sin preguntar si alguien quiere saber algo más sobre las fuentes que le han hecho saber ambas noticias, Grandal coge un rotulador y se acerca al portapapeles.
- Las conclusiones a las que he aludido, fundamentadas en el análisis de las noticias mencionadas son las siguientes – y en mayúsculas escribe en el folio: ¿Por qué os mandan parar? -. Respuesta: posiblemente, porque estabais acercándoos al desenlace y los que tienen autoridad para ello han optado por no intranquilizar a quienes parecen tener en su poder lo robado, no sea que cambien de opinión y decidan no devolver el tesoro. Una segunda conclusión: probablemente, la autoridad que ha dado la orden de parar esté, directa o indirectamente, en contacto con los que tienen el tesoro robado en su poder, ¿Preguntas?
- Suponiendo que tus conclusiones sean ciertas, ¿por qué nuestros mandos no nos han dicho lo que acabas de explicar? – inquiere Bernal.
- No lo sé, supongo que piensan que cuanto menos sepan lo que de verdad está ocurriendo menos probabilidades de fugas informativas habrá. Una aclaración antes de que formuléis más preguntas: habréis reparado que ambas conclusiones las he iniciado con sendos adverbios, posiblemente y probablemente. Que es tanto como decir que puede ser así, pero en lo que no hay una certeza del cien por cien. ¿Más preguntas?, ¿no?, entonces vamos con la segunda cuestión – y escribe en el folio: La oferta de los cubanos.
   Una vez ha escrito el dato de los cubanos, Grandal prosigue:
- La oferta de los servicios cubanos de inteligencia de que si el actual gobierno español, que no olvidemos que está en funciones, sigue apoyando las conversaciones de La Habana se le devolverán unos objetos históricos de gran valor, nos lleva a suponer que es bastante probable que alguno de los que intervienen en esa conferencia sea quien tiene el tesoro robado en su poder. Si partimos de esa premisa cabe preguntarse ¿cuál de ellos puede ser?
   Atienza, cual alumno aplicado, levanta la mano.
- ¿Quién tenga lo robado en su poder también es el que perpetró el robo?
- No, necesariamente. Es más, apostaría a que los que asaltaron el furgón blindado no son los mismos que actualmente custodian las piezas robadas. Y aclaro, es más una intuición que una certeza – responde Grandal, que sigue con su explicación -. Retomo el hilo de mi argumentación sobre quien puede tener el tesoro. Los interlocutores de las conversaciones son dos: el gobierno colombiano y las FARC. Y el intermediario principal, el gobierno cubano.
Analicemos a estos tres actores. El gobierno colombiano no puede ser quien tiene las piezas robadas. Es un gobierno legítimo y, por consiguiente, no cometería un delito, más contra un país como España con el que mantiene excelentes relaciones y al que necesita como puerta de entrada en la UE. Las FARC también las descarto. Bastante tienen con lograr un acuerdo de paz con su gobierno antes de que mueran de viejos sus líderes sin conseguir ninguno de los objetivos por los que dicen luchar. En cuanto a Cuba, creo que jamás daría el paso de robar un bien de otro estado soberano. La posición del gobierno cubano es mucho más frágil de lo que aparenta. Y en un casus belli, como el del robo, perdería mucho más que ganaría. Queda, pues, descartado.
- Si aceptamos tu tesis de que ninguno de los tres actores de las conversaciones de La Habana son los que retienen las piezas robadas, ¿entonces quién es? – inquiere Bernal.
- Esa es la pregunta del millón. Respuesta: es bastante probable que sea un cuarto actor que de manera presencial no aparece en la conferencia de La Habana, pero que apoya con todo su poderío a uno de los interlocutores. Me refiero a los cárteles colombianos de la coca. Y hablo en plural porque es posible que se hayan unido varios en una especie de joint venture. Es un dato probado que existe un interés mutuo entre las FARC y muchos de los narcos colombianos. Ambos tienen en el cultivo y distribución de la coca su principal fuente de ingresos. El principio que manejan es: lo que es bueno para los guerrilleros es bueno para los narcos.
