El almuerzo que han degustado Curro y Anca
en Can Roig puede traer cola porque, ¡quién lo iba a decir!, uno de los
comensales que estaba almorzando en el interior del restaurante, y al que
Salazar no pudo ver porque él y la chica lo hicieron en el jardín, es un
subdirector general de la Junta de Andalucía. Cristóbal Diéguez, así se llama
el funcionario, no tiene cuentas pendientes con el exsindicalista, pero conoce
a alguien que si las tiene, Felipe Muñoz, un viceconsejero del gobierno andaluz,
al que el caso ERE se ha llevado por delante y ahora está en la lista de los ex.
Desde el mismo restaurante llama a su antiguo superior de quien sabe que daría
cualquier cosa por mantener un careo con Curro.
-¿Felipe?,
soy Cristóbal Diéguez, ¿tienes un minuto? Verás, tengo una información que te
va a interesar. Estoy pasando unos días en la provincia de Castellón, concretamente
en Benicàssim, invitado por uno de mis hermanos. Pues bien, hoy hemos ido a
comer a un restorán que nos habían recomendado. Y lo que son las casualidades,
¿a qué no puedes imaginar quién estaba almorzando allí? Tu amigo Curro Salazar,
por cierto, acompañado de una real hembra.
-¡Coño,
Cristóbal!, ¿qué me cuentas? Si me interesa la notisia. ¿Y sabes dónde está
viviendo ese impresentable?
-No, pero
dado el emplazamiento del restorán supongo que estará residiendo en alguno de
los pueblos costeros más o menos cercanos. ¿Quieres que lo localice?
-Me harías
un gran favor.
-Creo que sé
cómo dar con él. He visto que el maitre
le daba mucho palique. Todo será cuestión de trabajarlo y seguro que alguna
información me facilitará. Déjalo de mi cuenta.
El subdirector tiene una breve charla con el
maitre quien al principio se resiste
a informar sobre sus clientes, pero un billete de cien euros diluye su discreción
profesional y le cuenta a Diéguez todo cuanto sabe del rumboso comensal que ha
estado almorzando con una joven. Aunque lo que sabe es bien poco: que el
individuo es de los que tienen mano izquierda para conseguir una mesa sin
haberla reservado previamente, que dice apellidarse Martínez y que le ha dicho
que venía de Torrenostra. Diéguez se informa sobre dicha población y cuando
descubre que solo tiene un establecimiento hotelero supone que posiblemente
Curro resida en el mismo. Al día siguiente envía a su esposa a Torrenostra, a
él le conoce el exsindicalista, a investigar el paradero del fugitivo. La mujer
se da buena maña, y se presenta en el hostal como una madre de familia que está
buscando un hotel tranquilo al lado del mar. En un determinado momento de la
conversación con la dueña deja caer que el hostal se lo ha recomendado un amigo
de su marido que se llama Francisco Salazar, aunque todo el mundo le conoce
como Curro.
-Pues lo
siento por partida doble, señora. El hostal está lleno hasta el veinticinco de
agosto y no tenemos ningún cliente que se apellide Salazar, aunque fíjese lo
que son las casualidades, tenemos un huésped, don Francisco Martínez, a quien
he oído que sus amigos de partida le suelen llamar Curro.
La esposa del subdirector vuelve a Benicàssim
con la información que buscaba su marido: ha localizado a Curro Salazar y hasta
sabe el falso nombre que ahora utiliza. Diéguez llama inmediatamente al
exviceconsejero y le cuenta lo que ha descubierto su esposa.
-Grasias,
Cristóbal. Te debo una. Oye, y tú que estás ahí, ¿dónde se podría hospedar uno serquita
de esa playa de Torrenostra?
-Hay cuatro
sitios que están cerca y que cuentan con muchos hoteles: Oropesa del Mar Alcossebre,
Benicàssim y Peñíscola. ¿Piensas venir?
-No, no lo
creo, tengo que hablarlo con algunos compañeros. En cualquier caso, muchas
grasias. Esto no lo voy a olvidar.
Ajeno a que su anonimato ha dejado de serlo,
Curro sigue con su vida de fugitivo que en estos momentos pivota alrededor de
Anca pues se ha encoñado con la joven rumana. Al día siguiente de su apasionado
encuentro en la Sierra de Irta el exsindicalista no se mueve de su habitación
hasta que la muchacha llama a la puerta para arreglar la estancia. En cuanto le
abre toma a la joven en brazos y comienza a comérsela a besos. La muchacha al
principio se deja acariciar, pero cuando Salazar hace un desmañado intento de
desnudarla se deshace del abrazo.
