"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 59. El Hurón

 

   La mujer, que le ha comprado un aceite dérmico a Julio, le pide que se lo dé por la espalda pues no alcanza. Ante la vacilación del mañego, la paisana se explica.

   -Me lo da mi marido, pero no llegará hasta dentro de dos o tres horas –y sin esperar a que Julio responda deja caer las cintas de la combinación.

   Cuando algo más de una hora después, Julio sale de casa de la Carmina y vuelve a la posada va pensando que en cualquier burdel el polvo que acaba de echar le hubiera costado más barato. Has hecho un mal negocio, chacho, se recrimina. Esto no debería volver a pasarte, al menos con un producto del precio del aceite. Te has portado como un pardillo. Que te sirva de lección para el futuro. Una cosa es el negocio y otra echar una cana al aire.

   Aquella noche, tras la cena, Julio juega una partida de tute con el posadero y los hermanos Galván, ropavejeros de Béjar con los que ha coincidido en otras ocasiones. En un receso del juego, el dueño se dirige al mañego y, como el que no quiere la cosa, le pregunta:

   -¿Te ha salio mu cara la Carmina?, no es que me importe, solo es curiosidá.

   Julio de momento se desconcierta, pero se rehace rápidamente, es consciente de que en los pueblos pequeños todo termina sabiéndose pero, como pese a todo no quiere poner en un compromiso a la mujer con la que se ha acostado, se hace el desentendido.

   -No sé de qué vas, Facundo.

   -¡Coño, otro qué ha salido trasquilado por la Carmina! –proclama el menor de los Galván, y dirigiéndose a Julio con una media sonrisa irónica le adoctrina-. Compañero, tendrás que aprender que cuesta menos pagar a una puta de carrera que a una mujer como la Carmina que no es puta de oficio, pero como si lo fuera. Te habrá dicho que su marido no estaba, ¿verdad? Pues seguro que lo tenías en la habitación de al lado pajeándose y pensando en cuanto habrá dejado el incauto de turno. Echar un casquete, a veces sale caro.

   El verano del 94 discurre sin mayores sobresaltos para Julio. En la temporada estival da gusto recorrer las comarcas limítrofes a la Sierra de Gata porque al recibir mayor cantidad de lluvia que las del resto de la región son mucho más verdes y resulta agradable transitar por ellas. Y las ventas están siendo buenas, lo que es recibido por el Bisojo con gran satisfacción. Lo más reseñable que le ha ocurrido al mañego es que una noche que pernoctaba en un mesón de Navalmoral de la Mata una de las criadas, de apreciable buena estampa, le ha estado vacilando o, al menos, eso le ha parecido. Sospecha que se materializa cuando después de la cena la sirvienta se le acerca para preguntarle.

   -¿Es verdá que vendes un agua de colonia francesa que huele de maravilla?

   -Lo es y a lo que huele es a heno recién segado.

   -Será muy cara, ¿no?

   -Cara no, carísima. ¿Por qué me lo preguntas?

   -Porque me gustaría olerla, solo olerla, porque comprarla no pueo permitírmelo.

   Julio intuye claramente lo que parece andar buscando la joven. Pero después de la experiencia con la Carmina anda con mucho más cuidado en la aproximación de mujeres que ofrecen sus favores a cambio de artículos de su carro, algo que puede resultarle más caro que pagar a una de las pupilas del lupanar de la Vero. Aunque como está más fogueado, también ha aprendido a dar gato por liebre. Piensa que si le regala un frasquito de colonia barata, a la que le cambie la etiqueta, puede pasar la noche con la moza por poco dinero.

   -Si solo es olerla, ¿por qué no te pasas por mi cuarto cuándo acabes el trabajo? -La criada no dice nada, al menos verbalmente, pero le guiña un ojo.