- ¿Entonces…? - Atienza deja en el aire el final de su pregunta.
- Entonces, la última conclusión sería: buscar entre los principales cárteles colombianos. Ahí encontraréis quien planificó, posiblemente también ejecutó, y que probablemente es quien detenta el tesoro robado.
- ¿No crees, comisario, que utilizas otra vez demasiados adverbios? – pregunta con su habitual ironía Blanchard.
- Touché, estimado colega, pero es lo que hay.
- Os recuerdo que en el tiroteo del polígono de Fuenlabrada participó uno de los cárteles colombianos más agresivos, el llamado clan de los Varelas, que según mi fuente del CNI es quien proporciona la droga a los Corrochanos – puntualiza Atienza.
- Entonces, cuando se termine lo del stand by ya sabéis por dónde empezar a tirar del hilo – concluye Grandal.
- ¿Y por qué unos narcos iban a robar el tesoro? – inquiere Bernal.
- Esa es una buena pregunta, pero creo, amigo Eusebio, que ya sabéis la respuesta.

viernes, 24 de febrero de 2017

108. Vieques resulta ser Mr. Connolly



   Atienza se apresta a dirigirse al Hotel Barceló Emperatriz en la madrileña calle de López de Hoyos, donde tiene una cita con el señor Kevin Vieques, del que solo sabe, aparte de su nombre, que es portorriqueño y que quiere charlar con él de un asunto que preocupa a ambos. Como la cita tiene algo de incierto, hace algo poco habitual, coge su pistola, una Heckler &Koch USP Compact, semiautomática, del calibre nueve milímetros parabéllum, con un cargador de trece balas y que es el arma reglamentaria del Cuerpo de la Policía Nacional española.
   En recepción Atienza pregunta por el señor Vieques. Le está esperando en el bar. No tiene que volver a preguntar por él, en una mesita sita en un discreto rincón hay un hombre que cuando le ve entrar le hace un gesto con la mano y al acercarse se levanta para saludarle, hechos que ponen en guardia al policía. Este tío parece conocerme, ¿cómo es posible?, se pregunta el inspector de Patrimonio. El tal Vieques es grande y parece fuerte, aunque el ancho cinturón no oculta que su barriga comienza a expandirse. Por el moreno color de su tez podría pasar por español, piensa Atienza, aunque lo más sorprendente de su rostro es que tiene los ojos de un azul desvaído.
- Señor Atiensa, gusto en conoserle – el portorriqueño le ofrece una mano ancha y recia.
- El gusto es mío, señor Vieques. Por cierto, no recuerdo que nos hubiéramos visto antes.
   Vieques esboza una media sonrisa mientras invita a sentarse al policía.
- ¿Qué quiere tomar? – pregunta el portorriqueño.
- Lo mismo que usted.
- Dos wiskis con hielo – encarga Vieques al camarero que ha respondido a su llamada y luego se explica -. No, señor Atiensa, no nos hemos visto antes, pero previo a llamarle me tomé la molestia de echarle un repaso a su historial y en él había una foto que, por sierto, no le hase justisia, parese mucho más joven al natural.
- ¿Y de dónde sacó mi historial? – quiere saber Atienza que está empezando a ponerse alerta.