-Para el
carro, majete, que no todos los días son domingo. Ayer me lo pasé muy bien,
pero eso no debe volver a repetirse. No veas la que me montó Vicentín con lo
celoso que es. Le tuve que contar un montón de trolas que como algún día las
descubra puede hacer cualquier barbaridad. No digo que en otro momento no
podamos volver a divertirnos, pero hasta que no se le pasee el cabreo al moro
que tengo de novio olvídate de mí. Por ahora, aquí en el hostal, tú eres un
cliente y yo una camarera. Tú en tu sitio y yo en el mío. Y ahora o sales de la
habitación para que pueda arreglarla o la que se va soy yo. Tú decides.
Curro, de mal humor, sale de la estancia
dando un portazo. Él que creía que tenía a la joven en sus manos y resulta que
no es así. Se le pasa pronto el enfado, sabe que con las mujeres la paciencia
es una regla de oro. Habrá que darle tiempo a Anca para que compruebe que entre
un bobalicón celoso como el tal Vicentín y un hombre hecho y derecho como él
hay todo un mundo de diferencia.
Mientras Anca le pone las peras a cuarto al
exsindicalista, a unos seiscientos
veintitrés kilómetros de Torrenostra, en la capital hispalense, Felipe Muñoz, el
exviceconsejero de la Junta de Andalucía a quien un antiguo subordinado le ha
soplado el paradero de Curro, no hace más que darle vueltas a la información
recibida. Ha mantenido conversaciones con otros imputados en el caso ERE sobre
la bomba de relojería que puede ser Salazar, sobre el que pesa una orden de
busca y captura. Si Curro fuera apresado, y se viera presionado hasta el
extremo de tener que contar todo lo que sabe y empezara a soltar nombres,
podría involucrar a muchas personas que, por el momento, se han librado de comparecer
ante la justicia. Y como parece que posee abundante documentación podría
presentar pruebas de muchos de los delitos de los que están acusados diversos imputados
que, hasta ahora, solo son presuntos culpables. Y lo peor sería si hiciera un
pacto con la fiscalía para rebajar su condena y tirara de la manta, entonces se
podría montar un lio procesal del carajo. Muñoz se dice que tiene que ponerse
en contacto con algunos de sus amigos que, como él, están inmersos en el caso
para ver como gestionan la información sobre el paradero de Salazar. El
problema es ¿a quiénes? Han de ser tipos de confianza y, en principio, no
demasiados. Es consciente de que hay opiniones muy diversas y hasta encontradas
sobre el modo de conseguir que el exsindicalista no declare ante la juez
instructora o, en su caso, lo haga de la forma más conveniente para los
imputados. Tras muchos descartes, al final se queda con media docena de compañeros,
todos ellos pringados en el caso ERE, a los que invita a un almuerzo. Sabe
perfectamente que alrededor de un mantel y con buenas viandas por medio las
relaciones son más acomodaticias y llevaderas. Asimismo, opta por no revelarles
el verdadero motivo de la reunión, se limita a indicarles que van a tratar de
un asunto que les interesa a todos, lo hace porque no quiere que la noticia del
paradero de Curro comience a circular por los cenáculos sevillanos antes de que
él y sus amigos tomen una decisión sobre ello.
Muñoz elige un discreto restaurante en el
barrio de Santa Cruz. Alrededor de la mesa se sientan una colección de políticos
involucrados en el caso ERE hasta la coronilla: un exconsejero de la Junta de
Andalucía, uno de los socios de un bufete de abogados, un exdirector general de
la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía (IDEA), el
exdirector de una empresa aseguradora, un exsecretario general técnico y una exdelegada
de empleo. Los políticos todos son ex porque el tsunami del caso ERE se los ha
llevado por delante. Antes de organizar la reunión, Muñoz se ha atrevido a
sondear a los dos últimos expresidentes de la Junta, pero desde los gabinetes
de ambos políticos le han informado que declinan su asistencia.
La conversación entre los siete comensales
es distendida al principio. Son viejos conocidos y tienen muchos nexos comunes,
el último estar imputados en el caso ERE y haber tenido que declarar ante la
juez instructora del caso o ante el Tribunal Supremo en el caso de los
aforados. Algunos de ellos incluso han sufrido prisión condicional. Los delitos
que se les imputan comprenden un amplio abanico, los más recurrentes son
malversación de fondos públicos, fraude en subvenciones, cohecho y falsedad
documental, blanqueo de capitales, asociación ilícita, prevaricación, delito
contra la Hacienda Pública, omisión del deber de denunciar delitos, infidelidad
en la custodia de documentos, negociación prohibida a funcionario, obtención
fraudulenta de ayudas, etcétera.
Cuando está organizando la reunión y al
recordar como su amigo Diéguez ha dado con el paradero de Salazar, Muñoz se
dice:
-Desde
luego, el mundo es un pañuelo.
PD.- Hasta
el próximo viernes