   Otro de los cambios que le han acaecido a Julio ha sido que ha comenzado a fumar. Desde que de pequeño padeció de asma, el tabaco le sienta mal, pero en las largas etapas de sus rutas hay veces que se cansa de todo: de pensar, de recordar, de echar cuentas y hasta de cantar –aunque lo hace rematadamente mal-, por lo que echarse algún cigarro de vez en cuando es una forma de matar el tiempo. Puesto que los cigarros le duran poco, en lugar de adquirirlos en un estanco compra tabaco del país que es más barato; por eso en uno los viajes que hace por La Vera recuerda que está en una de las zonas de mayor producción tabaquera de la península, y son muchos –prácticamente casi todos- los cultivadores de tabaco que venden bajo mano una porción del que cosechan para escapar del fisco. No tiene más que preguntar al primero que conoce en Aldeanueva de la Vera, que es donde hace noche hoy.

   -Oye, Graciano, ¿dónde podría comprar tabaco? –pregunta al dueño de la posada donde pernocta.

   -¿Cuántas arrobas quieres?

   -No, hombre, es para mí. ¿Para qué puedo querer unas arrobas?

   El posadero le echa una mirada socarrona y cambia de unidad de peso.

   -¿Con un par de libras tendrás bastante?

   -De sobra. Fumo poco, solo lo hago en los viajes.

   -Mañana, antes de partir, las tendrás. ¿No me preguntas por el precio? –le interpela el patrón.

   -No creo que me cobres más de lo que valga. Me fío de los amigos.

   Con la llegada del otoño reaparece la temida artritis del tío Elías y Julio debe retornar a la tienda. Ahora lo hace con mayor saber que la vez anterior. La primera experiencia como tendero le ha hecho ganar mucha más destreza, y eso es algo que perciben los clientes, especialmente las damas pudientes de la localidad, que no habían vuelto a la droguería desde que se marchó el mañego y ahora han regresado para satisfacción del joven.

   Doña Pilar participa del contento de su hijo, pues vuelve a tenerle en casa y no peregrinando por esos andurriales de los entornos de la Sierra de Gata y sus valles próximos. Madre e hijo vuelven a las sobremesas, sobre todo después de cenar, en la que conversan de mil y una cuestiones, y una sobre la que suelen dialogar es sus respectivas vivencias y sucesos  de la jornada o de los días anteriores. Esta noche, la madre le cuenta como se presenta el nuevo curso 1894-95 en lo que atañe al grupito de estudiantes que cursan con ella el bachillerato por libre.

   -Este curso tendré más alumnos, el grupo ha aumentado a diez.

   -¡Enhorabuena, madre, casi has doblado el número! ¿Y te dan mucha guerra?

   -Salvo algún caso puntual no, en general son buenos muchachos y se portan bien. Vienen muy aleccionados de sus casas, y algún que otro padre me ha dicho que si tengo que castigar o dar un capón a su hijo que no lo dude.

   -¿Y les das algún coscorrón?

   -Que bobadas preguntas. Fuiste a la escuela conmigo, ¿cuándo me viste maltratar a un alumno?

   -Lo decía en broma, madre, no te piques. Pero si no recuerdo mal el curso pasado estabas muy quejosa de un alumno que te traía por la calle de la amargura.

   -Era una alumna y tú la conoces, la pequeña de los Manzano. Y que me ha dado una de las mayores satisfacciones que he tenido desde que ejerzo el magisterio. Al principio, era una niña insoportable: descarada, respondona, pésima estudiante, hablaba de pena; vamos, de los peores alumnos que han pasado por mis manos. Pues bien, si la vieras ahora no la reconocerías, he conseguido darle la vuelta como a un calcetín. Solo te diré que en junio aprobó el ingreso y todas las asignaturas de primero con nota. Cualquier día de estos la vas a ver porque le he pedido que venga a hacerme compañía como ya hacía cuando viajabas. Ahora que ya no viajas, me ha dicho que no quiero molestarnos y por eso no viene.

   -¿Qué edad tiene?, la recuerdo como muy niña.