- Mire, señor Atiensa, entre profesionales creo que lo más práctico es jugar con las cartas vistas. Y para demostrarle mi buena voluntad comensaré yo. Para empesar, el apellido Vieques es el de mi mamá y lo suelo usar cuando estoy en un país de lengua española. Mi primer y autentico apellido es Connolly. Así se llamaba mi papá, un irlandés del condado de Waterford que tras emigrar a los Estados Unidos conosió en Nueva York a una linda portorriqueña, Mía Vieques, con la que se casó. Trabajé en lo mismo que papá, en la polisía neoyorquina, hasta que alguien pensó que el sargento Connolly de la brigada antiterrorista, que hablaba español con asento caribeño pero con total fluides, serviría mejor a su país estando en la Agensia que patrullando por el Spanish Harlem. Y esa, de forma resumida, es mi biografía. Ya ve, con la mala fama que tenemos los de la Agensia de ocultar nuestra verdadera identidad y de enmascarar nuestro trabajo y lo primero que hago es contarle mi vida o, al menos, la almendra de la misma.
   Atienza no se extraña demasiado, tenía el pálpito de que algo así podía ser el señor Vieques; mejor dicho, míster Connolly. Y decide pagar al americano con la misma moneda, la de la sinceridad.
- Le agradezco su franqueza en lo que vale, míster Connolly, es la mejor manera de entenderse. Y en lo que a mí respecta, como ha leído mi historial poco más puedo contarle.
- Llámeme Kevin, por favor, y sí, puede contarme mucho, justamente para eso estoy aquí.
- ¿Qué quiere saber?
- Lo que pueda contarme de las investigasiones de su grupo sobre el robo del Tesoro Quimbaya. Y le adelanto,…; ¿puedo llamarle Juan Carlos? – Ante el asentimiento del español prosigue -, y le adelanto que más o menos estoy al corriente de adonde habían llegado hasta fines de febrero.
   En ese momento es cuando Atienza lamenta haber tenido que posponer la entrevista con Grandal porque a buen seguro que el excomisario le habría aportado algunas conclusiones interesantes que quizá pudiera usar ahora como moneda de cambio, por otra parte se dice que es preferible que en esta entrevista, que supone que no será la última, no le cuente al americano todo cuanto sabe. Lo que hace es exponerle los dos últimos datos fehacientes del caso. El ofrecimiento de los servicios cubanos de inteligencia de que si el actual gobierno español en funciones sigue apoyando las conversaciones de La Habana, España podría verse recompensada con la devolución de unos bienes culturales. Connolly atiende como pudiera hacerlo un alumno que escucha una lección ya sabida; al menos, esa es la impresión que le produce a Atienza. En cambio, cuando le cuenta el otro dato: que los mandos superiores de la policía han puesto en stand by las investigaciones referentes al caso, le produce la impresión de que es algo que el norteamericano no conocía.
- Juan Carlos, le agradesco su sinseridad, pero aparte de los datos en cuestión, supongo que después de analisarlos alguna conclusión habrán sacado.
- En eso estamos, pero permítame, Kevin, hasta el momento el único que ha puesto sobre la mesa información he sido yo. Creo que antes de proseguir, ahora le toca a usted.
- Touché, mi amigo. Pregunte, que quiere saber que yo pueda contarle.
- ¿Cuál es el interés de la Agencia en el robo del Tesoro Quimbaya?
- Verá. El robo en sí no tuvo ningún interés para nosotros hasta que aparesió la oferta de los cubanos que usted ha contado antes. A partir de ahí es cuando el robo meresió nuestra atensión. No revelo ningún secreto al desirle que cuanto toca a Cuba es analisado con lupa por todas las agensias de seguridad de mi país. Y este caso no es una exsepsión. No es la primera ves que los servisios cubanos montan una espesie de chantaje a países como el suyo y supongo que no será la última. Lo que no hemos podido descubrir hasta ahora es si la oferta de los cubanos es real y, si así fuera, si hablan en nombre de las FARC o de unos terseros que ignoramos quienes pueden ser.
   Al inspector de Patrimonio le da la impresión de que el norteamericano no le está contando todo lo que sabe. Has hablado de mucha franqueza, se dice, pero luego te guardas de la misa la mitad. Y decide hacer lo mismo, a partir de ahora preguntará mucho pero respuestas, las justitas.
