Cuando Ponte
le cuenta a su hija que piensa acompañar a Grandal a Castellón donde tiene que
arreglar unos asuntos, la respuesta de Clarita es terminante:
- Será un viaje de ida y vuelta, supongo.
- Pues no sé, pero igual estamos fuera tres o cuatro
días.
- Papá, te recuerdo que el veinte son las elecciones,
¿es que no piensas votar?
- Hija, sabes bien que hace la tira de años que no
voto. Y sabes porque: mi opinión sobre nuestros políticos, sean de derechas,
izquierdas o mediopensionistas es que dejan mucho que desear.
- Y una vez más, papá, te recuerdo que o tú haces
política o te la harán los demás. Ir a votar, votes a quien sea, no solo es un
deber ciudadano sino también una necesidad.
- No lo dudo, hija, pero eso es para los que tenéis
futuro. Yo solo tengo pasado y algo de presente. Futuro, ninguno. Por eso os
dejo a los jóvenes que seáis quienes decidáis que fulano queréis que os
pastoree.
- Papá, no nos insultes, los que votamos no somos
borregos y por tanto no necesitamos que nadie nos pastoree.
- No era mi intención molestarte, Clarita. Retiro lo
del pastoreo, pero sigo en mis trece. Mañana me voy a Castellón con Grandal. Y
a los que se presentan a las elecciones que les den.
- ¿Solo con Grandal? – La pregunta de Clara está
cargada de suspicacia.
- Hija, no creerás que a mis años tengo un amorío
oculto. Únicamente voy a acompañar a un amigo de hace muchos años, y a quien tú
conoces, a un inocente viaje a una provincia de la que supongo que debes
guardar buenos recuerdos. ¿O no te acuerdas de los años que veraneamos en
Benicasim?
El
diecisiete, Grandal, Chelo y Ponte se ponen en viaje hacia la capital de La
Plana. Van en el viejo coche del excomisario. Chelo va de copiloto y Ponte en
la parte de atrás. De los tres, la que parece más ilusionada con el viaje es la
mujer, hasta ha guardado en la maleta un biquini por mucho que Grandal le haya
insistido en que el agua estará más bien fría en este final de diciembre. Ponte
ha insistido en pagar a medias entre Grandal y él los gastos del viaje y del
hotel, pero Jacinto se ha negado en redondo. Harán tres partes y él pagará dos,
al fin y al cabo Chelo es su invitada.
Los viajeros abandonan la A-3,
también llamada autovía del Este, a la altura de Motilla del Palancar. Ponte se
ha empeñado en ello para comer en el Hostal del Sol, lugar en el que paraba
cuando la autovía aún no estaba terminada y el viaje duraba mucho más que
ahora. Encuentra el local más remozado pues ha pasado a ser un hotel. Después
de comer vuelven a la A-3. Antes de entrar en la ciudad del Turia cogen el
llamado Bypas de Valencia, tramo de
la autovía A-7, que hace la función de cinturón que rodea la primera corona del
área metropolitana de la ciudad, lo que permite circunvalar la capital
levantina por el oeste. A la altura de Puzol ingresan en la AP-7 hasta que la
abandonan por la salida de Castellón-Sur.
Grandal, que es quien ha hecho
la planificación del viaje, ha reservado dos habitaciones en el Hotel del Golf
situado a solo cien metros de la playa del Pinar del Grao de Castellón. Le ha
contado a Chelo que, en caso de no poder bañarse en el mar, quizá lo pueda
hacer en la piscina del hotel y en el peor de los casos podrá tomar el sol en
la terraza de la habitación.
En cuanto están instalados,
dejan a Chelo en la terraza leyendo una revista del cuore. Está decepcionada porque en recepción le han dicho que la
piscina está por el momento clausurada y le han aconsejado que no intente
bañarse pues el agua del mar está fría. La han consolado asegurándole que
mañana se espera buen tiempo y podrá broncearse en la terraza o en los jardines
que rodean la piscina. Grandal, antes de iniciar el viaje, llamó al coronel
Tresreyes, viejo conocido suyo, jefe de la comandancia de la Guardia Civil de
Castellón. Le pidió que le informara de las localidades de la Plana Baja donde
hubiera familias gitanas empleadas en la recolección de la naranja. El coronel
le dio el teléfono del jefe provincial del Servicio de Protección de la
Naturaleza. En el Seprona le facilitaron una relación de pueblos en los que
trabajaban temporeros gitanos. La primera localidad de la lista era Burriana y
hacia allí se dirigen Grandal y Ponte. No encuentran a los García Reyes ni
nadie que les pueda facilitar alguna pista. Lo mismo les pasa en Villarreal y
en Nules. Ahí terminan sus pesquisas puesto que el sol se está ocultado tras
los cerros que cierran La Plana hacia el oeste.
