"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

sábado, 24 de noviembre de 2018

79. El sospechoso más ambiguo

 
   El sargento Bellido prosigue la exposición de las investigaciones que él y los agentes bajo su mando han realizado hasta ahora relativas al caso Pradera. El excomisario Grandal le escucha con suma atención para ir asumiendo los entresijos del caso. Como el suboficial se ha referido a los posibles obstáculos que los sinuosos poderes locales pueden poner al buen desarrollo de la investigación, dado que uno de los presuntos sospechosos pertenece a una familia con muchas y poderosas ramificaciones, el excomisario le anima diciéndole que podrán con ellos y termina soltando un tópico:
-Conozco el percal. En general, esos politiquillos locales son tigres de papel.
-No dudo que lo sean, pero no sabe la murga que dan –se lamenta el sargento que sigue hablando de usted al excomisario aunque este le tutea-. En cuanto a otros sospechosos, además del trío del maletín, están las personas que la tarde del día quince pasaron por la habitación del fallecido y de las que solo sabemos fragmentos de su posible participación en el suceso. Un tal Carlos Espinosa, que reside en Málaga, y que al parecer tenía negocios con Salazar. Estamos tratando de localizarle. Hay otro individuo que estuvo esa tarde en la habitación 16 y del que solo sabemos que era un extranjero de gran corpulencia y que se expresaba malamente en español. Es otro sospechoso a tener en cuenta porque el motivo que adujo para estar en la mentada habitación era que pasaba por el pasillo y oyó unos quejidos lo que le impulsó a entrar para ver si podía ayudar. Es una historia que no se la cree ni el que asó la manteca. Porque ¿qué hacía en ese pasillo un guiri que no era cliente del hostal? Estamos intentando obtener más datos del mismo porque con los que tenemos ahora va a ser difícil localizarlo.
-Bien. ¿Alguien más que sea sospechoso?
-El más ambiguo de todos, el hijo.
-Nunca había oído calificar a un sospecho de ambiguo, ¿a qué se debe eso? –inquiere Grandal a quien ha sorprendido la calificación del sargento.
-Porque el hijo es quien presenta las luces y sombras más acusadas. Me explico. Las luces: de todos cuantos estuvieron en la habitación 16 fue el único que hizo lo posible para que auxiliaran a su padre. Él mismo fue a ver si los sanitarios de la ambulancia de la playa podían socorrer a Salazar. Y fue su insistencia la que provocó que la patrona subiera a la habitación, lo que a su vez desencadenó la llegada de los servicios sanitarios de urgencia. Las sombras: pese a haberse percatado del grave estado de su padre, como consta en su propia declaración, estuvo en la habitación unos setenta y cinco minutos sin hacer nada o, mejor dicho, haciendo cosas tan poco lógicas como salirse a la terraza a fumarse un pitillo o abrir bien la ventana para que se aireara el cuarto. ¿Es eso lo que hace un hijo cuándo cree que su padre se está muriendo? La respuesta solo puede ser negativa. Por otra parte tenemos que el chaval es quien más razones tiene para desear la muerte de su progenitor. Les abandonó cuando más lo necesitaban. Humilló a su madre dejándola por otra mujer mucho más joven. Y les negaba el dinero para su sustento cuando lo ganaba a chorros. De todos cuantos han testificado es el más claro sospechoso de haber participado de alguna manera en la muerte de Salazar… -el sargento hace una breve pausa y agrega-. Lo sería si no fuera por lo que he dicho antes: fue el único que movió el culo para ayudar a su padre. Por otra parte, su declaración, en mi opinión, ha sido incompleta, ha mentido o no nos lo ha contado todo. Por citar solo un dato: no ha quedado claro el motivo por el que estaba en Torreblanca cuando nos consta que anda muy mal de dinero. ¿A qué vino desde Sevilla? Ha declarado que a pedirle a su padre un dinero que les había prometido. ¿Hacer un viaje de setecientos cincuenta y tantos kilómetros para eso? ¿No podía hacer la petición por teléfono o por algún medio electrónico? Y luego está el hecho, que como bien sabe es fundamental en muchos escenarios criminales: fue el último que vio con vida al extinto.
-Sí, estoy de acuerdo contigo en que habrá que investigarle a fondo, pero… -Grandal no termina la frase, como si no supiera de qué forma continuar. En realidad está pensando en cómo decir lo que opina del joven Salazar sin molestar al sargento-, pero siendo apabullantemente reales tus dudas sobre el chico diría que hay en él algo que en mi opinión –y remarca la palabra- no encaja con el perfil de un asesino o al menos de alguien que pueda incurrir en el delito de la omisión del deber de socorro. Es una especie de intuición o llámale olfato policial, algo que no está de moda precisamente. Al chico apenas le conozco, solo tuve una charla con él; mejor dicho, la tuvimos todos los amigos, justo cuando se esperaba la llegada de la ambulancia del SAMUR la tarde-noche de autos. Me pareció un chaval corto de saberes y de experiencia de la vida y que, en efecto, no idolatraba a su padre, pero incapaz de matar a una mosca. En cualquier caso, y opiniones apartes, estoy de acuerdo en que habrá que tenerle en el punto de mira.