- Cuando habla de unos terceros, ¿a quién se refiere? Porque supongo que aunque sean desconocidos tendrán alguna sospecha de quienes pueden ser.
- Sospechas tenemos pero pruebas, ninguna – Connolly también se ha puesto en modo cautelar. Divaga, pero concreciones poquitas.
- ¿Y no tienen algún indicio de quién o quiénes pueden tener las piezas robadas del tesoro? – Atienza insiste en sus preguntas.
- Nos pasa lo mismo que con esos terseros de los que hablaba antes, sospechamos de varios grupos, pero sin pruebas que lo confirmen. ¿Ustedes de quien sospechan? – el americano utiliza el viejo y archisabido método de responder a una pregunta con otra.
   Y así siguen, mareando la perdiz como dicen los castizos, sin que ninguno de ambos interlocutores aporte una sola información que valga la pena. Como ambos son conscientes de que esa primera reunión ha servido, básicamente, para conocerse y romper el hielo, deciden mantener una segunda cuando haya algún nuevo dato o conclusión que merezca la pena. Antes de despedirse, Atienza tiene una última pregunta:
- Me gustaría saber, míster Connolly quién es el amigo común que le dio mi teléfono.
- Ya lo puede suponer, el amigo Pérez Recarte. Y, por favor, no se lo reproche. Le tuve que presionar mucho y recordarle que me debía algún que otro favor.
   En cuanto se despide del hombre de la Agencia, Atienza se apresura a llamar a sus colegas. Que le esperen en la Brigada que sale para allí pues tiene que contarles su reunión con el portorriqueño. Ni Bernal ni Blanchard se muestran demasiado sorprendidos cuando el inspector de Patrimonio termina de narrarles su entrevista.
- Ya me extrañaba que la CIA no hubiera metido sus narices antes en un asunto que, aunque de rebote, afecta a su patio trasero – comenta Bernal.
- A mí lo que me resulta un tanto desconcertante de tu entrevista es la aparente franqueza que ha mostrado Connolly – opina Blanchard.
- Sí, no creo que sea demasiado frecuente, aunque confieso que es la primera vez que hablo con un agente de la CIA. Por cierto, nunca mencionó esa sigla, solo se refirió a la Agencia.
- En definitiva, ¿has sacado algo en claro? – inquiere Bernal, siempre práctico.
- Pues, realmente, nada, salvo que los estadounidenses también están ahora interesados en nuestro caso y que quizá más adelante podamos sacar réditos de esa fuente. Ah, os recuerdo que Grandal quiere hablar con nosotros. Pensaba citarle mañana, ¿os parece bien?

martes, 21 de febrero de 2017

107. Llama un tal señor Vieques




   La pregunta de Ponte de quien va a cerrar el círculo de interrogantes sobre la ecuación: cubanos, guerrilleros, narcotraficantes en relación al robo del Tesoro Quimbaya, genera unos instantes de pausa en el análisis que está llevando a cabo el cuarteto. Mientras eso ocurre, Ballarín está trasteando en su Smartphone de última generación. Cuando encuentra lo que al parecer anda buscando se lo comenta a sus amigos:
- Un nuevo dato que añadir a lo que estamos analizando. Os leo esta información relativa a las conversaciones de La Habana y que es de hace unos años: “El embajador de España En Bogotá, Ramón Gandarias, dijo que la Unión Europea estudia crear un fondo fiduciario para ayudar a Colombia a financiar el posconflicto. «Incluso, hay dos países europeos no miembros de la UE que ya han manifestado su disposición a participar, Suiza y Noruega». O sea – concluye Ballarín – que nuestro gobierno es de los que apostó desde el primer momento porque las conversaciones siguieran adelante.
- ¿De que año son esas manifestaciones? – pregunta Álvarez.
- No lo pone, pero debieron ser hechas al poco de ser nombrado Santos presidente de Colombia.
