"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 29 de mayo de 2020

Libro I Episodio 37. La prueba del nueve


   Doña Pilar ha mejorado mucho en la tarea de llevar los libros del tío Dimas el Bronchales. Hasta que la maestra no se hizo cargo de sus balances, el usurero llevaba la cuenta de los préstamos en hojitas de papel que en más de una ocasión traspapeló, compensando el arcaico sistema con una prodigiosa memoria. Ahora la aragonesa maneja unos libros en los que anota cada una de las operaciones que hace el usurero, la fecha en que se sustanció el préstamo, el tiempo de duración, el interés al que se prestó y demás detalles complementarios. Dado que en los tiempos que corren, y concretamente en la zona norte de Cáceres, existen muy pocos bancos, los prestamistas cumplen con la función de facilitar los capitales necesarios para poner en marcha un nuevo negocio, ampliar otro ya existente o paliar los efectos de una mala cosecha. Claro que a un interés muy superior al legalmente establecido que es el seis por ciento.
   Han pasado escasos meses desde que Pilar se hizo cargo de la administración del negocio, pero han sido suficientes para que su actuación se haya notado. El negocio ha mejorado muchísimo, pues la maestra no solo lleva las cuentas y escribe cartas y requerimientos, sino que también intenta convencer a los clientes morosos que es mejor que paguen, aunque sean a plazos, antes que los perdonavidas del prestamista les muelan las costillas o algo peor. De tal manera ha progresado el negocio que el tío Bronchales ha confesado a su mujer que sin la ayuda de Pilar ahora no sabría cómo apañárselas, confesión que al parecer ha trascendido. Algo de eso está intuyendo la inteligente aragonesa, lo que le lleva a pensar que debería sacar partido de esa circunstancia y pedir un aumento de sueldo porque el estipendio que le da el tío Dimas es más bien exiguo.
   Una tarde, cuando la maestra termina sus clases, al llegar a casa la está esperando la tía Etelvina, la comadrona de San Martin, persona de toda confianza de Pilar que valora mucho el sentido común y la mundología de la partera. En el curso de la conversación, Etelvina le refiere uno de los cotilleos que corren por la comarca.
   -Me ha llegado el rumor de que el Bronchales te come de la mano.
   -¡Bueno es el señor Dimas!, ese no come de la mano de nadie, ni siquiera de la de su hija.
   - Pues según me han contado, su mujer va diciendo por ahí que su marido asegura que eres la mejor inversión que ha hecho desde que prestó dinero al obispado de Coria.
   -Dudo que el señor Dimas vaya contando detalles del negocio.
   -Ahora es el señor Dimas, antes era el tío Bronchales, ¡vaya cambio, Pilar!
   -Mujer, al fin y al cabo es mi jefe, se merece un mínimo respeto, y no hagas caso de los chismes, la gente habla por hablar.
   -Si eso que cuentan fuera verdad y llegaras a confirmar que le haces tan buen papel al Bronchales, ¿piensas sacar provecho de la circunstancia?
   -No lo tengo claro, pero supongo que lo que podría hacer sería pedirle un aumento de sueldo porque me paga una miseria. 
   -Y con la fama de rácano que tiene el Bronchales, ¿crees que te subirá la paga?
   -Depende de cómo sepa negociarlo. Si lo hago bien y en el momento oportuno, creo que le podría sacar más cuartos de los que me paga ahora.
   -Hay que ver, Pilar, convertida en toda una negociante. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
   El revés de la moneda, en muchos aspectos, es el caso de Julio. Su trabajo fuera del ejército no ha experimentado ninguna progresión, se ha estancado. Continúa llevando la contabilidad de los negocios de bisutería del brigada Carbonero, a la que no necesita dedicarle demasiado tiempo pues no es nada compleja. En lo único que ha progresado es como vendedor, dado que se pasa más tiempo detrás del mostrador que en la trastienda. En lo que también está empantanado es en su relación con Dolors. Se dice, día sí, día también, que debería dejarla, pues en cualquier momento puede ocurrir, aunque ambos toman precauciones, que la joven mallorquina quede preñada y entonces no va a tener más remedio que casarse con ella, con lo cual tendrá que despedirse de todos los planes que algún día, todavía lejano, piensa compartir con la mujer de su vida. Porque esa es otra, el mañego sigue queriendo a la chinata con toda su alma, pero… Consuelo está a ochocientos sesenta quilómetros, más o menos, y a la Dolors la tiene a la vuelta de la esquina, como quien dice. El resultado de ese modo de pensar no podía ser otro: el mañego sigue saliendo con la joven mallorquina y sus encuentros siguen siendo igual de tórridos desde aquella noche en la bajera. Todo continúa así hasta que a Julio le llega una carta que le deja sin resuello. ¡Dios sabe cómo ha podido enterarse su madre!, pero en su última misiva afirma estar muy preocupada por la “mala vida” que lleva en Palma. No se atreve a preguntar, y más por escrito, a que se refiere con lo de “mala vida”, pero el uso de las comillas, de las que sabe no ser muy partidaria doña Pilar, hace que se le disparen todas las alarmas. ¿Es posible