Al día siguiente, ya
dieciocho, la pareja detectivesca deja a Chelo tomando el sol en la terraza de
la habitación y marchan hacia Onda donde les ocurre lo del día anterior. Ni
rastro de los García Reyes. Pasa lo mismo en Vall de Uxó y Moncofar. A mediodía
toman un tentempié y prosiguen su viaje hacia Chilches, La Llosa y Almenara. El
más rotuno fracaso es el resultado de su exploración. A cuantos gitanos
preguntan se topan con las mismas respuestas: nadie sabe nada, nadie ha visto
nada, jamás han oído hablar de los García Reyes.
- Tratar con los cañís es peor que ir al dentista. Mienten más que
respiran. No me creo de ninguna manera que nadie sepa nada de un clan tan
conocido como los García Reyes – se lamenta Ponte.
- Son muy suyos los gitanos. Recuerdo que cuando les interrogabas la
mayoría te enredaban con largas parrafadas, te liaban contándote unas historias
inverosímiles y al final no te daban ninguna información. Es lo que nos pasa
ahora. Para mí que ya debe de haber corrido la voz de que hay dos payos
buscando a los García Reyes y no los vamos a encontrar aunque nos pateemos toda
la provincia, suponiendo que estén aquí que hasta eso empiezo a ponerlo en
cuarentena – se explaya Grandal.
- Entonces, ¿qué hacemos, nos volvemos a Madrid?
- Para volver siempre estamos a tiempo. Le dije a Chelo que íbamos a
estar hasta el lunes. Por tanto, nos quedan un par de días para terminar de
visitar las localidades que faltan. Claro que si quieres volverte, puedes
hacerlo cuando quieras. Además, así podrías votar el domingo.
- No, no, me quedo. Y en cuanto a lo de votar ya sabes lo que pienso de
los políticos en general y de los nuestros en particular. El mejor, escardando
cebollinos.
El diecinueve, día anterior a
las elecciones también llamada jornada de reflexión, la pareja de jubilados
visitan los dos últimos núcleos de la Plana Baja con abundancia de naranjales,
Villavieja y Alquerías del Niño Perdido. El resultado de sus pesquisas, el mismo
de siempre: cero. Parece como sí los García Reyes no hubiesen existido nunca.
Grandal tira la toalla, se acabó lo de buscar a los gitanos. Para el veinte han
programado una excursión a Peñíscola y a la vuelta visitarán Marina d´Or, donde
una conocida de Chelo tiene un apartamento que, según cuenta, lo compró a
precio de ganga y le interesa conocer la urbanización.
La vieja y amurallada ciudad
de Peñíscola, pese a que desde 2013 forma parte de la red de los pueblos más
bonitos de España, no le dice gran cosa a Chelo. Lo de las murallas, el
castillo del Papa Luna y todo el posible encanto medieval de la localidad, la
dejan fría. Lo que más le interesa es visitar los escenarios donde se rodó la
superproducción El Cid pues fue una fan de Charlton Heston. Están tomando el aperitivo
cuando un número de la Guardia Civil se presenta preguntando por Grandal. El
guardia le entrega una nota que le manda la Oficina Técnica provincial del
Seprona informándole que hay al menos tres familias gitanas que están
recolectando naranja entre los términos municipales de Torreblanca y Cabanes.
Cuando se retira el número, a Ponte le falta tiempo para preguntar:
- ¿Y cómo han sabido que estábamos en Peñíscola?
- Llame anoche al coronel Tresreyes para despedirme y decirle que íbamos
a pasar el día aquí, pero aunque no le hubiese dicho nada puedes apostar a que
nos han tenido controlados, no puedes imaginarte como son los del tricornio.
- ¿Entonces no me vas a llevar a Marina d´Or? – pregunta Chelo poniendo
un mohín de disgusto.
- Claro que sí, princesa – la tranquiliza Grandal.
- Además, Chelo, los pueblos que han dicho nos pillan de camino. A la
vuelta, pasaremos por Santa Magdalena de Pulpis, Alcalá de Chivert,
Torreblanca, la Ribera de Cabanes y después Oropesa del Mar – explica Ponte,
haciendo gala de sus conocimientos de la comarca donde pasó muchos veranos
cuando sus hijos eran unos críos.
- Mejor cambiamos el plan – sugiere Chelo -. Me dejáis en Marina d´Or y
vosotros os vais a buscar a los gitanos. Cuando terminéis venís a buscarme.
- Santa palabra – enfatiza Grandal con su pizca de sorna.