- Eso supone que, como has dicho, España estuvo desde el principio a favor de las conversaciones de La Habana – deduce Álvarez -. Si ello es así, ¿a santo de qué vienen ahora los cubanos prometiendo el oro y el moro si nuestro gobierno apoya un acuerdo entre las FARC y el gobierno de Bogotá?
- Esa es una buena acotación, Luis – le jalea Ponte -. ¿Por qué ahora?, ¿acaso el actual gobierno en funciones necesita algún tipo de estímulo para mantener su apoyo al hipotético acuerdo?
- Yo no he leído en prensa nada que lleve a considerar que nuestro gobierno haya cambiado de postura respecto a las conversaciones de La Habana – informa Ballarín.
- Hombre, no todo lo que dice o hace el gobierno lo recogen los medios, sobre todo si se ha dicho o hecho en secreto – apostilla Álvarez.
- Bueno, dejemos esa cuestión que no nos lleva a ninguna parte – Grandal trata de reconducir el análisis a su punto de partida – y volvamos a la pregunta de Manolo: ¿Quién empieza a cerrar el círculo del análisis?
- Puesto que soy el que ha lanzado la piedra al agua, dejadme que comience a cerrarlo yo – se ofrece Ponte -. Tomando como base los dos últimos datos sobre el robo, mis conclusiones son estas. Primera: el llamado clan de los Varelas es el presunto autor, no sabemos si intelectual, ejecutor o ambas cosas del robo del tesoro, y si no es ese clan será otro cártel de narcos, pero todo indica que la autoría se mueve en el ámbito de la droga. Segunda: los narcotraficantes no roban el tesoro para lucrarse con su venta sino para suministrar a las FARC un instrumento con el que presionar al gobierno español, que no hay que olvidar que es un gobierno en funciones, de que siga apoyando las conversaciones de La Habana. Tercera: va de suyo que los narcos no pueden negociar con un gobierno democrático, por eso utilizan la mediación del gobierno cubano para que haga llegar al español el ofrecimiento de que si se porta como desean se le restituirá las piezas quimbayas robadas. Y… - Ponte duda – no se me ocurre cual podría ser la cuarta.
- La cuarta podría ser – le ayuda Álvarez -: aceptando que las piezas robadas las han chorizado unos narcos, la pregunta es ¿dónde las tienen?
- Luis, lo siento, pero eso no es una conclusión, es una pregunta – Ballarín acaba de hacerle un roto al ego de Álvarez.
- Bueno, de acuerdo – admite Álvarez que no parece haberse molestado por la rectificación de su amigo -. Entonces la cuarta conclusión podría ser que ya sabemos porque nuestro gobierno ha dado la orden de parar las investigaciones sobre el robo. Porque sabe quién lo hizo y, posiblemente, esté negociando con los ladrones para recuperar las joyas.
- Sois los mejores, machotes. Tenéis una sesera de primera división – les jalea Grandal muy proclive a incentivar a sus vejestorios amigos -. Creo que habéis cerrado el círculo de la ecuación cubanos, guerrilleros y narcotraficantes en relación al robo. Es tan formidable vuestro análisis que, con vuestro permiso, voy a llamar a los Sacapuntas para contárselo. Van a flipar en colores.
- Esa es la historia de nuestra vida – se lamenta Álvarez -. Nosotros cardamos la lana y otros se llevan la fama.
- Sí, pero, y lo bien que lo pasamos. Eso no tiene precio – replica Ballarín.
   Aquella misma noche, Grandal llama a Blanchard y le cuenta la reunión que ha tenido con sus amigos en la que han analizado los extremos de la conversación que ambos mantuvieron el día anterior. Le explica, sin entrar en detalles, que han llegado a unas interesantes conclusiones y que estima conveniente que también debería contárselas a Bernal y Atienza. El francés lo acepta de buen grado, solo le pide que no les diga el tête à tête que mantuvieron ambos.
