Águeda y Maruja no acaban de ponerse de acuerdo en los detalles sobre la
inminente boda de sus hijos Pepita y Rafael. Águeda es partidaria de realizar
el banquete en plan casero, en cambio Maruja opta por encargar la comida a
algún restaurante. Ante la insistencia
de Maruja en su opción, Águeda saca a relucir su talante cicatero:
- ¿Pero estás loca? Eso nos costaría una
fortuna. Bastantes gastos tenemos como para tirar el dinero trayendo gente de fuera
y que vaya usted a saber cómo servirán el convite. En cambio, lo de celebrarlo
en el almacén no me parece mal. Y sobre la comida ya estuve pensando en ello,
creo que podíamos encargar unos langostinos de Vinaroz y luego jamón serrano
del bueno, de Teruel, con eso y unas croquetas muy ricas que va a preparar mi
cuñada Catalina ya teníamos unos entremeses muy apañados. Y como plato fuerte,
encargarle a la Torrafabes que nos prepare unas paellas y luego chuletas de
lechal que Rita, la de la carnicería de la plaza, ya me ha dicho que nos las
pondrá a buen precio. Y de postre fruta, que esa no necesitamos comprarla, y
pastelitos de boniato y almendraos que mi sobrina Anabel los hace muy buenos. La
tarta se la encargaremos a Martínez, el de la panadería de la calle Loreto. Y
para rematar café del de verdad y licores. Ah, se me olvidaba, y puros, que esos
corren a cargo del Braulio, ya le encargó al estanquero unos puritos canarios
que se ve que son cosa fina. Un banquetazo de categoría, vamos.
- Vaya, veo que lo tienes todo muy pensado,
pero hasta ahora no me habías dicho ni media palabra – Maruja no puede ocultar
su despecho.
- Es que del convite es la primera vez que hablamos.
Tú tampoco me comentaste lo del restaurante de Gandía. Estamos empatadas, pero
estarás de acuerdo conmigo que mi plan nos va a salir mucho más económico que
el tuyo.
- ¿Y quién va a servir las mesas?
- ¡Qué pregunta! Para eso está la parentela.
Tus hermanas, mis cuñadas, nuestras sobrinas, las amigas. No va a faltar quien
nos ayude, no te preocupes.
- Todo lo que cuentas me parece bien – Maruja
esgrime su diplomacia de andar por casa, pero no cede -. Lo tienes muy pensado,
¿pero no crees que sería mucho más cómodo que encargáramos la comida a unos
profesionales y que nos despreocupásemos del asunto? Costaría más, de acuerdo,
pero las dos tenemos un solo hijo y no volveremos a tener que preparar otra
boda. Si no nos gastamos los cuartos ahora, ¿cuándo vamos a hacerlo?
- Mira, Maruja, estamos de gastos hasta las
cejas. Si vosotros no os hubieseis emperrado en que la pareja debía de tener su
propia casa, ahora estaríamos en disposición de poder afrontar el desembolso
que podría suponer encargar el banquete a ese restaurante del que hablas, pero
después de lo que nos ha costado montarles la casa y el negocio ya no podemos
malgastar ni un duro más. Por lo tanto, tendremos que conformarnos con lo que
hay. Además, ¿tú sabes cómo nos iban a criticar si encargáramos la comida a
gente de fuera? Quita, quita, que bastante estamos dando que hablar con una
boda tan precipitada – contraataca Águeda.
A
Maruja no le queda otra que ceder. Hablar del convite lleva de la mano a referirse
a la lista de invitados y en ese punto las consuegras vuelven a trabarse de
cuernos. Paradójicamente se da el caso contrario: Águeda quiere invitar a medio
pueblo, mientras Maruja opta por un número de invitados mucho más reducido. No
se ponen de acuerdo y, como ninguna cede, al final llegan a una solución de
compromiso: cada familia hará su particular lista y pagará el gasto de sus
invitados.
