Grandal, que continúa en el apartamento del
hijo de Álvarez, sigue poniendo al día a Ballarín sobre el misterio de la
muerte de Salazar. Cuando están a punto de marcharse aparecen Álvarez y Ponte.
Si les hubiera tocado la lotería no se les vería tan contentos. El primero va
directamente al frigorífico y saca varios botellines de cerveza.
-Amigos,
camaradas de armas, somos más grandes que el que inventó los calzoncillos
largos.
-Vamos a
tomarnos unas cervezas que nos las hemos ganado –secunda Ponte pese a que no es
muy proclive a esa clase de manifestaciones.
-Bueno, nos
tomamos las birras y mientras nos contáis a que viene tanto jolgorio –pide
Grandal.
La exultante alegría de la pareja
Álvarez-Ponte proviene de que su viaje al supermercado de Mercadona, próximo al
hotel en el que estuvo hospedado Carlos Espinosa, ha sido como descubrir un
filón aurífero. En el súper han tenido que hacer muchas preguntas porque solo
tenían dos referencias a las que agarrarse: una compra que hizo un cliente que
tenía acento andaluz y que la hizo la festividad de la Asunción. Cuando estaban
a punto de tirar la toalla, se han tropezado con una cajera amiga de darle a la
sin hueso que estuvo de servicio en dicha fecha y que no ha olvidado tres cosas
que le pasaron en un día tan señalado y que es festivo en media Europa: una,
que estaba de muy mala leche porque en una fecha tan señalada el súper debería
estar cerrado y allí estaba ella y otros compañeros dando el callo; otra, que
ese día, como no podía ser de otro modo, hubo contados compradores con lo que
el público demostraba tener más sentido común que la empresa; la tercera, que
recuerda a un cliente más elegante que un tipo de los que anuncian modelos de
marca, al que nunca había visto, y que hablaba al modo de los pijos andaluces.
Y lo recuerda porque hizo una compra de lo más extravagante: se llevó una
botella de coñac francés, no recordaba la marca, unos paquetes de Kleenex y,
¡pásmense!, un raticida. ¿Para qué podría querer el matarratas un figurín como
aquel? fue el último comentario de la lenguaraz cajera.
-¡Bingo!
–grita Grandal-. A esa cajera la vamos a proponer como policía honoraria. Su
pregunta no puede ser más aguda: ¿para qué podía querer un raticida un tipo
como Carlos Espinosa?
-¿Estáis
seguro de que se trataba de Espinosa? –pregunta Ballarín ya metido de lleno en
el caso.
-Seguro al
cien por cien, no –aclara Grandal-, pero apostaría la paga extra de Navidad que
era él. Los datos que aporta la cajera le retratan: bien vestido, andaluz y
comprando en el súper más cercano al Hotel del Golf en el que sabemos que se
hospedó Espinosa. Y seguramente la botella de coñac francés que adquirió debió
ser con casi seguridad el coñac que el malagueño le dio a beber a Curro.
-Si os soy
sincero, a mí lo del matarratas me ha dejado de piedra –confiesa Álvarez- . ¿A
quién querría envenenar ese fulano, porque a los ratones seguro que no?
-A Salazar
–afirma Grandal con contundencia-. Ese se quería cargar a Salazar. Posiblemente
lo intentó. Hay un análisis toxicológico pendiente de resultado que podrá
aportar pruebas de si en el cuerpo de Salazar hay restos de raticida. Si es así
tenemos al malagueño cogido de los huevos. Como diría un economista hablando de
la crisis: comenzamos a ver luz al final del túnel.
Mientras los jubilados festejan sus
descubrimientos, la instrucción del caso Pradera sigue el proceso habitual. Por
las declaraciones de la terna del maletín la Juez Instructora sabe que, además de
dichos testigos, otras personas estuvieron en la habitación 16 el día de autos,
uno de ellos es Carlos Espinosa Valgrande. Asimismo, de la deposición de otros
testigos iniciales, especialmente de las del hijo y de la exnovia de Salazar, se
sabe que conocían y habían visitado varias veces a Salazar, Alfonso Pacheco
Ruiz y Jaime Sierra Ortigosa. Todos ellos, una vez localizados sus respectivos
domicilios por las Fuerzas de Seguridad del Estado, han recibido la citación
del Juzgado de Instrucción número 4 de la Audiencia Provincial de Castellón
para comparecer ante el mismo con el fin de declarar como testigos sobre el
supuesto fallecimiento violento de Francisco Salazar Jiménez. Las citaciones
oficiales contienen la expresión de la jueza ante la que deberán acudir, el
número del procedimiento y la fecha y clase de resolución en la que se acuerda
la citación, el motivo de la misma que consistirá en la necesidad de declarar
en calidad de testigos sobre el caso precitado, el lugar, día y hora en que
tendrán que concurrir al juzgado y, finalmente, la advertencia de que tienen
obligación de comparecer y la prevención de las sanciones que se pudiesen
derivar en el supuesto de no acudir.
Puesto que el matrimonio Pacheco-Hernández
estaba convencido de que nadie les había visto entrar ni salir de la habitación
de Salazar la fatídica tarde del 15 de agosto, la citación para declarar les ha
sentado como un mazazo. Pasado el susto inicial han respirado cuando se han
dado cuenta de que la citación solo es para Alfonso y no menciona para nada a
Macarena. Después de darle mil vueltas, la pareja toma tres determinaciones.
