1.2 Armarios vacíos
Lorena se da la vuelta, apenas si queda en
la cama la huella caliente de otro cuerpo. Llama:
- ¡Sergio! - Ante la
falta de respuesta, vuelve a gritar - ¡Churri!, ¿se puede saber dónde estás? -
Otra vez responde sólo el silencio.
Estira los miembros y vuelve a cerrar los
ojos. Imposible volver a dormirse, la luz se cuela a raudales por los listones
rotos de la contra ventana. No sólo no consigue dormir por la claridad, sino también
porque por su mente discurre un turbión de pensamientos y casi ninguno parece
grato. Con gesto malhumorado se sienta en la cama.
Porta una camiseta que le llega a la
cintura, ni siquiera lleva bragas. Revuelve la mesilla, pero no encuentra lo que
busca. Se pone en pie de un salto y se dirige a la minúscula cocina del
apartamento. Abre un par de cajones de uno de los escasos muebles hasta que
encuentra lo que buscaba: un paquete de cigarrillos. Está arrugado y... vacío.
Con ademán violento lanza el chafado envoltorio al suelo. Decide tomar un café
a ver si le ataja el comienzo de migraña que comienza a insinuarse. Tampoco
encuentra la cafetera. Insiste. La descubre tras una pila de platos sucios,
está seca. Abre una de las alacenas donde guardan el bote del café molido, está
limpio. Recuerda que en un estante parecido almacenaban los paquetes de café
cuando en los buenos tiempos hacían la compra en Mercadona y llenaban el carro
cada quince días. Ahora en el anaquel no hay café ni casi nada. Sólo queda un
bote de Nesquik. Abre su tapa azulona, todavía contiene un poco. Calienta un
cacito de agua y se prepara una taza, que antes ha tenido que poner bajo el
grifo para aclararla.
Tras tomar el achocolatado desayuno prosigue
la búsqueda de un cigarrillo. Sigue sin encontrarlo, pero sus pesquisas tienen
premio, encuentra algo mejor. Dentro de una de las cajitas que hay en la pieza
que hace de comedor, salón de estar y recibidor, y envuelto cuidadosamente en
papel, queda una poco de hierba.
- ¡Sergio, tío, te
has columpiado! - exclama para sí misma -. Me voy a liar un canuto que te
cagas.
Se tiende en el despanzurrado sofá y
parsimoniosamente se va fumando el porro hasta que apenas puede coger la
colilla con las uñas del índice y el pulgar. Sergio - piensa - se ha debido largar
a ver si encuentra curro. Eso de ser basurero no mola nada, mejor sería que
fuera donde el Perchas. Espero que se acuerde de hablar con los del buga a ver
si nos dan algo más de margen.
Al tiempo que Lorena se pierde
en sus ensoñaciones, un hombre todavía joven, delgado, con barba de varios
días, mirada vidriosa, y bastante desaliñado se acerca arrastrando los pies a
la terraza de uno de los bares del pueblo dónde dos prójimos entrados en años
están tomando unas cañas.
- ¿Me dais un cigarrito?
Uno de los viejos saca un
cigarrillo de la cajetilla y se lo tiende. Al mirarle suelta una exclamación:
- ¡Coño, pero si es el Sergio! Con las pintas que llevas no te había
conocido.
La sorpresa de Sergio es mucho
mayor que la del viejo. En un primer momento se le ve vacilar y hasta hace un
amago de dar media vuelta y marcharse. Tras unos instantes de duda opta por afrontar
la realidad.