El
cura termina de echar las bendiciones a los contrayentes y, tras darles la mano
para que se la besen, se retira a la sacristía acompañado por los monaguillos. Pepita
y Rafael ya son marido y mujer. Civilmente lo eran desde el día anterior,
cuando fueron al juzgado municipal donde el secretario les hizo firmar los
prescriptivos documentos y les entregó el correspondiente Libro de Familia. Los
desposados salen de la iglesia en cuya puerta les esperan los invitados y, algo
más apartados, los inevitables corrillos de curiosos formados en su mayoría por
mujeres. Las comadres no quieren perderse un solo detalle de cómo van vestidos
los recién casados, especialmente la novia, lo que dará tema de conversación
durante varios días.
La
recién desposada luce un vestido recargado de bordados y puntillas que le han
confeccionado en Valencia, con una cola considerable que se lleva todo el polvo
que hay entre su casa y la iglesia pues la costumbre del pueblo es que ambos
novios vayan a pie de su casa al templo. El novio lleva un traje como nunca se
había visto allí: una chaqueta de esmoquin conjuntada con unos pantalones a
rayas negras y una flor blanca en el ojal. El padrino es el tío Braulio que va
embutido en un flamante terno que parece tener dos tallas menos de las que
necesitaría porque se le ve muy incómodo. La madrina es Maruja que luce un
floreado traje de seda y una añeja mantilla que casi le llega al borde la
falda. De los cuatro protagonistas del casorio da la impresión de que es la que
más lo está disfrutando, ¡lleva tantos años anhelando ese momento!
La
boda es por todo lo alto. Hacía años que en el pueblo no se veía un dispendio
como el que los padres de los contrayentes han derrochado. En el banquete no ha
faltado de nada, y después del café y los licores el tío Braulio ha pasado con
una caja de puros canarios repartiéndolos entre los hombres. Luego los novios
han ido de mesa en mesa departiendo con familiares y amigos. Cada vez que se
acercan a un grupo suenan los gritos de rigor: ¡viva los novios!, ¡que se
besen, qué se besen! Los recién casados no llegan al final del convite, tienen
que coger el correo de Barcelona donde estarán unos días y de allí volarán a
Palma de Mallorca donde completarán su luna de miel. Antes de su partida, la
madre de la novia hace un aparte con su flamante yerno y, con muchos remilgos y
frases plenas de doble sentido, le pide que tenga cuidado en las relaciones con
su hija, que procure hacer las cosas que los maridos hacen a sus mujeres con la
mayor ternura posible porque como su chica está en estado un proceder brusco
podría hacerle daño. No le pide que no la toque, que eso ni quiere ni puede
decirlo porque ahora es su mujer y le pertenece, lo que le ruega es que lo haga
con paciencia y cuidado. Y nada más. Seguro que van a ser muy felices porque se
lleva la mejor hija del mundo y una mujer de su casa.
Terminado el banquete, las madres de los
contrayentes invitan a los comensales a ver el hogar de los recién casados. La
mayor parte de los hombres no hacen caso de la invitación y siguen bebiendo,
charlando y fumando, pero en cambio las mujeres van casi todas en pos de Águeda
y Maruja, que les van enseñando las distintas dependencias de la casa de la
pareja, el ajuar de la novia y los muchos regalos que familiares y amigos les
han hecho. No les va a faltar de nada insiste la madre de la novia. Más de una
invitada piensa que como se nota que tanto Pepita como Rafael son hijos únicos
y que sus padres han tirado la casa por la ventana.
Cuando Lolita ve pasar la comitiva de la boda,
de vuelta de la iglesia, y como bromean los novios con los desocupados y
curiosos que desde las aceras les dan la enhorabuena, termina derrumbándose. Se
encierra en su habitación, abre la gaveta del secreter, la única que tiene
cerradura, y desparrama encima de la cama un puñado de fotos de cuando su
noviazgo con Rafa, el único que ha tenido y que quizás tenga. Las mira una a
una en silencio mientras las va reduciendo a pedacitos. Sus ojos se llenan de
lágrimas que lenta y calladamente van resbalando por las mejillas, hasta que da
rienda suelta a la pena que la corroe y prorrumpe en un amargo llanto. No hay
dolor más hondo que el que provoca la muerte de la esperanza. Ha de echar mano
de todo su coraje para no derrumbarse. Y como terapia más eficaz para no recordar
y no dar vueltas como un molino a lo que ya no tiene remedio se sumerge en el
trabajo.