Una, no mencionar en ningún momento su visita a Salazar el quince de agosto;
dos, ocultar que Macarena acompañó a su marido; y tres, pedir ayuda al padre de
ella para que el bufete que lleva el asesoramiento jurídico de sus negocios
ayude a Alfonso a preparar su declaración; eso sí, ocultándole también lo que
realmente sucedió. Se mantendrán en la historia de que el ingeniero fue a ver a
su paisano varias veces a raíz de que le salvara el día que un desconocido le
agredió.
Cuando el matrimonio casi tiene su plan
ultimado les sorprende una llamada de Jaime Sierra, el antiguo director de la
Agencia IDEA necesita hablar con ambos a la mayor brevedad. Desde que se fueron
de la Costa de Azahar no se han vuelto a ver, ni siquiera han hablado por
teléfono. Lo que quiere informarles Sierra es que también ha sido citado para
declarar como testigo ante el Juzgado de Instrucción de Castellón que lleva el
caso Pradera.
-¿Cómo se habrán
enterado de que estuvimos en un lugar cómo aquel que ni siquiera aparese en la
mayoría de mapas? –pregunta Macarena.
-Elemental,
querida –Sierra enmascara todo lo posible la antipatía que siente hacia la
mujer-, debieron ser muchas las personas que nos vieron visitando a Curro y,
aunque no supieran nuestros nombres, en cuanto la policía ha comenzado a tirar
del hilo les ha debido resultar fácil localizarnos. Pero ahora esa no es la
cuestión, ya estamos citados y hay que comparecer.
-Y si no
compareséis, ¿qué pasa, os pondrán una multa o algo así?
-No digas
sandeces, Macarena –como le parece que está siendo demasiado desconsiderado con
la mujer, Sierra hace una concesión-, aunque en parte llevas razón. En efecto,
si no compareces a declarar sin causa justificada te pueden multar de 200 a 5.000
euros en el primer llamamiento, pero si tampoco lo haces en la segunda citación
el Juez Instructor puede mandar a la fuerza pública detenerte y ser conducido
ante él. Es más, puede abrirte una causa penal por delito de desobediencia a la
autoridad. Y no querrás que a tu señor marido y al que suscribe los conduzcan a
Castellón entre dos guardias civiles.
-Entonces,
Jaime, ¿qué hacemos? Como estudiaste derecho algo se te habrá ocurrido –sugiere
Pacheco.
-Antes que
nada una pregunta, Alfonso: ¿tienes idea de por qué no ha sido citada Macarena
dado que estuvo contigo en el viaje a Castellón?
-Pues no,
pero en cierto modo me parece lógico. Macarena en ningún momento estuvo en
contacto con Curro –Pacheco también le oculta a su colega la participación de
su esposa.
-Bien. Ahora
deberíamos de ponernos de acuerdo sobre las declaraciones que vayamos a
realizar. Lo peor que nos puede pasar es que nuestras informaciones se
contradigan. Y antes, otra pregunta: el día 15 quedamos por teléfono en hablar conjuntamente
con Curro esa tarde. Yo os estuve esperando delante del hostal, pero no aparecisteis.
¿Llegasteis a visitar a Curro?
-No, ni
siquiera fuimos a Torrenostra –miente Pacheco-. Ya sabes que a Macarena nuestro
amigo Curro le caía como a un Santocristo un par de pistolas y cuando le dije
que debíamos verle se puso como una fiera. Tuvimos tal bronca que al final
desistí de ir. La verdad es que la pelotera me puso de tan mala leche que se me
olvidó llamarte para contarte que no iba a ir. Y como ese mismo día por la
noche me llamo mi director instándome a que tenía que volver a Sevilla sin
demora, nos volvimos y se me fue de la cabeza todo lo referente a Curro.
Sierra, que no es ningún badulaque, no se
cree la historia que acaba de contarle Pacheco, pero decide pasar a lo que
ahora urge: ponerse de acuerdo para que sus respectivas declaraciones no se
contradigan. El paralelismo entre lo que van a contar a la instructora lo
alcanzan con bastante rapidez, pero hay un punto en el que difieren: el motivo
por el que se encontraban en la provincia de Castellón. Pacheco tiene una buena
justificación de porqué estaba en la provincia: estudiar el plan de prevención
de incendios forestales en el Maestrazgo. Sierra, en cambio, no tiene coartada
alguna en la que apoyar su estancia en tierras de La Plana. Alfonso, en un
arranque de generosidad auspiciado por su mala conciencia, le ofrece que pueden
declarar que pensaban pasar unos días juntos él y su mujer con Jaime y su
pareja, aunque en el último momento la pareja de Jaime no pudo ir. Por eso
estaban en sendos hoteles de la misma localidad, Orpesa del Mar. En eso quedan.
Antes de dar por terminado el encuentro, Pacheco le hace una pregunta a Sierra
que le está quemando la lengua desde el principio de la charla:
-Oye, Jaime,
¿y tú la tarde del 15 si viste a Curro?
“Vas listo si pretendes sacarme la verdad,
te voy a dar tu misma medicina: mentiras a tutiplén” se dice Sierra.
PD.- Hasta
el próximo viernes