   Al día siguiente, Grandal se pone en contacto con Atienza, le cuenta que han estado analizando los últimos datos que hay sobre el robo, que han sacado algunas conclusiones y que le gustaría compartirlas con ellos. Quedan en verse por la tarde en la Brigada. Poco después de la llamada del excomisario, el inspector de Patrimonio recibe otra. Le llama un tal señor Vieques. Antes de coger el teléfono, Atienza repasa su bloc de notas. Un tal Vieques le llamó el pasado día veintiséis, hablaba español con un ligero acento caribeño, podría ser dominicano, portorriqueño, cubano o de por esos pagos. Y no lo tiene anotado, pero recuerda que la llamada le puso de los nervios, no sabría muy bien decir por qué.
- Soy Juan Carlos Atienza, dígame.
- Buenos días señor Atiensa. Permítame presentarme: soy Kevin Vieques, siudadano portorriqueño, me ha dado su teléfono un amigo común. Tengo interés en hablar con usted de un asunto que nos preocupa a ambos. Sería una conversasión privada por lo que es más oportuno que la tengamos fuera de la Brigada.
- Señor Vieques, antes que nada querría saber quién es el amigo común que le ha dado mi teléfono, así como ese asunto que nos preocupa a ambos.
- Estaré encantado de contestar a ambas preguntas y a cualquier otra que quiera formularme, pero no me parese pertinente hablarlo por teléfono. ¿Podría reunirse conmigo esta tarde, sobre las diesiséis horas, en la cafetería del Hotel Barseló Emperatris de la calle Lópes de Hoyos, cuatro?
   Atienza se lo piensa dos veces antes de responder. Las formas que usa su interlocutor son corteses, pero hay algo en el timbre de su voz y en el hecho de que sea el desconocido quien plantee el horario y lugar de la cita que denotan una cierta prepotencia. Cómo tampoco tiene nada mejor que hacer acepta la invitación del portorriqueño. Nada más colgar, recuerda que por la tarde se ha citado con Grandal. Entre quedar mal con el desconocido que acaba de llamarle o con el excomisario, no lo duda. Llama a la centralita de la Brigada.
- Soy Atienza, ponme con el señor Vieques, acaba de llamarme.
- Lo siento, Juan Carlos, te ha llamado desde la calle. Tengo el número de la cabina y su ubicación, pero no creo que siga en la misma.
   Le fastidia, pero como a Grandal sí que puede llamarle es lo que hace.
- Comisario, lo siento, pero me ha surgido una cuestión imprevista. No puedo reunirme esta tarde, ¿te viene bien que lo hagamos mañana?
   Está colgando el teléfono cuando entran Bernal y Blanchard que en los últimos tiempos parecen haber enterrado la mutua antipatía que se tenían al principio de la llegada del francés.
- Hombre, llegáis como caídos del cielo, a ver que opináis de esto.
   Atienza cuenta a sus colegas las dos llamadas que ha tenido en la mañana, la de Grandal y la del tal Vieques. Y que al no poder volver a comunicarse con el portorriqueño, ha tenido que posponer el encuentro del comisario con los tres.
- … y respecto a la entrevista con Vieques, ¿qué opináis? Estoy pensando que he accedido con demasiada alegría a encontrarme con él. Tal y como está el Caso Inca, reunirse con sudamericanos no estoy muy seguro de que sea lo mejor que puedo hacer.
- Hombre, Juan Carlos, el hecho de que te cite en la cafetería de un hotel de cinco estrellas situado en el centro de la ciudad parece descartar algún tipo de encerrona. Otra cuestión es lo que pretenda ese tipo – cuestiona Bernal.
- Opino lo mismo que Eusebio – secunda Blanchard -, pero si tienes alguna prevención podemos estar apoyándote en la retaguardia. No creo que ese tal Vieques nos conozca ni a Eusebio ni a mí.
- Gracias, pero no lo creo necesario - afirma Atienza -. En todo caso, estad localizables en el móvil por si os necesitara. ¿De acuerdo?