-Bueno, pues le dejo esta copia del expediente y no es necesario decirle que lo conserve en el mayor secreto. Me juego la carrera si se descubriera.
-Sargento, te doy mi palabra de honor y de viejo policía que lo mantendré tan a resguardo como el sepulcro del Cid, bajo siete llaves. Ah, una sugerencia, plantéate la investigación desde  la perspectiva de la clásica expresión latina: ¿cui prodest? –ante el gesto de incomprensión del suboficial, Grandal se lo explica-. Es una locución de Derecho Romano que significa quien se aprovecha, está considerada un principio básico referente a lo esclarecedor que puede resultar buscar al autor de un hecho desconocido, preguntándose quién o quienes se podrían beneficiar de un determinado acontecimiento, en este caso de la muerte de Salazar. Es un principio muy usado en criminalística.
-Gracias, comisario, lo tendré muy en cuenta. Ah, se me olvidaba, aunque lo verá en el expediente. Según el hijo las personas que más visitaron a su padre mientras estuvo convaleciente fueron Alfonso Pacheco que es paisano de Salazar, Jaime Sierra un conocido de Sevilla, el citado Carlos Espinosa de Málaga y la que dice ser novia suya Rocío Molina.
   Mientras en la tarde del dieciocho de agosto, tres días después de que encontraran muerto a Francisco Salazar, el sargento que investiga su fallecimiento le describe al excomisario Grandal los pormenores del suceso, la juez que instruye el caso prosigue con las diligencias de la instrucción criminal que estima procedentes, así como la adopción de las resoluciones oportunas acerca de la situación personal de la única detenida hasta la fecha. En ese proceso a oídos de la juez del Valle han llegado las andanzas de los dos investigadores de la UCO en Torreblanca, no está claro si ha sido por conducto del comandante del puesto o por las quejas de algún letrado de los testigos llamados a declarar. Sea por lo que fuere, el resultado es que les ha llamado a Castellón. Su señoría les ha puesto firmes y les ha recordado que los han enviado para que colaboren con sus compañeros de la comandancia local, que actúan oficialmente como policía judicial del caso, y no para que hagan la guerra por su cuenta. Asimismo, les ha puntualizado que quien dirige la investigación del caso Pradera es el sargento Bellido. Si vuelven a salirse de ese guion dictará una providencia para que retornen a Madrid, digan lo que quieran en Guzmán el Bueno. Sales y Monterde salen del Juzgado de Instrucción echando pestes y acordándose de toda la parentela de la juez del Valle. Se dicen que de ahora en adelante tendrán que ir con pies de plomo y, sobre todo, no realizar ninguna actuación que incomode a Bellido, pues están persuadidos de que ha sido el sargento local el que ha malmetido a la jueza.
   En el proceso del caso Pradera, la Juez Instructora ha ordenado a un perito que proceda a abrir el maletín de Salazar que se llevaron de la habitación 16 la Molina, la Dumitrescu y el Fabregat. El contenido de la valija no era lo que esperaba la juez, pero sí lo que buscaba el trío que se lo llevó. La juez esperaba encontrar documentos incriminatorios referidos al caso ERE, lo que hubiera sido apuntarse un buen tanto en su carrera profesional. En cambio el trío que sustrajo el maletín acertó en sus sospechas. La valija solo contenía dinero, exactamente 37.460 euros en billetes nuevecitos, dinero que se incorpora al expediente del caso. La abogada de oficio que la administración de justicia ha asignado para la representación de Rocío Molina le da la noticia. A la sevillana se la llevan los diablos al comprobar que su intuición de dónde guardaba Curro la pasta era cierta y maldice a su mala fortuna por no haber sido capaz de abrir el maletín. “Si lo hubiese abrío, habría trincado la tela y tararí que te vi. Ya estaría en mi Sevilla y no aquí enjaulá” piensa.
   El 18 de agosto concluye. Han pasado tres días desde que falleció Curro Salazar por causas remotas desconocidas y la investigación parece atascada. Quizá por eso, el sargento Bellido, cabeza del grupo de investigadores, ha pedido ayuda, de forma extraoficial, al excomisario Grandal del que espera que con su dilatada experiencia le pueda echar una mano. El excomisario no se lo ha comentado, pero a su vez cuenta con que le apoyen sus inseparables amigos de la partida madrileña de dominó, cómo hicieron en el sonado caso del robo de un tesoro precolombino (*) en las mismas puertas del madrileño Museo de América. El descubrimiento de los ladrones les valió una condecoración policial. Como ha dado su palabra no piensa enseñarles el expediente del caso, pero sí contarles aquellos extremos en los que su opinión pueda aportarle puntos de vista que a él no se le hayan ocurrido. Formaron un eficaz y eficiente quipo y volverán a formarlo.

PD.- Hasta el próximo viernes
(*) Vid. El robo del Tesoro Quimbaya, en este mismo blog.