   -Y lo sigue siendo, en unas semanas cumplirá los doce, y como es muy precoz cualquier día le puede llegar la pubertad. Y hablando de mujeres, ¿sigues saliendo con aquella muchacha que servía en casa del registrador? Nico creo recordar que se llama –Pilar sabe, pues se lo ha contado una vecina aficionada a los dimes y diretes, que a su hijo no se le ha vuelto a ver paseando con la joven de Jarilla, pero prefiere que se lo confirme.

   -No, ya no salimos, nos dimos un tiempo para repensar la relación, pero de eso hace ya la tira… Alguna vez ha vuelto por la droguería y hemos charlado un rato, pero nada más. Hablo más con su señora, la registradora, que con ella.

   -Si crees que me estoy pasando con mis preguntas, dímelo y cambio de tema. Sabes que respeto mucho tu vida privada, pero es la natural curiosidad de madre –Ante el silencio de su hijo, continúa- ¿Estás saliendo con otra?

   Julio vacila unos instantes, los suficientes para que no se le pasen por alto a su madre, pero cuando responde su voz suena firme.

   -Realmente, no. Algún que otro domingo voy con mis amigos a algún baile en un merendero o en el casino, y siempre conoces a alguna chica. Pero son relaciones muy someras, no suelen durar más allá de unas semanas. De lo que se dice una relación seria, nada de nada. Y te prometo una cosa, madre: el día que me eche una novia formal serás la primera en saberlo.

   Y así discurre el otoño y le sucede el invierno, cuando ya muy entrado noviembre un día aparece por la droguería un antiguo conocido de San Martín: el tío Lázaro, más conocido por su apodo, el Hurón, y que fue el mentor de Julio cuando, tras colgar los libros, se dedicó al más lucrativo negocio del contrabando.

   -Tío Lázaro, qué alegría verle, ¿cómo se encuentra?

   -Pos ya ves, voy tirando, aunque los tiempos no están pa tirar na. Y tú, que bien se te ve. Estás hasta más gordo, na que ver con aquel mozuelo que creía saberlo to y no sabía na. Y estás mejor aquí, detrás de un mostraor, que cuando arreabas los mulos por la Raya –El Hurón alude a los tiempos, ya lejanos, en que Julio le ayudaba a trajinar alijos por la frontera hispano-lusa.

   -¿Todavía cruza la Raya? –El tío Lázaro, aunque están solos en la tienda, antes de contestar mira a derecha e izquierda y cuando responde lo hace con voz queda.

   -¿Y qué otra cosa pueo hacer? Los de la tahona siguen sin regalar el pan.

   -La última vez que estuve en San Martín, me dijeron que ya no vive allí.

   -Es que me trasladé a Valverde, así estoy más cerca del negocio. Y hablando de negocios, por eso he venio. Me han contao que también vendes medecinas, ¿es cierto?

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 60. Un nuevo negocio

viernes, 18 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 58. ¿Me puede dar en la espalda?

   Cuando Julia Manzano, la alumna más deplorable que tiene doña Pilar, le  pregunta si ha de copiar frases en su libreta, la maestra responde:

   -No tienes que copiar nada. Charlaremos y me ayudarás… -Pilar echa una mirada a su alrededor-. ¿A ti te gustan las plantas y las flores?

   -Pos claro que me gustan. Nuestra casa del pueblo está llena de macetas y cacharros con plantas, y entre mi otra hermana y yo las cuidamos.

   Aquella noche, durante la cena, madre e hijo se cuentan cómo les ha ido, y Pilar refiere el conato de rifirrafe que ha tenido con la menor de los Manzano.

   -Vaya genio que se gasta la mozuela, y eso que es una niña, aunque tiene talento la muy puñetera. O mucho me equivoco o seguro que va a ser una mujer de carácter.

   -También lo era su hermana, y al final se portó como si no lo fuera -apunta Julio con cierto deje de amargura.

   Inmediatamente Pilar se reprocha haber sacado a colación la anécdota de la niña. Ha quedado patente que a su hijo el recuerdo de Consuelo sigue haciéndole daño, por lo que cambia enseguida de conversación.

    Al día siguiente, cuando llegan los estudiantes de bachiller, la maestra llama a Julia Manzano aparte.

