"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 58. ¿Me puede dar en la espalda?

   Cuando Julia Manzano, la alumna más deplorable que tiene doña Pilar, le  pregunta si ha de copiar frases en su libreta, la maestra responde:

   -No tienes que copiar nada. Charlaremos y me ayudarás… -Pilar echa una mirada a su alrededor-. ¿A ti te gustan las plantas y las flores?

   -Pos claro que me gustan. Nuestra casa del pueblo está llena de macetas y cacharros con plantas, y entre mi otra hermana y yo las cuidamos.

   Aquella noche, durante la cena, madre e hijo se cuentan cómo les ha ido, y Pilar refiere el conato de rifirrafe que ha tenido con la menor de los Manzano.

   -Vaya genio que se gasta la mozuela, y eso que es una niña, aunque tiene talento la muy puñetera. O mucho me equivoco o seguro que va a ser una mujer de carácter.

   -También lo era su hermana, y al final se portó como si no lo fuera -apunta Julio con cierto deje de amargura.

   Inmediatamente Pilar se reprocha haber sacado a colación la anécdota de la niña. Ha quedado patente que a su hijo el recuerdo de Consuelo sigue haciéndole daño, por lo que cambia enseguida de conversación.

    Al día siguiente, cuando llegan los estudiantes de bachiller, la maestra llama a Julia Manzano aparte.

   -Julina –supone que así le llamarán en su casa-, toma estas tijeras y me vas podando las ramas muertas y las hojas secas de las macetas del aula. No tengas ninguna prisa, hazlo a conciencia. Luego hablamos.

   Mucho antes de que la maestra termine con los demás alumnos, la muchacha la interrumpe.

   -Seña maestra, que ya he acabao con las macetas, ¿y ahora qué hago?

   Pilar ha de pensar rápido porque no contaba con la diligencia de la niña.

   -Toma esta revista de viajes con litografías de pueblos de diversos países. Míralos y escribe cuáles te gustaría visitar y por qué.

   -Bah,… seguro que ningún pueblo es tan bonito como el mío.

     Doña Pilar se ha empeñado en hacerse con la confianza de Julia, cree que es la única forma de hacerle entender que estudiar le ayudará a ser mejor persona y una mujer más completa en todos los sentidos. Para ello se ha trazado un plan de cómo comportarse con la muchacha. Le da amplia libertad, el día que no le apetece estudiar no la fuerza, le deja que haga lo que más le plazca. Le insiste que cuando lea una palabra que no la entienda la subraye, que luego se la explicará. Conversa mucho con ella sobre cualquier materia, siempre que la niña lo considere interesante. Le enseña a preguntar, a escuchar, a responder y a pensar. Le pide que le cuente cosas de su pueblo, de sus amigas, a qué juega con ellas, qué es lo que le gustaría hacer de mayor… Todo eso lo hace porque está convencida que la muchacha tiene un gran potencial, que es muy inteligente y que está dotada de una gran dosis de sentido común, algo impropio de una niña de diez años. Y, además, ha terminado encariñándose con ella. La ve como la hija que le hubiese gustado tener, algo que no pudo ser por el prematuro fallecimiento de su marido.

   Entre tanto, Julio se afana en convertir la droguería del Bisojo en uno de los comercios más boyantes de la ciudad. Y a fe que lo está consiguiendo. Poco a poco está remodelando el fondo de las existencias que el Bisojo manejaba. Hay productos que los ha eliminado del catálogo, en cambio ha incorporado otros, teniendo la mayoría una buena acogida por una clientela cada vez más numerosa y diversa. Ha procurado averiguar qué artículos pedían a Cáceres las señoras de las familias pudientes de la ciudad, y los ha incorporado al fondo de la droguería, con lo cual se ha hecho con unas clientas que el Bisojo casi nunca vio pisar su establecimiento. Y dado que, no puede viajar mientras su patrono siga enfermo, ha perdido los ingresos de los pueblos del entorno. Para compensarlo ha establecido un sistema de pedidos por escrito, e incluso orales por medio de los recaderos que van y vienen de los pueblos a Plasencia, lo que le permite mantener una parte de las ventas que conseguía en los viajes. Todo lo cual supone que, al haber aumentado su comisión, cada vez que hace balance las cifras de su porcentaje son más abultadas. Lo que le permite comenzar a ahorrar en cantidades significativas.

   Si en el trabajo las perspectivas parecen favorables para Julio, en la vida social no ocurre lo mismo, está estancado. Continúa saliendo los domingos con Nico, la moza de Jarilla, pero no termina de sentirse a gusto con ella. La joven es resultona y no está nada mal de cuerpo, pero su conversación deja mucho que desear y hay domingos que se le hacen interminables. Ha intentado intimar, pero ahí la joven se ha plantado. La primera vez que en el baile del merendero pretendió ceñir su talle apretadamente, Nico puso el antebrazo entre su cuerpo y el brazo de Julio con lo que su esfuerzo resultó baldío. Y la tarde que intentó besarla la moza le paró los pies de forma categórica.

   -Chacho, no te pases. Seré una pobre criada, pero a honrá no me gana nadie. Mis padres me criaron pa ser una mujer decente y no una tirada que cualquiera pueda hacer con ella lo que le pete. Mi flor es pa el hombre que me lleve a la iglesia y salga de ella siendo su mujer.

