Las dos personas relacionadas con el difunto
Salazar que se han quedado en el pueblo llevan rumbos muy distintos. A Rocío
Molina la han trasladado a Castellón para prestar declaración ante la juez que
instruye el caso Pradera. De momento ocupa una celda en la Audiencia
Provincial. Cada hora que pasa es una dentellada que la dura realidad le pega a
su moral. Aunque todavía se guarda el comodín de una posible negociación con la
fiscalía intercambiando la prisión por los secretos que sabe del día de autos, expresión
que de tanto oírla se le ha hecho familiar. Pese a ello hay un hecho que la
tiene muy preocupada y es que ella no le hizo nada a Curro, solo se llevó su
maletín que para más inri no pudo abrirlo, entonces ¿por qué la han detenido y
a sus dos compinches, Anca y Vicentín, los han soltado? Piensa que razón tenía
aquel alcalde de Jerez al proclamar que la justicia es un cachondeo.
El derrotero de Francisco José es diferente:
está varado en el pueblo ocupando una habitación del hostal en el que falleció
su padre gracias a una gestión del sargento y a la buena voluntad de la patrona.
El joven sevillano se aburre más que una lapa y, aunque como urbanita es más de
piscina que de mar, dedica la mayor parte de la jornada a deambular por las
playas puesto que no hay mucho más que hacer. Dado que Torrenostra es un lugar
pequeño rápidamente ha circulado la especie de que es el hijo del señor que
murió en el hostal lo que le confiere un cierto halo de misterio. Será por eso,
porque su habla les parece muy graciosa a los autóctonos o porque no es mal
parecido la realidad es que está ligando con una facilidad que a él mismo le
sorprende. El día que murió su padre ya se cameló a una veraneante y la paseó
en la Harley. Algo que ya no podrá repetir porque el pasado día dieciséis vino
un tipo de Castellón con los papeles de la moto y se la llevó por haber vencido
el período de alquiler que no ha sido renovado. Su mayor problema es que hasta
que Pepote el Salvaculos, el viejo amigo de su padre, no le envíe pasta está
sin un euro, pero de momento se va bandeando en plan gorrón.
La pareja que acompañó a Rocío en el affaire
del maletín de Curro está en un impasse en lo que respecta a su relación. Vicentín
sigue empeñado en reconquistar a Anca, que ha mantenido una larga conversación
con sus padres en la que le han aconsejado que se piense muy mucho lo de romper
definitivamente con el chico. Le han hecho ver que en el pueblo ellos siguen
siendo uns forasters por mucho que
haga más de quince años que viven allí y que la propia Anca hable el valenciano
como si hubiese nacido en Torreblanca. Ello supone que si el asunto del muerto
del hostal se complica nadie con poder en el pueblo romperá una lanza en su
favor. En cambio, si continúa de novia con Vicentín la cosa cambia puesto que
ello significa que algún día pueda emparentar con los Fabregat y ese apellido
tiene mucho peso en el pueblo. La joven, pese a que se ha resistido, ha
terminado siguiendo el consejo de sus padres y ha matizado su decisión de
romper definitivamente con el que ella ya consideraba como exnovio.
- Mira,
hija. Mientras no se resuelva el lío de la muerte no te vendrá mal que sigan
considerando que eres la novia de Vicentín. Los Fabregat son una familia que
cuenta mucho en el pueblo.
-Madre, es
que no lo soporto.
-Pues te
conviene soportarlo. No le digas que no lo
aguantas, dile que te lo estás pensando y de momento ponle buena cara.
Cuando el lío del señor que murió haya terminado le das puerta y adiós muy
buenas. Aunque sigo aconsejándote lo de siempre: si quieres ser alguien en el
pueblo cásate con él. Dejarás de ser otra pobre rumana más para convertirte en
la señora de Fabregat. Y eso aquí supone tanto como si te dieran el pasaporte
español.
En el plano de la investigación sobre la
muerte de Salazar, los dos agentes que la Unidad Central Operativa de la
Guardia Civil ha mandado a Torreblanca están comenzando sus investigaciones y
no dejan piedra sin remover. Lo primero que han hecho es una exploración a
fondo del hostal y sus terrenos aledaños. Han confeccionado un plano a escala
de la habitación en la que falleció Salazar y un croquis del lugar que ocupa la
misma en el establecimiento. Luego han pedido al sargento la relación de todos
los testigos que prestaron declaración y están sistemáticamente volviéndolos a
interrogar. El sargento hace de poli malo y la cabo primero de poli buena. Antes
de eso y por aquello de guardar las formas, el sargento Sales le ha dicho a su
colega:
-Bellido,
por supuesto, puedes estar presente en los interrogatorios –y después de una
pausa agrega-,… si lo deseas.
La primera reacción de Bellido ha sido
dejarles claro que sigue siendo el comandante del puesto y mientras estén bajo
su jurisdicción quien manda es él, pero hace un esfuerzo y se traga el sapo.
Sabe que si quiere ascender no será el último que tendrá que engullir. Por lo
que su respuesta es diplomática.