   -Julina –supone que así le llamarán en su casa-, toma estas tijeras y me vas podando las ramas muertas y las hojas secas de las macetas del aula. No tengas ninguna prisa, hazlo a conciencia. Luego hablamos.

   Mucho antes de que la maestra termine con los demás alumnos, la muchacha la interrumpe.

   -Seña maestra, que ya he acabao con las macetas, ¿y ahora qué hago?

   Pilar ha de pensar rápido porque no contaba con la diligencia de la niña.

   -Toma esta revista de viajes con litografías de pueblos de diversos países. Míralos y escribe cuáles te gustaría visitar y por qué.

   -Bah,… seguro que ningún pueblo es tan bonito como el mío.

     Doña Pilar se ha empeñado en hacerse con la confianza de Julia, cree que es la única forma de hacerle entender que estudiar le ayudará a ser mejor persona y una mujer más completa en todos los sentidos. Para ello se ha trazado un plan de cómo comportarse con la muchacha. Le da amplia libertad, el día que no le apetece estudiar no la fuerza, le deja que haga lo que más le plazca. Le insiste que cuando lea una palabra que no la entienda la subraye, que luego se la explicará. Conversa mucho con ella sobre cualquier materia, siempre que la niña lo considere interesante. Le enseña a preguntar, a escuchar, a responder y a pensar. Le pide que le cuente cosas de su pueblo, de sus amigas, a qué juega con ellas, qué es lo que le gustaría hacer de mayor… Todo eso lo hace porque está convencida que la muchacha tiene un gran potencial, que es muy inteligente y que está dotada de una gran dosis de sentido común, algo impropio de una niña de diez años. Y, además, ha terminado encariñándose con ella. La ve como la hija que le hubiese gustado tener, algo que no pudo ser por el prematuro fallecimiento de su marido.

   Entre tanto, Julio se afana en convertir la droguería del Bisojo en uno de los comercios más boyantes de la ciudad. Y a fe que lo está consiguiendo. Poco a poco está remodelando el fondo de las existencias que el Bisojo manejaba. Hay productos que los ha eliminado del catálogo, en cambio ha incorporado otros, teniendo la mayoría una buena acogida por una clientela cada vez más numerosa y diversa. Ha procurado averiguar qué artículos pedían a Cáceres las señoras de las familias pudientes de la ciudad, y los ha incorporado al fondo de la droguería, con lo cual se ha hecho con unas clientas que el Bisojo casi nunca vio pisar su establecimiento. Y dado que, no puede viajar mientras su patrono siga enfermo, ha perdido los ingresos de los pueblos del entorno. Para compensarlo ha establecido un sistema de pedidos por escrito, e incluso orales por medio de los recaderos que van y vienen de los pueblos a Plasencia, lo que le permite mantener una parte de las ventas que conseguía en los viajes. Todo lo cual supone que, al haber aumentado su comisión, cada vez que hace balance las cifras de su porcentaje son más abultadas. Lo que le permite comenzar a ahorrar en cantidades significativas.

   Si en el trabajo las perspectivas parecen favorables para Julio, en la vida social no ocurre lo mismo, está estancado. Continúa saliendo los domingos con Nico, la moza de Jarilla, pero no termina de sentirse a gusto con ella. La joven es resultona y no está nada mal de cuerpo, pero su conversación deja mucho que desear y hay domingos que se le hacen interminables. Ha intentado intimar, pero ahí la joven se ha plantado. La primera vez que en el baile del merendero pretendió ceñir su talle apretadamente, Nico puso el antebrazo entre su cuerpo y el brazo de Julio con lo que su esfuerzo resultó baldío. Y la tarde que intentó besarla la moza le paró los pies de forma categórica.

   -Chacho, no te pases. Seré una pobre criada, pero a honrá no me gana nadie. Mis padres me criaron pa ser una mujer decente y no una tirada que cualquiera pueda hacer con ella lo que le pete. Mi flor es pa el hombre que me lleve a la iglesia y salga de ella siendo su mujer.

