En El Grao de Castellón Carlos Espinosa se
entretiene jugando al golf a la espera de la respuesta de Salazar a su
propuesta. No es que sea Tiger Wood o Phil Mickelson, pero para ser un aficionado
tiene un hándicap decoroso. Se defiende mejor con las maderas que con los
hierros, aunque su talón de Aquiles es el putt como ocurre a menudo. Ya no
juega en el pequeño campo del Grao, ahora lo hace en el Club de Campo del
Mediterráneo, campo de dieciocho hoyos sito en el municipio de Borriol y a pocos
quilómetros de su hotel. Como buen aficionado ha recordado que es el campo en
el que se forjó Sergio García, el tercer jugador español que, tras Seve
Ballesteros y Chema Olazábal, ha ganado un
major, el Masters de Augusta. Salvo darle a la pelotita no hace mucho más
por lo que le queda tiempo para pensar. Se ha ganado al hijo de Curro, al que
ha prestado una Harley que alquiló en Castellón, pero le está sirviendo de poco
porque el exsindicalista no le responde. Francisco José le ha asegurado que
cada vez que visita a su padre le insiste en que la mejor salida a sus
problemas es marcharse al extranjero, pero la respuesta de Curro es el silencio
o que lo está estudiando. Por eso un pensamiento que le ronda insistentemente es
que quizá la solución ideal sería eliminar físicamente al gaditano, “Muerto el
perro se acabó la rabia”, se dice. Cuando lo piensa se acusa de que tendría que
habérselo planteado antes de iniciar su viaje pues en la Costa del Sol conoce a
gente que se dedica, entre otros turbios asuntos, al macabro negocio de la
desaparición de personas. Se dice que siempre puede encargarlo por vía
telefónica, pero no da ese paso porque un asunto así es problemático negociarlo
a distancia y además costaría bastante más dinero y no sabe si sus
patrocinadores lo aprobarían. Ante la duda, lo deja todo como está, lo que va
contra su carácter y formación.
Lo que desconoce Espinosa es que quien tiene
el encargo con el que a veces sueña sigue sesteando en la vecina población de
Las Villas de Benicàssim. Grigol Pakelia se lo está pasando en grande con unas
vacaciones pagadas que le han caído como llovidas del cielo. Este sábado, y a
sugerencia de su última conquista playera, una italiana de treintaañera tan
sexi como coqueta llamada Alessia, ha alquilado una lancha fuera borda para
darse un paseo por las playas cercanas. Ha planificado una ruta que les lleve a
les Platgetes de Bellver, luego a la plancha de la Concha de Orpesa y,
finalmente, a las playas de Torrenostra. El viaje ha resultado más movido de lo
que esperaba pues hoy el mar está algo picado como muestran las olas blancas y
espumosas que se levantan, las popularmente conocidas como cabrillas. Debido a
ello eliminan la parada de la Concha y al final de la ruta amarra la motora en
la dársena de fortuna sita en la playa más meridional de Torrenostra. Vadean a
pie hasta la costa y se toman un tentempié en el chiringuito más cercano. Lo
que nunca podría imaginar el sicario georgiano es que el objetivo de su encargo,
en el supuesto de que su diaria llamada telefónica tuviera como respuesta un
sí, está a menos de treinta metros donde está trabajándose a la voluble Alessia
que a veces da la impresión de ser una pieza fácil de cobrar y en otras
tratarse de una mujer de armas tomar. Cuando llega un momento en que la italiana
parece estar dispuesta a darle algo más que apasionados besos, el georgiano se
ve en la imperiosa necesidad de encontrar una habitación. Al ver el rótulo de
hostal en el edificio de enfrente, se acerca a recepción para alquilar un
dormitorio. La señora que le atiende contesta molesta a su petición:
-Este es un
establecimiento serio y no alquilamos habitaciones por horas.
-La alquilo
para todo el día.
-Lo siento,
pero lo tenemos todo ocupado –es la seca respuesta.
Pakelia pone un billete encima del tablero y
dice que cien euros por una hora es una bicoca. La patrona poco menos que lo
despide con cajas destempladas. El georgiano, que no está dispuesto a darse por
vencido, pregunta donde podría alquilar una habitación.
-Vaya a la
340, allí encontrará algún parador de carretera que alquila habitaciones por
horas.
El sicario, con un calentón en la
entrepierna de campeonato, tiene que retomar su fuera borda jurando en arameo.
Una vez a bordo, y a falta de un lugar más adecuado, intenta hacerle el amor a
la italiana. En principio, Alessia consiente las ardientes manifestaciones del
georgiano, pero cuando este intenta quitarle la braguita del bikini se lo saca
de encima de un empellón al tiempo que le grita muy airada:
- ¡No, per niente!
