La muchacha
que Ernesto Ballesta llevará de pareja al baile de los estudiantes, Matilde
Puig, no cabe en sí de gozo. Está viviendo un sueño. Desde que dejó de ser niña
ha soñado con ir al baile y este año lo va a conseguir. Y encima lo va a hacer
del brazo del chico más maravilloso, más cariñoso y con mejor percha de todo el
pueblo. Ahora lo que centra sus preocupaciones es el vestido que llevará.
- Madre, ¿vamos a ir a Gandía a ver lo del
traje? – pregunta Matilde.
- De Gandía, nada. Me he informado y por lo que parece hay
poco dónde elegir. Ya lo tengo decidido, pasado mañana iremos a Valencia.
Antoñita la Marquesa me ha dado la dirección de un par de tiendas que dice que
tienen unos modelos divinos. No te había dicho nada porque aún no lo tenía
hablado con tu padre.
- Lo que no sé es si tendré zapatos a juego
con el traje que compremos.
- No te preocupes, los vas a tener. Te voy a
comprar zapatos, bolso y todos los complementos que en la tienda nos aconsejen.
No quiero que ninguna cotilla pueda ir diciendo por ahí que a la hija de mis
entrañas le falta un detalle. Puedes estar segura de que vas a ser la envidia
del pueblo. Lo único que me preocupa es que Ernesto esté a tu altura. Seguro
que con un sueldo de ferroviario su familia no podrá hacer muchos gastos.
- No te preocupes por Ernesto, con el tipazo
que tiene cualquier cosa que se ponga le sentará como si fuera un príncipe. Por
cierto, ayer Charo la Troyana me contó que este año algunos chicos van a
regalar a sus parejas una orquídea para que se la prendan en el vestido.
- ¿Y eso qué es?
- Una flor.
- Por flores no te preocupes. En la huerta
las tenemos a montones.
- No es una flor de las que hay en la huerta, es de las que
se cultivan en invernaderos.
- Tranquila. Tendrás todas las orquídeas que hagan falta.
A la
postre, el viaje a Valencia de Matilde y su madre les ha servido de poco, por
unas u otras causas no han encontrado un modelo que les satisfaga. En última
instancia, Eulalia la Covarchina, la mejor modista del pueblo, les enseñó una
revista de modas y en ella encontraron un modelo que les gustó. La modista les
aseguró que podía copiarlo y les saldría muy bien de precio. Es el vestido al
que la Covarchina se está encargando de dar los últimos retoques.
-
Eulalia, ¿en qué parte del traje quedarían mejor las orquídeas? – pregunta la
madre a la modista, mostrándole el ramo de orquídeas que compró en el mercado
de las flores de Valencia.
- En el talle o, mejor aún, en el corpiño, un
poco por encima del corazón. Dame, se lo pondré. No, con una es suficiente –
dice Eulalia, rechazando el resto.
- ¿Cómo qué con una vale? Con lo que me han
costado. ¿Qué vamos a hacer con las demás? – se revuelve la madre de Matilde.
- Lo elegante – explica la modista, tirando
de paciencia - es llevar solo una o, como muchas, dos. Una flor tan bella como
ésta no necesita compañía.
- Eso será para la gente que presume mucho,
pero que no llega a más. Si he comprado media docena es para que las luzca
todas y que se vayan enterando de quiénes somos los Puig. Faltaría más.
Los
problemas que acarrea el baile de marras también han alcanzado a Paco Vives que
no necesita presumir de nada. Todo el mundo sabe que pie calza. Es hombre muy seguro
de sí, sin embargo su hija ha conseguido desconcertarle. Duda entre si darle un
par de cachetes o encerrarla en el cuarto de las ratas como cuando era pequeña.
Vacila. Amparín es la niña de sus ojos, pero le saca de quicio que le haya
salido tan respondona. Hace un esfuerzo y trata de tranquilizarse.
- Vamos a ver, hija. ¿Qué es eso que me
cuenta tu madre? ¿Por qué no quieres ir al baile con el chico que te hemos
buscado?
- No tengo nada contra él. Es que ya tengo
pareja.
- ¿Cómo que tienes pareja? – repite el padre,
visiblemente desconcertado -. No me has pedido permiso para ello.
- Lo he elegido yo.
- ¿Qué es eso de que lo elegiste tú? O sea,
que en esta casa tus padres no pintan nada. Aquí quien decide es una mocosa de
dieciséis años. ¡Pues estamos listos!
- Mira, padre, no pretendo disgustaros, ni a
ti ni a madre, os quiero y os respeto, pero ya no soy una mocosa, he crecido. Y
en lo que se refiere a mis amigos pienso ser yo quien los elija, y eso incluye
con quien vaya a ir al baile.
