El sargento Bellido prosigue la exposición
de las investigaciones que él y los agentes bajo su mando han realizado hasta
ahora relativas al caso Pradera. El excomisario Grandal le escucha con suma
atención para ir asumiendo los entresijos del caso. Como el suboficial se ha
referido a los posibles obstáculos que los sinuosos poderes locales pueden
poner al buen desarrollo de la investigación, dado que uno de los presuntos
sospechosos pertenece a una familia con muchas y poderosas ramificaciones, el
excomisario le anima diciéndole que podrán con ellos y termina soltando un
tópico:
-Conozco el
percal. En general, esos politiquillos locales son tigres de papel.
-No dudo que
lo sean, pero no sabe la murga que dan –se lamenta el sargento que sigue
hablando de usted al excomisario aunque este le tutea-. En cuanto a otros sospechosos,
además del trío del maletín, están las personas que la tarde del día quince
pasaron por la habitación del fallecido y de las que solo sabemos fragmentos de
su posible participación en el suceso. Un tal Carlos Espinosa, que reside en
Málaga, y que al parecer tenía negocios con Salazar. Estamos tratando de
localizarle. Hay otro individuo que estuvo esa tarde en la habitación 16 y del
que solo sabemos que era un extranjero de gran corpulencia y que se expresaba
malamente en español. Es otro sospechoso a tener en cuenta porque el motivo que
adujo para estar en la mentada habitación era que pasaba por el pasillo y oyó
unos quejidos lo que le impulsó a entrar para ver si podía ayudar. Es una
historia que no se la cree ni el que asó la manteca. Porque ¿qué hacía en ese
pasillo un guiri que no era cliente del hostal? Estamos intentando obtener más
datos del mismo porque con los que tenemos ahora va a ser difícil localizarlo.
-Bien. ¿Alguien
más que sea sospechoso?
-El más
ambiguo de todos, el hijo.
-Nunca había
oído calificar a un sospecho de ambiguo, ¿a qué se debe eso? –inquiere Grandal
a quien ha sorprendido la calificación del sargento.
-Porque el
hijo es quien presenta las luces y sombras más acusadas. Me explico. Las luces:
de todos cuantos estuvieron en la habitación 16 fue el único que hizo lo posible
para que auxiliaran a su padre. Él mismo fue a ver si los sanitarios de la
ambulancia de la playa podían socorrer a Salazar. Y fue su insistencia la que
provocó que la patrona subiera a la habitación, lo que a su vez desencadenó la
llegada de los servicios sanitarios de urgencia. Las sombras: pese a haberse
percatado del grave estado de su padre, como consta en su propia declaración,
estuvo en la habitación unos setenta y cinco minutos sin hacer nada o, mejor
dicho, haciendo cosas tan poco lógicas como salirse a la terraza a fumarse un
pitillo o abrir bien la ventana para que se aireara el cuarto. ¿Es eso lo que
hace un hijo cuándo cree que su padre se está muriendo? La respuesta solo puede
ser negativa. Por otra parte tenemos que el chaval es quien más razones tiene
para desear la muerte de su progenitor. Les abandonó cuando más lo necesitaban.
Humilló a su madre dejándola por otra mujer mucho más joven. Y les negaba el
dinero para su sustento cuando lo ganaba a chorros. De todos cuantos han
testificado es el más claro sospechoso de haber participado de alguna manera en
la muerte de Salazar… -el sargento hace una breve pausa y agrega-. Lo sería si
no fuera por lo que he dicho antes: fue el único que movió el culo para ayudar
a su padre. Por otra parte, su declaración, en mi opinión, ha sido incompleta, ha
mentido o no nos lo ha contado todo. Por citar solo un dato: no ha quedado
claro el motivo por el que estaba en Torreblanca cuando nos consta que anda muy
mal de dinero. ¿A qué vino desde Sevilla? Ha declarado que a pedirle a su padre
un dinero que les había prometido. ¿Hacer un viaje de setecientos cincuenta y
tantos kilómetros para eso? ¿No podía hacer la petición por teléfono o por
algún medio electrónico? Y luego está el hecho, que como bien sabe es
fundamental en muchos escenarios criminales: fue el último que vio con vida al
extinto.
-Sí, estoy
de acuerdo contigo en que habrá que investigarle a fondo, pero… -Grandal no
termina la frase, como si no supiera de qué forma continuar. En realidad está pensando
en cómo decir lo que opina del joven Salazar sin molestar al sargento-, pero siendo
apabullantemente reales tus dudas sobre el chico diría que hay en él algo que
en mi opinión –y remarca la palabra- no encaja con el perfil de un asesino o al
menos de alguien que pueda incurrir en el delito de la omisión del deber de
socorro. Es una especie de intuición o llámale olfato policial, algo que no
está de moda precisamente. Al chico apenas le conozco, solo tuve una charla con
él; mejor dicho, la tuvimos todos los amigos, justo cuando se esperaba la
llegada de la ambulancia del SAMUR la tarde-noche de autos. Me pareció un
chaval corto de saberes y de experiencia de la vida y que, en efecto, no
idolatraba a su padre, pero incapaz de matar a una mosca. En cualquier caso, y
opiniones apartes, estoy de acuerdo en que habrá que tenerle en el punto de
mira.