que se haya enterado de su lío con la Dolors? Y si es así, ¿cómo coño ha logrado enterarse? La única explicación plausible que se le ocurre es que Agustín se lo haya comentado a algún paisano o a alguien relacionado con extremeños, y de esa forma la noticia ha llegado a oídos de su madre. Claro, se dice, que lo de la “mala vida” podría referirse a otra cuestión, pero por mucho que repasa su comportamiento, más bien rutinario, no encuentra en su conducta nada que pueda calificarse como de “mala vida”. Forzosamente, ha de referirse al lío con la joven mallorquina. Tras darle muchas vueltas y analizarlo por la cara y el envés, toma dos resoluciones: una no preguntar a su madre a qué se refiere, otra dejar de ver a la Dolors. Sabe que le costará conseguirlo, pero cree que si es capaz de aguantar dos o tres semanas sin verla, también será capaz de superar su adicción por la muchacha. Aunque en un arranque de sinceridad se dice que más que adicción por la joven, habría que decir adicción al sexo.
   Ajena al mal momento que está atravesando su hijo, a doña Pilar le llegan más habladurías sobre lo satisfecho que está el señor Dimas con su trabajo. Lo que hasta hora es un cotilleo deja de serlo, cuando un día un desconocido va a visitarla a la escuela. Se presenta como Luis Campos, industrial lácteo. Doña Pilar al oír el nombre del visitante lo ha identificado como el joven que, según los rumores, está paseándole la calle a la novia de su hijo. ¿Qué querrá este chico?, ¿querrá hablarme de Consuelo o quizá de mi hijo?, se pregunta; pero al interrogarle por el motivo de su visita Luis le contesta que quiere hablarle de un asunto de negocios. La maestra le indica que podrá atenderle al final de la sesión vespertina. Cuando Campos vuelve, doña Pilar va directa al grano.
   -Pues usted dirá.
   -Me dicen que usted lleva las cuentas del Bronchales.
   -¿Y…? –Sabiendo quien es el joven, Pilar se anda con mucho tiento y habla lo justo.
   El vaquero le cuenta que está en tratos con el usurero pues quiere independizarse de sus padres, y necesita que alguien le preste dinero para montar su primera tienda en la que vender productos lácteos. Al principio, les pidió dinero a sus padres, a lo que estos se negaron pues les pareció un disparate que tratara de hacer la competencia al negocio familiar que acabará siendo suyo. Después lo intentó con otros familiares, pero todos hicieron causa común con sus padres. Hasta que se enteró de que en marzo del pasado año, y a propuesta de la Sociedad Económica de Amigos del País, se había fundado la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Badajoz, uno de cuyos objetivos era fomentar la inversión para la creación de nuevos negocios en la región. Se dirigió a la Caja, pero al faltarle garantías con las que avalar el préstamo no se lo concedieron. Total, que terminó en manos del Bronchales, que sí que le otorgó el préstamo, pero que lo condicionó a que no fuera firme hasta que su mano derecha lo contabilizara…
   -… ¡y resulta que su mano derecha es usted! ¡Quién lo iba a decir! Y lo que le pido es que agilice todo lo que pueda el préstamo.
   Es la confirmación que doña Pilar esperaba conocer. Lo que le ha contado Campos no es un chisme de los que corren por la ciudad. El Bronchales la necesita y aunque se dice que nadie es imprescindible en esta vida, eso siempre suele ser relativo, hay personas que hacen más falta que otras. La aragonesa es consciente que a ella no le hace falta el tío Bronchales, puede pasar perfectamente sin los cuatro duros que le da por llevar sus cuentas, pero por lo que parece al usurero si le hace falta ella. Lo que no sabe es hasta qué punto. Y como es una mujer resuelta, y tiene poco que perder, decide realizar una sui generis prueba del nueve, el artificio matemático que le enseñó una vieja maestra que tuvo en primaria, y que se usa para verificar de forma sencilla si una operación de cálculo, realizada a mano, da un resultado erróneo.
   -Señor Dimas, estoy muy disgustada, pero tengo que contárselo. El inspector de enseñanza se ha enterado que le llevo las cuentas y me ha prohibido que siga haciéndolo. Dice que usted tiene mala fama y que eso no le conviene al prestigio de la escuela.
   -Ese inspector tiene menos luces que el bobo de Coria. ¿Se puede saber por qué no le conviene que trabaje para mí?
   -Ya se lo he dicho, por el prestigio de la escuela. No quiero que se disguste, pero tendré que dejarle.
   -¡Pero, mujer!, ¿usted sabe el estropicio que me hace dejándome ahora? Algún modo habrá de solucionarlo, ¿no?
    Y lo hay. La maestra le cuenta que si le dobla lo que le paga, convencerá al funcionario de que puede mejorar el prestigio de la escuela porque una parte de lo que gane de más lo invertirá en comprar nuevo material didáctico, ya que el actual está muy deteriorado. La aragonesa es consciente de la endeblez del argumento, pero no se le ha ocurrido otro mejor. Ahora comprobará lo que vale para el prestamista y verá si la teórica prueba del nueve, aplicada a esta situación, funciona.

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
38. La pelea del medio punto