Sergio sigue
aplicándose en el trabajo. Sus estudios de electrónica, que hasta el momento
parecía que de poco le habían servido, se van revelando paulatinamente como el
fundamento teórico que le proporciona una creciente madurez profesional. Pronto
se hace visible que esos saberes le hacen muy superior a la mayoría de
compañeros de tareas en lo tocante no sólo a conocimientos sino también a
aplicaciones.
En cuanto Sergio
cobra su primer sueldo como oficial, la joven pareja paga un mes adelantado del
piso que ha alquilado en el barrio antiguo del pueblo. No es gran cosa, pero es
su casa. El mobiliario es un muestrario de enseres de segunda mano, en unos
casos desechados, en otros cedidos por amigos y familiares; es el caso de la
cama, que es la que tenía Lorena en su casa paterna, o del modesto frigorífico,
regalo del abuelo Andrés. Se consuelan diciéndose que no es más que un primer
paso y que alquilarán otro apartamento con mejor facha en cuanto aumenten sus
ingresos, algo que Lorena espera que pronto ocurra según le comenta su amiga
Verónica sobre lo contento que está su tío con la progresión de Sergio.
Una vez instalados
en su nueva casa, Lorena decide organizar una fiesta en el primer fin de semana
en que han conseguido dar al piso una mediana apariencia hogareña. Los
invitados son los amigos de Lorena de toda la vida porque Sergio sigue sin
haber intimado con nadie. Se bebe más que se come. Terminan casi todos ebrios y
algunos bastante colgados después de fumar un canuto tras otro e ingerir un
montón de pastillas. Al día siguiente, el apartamento parece un basurero: hay
cascos de botellas, restos de confeti, chafados gorros de papel, matasuegras
rotos, cucuruchos de pipas y un sin fin de sorprendentes objetos, como unas
bragas que Sergio descubre tiradas debajo del sofá medio desvencijado que
alguien les ha regalado. Las encuentra porque al levantarse y ver el panorama
ha decidido que hay que adecentar la casa. Está acostumbrado al orden y la limpieza
que siempre ha reinado en el pequeño piso de su familia, donde su madre lo
tiene todo como los chorros del oro.
Cuando Lorena
despierta, descubre a Sergio que, fregona y recogedor en mano, intenta quitar
la porquería que se ha acumulado en el apartamento. Su madre le ha inculcado
que la limpieza de la casa es tan importante como la del cuerpo. En cambio, la
joven no se acostumbra a que Sergio trate de mantener un mínimo de pulcritud en
el piso que comparten, de ahí que le pregunte de malos modos:
- ¿Pero se puede saber qué estás haciendo?
- Tratando de poner un poco de orden, que lo han dejado todo
hecho un asco.
- Anda, monín, deja esa fregona que eso es cosa de mujeres.
Y si quieres hacer de cocinilla prepárame un café bien cargado que tengo la
olla a punto de estallar. Luego aprovecharemos la mañana para ir a la playa,
que es el único día que podemos. Cuando volvamos ya lo limpiaremos.
La pareja pasa todo
el día en la playa con los amigos de ella, algunos de los cuales todavía
muestran señales de la moña del día anterior. Comen en un chiringuito y, ya con
el sol ocultándose, regresan al apartamento. Sergio hace el amago de retomar
los útiles de limpieza, pero en cuanto ve desnudarse a Lorena se lo piensa
mejor. El aseo de la casa puede esperar un día más, su erección no.
En unos meses,
Sergio ha pasado de ser ayudante de instalador a todo un electricista
profesional. Es inteligente, preparado y no escurre el bulto a la hora de
arrimar el hombro como el que más. A los ojos de su jefe, el señor Francisco y
de Dimas el capataz, su papel se consolida cada día que pasa. De hecho le han
ascendido directamente a oficial de primera. Como las construcciones siguen
creciendo, Francisco opta a más contratas, necesita más personal y que éste
amplíe su jornada para poder cumplir los compromisos contraídos.
Precisamente el
trabajo es el origen de una de las primeras peleas de la pareja. Francisco
ofrece a Sergio realizar horas extras que se pagan mucho mejor. El chico le
agradece la oferta, al par que la rechaza. Piensa que todo el tiempo que esté
de más en el tajo, es tiempo que estará de menos con Lorena. Cuando se lo
cuenta, la joven se revuelve hecha una furia.