-Bueno, pues
le dejo esta copia del expediente y no es necesario decirle que lo conserve en
el mayor secreto. Me juego la carrera si se descubriera.
-Sargento, te
doy mi palabra de honor y de viejo policía que lo mantendré tan a resguardo
como el sepulcro del Cid, bajo siete llaves. Ah, una sugerencia, plantéate la
investigación desde la perspectiva de la
clásica expresión latina: ¿cui prodest? –ante el gesto de incomprensión del
suboficial, Grandal se lo explica-. Es una locución de Derecho Romano que
significa quien se aprovecha, está considerada un principio básico referente a
lo esclarecedor que puede resultar buscar al autor de un hecho desconocido,
preguntándose quién o quienes se podrían beneficiar de un determinado
acontecimiento, en este caso de la muerte de Salazar. Es un principio muy usado
en criminalística.
-Gracias,
comisario, lo tendré muy en cuenta. Ah, se me olvidaba, aunque lo verá en el
expediente. Según el hijo las personas que más visitaron a su padre mientras
estuvo convaleciente fueron Alfonso Pacheco que es paisano de Salazar, Jaime
Sierra un conocido de Sevilla, el citado Carlos Espinosa de Málaga y la que
dice ser novia suya Rocío Molina.
Mientras en la tarde del dieciocho de
agosto, tres días después de que encontraran muerto a Francisco Salazar, el
sargento que investiga su fallecimiento le describe al excomisario Grandal los
pormenores del suceso, la juez que instruye el caso prosigue con las
diligencias de la instrucción criminal que estima procedentes, así como la
adopción de las resoluciones oportunas acerca de la situación personal de la
única detenida hasta la fecha. En ese proceso a oídos de la juez del Valle han
llegado las andanzas de los dos investigadores de la UCO en Torreblanca, no
está claro si ha sido por conducto del comandante del puesto o por las quejas
de algún letrado de los testigos llamados a declarar. Sea por lo que fuere, el
resultado es que les ha llamado a Castellón. Su señoría les ha puesto firmes y
les ha recordado que los han enviado para que colaboren con sus compañeros de
la comandancia local, que actúan oficialmente como policía judicial del caso, y
no para que hagan la guerra por su cuenta. Asimismo, les ha puntualizado que
quien dirige la investigación del caso Pradera es el sargento Bellido. Si
vuelven a salirse de ese guion dictará una providencia para que retornen a
Madrid, digan lo que quieran en Guzmán el Bueno. Sales y Monterde salen del
Juzgado de Instrucción echando pestes y acordándose de toda la parentela de la
juez del Valle. Se dicen que de ahora en adelante tendrán que ir con pies de
plomo y, sobre todo, no realizar ninguna actuación que incomode a Bellido, pues
están persuadidos de que ha sido el sargento local el que ha malmetido a la
jueza.
En el proceso del caso Pradera, la Juez Instructora
ha ordenado a un perito que proceda a abrir el maletín de Salazar que se
llevaron de la habitación 16 la Molina, la Dumitrescu y el Fabregat. El contenido
de la valija no era lo que esperaba la juez, pero sí lo que buscaba el trío que
se lo llevó. La juez esperaba encontrar documentos incriminatorios referidos al
caso ERE, lo que hubiera sido apuntarse un buen tanto en su carrera
profesional. En cambio el trío que sustrajo el maletín acertó en sus sospechas.
La valija solo contenía dinero, exactamente 37.460 euros en billetes
nuevecitos, dinero que se incorpora al expediente del caso. La abogada de
oficio que la administración de justicia ha asignado para la representación de
Rocío Molina le da la noticia. A la sevillana se la llevan los diablos al
comprobar que su intuición de dónde guardaba Curro la pasta era cierta y
maldice a su mala fortuna por no haber sido capaz de abrir el maletín. “Si lo
hubiese abrío, habría trincado la tela y tararí que te vi. Ya estaría en mi
Sevilla y no aquí enjaulá” piensa.
El 18 de agosto concluye. Han pasado tres
días desde que falleció Curro Salazar por causas remotas desconocidas y la
investigación parece atascada. Quizá por eso, el sargento Bellido, cabeza del
grupo de investigadores, ha pedido ayuda, de forma extraoficial, al excomisario
Grandal del que espera que con su dilatada experiencia le pueda echar una mano.
El excomisario no se lo ha comentado, pero a su vez cuenta con que le apoyen
sus inseparables amigos de la partida madrileña de dominó, cómo hicieron en el sonado
caso del robo de un tesoro precolombino (*) en las mismas puertas del madrileño
Museo de América. El descubrimiento de los ladrones les valió una condecoración
policial. Como ha dado su palabra no piensa enseñarles el expediente del caso,
pero sí contarles aquellos extremos en los que su opinión pueda aportarle
puntos de vista que a él no se le hayan ocurrido. Formaron un eficaz y
eficiente quipo y volverán a formarlo.
PD.- Hasta
el próximo viernes
(*) Vid. El robo del Tesoro Quimbaya, en este
mismo blog.