   Julio se ha avergonzado de que una muchacha, con pocas luces y unos toscos modales, le haya puesto en ridículo, pero cuando su orgullo se desinfla reconoce que la joven tiene razón. Con las mujeres honestas, no importa cuál sea su condición, hay que comportarse honestamente y no como un rufián, se dice. Tras el incidente, ambos jóvenes, de común acuerdo, deciden enfriar su relación y darse un margen de tiempo para repensarla, lo que conlleva que no van a salir todos los domingos. Y el mañego vuelve donde solía: no sabe que hacer los festivos. Comienza a frecuentar con más asiduidad la cuadrilla de jóvenes solteros con los que ya alternó al inicio de su trabajo como dependiente, profesión que comparte con algunos de ellos. La actividad a la que más tiempo dedican es a beber y a piropear a las mozas que pasean por el entorno de la porticada Plaza Mayor, ubicada en el centro de la zona antigua de la ciudad. Y hacia el final de la tarde, o se van a algún baile a ver si ligan o terminan en casa de La Vero, nombre de la madama que regenta el burdel con más pretensiones de la ciudad. A Julio el amor mercenario nunca le gustó excesivamente, pero se dice que a su edad no puede seguir haciéndose pajas como si fuera un adolescente. Y así, y sin mayores incidencias que resaltar, llega la primavera y la artritis reumatoide del Bisojo mejora, por lo que el patrono vuelve a hacerse cargo de la tienda y el mañego retorna a sus periplos por los pueblos del norte cacereño.

   A Julio acomodarse otra vez a la venta ambulante le cuesta más de lo que imaginaba. Ya se había acostumbrado a los medidos tiempos de su trabajo en la tienda y ahora, volver a cargar el carro, aparejar la Pelona y tornar a recorrer los bacheados caminos de las comarcas que confluyen en Plasencia, se le hace cuesta arriba. Piensa que, al menos, ahora tiene un incentivo que no tenía antes: al haberle incrementado el Bisojo su comisión va a ganar más pasta –expresión que ha comenzado a popularizarse-, algo que no es fundamental en la vida pero, como suele decir su madre, tener dinero siempre ayuda.

   Conjuntamente con el tío Elías, ha decidido ser más exigente a la hora de trazar las rutas de viaje. No hará como antes, frecuentará más a menudo los pueblos grandes, donde lógicamente las ventas son mayores, y dejará de lado los villorrios y aldeas que solo visitará en momentos puntuales del año: cuando recojan las cosechas o vendan el ganado, que es cuando más rueda el dinero en lugares en que suele escasear. Y dará atención prioritaria a las comarcas más prósperas y a las localidades con mayor número de habitantes como Navalmoral de la Mata, Cabezuela del Valle, Jerte, Coria, Aldeanueva de la Vera, Jaraíz y Jarandilla de la Vera, Malpartida, Montehermoso, Valverde del Fresno y Béjar, ya en la provincia de Salamanca. E impensadamente, comienzan a pasarle sucesos que en su primera etapa de vendedor ambulante no le habían ocurrido.

   Un día, en Jerte, una agraciada treintañera le pide un frasquito de aceite dérmico antimanchas relativamente caro, pero al ir a pagar descubre que no lleva suficiente dinero.

   -Me he gastao el dinero en otras compras y ahora no me llega. ¿Me lo pue fiar?

   -Se lo fiaría con mucho gusto si me quedara en el pueblo, pero me voy mañana y no sé cuándo voy a volver -se disculpa.

   -Entonces, ¿le importaría pasarse por mi casa cuando cierre?, le pagaría.

    El mañego duda, la política que impera en el negocio del Bisojo es: vender el artículo con una mano y recibir su precio en la otra. Incluso en la tienda tenía un cartelito que avisaba: hoy no se fía, mañana tampoco; cartel que quitó Julio, aunque continuó con la norma de no fiar. La mujer le está observando con una sonrisa en sus gordezuelos labios y una mirada que parece desafiarle, hasta que vuelve a hablar.