   Julio se ha avergonzado de que una muchacha, con pocas luces y unos toscos modales, le haya puesto en ridículo, pero cuando su orgullo se desinfla reconoce que la joven tiene razón. Con las mujeres honestas, no importa cuál sea su condición, hay que comportarse honestamente y no como un rufián, se dice. Tras el incidente, ambos jóvenes, de común acuerdo, deciden enfriar su relación y darse un margen de tiempo para repensarla, lo que conlleva que no van a salir todos los domingos. Y el mañego vuelve donde solía: no sabe que hacer los festivos. Comienza a frecuentar con más asiduidad la cuadrilla de jóvenes solteros con los que ya alternó al inicio de su trabajo como dependiente, profesión que comparte con algunos de ellos. La actividad a la que más tiempo dedican es a beber y a piropear a las mozas que pasean por el entorno de la porticada Plaza Mayor, ubicada en el centro de la zona antigua de la ciudad. Y hacia el final de la tarde, o se van a algún baile a ver si ligan o terminan en casa de La Vero, nombre de la madama que regenta el burdel con más pretensiones de la ciudad. A Julio el amor mercenario nunca le gustó excesivamente, pero se dice que a su edad no puede seguir haciéndose pajas como si fuera un adolescente. Y así, y sin mayores incidencias que resaltar, llega la primavera y la artritis reumatoide del Bisojo mejora, por lo que el patrono vuelve a hacerse cargo de la tienda y el mañego retorna a sus periplos por los pueblos del norte cacereño.

   A Julio acomodarse otra vez a la venta ambulante le cuesta más de lo que imaginaba. Ya se había acostumbrado a los medidos tiempos de su trabajo en la tienda y ahora, volver a cargar el carro, aparejar la Pelona y tornar a recorrer los bacheados caminos de las comarcas que confluyen en Plasencia, se le hace cuesta arriba. Piensa que, al menos, ahora tiene un incentivo que no tenía antes: al haberle incrementado el Bisojo su comisión va a ganar más pasta –expresión que ha comenzado a popularizarse-, algo que no es fundamental en la vida pero, como suele decir su madre, tener dinero siempre ayuda.

   Conjuntamente con el tío Elías, ha decidido ser más exigente a la hora de trazar las rutas de viaje. No hará como antes, frecuentará más a menudo los pueblos grandes, donde lógicamente las ventas son mayores, y dejará de lado los villorrios y aldeas que solo visitará en momentos puntuales del año: cuando recojan las cosechas o vendan el ganado, que es cuando más rueda el dinero en lugares en que suele escasear. Y dará atención prioritaria a las comarcas más prósperas y a las localidades con mayor número de habitantes como Navalmoral de la Mata, Cabezuela del Valle, Jerte, Coria, Aldeanueva de la Vera, Jaraíz y Jarandilla de la Vera, Malpartida, Montehermoso, Valverde del Fresno y Béjar, ya en la provincia de Salamanca. E impensadamente, comienzan a pasarle sucesos que en su primera etapa de vendedor ambulante no le habían ocurrido.

   Un día, en Jerte, una agraciada treintañera le pide un frasquito de aceite dérmico antimanchas relativamente caro, pero al ir a pagar descubre que no lleva suficiente dinero.

   -Me he gastao el dinero en otras compras y ahora no me llega. ¿Me lo pue fiar?

   -Se lo fiaría con mucho gusto si me quedara en el pueblo, pero me voy mañana y no sé cuándo voy a volver -se disculpa.

   -Entonces, ¿le importaría pasarse por mi casa cuando cierre?, le pagaría.

    El mañego duda, la política que impera en el negocio del Bisojo es: vender el artículo con una mano y recibir su precio en la otra. Incluso en la tienda tenía un cartelito que avisaba: hoy no se fía, mañana tampoco; cartel que quitó Julio, aunque continuó con la norma de no fiar. La mujer le está observando con una sonrisa en sus gordezuelos labios y una mirada que parece desafiarle, hasta que vuelve a hablar.

   -No la compraría, ¿sabe usté?, pero como me ha dicho que es el último que le queda sino me lo llevo me voy a quedar sin él. No sea desconfiao, se lo pagaré y encima le daré a catar el mejor pitarra del pueblo.

   -Me voy a fiar de usted. Dígame donde vive y cuando recoja todo el cacharreo me pasaré por su casa. Y un vaso de vino de la tierra no vendrá mal.

   Tras recoger la mercancía, Julio deja el carro y la mula en la posada, se asea un poco y se dirige a casa de Carmina, así le ha dicho que se llama la compradora del aceite. Llega a la casa, una como tantas otras del pueblo, y llama a la puerta.

   -Pase, está abierto –grita una voz desde el interior.

   Julio se adentra en la casa por un pasillo en semipenumbra cuando vuelve a oírse la voz.

   -Estoy aquí, al final de todo.

   El pasillo desemboca en una habitación donde, sentada en una cama y con solo una combinación por vestimenta, está Carmina dándose el aceite.

   -Pase, pase. Que bueno es este aceite, vale lo que cuesta. Ahora acabo y le pago. Hágame el favor, ¿me puede dar en la espalda que no alcanzo?

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 59. El Hurón