-Estáis en
vuestra casa. Si necesitáis cualquier cosa no tenéis más que decirlo -y hace
mutis, pero reafirmándose que es imprescindible hablar con el excomisario con
el que se ha citado.
Grandal siempre ha presumido de puntual,
pero cuando llega al bar del hotel ya le está esperando el sargento que se
levanta para saludarle y casi se cuadra ante el excomisario pese a que va
vestido de paisano. “Este quiere pedirme algo, pero no quiere que le
identifiquen, ni siquiera ha venido de uniforme”, piensa el policía.
-Ante todo,
don Jacinto, gracias por su amabilidad a pesar de que, como le dije, esto más
que una cita es un atraco.
-Tranquilo,
Bellido. En la agenda de los jubilados hay muchos más espacios en blanco que
escritos.
-Esta es una
conversación que le ruego que mantenga en la más estricta privacidad. Acabamos
de conocernos, pero un hombre con una trayectoria profesional como la suya sabe
lo que es la confidencialidad y una conversación privada entre dos miembros de
los cuerpos de seguridad del Estado por mucho que esté jubilado.
“Jacinto, creo que no has marrado el tiro,
este tío te quiere contar algo relacionado con la muerte de Salazar…”, piensa
Grandal.
-Sargento,
tranquilo. Le doy mi palabra de que lo que aquí se hable, aquí se va a quedar.
Bellido en pocas palabras le cuenta lo que
está sucediendo: tiene el mandato oficial de la juez que instruye el
fallecimiento de Francisco Salazar para actuar como cabeza de la policía
judicial, pero la llegada de dos componentes de la UCO han hecho que en la
práctica haya quedado relegado a un segundo plano. Y eso es algo que su orgullo
profesional y, ¿por qué no decirlo?, su legítima ambición de ascender en el
Cuerpo pueden quedar muy tocados si son los miembros de la Unidad Central
Operativa los que se lleven el mérito de solucionar el caso. Ante tal tesitura
solo conoce una persona que le puede ayudar, aunque sea extraoficialmente, y es
don Jacinto Grandal, galardonado comisario de policía con notorios éxitos en el
esclarecimiento de complicados casos criminales.
-Lo que le
pido, don Jacinto, es que, de forma confidencial y sin que se entere nadie, me
eche una mano y me ayude a descubrir quién mató al finado Salazar. Si esta
petición le chafa sus vacaciones, olvídese de lo que acabo de pedirle y le pido
mil disculpas, pero si me atrevo a plantearlas es porque he recordado sus palabras
de que como no le gusta nada la playa tiene mucho tiempo libre.
-Vamos a ver
Bellido –Grandal pasa al tuteo para dar más confianza al sargento-. Primero, no
vuelvas a llamarme don Jacinto, por favor, me suena muy raro. Estoy
acostumbrado a que me llamen por mi apellido o si lo prefieres trátame de
comisario. Segundo, no me vas a chafar mis vacaciones, salvo la partida de
dominó de las tardes el resto del día lo tengo más libre que los pájaros del
cielo. Y tercero y último, estoy encantado de poder ayudarte, por supuesto
dentro de la más estricta reserva. Por tanto, como diría un argentino dejémonos
de pavadas y vamos al grano. ¿Por dónde empezamos?
El sargento intuía que el excomisario le
ayudaría, por lo que ha venido preparado. Saca de su cartera una copia del
expediente que ha compilado hasta el momento sobre el caso Pradera.
-¿Es el
nombre que le han puesto al caso?
-Sí, se lo
puse yo.
Grandal piensa lo mismo que pensó en su
momento la juez del Valle, que el suboficial no se ha roto precisamente las
meninges para encontrar un nombre al caso.
-Aquí están
todas las actuaciones que mis hombres y yo hemos realizado hasta el día de hoy
y que se centran fundamentalmente en los interrogatorios que hemos hecho a
todos los testigos que, directa o indirectamente, tuvieron alguna relación con
el fallecido Salazar, así como aquellas personas que estuvieron en el hostal el
día de autos.
Una rápida ojeada a los papeles le sirve a
Grandal para preguntar algo y lo hace modulando la voz pues no pretende
avergonzar al suboficial, pero al mismo tiempo quiere sentar desde el principio
su saber hacer en una investigación criminal.
-De entrada,
noto dos ausencias. El informe sobre el escenario de la muerte y que faltan
algunas declaraciones de personas que estuvieron en el hostal el día de autos y
que por otra parte tenían alguna relación con Salazar.
El sargento se aturulla al oír las palabras
de Grandal.
-Perdone,
comisario. El informe es que se me ha olvidado incluirlo y sobre que faltan
algunas declaraciones…, no sé a qué o a quién puede referirse.
-A mí y a
mis amigos. Estuvimos en el hostal la tarde de autos jugando al dominó y
tuvimos una relación cierta aunque corta con el difunto –dicho lo cual añade
con tono festivo-, pero no se preocupe, le doy mi palabra de honor que ninguno
de nosotros asesinó a Salazar.
El suboficial enrojece como una novicia,
acaba de tragarse otro sapo.
PD.- Hasta
el próximo viernes