   -No la compraría, ¿sabe usté?, pero como me ha dicho que es el último que le queda sino me lo llevo me voy a quedar sin él. No sea desconfiao, se lo pagaré y encima le daré a catar el mejor pitarra del pueblo.

   -Me voy a fiar de usted. Dígame donde vive y cuando recoja todo el cacharreo me pasaré por su casa. Y un vaso de vino de la tierra no vendrá mal.

   Tras recoger la mercancía, Julio deja el carro y la mula en la posada, se asea un poco y se dirige a casa de Carmina, así le ha dicho que se llama la compradora del aceite. Llega a la casa, una como tantas otras del pueblo, y llama a la puerta.

   -Pase, está abierto –grita una voz desde el interior.

   Julio se adentra en la casa por un pasillo en semipenumbra cuando vuelve a oírse la voz.

   -Estoy aquí, al final de todo.

   El pasillo desemboca en una habitación donde, sentada en una cama y con solo una combinación por vestimenta, está Carmina dándose el aceite.

   -Pase, pase. Que bueno es este aceite, vale lo que cuesta. Ahora acabo y le pago. Hágame el favor, ¿me puede dar en la espalda que no alcanzo?

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 59. El Hurón 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 57. Una alumna deplorable

   La negociación entre el Bisojo y doña Pilar, por un nuevo salario para Julio, la llevan a cara de perro. A la réplica de uno le contradice prestamente el otro. Así, cuando el viejo droguero dice que buscará a alguien de fuera para sustituir a Julio, la maestra le expone los riesgos que ello puede conllevar.

   -Usted conoce a la gente de la ciudad mejor que yo, por tanto sabe que alguien de fuera siempre será visto como un forastero, y la gente recela comprarle a un desconocido –El Bisojo hace ademán de intervenir, pero la aragonesa le ataja-. Sí, sé lo que va a decir, que el chico también era un desconocido, pero ahora ya le conocen. Y además, todo el mundo sabe quién es su madre –Lo dice como si no fuera ella-. En cambio, si trae a un forastero, hasta que la gente se familiarice con él, perderá un chorro de clientes. Ah, y una cosa que no le he contado. El otro día me tropecé con doña Enriqueta, la señora del notario, y me contó que había ido a la tienda porque doña Herminia, la esposa del doctor Marchena, se la había recomendado, pues según ella le atendió un joven dependiente del que se deshizo en elogios por lo bien que la había tratado. Lo que quiere decir que el chico está consiguiendo algo de lo que usted no ha sido capaz: que las señoras de la buena sociedad compren productos en su tienda en vez de encargarlos a Cáceres.

   Da la impresión que el Bisojo, si no se ha rendido, sí ha bajado la guardia. Lo prueba su propuesta.

   -Y si lo dejamos en el ocho, ¿bastaría?

   -Sería mejor el once –contraoferta la maestra.

   -Llegaría hasta el nueve, y esa es mi última palabra.

   -Dejémoslo en el diez y medio –rebaja Pilar.

   -Ni pa usté ni pa mí, que sea el diez.

   Pilar no contraoferta, en vez de ello extiende su mano que el tío Elías se apresura a estrechar.

   -El chico se queda, pero a costa de que usté me haya sangrao como a un cochino por San Martín –se lamenta el Bisojo.

   -Con esas cifras creo que se quedará, pero para estar más seguros no estaría mal que también le diera el aguinaldo, una paguita extra de cuarenta duritos reforzaría su permanencia –remacha Pilar.

   -¡Mecagondié, señora, es usté más dura que el granito de Gredos! ¡Y eso que no sabía negociar, si llega a saber me deja como mi madre me trajo al mundo, en cueros!

   -Un último ruego. De esta conversación ni una palabra a Julio –Al fin ha dejado de citarle como el chico-. Mi hijo, como la mayoría de la gente joven, es orgulloso y podría sentarle mal que haya negociado a su espalda. Por eso lo mejor es que, cuando le lleve los balances, y antes de que diga una palabra, le cuente que como está satisfecho con su desempeño le va a subir la paga y la comisión. Y, aunque ahora no lo crea, le aseguro que ha hecho el mejor negocio de su vida. Palabra de aragonesa.

