Curro Salazar ha replegado velas. La amenaza
de su examante de delatarle, denunciando a la Guardia Civil su paradero, ha
puesto coto a su intención de no soltarle ni un euro. Tiene que dar a Rocío
explicaciones de por qué no puede facilitarle el dinero que le pide. Le cuenta
que al ser un huido de la justicia no dispone de cuenta bancaria, solo tiene
dinero en metálico, el suficiente para vivir sin apuros lo que queda de verano,
pero sin mayores dispendios. Como mucho puede pagarle el hotel y el viaje de
vuelta a Sevilla en AVE o en avión, lo que prefiera, y añadir una pequeña
cantidad de dinero de bolsillo, pero nada más. Le da a entender que tiene más
pasta, pero que ha de ir físicamente a por ella, sin indicarle un lugar
concreto, y será entonces cuando podrá darle una cantidad mayor, sin
especificar tampoco la cuantía. Rocío no acaba de creerse la historia, pero es
consciente de que tampoco tiene muchas más armas contra Curro por lo que aunque
de mala gana accede.
-Y el dinero
de bolsillo, ¿me lo das ahora?
-Te lo puedo
dar –Curro mira el reloj que hay en el comedor y al ver la hora algo le viene a
la memoria-. ¡Joder, las cuatro y media! Había quedado con mi chico que nos
veríamos a las cuatro. Tengo que dejarte, lo siento. Nos vemos a la hora de la
cena, aquí mismo, y te daré la tela.
-No me vas a
dejar aquí tirada. Como supongo que tendrás coche llévame hasta mi hotel, tengo
que darme una ducha, con este calor tan húmedo no hago más que sudar. Y mejor…
La presencia de alguien que se ha situado
junto a la mesa hace que Rocío no termine la frase.
-Soy un
tontolaba de cojones. Yo esperándote en el restorán como habíamos quedao y tú pelando
la pava con este putón verbenero –El tono de Francisco José no puede ser más
hiriente,
-¡El putón
verbenero lo será tu madre, comemierdas! –salta Rocío como una leona.
-¡A mi madre
ni mentarla o te parto la cara a hostias!
El altercado entre hijo y examante ha
motivado que los escasos clientes que restan en el comedor hayan puesto sus
miradas en la mesa en la que Curro intenta vanamente poner paz entre ambos
antagonistas.
-¡Me cago en
todo lo cagable! A ver si os calláis de una puta vez que aquí me conocen todos.
Y no me cabreéis más de lo que estoy porque si no se va a armar la de Dios es
Cristo. Ahora os tranquilizáis y lo que tenga que hablar con cada uno lo
hablaremos mañana, a ver si para entonces se os ha pasao el arrechucho. Francisco
José, coge el bus, te subes al pueblo y ya te llamaré. Y tú, Rocío, te vienes
conmigo y te dejo en Alcossebre. ¡Y no quiero oír ni una palabra más!
El chico da media vuelta y sin decir ni pío
se marcha. Casi pisándole los talones salen Rocío y Curro. En la terraza del
hostal, los cuatro jubilados se disponen a comenzar su cotidiana partida. Al
ver a Curro con una acompañante desconocida los comentarios son forzados.
-Mirad al
andaluz, hoy lleva compañía nueva.
-Y pierde en
el cambio. La moza no está mal, pero acabará poniéndose jamona. La rumana está
mucho mejor.
-Hombre,
para unas prisas…
Curro deja a Rocío en su hotel y se vuelve a
Torrenostra. Al llegar al hostal le aguarda la enésima sorpresa del día. Un
nuevo y desconocido visitante le espera.
-Aquel señor
de allí ha preguntado por usted –le dice la recepcionista.
Su primera intención es irse a su habitación
sin acercarse al forastero, tras subir unos peldaños piensa que será mejor
saber para qué le busca el desconocido que especular sobre los motivos. Desanda
lo subido y se acerca al hombre que ha preguntado por él.
-¿Preguntaba
por mí? –Al encararse con el visitante, Salazar se dice que esa cara la ha
visto en alguna parte aunque no consigue recordar dónde.
-Zeñor Curro
Zalazar, le eztaba ezperando. ¿Dónde podemoz hablar que no haya mozcaz
cojoneraz pegando la oreja? –pregunta el desconocido con un cerrado ceceo.
-Veo que me
conoce, pero yo no tengo el gusto.
-Zoy Pepe
Jiménez y traigo un recao pa uzté de parte de Juan Antonio Almagro. Zabrá de
quién eztoy hablando.
“Si este tío viene en nombre del melón de
Almagro es que me va a proponer algo sobre lo de los EREs. Casi estoy por
mandarle a hacer puñetas, pero…, bueno, veamos…”. En ese preciso momento, Curro
recuerda de qué le suena la cara del forastero. “Este tío fue un boxeador de
cierta fama, ¿cómo se llamaba?... Ah, sí, el Chato de Trebujena. Esto no me
huele nada bien”, pero vence sus temores y le invita a ir con él por el paseo
marítimo.