Pakelia sabe poco italiano, pero después de
haberse visto toda la filmografía de Vittorio De Sica no ignora que no, per niente es una expresión que
entiende todo el mundo aunque no se sepa una palabra de la lengua de Dante. Debido
al calenturón por un momento le pasa por la cabeza la idea de forzarla, no será
la primera vez que viola a una mujer, pero la italiana da la impresión de ser
una ragazza dura de pelar por lo que
desecha la idea. “Mientras no acabe de ejecutar el encargo no es cuestión de
meterse en líos. Además, si hoy me ha dicho que no otro día puede decirme que
sí”, se dice. Hace de la necesidad virtud y en el trayecto de vuelta a Las
Villas saca sus mejores mañas de casanova. Alessia, que se había puesto hosca
ante la tentativa de Grigol, distiende su ceño y termina aceptando las
atenciones de su atlético ruso, porque esa es la nacionalidad que le ha dado el
sicario.
-Dobbiamo tornare indietro –sugiere
Alessia.
Mientras la lancha de la pareja se pierde de
vista en dirección a Las Villas, esa misma tarde los viejos van a visitar a su postrado
excompañero de dominó. Le encuentran en animada charla con Anca que al verles
les saluda festivamente.
-Mira
quienes están aquí, mis mejores clientes. Pasen, pasen. Le estaba dando
charleta a don Francisco para que no se aburra, pero ahora que han llegado
ustedes me retiro, ya tiene con quien hablar.
-Bueno,
Martínez, ¿qué tal, cómo te encuentras? –pregunta Álvarez.
-Bastante
mejor, aunque todavía me duelen las costillas y por la noche no duermo todo lo
que quisiera, cada vez que cambio de posición el dolor me despierta.
-Tú aquí
jodido y el cabrón que te hizo eso se ha ido de rositas –afirma Grandal que
sigue empecinado en que el andaluz debería denunciar la agresión.
Salazar da la callada por respuesta y desvía
la charla hacia otros derroteros.
-¿Cómo os
las arregláis para completar el cuarteto ahora que se ha ido Amadeo y yo
todavía no estoy en condiciones de suplirlo?
-De momento
no tenemos problema. Un vecino mío de Madrid, que resulta que nació aquí, es el
cuarto que completa la partida –explica Ponte.
-Buena
enfermera te has echado con la Anca. Con sanitarias así no me importaría estar
unos días en la cama. Debe ser mejor que un reconstituyente –bromea Álvarez.
-No creáis
–explica el enfermo-, pero tengo que ir con pies de plomo con esa muchacha.
Tiene un novio que es más celoso que el Otelo ese de la ópera y si el fulano os
hubiera escuchado ya estaría armando la de Dios es Cristo.
El aludido está precisamente en la terraza
del hostal tomándose la enésima cerveza del día. Va allí frecuentemente, lo que
le sirve de excusa para controlar a su novia y se desespera al comprobar que
Anca pasa cada vez más tiempo en la habitación de Martínez. Se da la
circunstancia de que la joven rumana cuenta para ello con la anuencia de la
propia patrona que tiene dos motivos para tal actitud. Por un lado, es la
primera vez que uno de sus huéspedes es agredido tan brutalmente a menos de
cien metros del hostal, lo que le provoca un sentimiento de culpabilidad. Por
otra, es uno de los contados pupilos que piensa quedarse con ellos tras el
final del verano y a un huésped así hay que bailarle el agua. El resultado de
ello es que Anca dedica buena parte de su tiempo a atender las necesidades del
exsindicalista. En todo eso está meditando el
hereu cuando alguien se sienta en su mesa.
-Buenas
tardes, Vicentín. ¿Cómo va la vida?, ¿y tus padres qué tal están?
-Buenas
tardes Pedro. Están como siempre, unos días mejor que otros. A los viejos os
pasa eso.
Pedro Ramo reprime un gesto de desagrado.
Pertenece a una generación que fue educada en el respeto a los mayores en edad,
dignidad y gobierno como rezaba el catecismo lo que suponía, entre otros
aspectos, que los jóvenes trataran de usted a los ancianos. Y que alguien como
ese jovenzuelo, que bien podría ser su nieto, le tutee es algo que le repatea,
pero como es consciente de que esas son las actuales costumbres y no es quien
para cambiarlas oculta su fastidio, aunque no puede por menos que contar algo
que sabe que va a irritar al nini pues Vicentín ni estudia ni trabaja.
-¿Qué tal tu
novia? Por cierto, ayer mismo llamé la atención a uno de mis sobrinos-nietos
que se refirió a ella como Anca la Potranca. Me contestó que así la llaman en
el pueblo. Le reprendí y le dije que eso era una ordinariez que no quería
volver a oírsela.
-Dile que si se lo oigo repetir le partiré la cara- replica amenazadoramente Vicentín.
PD.- Hasta el próximo viernes