   -Si el chico vale la mitá que usté, no lo dudo.

   Al día siguiente, cuando Pilar llega a casa, cansada tras la sesión escolar vespertina y la atención al grupo de bachillerato, se encuentra con la sorpresa de que encima de la mesa hay una botella de sidra.

   -¿Y eso, es que hay algo que celebrar? –pregunta haciéndose la desentendida.

   -Hay mucho –contesta un sonriente Julio-. Siéntate, porque lo que te voy a contar es para no creérselo –Y le relata que, cuando ha ido a llevarle las cuentas al tío Elías, se ha encontrado con la sorpresa que menos podía esperar-. Me va a subir el sueldo, me aumenta la comisión hasta el diez y, para colmo, me ha dado cuarenta duros de aguinaldo. Todavía me estoy pellizcando para hacerme a la idea de que esto no es un sueño, sino realidad.

   -¡Pero bueno, hijo, dame un abrazo! –Exclama, alborozada, Pilar-. ¿Te acuerdas de lo que te he repetido tantas veces sobre que la paciencia acaba dando frutos dulces?, pues ya ves que es cierto. ¿Y te ha dicho el motivo del aumento? –La pregunta de Pilar tiene su aquel, es para constatar si el tío Elías le ha contado al chico su intervención.

   -Pues que está muy satisfecho con mi trabajo, que he logrado aumentar las ventas y que varias clientas le han hablado mucho y bien de como las trato.

   -O sea, que te has ganado el aumento a pulso. No tengo palabras para expresarte lo orgullosa que me siento, hijo. Abre esa sidra que hay mucho por lo que brindar.

   Pilar, después de la sesión escolar de las tardes, se queda con el grupo de alumnos que estudian con ella el bachillerato. Su metodología es dudosamente pedagógica, pero al parecer es eficaz. Cada uno de los chicos debe aprenderse de memoria una lección del libro de texto recomendado por el profesor de cada asignatura del instituto de Cáceres, con el que en junio tendrán que examinarse por enseñanza libre. La maestra reúne en torno a ella a los alumnos del mismo curso y pide que cada uno recite la lección aprendida, e insta a los demás a que estén atentos y comparen lo que canta su condiscípulo con lo que cada uno sabe. Esta tarde tiene reunidos a los del ingreso y primero, son alumnos muy disciplinados y estudiosos salvo uno que es deplorable, Julia Manzano, pues habla de pena, apenas si estudia e incluso hay días que no recita la lección alegando excusas como la que manifiesta esta tarde.

   -¿Y que tripa se te ha roto hoy, Julia?, ¿por qué no has podido estudiar?

   -Seña maestra, no he tenío tiempo porque m´a tocao cuidar a los críos de mi hermana, pos la criá que tie pa cuidarlos se ha puesto malucha, y como ella ha de ocuparse de la tienda, m´a tocao quedarme con ellos.

   Puesto que es el enésimo pretexto que aduce la niña, Pilar opta por cortar por lo sano. Está hasta el moño de los subterfugios de la muchacha y piensa que no tiene ningún sentido continuar dándole clase a una niñata que, por lo que parece, no tiene voluntad ninguna de aprender.

   -Está bien, Julia. Luego te daré una nota para que se la des a tu madre –Pilar ya está redactando mentalmente lo que piensa decirle a la madre de la muchacha: Su hija es muy lista, pero no le gusta nada estudiar y eso no puedo arreglarlo, por lo que le aconsejo que no malgaste el dinero con ella. Va a indicar a la mozuela que puede retirarse, pero es más fuerte su pulsión docente y opta porque la chicuela, al menos hoy aprenda algo-. Julia, trae tu cuaderno. Vas a copiar veinte veces las frases que escribo –Y cogiendo la libreta redacta: No se dice tenío, sino tenido. Se dice para, no pa. Pos es incorrecto, lo correcto es pues. Tie está mal dicho, hay que decir tiene. No es tocao, sino tocado. Cuando la muchacha ve el montón de frases que debe copiar protesta ruidosamente.