- ¿Y no te importa que tu madre, que ya se ha
comprometido, quede a la altura del betún?
- Ya le he dicho a madre que lo sentía, pero
no debería de haber tomado ninguna decisión sin antes haber hablado conmigo. Y
eso pasa porque me sigue tratando como una cría, pero soy una mujer.
El
padre echa una larga mirada a su hija. Tiene razón, piensa, ya es toda una
mujer y además tiene un genio endiablado, se parece a mí. Y la idea le produce
un ramalazo de orgullo, pero sigue tratando de domeñar a la chiquilla.
- En esta familia ni tu madre ni yo, al menos
hasta hoy, nunca hemos puesto ninguna cortapisa para que eligieras a tus amigos,
entonces aplicando tú mismo razonamiento ¿no crees que es muy feo que hayas
resuelto acudir al baile con quién sea y no nos hayas dicho nada?
A la
muchacha no le queda otra que asentir. Sabe que ese es el punto débil de su
postura.
- Ahí te doy la razón. Debería de haberlo
hablado con vosotros. Si no lo hice fue porque…, porque no sabía si ibais a
aprobar mi elección.
¡Dios bendito!, exclama para sí el padre, ¿a quién demonios habrá ido a
elegir? Cuando formula la pregunta su voz está preñada de recelos:
- Ya veo la confianza que tienes en nosotros.
¿Y puede saberse qué tiene de malo el chico que has elegido cómo para sospechar
que no nos iba a gustar?
- No tiene nada de malo, padre. Al contrario,
es… maravilloso.
- ¿Me vas a decir su nombre de una vez o
esperas que lo adivine? – inquiere el padre con un deje de impaciencia.
- Perdona. Es Carlos Villangómez, el hijo de
don Fulgencio y doña Esperanza, los maestros.
A
Vives, que esperaba lo peor, se le escapa un medio suspiro de alivio. Al menos
es alguien conocido y de una familia respetable aunque, eso sí, sin un maldito
duro. De todos modos, piensa, es mejor poner las cosas en su sitio y no andarse
por las ramas.
- Hija, has tenido mal ojo para elegir. No sé
qué coño os pasa a las mujeres de esta familia que siempre os fijáis en quien
no debéis. Los Villangómez no tienen donde caerse muertos. Solo su paga de
funcionarios y ya sabes lo que se dice de los enseñantes: pasas más hambre que
un maestro de escuela. Espero que esto no sea más que un capricho pasajero
porque teniendo tanto donde elegir has ido a fijarte en un chaval que no podrá
costearte el tipo de vida a la que estás acostumbrada. Te tenía por más inteligente,
hija. Lo de contigo pan y cebolla es una chorrada que no lleva a ninguna parte.
Además, a ese muchacho le recuerdo como un crío, debe de ser más pequeño que
tú.
- Ya no es ningún crío, papá. Le pasa lo que
a mí, ha crecido. Tiene mi edad y está terminando el bachillerato.
- ¿Y puede saberse por qué ese caballerete no
ha venido a pedir mi consentimiento para acompañarte al baile?
- Porque le pedí que no lo hiciera. Pretendía
venir a verte, pero le hice desistir de su propósito.
- ¿Por qué? No me lo iba a comer.
- Porque Carlos es muy consecuente y si
hubiese venido y le hubieses dicho que no, nunca habría sido mi pareja. Y para
que lo sepas, llevamos saliendo hace tiempo.
- ¡Hace tiempo, y no nos habías dicho nada! –
exclama el padre cada vez más irritado.
- No creía que os pudiese interesar con quien
salgo.
- ¡Por Dios y todos los santos, hija! ¿Cómo
no va a interesarnos saber con quién sale nuestra única hija? ¿Acaso crees que,
tanto tu madre cómo yo, no te queremos, que no nos preocupamos por tu
bienestar, por tu felicidad, por… tu vida? Naturalmente que nos interesa con
quién sales y tengo que decirte que peor no podías haber elegido. Ese muchacho
no es nadie y su familia mucho menos. Si no te apetece ir al baile con el sobrino
de Gonzalo Arbós no te lo voy a imponer, vas con otro o te quedas en casa, como
prefieras, pero de ninguna manera irás con ese muerto de hambre y, por
supuesto, te prohíbo terminantemente que continúes viéndole. ¿Ha quedado claro?
Amparín tiene la réplica en la punta de los labios, pero lo piensa mejor
y se calla. En los dos días siguientes, la muchacha no aparece por el almacén
de frutas y verduras de la familia donde ayuda a su padre en la administración
del negocio, ni tampoco se sienta en la mesa común para las comidas en familia.
Se ha encerrado en su habitación y se niega a salir.