-Mucha gente
hay por ahí –objeta el Chato-. Zerá mejor que pazeemoz por un lugar menoz concurrido.
He vizto que por ahí detráz, junto a las piztaz deportivaz, hay una espezie de
pequeño parque, allí eztaremoz mejor.
El Chato ha explorado previamente el terreno
que circunda el hostal y ha visto que la zona contigua más solitaria es la que
está en su parte trasera. Hacia allí se dirigen. A estas horas de la tarde en
las que el sol todavía pega de lleno, las canchas deportivas están desiertas. El
espacio al que se dirigen tiene unas estrechos caminitos de hormigón que
delimitan lo que debió planearse como un recinto con plantas y flores, pero en el
que solo hay malas hierbas y guijarros. En el centro se erige una especie de
cobertizo tejado y que es donde, sin mediar palabra, el Chato empieza a golpear
a Curro violentamente. Los puñetazos son secos y precisos. Parece que al de Trebujena
no se le ha olvidado el arte de las doce cuerdas. Al exsindicalista el ataque
le ha cogido tan de sorpresa que al pronto ni siquiera es capaz de defenderse.
Solo al partirle el labio un crochet es cuando comienza a gritar pidiendo
ayuda.
-¡Socorro,
auxilio, ayuda…! –no puede decir mucho más pues el Chato le acaba de soltar un
directo al plexo solar que le ha mandado al suelo.
Al verlo a sus pies el expugilista le grita:
-En mi
pueblo ezto ez lo que hazemoz con loz chivatoz.
Y comienza a atizarle brutales patadas que,
al ir calzado con botas, dejan a Curro medio grogui. Cuando el Chato se cansa
de patearlo le levanta y le dice con voz apagada por el sofoco:
-El recao
que traigo, pedazo de mierda ez…
Justo en ese momento alguien grita:
-¡Llamad a
la Guardia Civil, hay un maleante que está pegando a un tío!
Es oír lo de la Guardia Civil y el Chato,
como en un acto reflejo, deja de zurrar a Curro y se marcha presuroso y sin
volver la vista. En cuanto desaparece el agresor, el hombre que ha dado la voz
de alarma se acerca a Curro y le ayuda a levantarse. El exsindicalista está
hecho un guiñapo, lleno de heridas y magulladuras por todas partes.
-Coño, Curro.
Si no llego a intervenir te muele a golpes. Te ha dejado como un eccehomo.
Cuando el gaditano consigue sobreponerse y
fija su vista en quien ha acudido en su auxilio le reconoce pero, como tiene
tumefactos los labios, solo es capaz de farfullar:
-Paisano,
¿eres tú?
-El mismo,
pero mejor que no hables. Te llevaré a que te vea un médico y que te ponga algo
para restañar esas heridas. Luego ya me lo cuentas todo.
Antes de entrar en el hostal, Salazar aún
tiene la lucidez de avisar a su inesperado cirineo:
-Me conocen
como Martínez.
Alfonso Pacheco, pues de él se trata, se
inventa una historia sobre la marcha: alguien ha intentado robar al señor
Martínez que se defendió como pudo. Cuando el ladrón oyó que llamaban a la
Guardia Civil huyó. Ahora lo que importa es curarle. Le llevan al puesto de
socorro de la playa, donde una auxiliar sanitaria le cura las contusiones y
heridas y le advierte que, dado que se queja del pecho, debería verle un médico
por si hubiera alguna lesión interna. También le sugiere que debe denunciar la
agresión a la Guardia Civil. Al ver la mirada alarmada de Curro al oír
mencionar a la Benemérita, Pacheco improvisa:
-No creo que
sea necesario, señora, esto ha sido una pelea entre amigos que mañana estarán
tomando unas copas juntos. Dejemos en paz a los del tricornio que tienen
asuntos más graves de los que ocuparse.
Curro hace un gesto de agradecimiento a su
paisano. Apenas puede hablar pues se le ha hinchado el labio partido y se
siente como si le hubiera pasado por encima una apisonadora. Mientras vuelven
al hostal, el exsindicalista va pensando en la inesperada agresión que acaba de
sufrir. Que el Chato de Trebujena, con quien nunca ha cruzado palabra, le haya
agredido sin más no tiene sentido hasta que recuerda que al presentarse le dijo
que tenía que darle un mensaje de parte del exconsejero Juan Antonio Almagro y
luego le acusó de chivato. Sabe que el exconsejero es uno más de los imputados
en el caso ERE y comienza a atar cabos. “¿Será posible que el cabrón de Almagro
haya mandado a esa mala bestia para darme una paliza? Y que manera de
golpearme, si no llega a aparecer Alfonso me mata”. Y el mentar a Pacheco hace
que se pregunte: “¿Y qué coño hace aquí Alfonso?, seguro que también quiere
convencerme de que no me vaya de la lengua si me trinca la pasma”. Un espasmo
de dolor le vuelve a llevar a pensar en la agresión: “Esto ha sido algo más
que palabras”. Un escalofrío de miedo le estremece.
PD.- Hasta
el próximo viernes