   -¡No pue usté ponerme tantos deberes! Madre dice que usté está aquí pa enseñarnos, no pa hacernos trabajar como mulos.

   Pilar está en un tris de contestar como es debido a la insolente niña, pero se controla, no debe ponerse al mismo nivel de una cría de diez años.

   -Ve a tu pupitre, copia las frases que te he puesto en el cuaderno y, cuando termine con estos caballeretes, tú y yo vamos a charlar largo y tendido. Hala, a trabajar, y no como un mulo, sino como una persona responsable.

   Cuando casi al final de la tarde Pilar acaba con los demás alumnos, llama a la niña.

   -Julia, yo solo quiero tu bien, quiero que aprendas para que el día de mañana seas una mujer educada, culta e incluso que puedas estudiar una carrera si te apeteciera. Por eso, te ruego que seas sincera conmigo. Puedes decir lo que quieras que te prometo que no te voy a reñir. ¿Por qué no te gusta estudiar?

   La muchachita, cuyo semblante hosco revela su estado de ánimo, vacila. No sabe qué contestar, sí la verdad o largarle una trola a aquella marimandona de maestra.

   -Pos verá…, a mi lo de estudiar esos libracos, de los que no entiendo de la misa la mitá, me la repanchinfla –Pilar se dice que tendrá que buscar en el diccionario el verbo repanchinflar, si es que existe-. Si estoy aquí es porque mi hermana Consuelo, que es más cursi que un repollo con lazo, s´a empeñao en que tengo que hacer, al menos, el primer ciclo del bachillerato y aluego igual estudiar pa maestra o pa enfermera. Y s´a empeñao porque ella no pudo hacerlo, pos se murió mi padre y tuvo que echar una mano a madre. A mí donde me gusta estar es en el pueblo, jugando con las amigas y, si falta hace, ayudar algo a madre que siempre va mu aperreá. Lo de estudiar no me va na. Y pa decirle toa la verdá, mi madre tampoco está mucho por la labor, me refiero a lo de que estudie. Dice, y creo que tie razón, que ella nunca estudió más que lo de la escuela del pueblo y nunca le hizo falta saber na más, pero…

   -Dime, Julia, sin miedo alguno –la anima Pilar.

  -Pos lo que le he dicho, que es Consuelo la que está emperrá en que estudie. Y también ha sio ella la que aconsejó a madre que me enviara con usté, pos dice que es mu buena maestra y… le he de confesar que yo creo que enseña mu bien, pero cuando abro uno de esos libracos que hizo comprar a madre y comienzo a leer, la mitá de las palabras no las entiendo y eso es como querer hacer gachas sin tener harina de almorta –Pilar no ha podido evitar esbozar una leve sonrisa por la alusión a las gachas, pero piensa que la muchacha, todavía una niña, ha construido ordenadamente su relato, bien que dándole unas patadas al diccionario que válgame Dios. Pese a todo, y más después de la charla, está convencida de que la chiquilla tiene potencial. El problema está en cómo saber entrarle, algo que evidentemente ella no ha sabido hacer hasta la fecha. Pilar, se dice, te ha faltado psicología. Como se ha abstraído, no acaba de entender lo que termina de preguntar la muchachita.

   -¿Qué dices?, no te he entendido.

   -Que si me da la nota pa mi madre.

   Pilar se lo piensa durante un minuto y opta por cambiar su modelo de actuación, y para que funcione necesita ganarse la confianza de la niña.

    -No te voy a dar ninguna nota. Vamos a hacer otra cosa. Para mañana no estudies nada, vienes a la hora de siempre y no es necesario que traigas ningún libro, basta con un cuaderno y un lápiz.

   -¿Y qué voy a hacer, copiar otra vez lo que usté me ponga en la libreta? –pregunta una recelosa Julia.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 58. ¿Me puede dar en la espalda?