- ¿Estás majara, cómo le has dicho que no? ¿Tú sabes a cómo
se pagan las horas extras?
- Mi vida, con lo que gano tenemos más que suficiente. Un
profe de mi cole solía repetir que no hay que vivir para trabajar sino trabajar
para vivir.
- Déjate de monsergas de colegio de curas. Hay que estar al
loro y ocasiones, como las que te ha ofrecido el Francisco, hay que cogerlas al
vuelo.
- Dije que no pensando en ti. Si estoy más horas fuera de
casa, menos tiempo estaremos juntos.
- Mira, guapito de cara, para estar juntos tendremos todo el
tiempo del mundo. Hasta nos aburriremos. Ahora lo que toca es ir adónde el
Francisco, decirle que te pasaste veinte pueblos cuando rechazaste su oferta,
que te lo has pensado mejor y que vas a hacer todas las horas extras que hagan
falta.
- Mi amor, no te comprendo. Gano lo suficiente para vivir.
- No seas berza, Sergio. ¿Cómo quieres que te lo repita,
cantando? Eso de que ganas lo suficiente es según se mire. Si vamos a
conformarnos con vivir en esta mierda de piso, entonces sí, pero si queremos
tener un apartamento molón y amueblado como debe de ser no te queda otra que
currar más.
El día de paga Sergio recibe un
cheque barrado con el salario estipulado como oficial electricista, y un sobre
con dinero en metálico. Como le explica Irene, una más de las sobrinas del
señor Francisco que hace las veces de pagadora, los billetes del sobre corresponden
a las horas extras que se pagan en negro puesto que no se declaran al fisco.
Sergio se lo comenta a su abuelo a quien sigue visitando con asiduidad.
- ¿No te parece abuelo que esto del dinero negro de algún modo es una
especie de estafa?
- ¿Estafa, a quién? – pregunta con extrañeza el señor Andrés.
- Pues a Hacienda, a la Seguridad Social y si me apuras al resto de los
ciudadanos. Es algo que debería de estar mucho más perseguido y castigado de lo
que está.
- La verdad es que no lo había pensado, pero vamos a ver alma de
cántaro, ¿en qué clase de mundo crees que vives? Lo que dices está muy bien y
lo estaría mejor si todo el mundo cumpliera las leyes, pero en este puñetero
país las leyes no las cumple nadie empezando por los que las hacen.
- Empiezo a darme cuenta de que es así, pero no por eso deja de estar
mal hecho. Si todos cumpliéramos a rajatabla lo que está dispuesto en leyes y
reglamentos otro gallo nos cantara.
- Seguro que la razón está de tu parte, pero así son las cosas. Lo de
las horas extras pagadas en negro no es más que un pequeño ejemplo de cómo
funciona el país. Como me has hecho ver, tu patrón, al no declarar esos pagos,
se ahorra la correspondiente cotización a la Seguridad Social y a Hacienda. De
acuerdo, pero así baja sus costes y puede ajustar más el precio de las
contratas. Los constructores también rebajan sus costes y ganan más dinero por
lo que pueden construir más viviendas con lo que dan trabajo a más obreros. A
más casas, más trabajo, más gente ocupada y más mercancías que van y vienen con
lo que el gobierno recauda más impuestos. Y sigue la bola.
- Abuelo, ¿pero se puede saber dónde estudiaste economía? – pegunta
socarronamente Sergio.
- Menos coñas, hijo. Sabes muy bien que tu abuelo no pasó de la escuela
del pueblo, pero he vivido mucho y algo he leído.
- De todas formas, abuelo, tus explicaciones sobre economía capitalista
dejan mucho que desear y tienen muchos puntos que podría rebatir fácilmente,
pero en este momento no es eso lo que
estamos debatiendo, sobre lo que quiero saber tu opinión es ¿lo del dinero
negro, mejor dicho, lo de la economía sumergida te parece bien?
- Ni bien ni mal, pero si no existiera eso que llamas economía sumergida
más de una familia y más de dos las iban a pasar canutas. Ahora, si te parece
tan mal lo de cobrar en negro las horas extras, cosa que entiendo, lo tienes
fácil: pide que te las paguen en blanco o renuncia a hacerlas.
- Abuelo, si hiciera eso lo más probable es que el señor Francisco me
pusiera en la calle y, por otra parte y con toda seguridad, Lorena me sacaría
los ojos.
- Pues ya sabes, hijo, otra vez la burra al trigo.