"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 15 de diciembre de 2015

10.2. No sé si creerte, Rafa


   El tercer domingo de octubre es el Día del Domund y por el pueblo anda un grupo de jovencitos, con sus huchas en forma de cabezas de negrito y chinito, pidiendo una limosna para las misiones. El Ayuntamiento ha montado una mesa en la que se centraliza lo recaudado por los diversos postulantes y que presiden las esposas de las distintas autoridades. Como una forma de agradecer la colaboración de tan distinguidas damas, la corporación ha organizado por la tarde un baile privado en el salón de plenos. Dado que veladas así son muy escasas, las señoras se han puesto de tiros largos y se las ve radiantes. No hay orquesta, pero sí una gramola con algunos de los discos más oídos en los últimos tiempos. Se escucha a Concha Piquer, la gran dama de la copla, cantando Ojos verdes y Tatuaje. Antonio Machín, con su melodioso deje cubano, canta Angelitos negros y Mira que eres linda. El engolado timbre de Jorge Sepúlveda entonando Mirando al mar. Los pasodobles como Francisco Alegre y Doce cascabeles son los que tienen más éxito. Y desenfadadas canciones, como Yo te diré y Mi vaca lechera, son coreadas por la mayoría de las invitadas. El ambiente es distendido y amable. Buena parte de las parejas que bailan son de mujeres puesto que no todos los maridos saben bailar o tienen ganas de hacerlo. Uno de los más bailones es Rafael Blanquer, ha sacado a la pista a casi todas las esposas de sus compañeros de corporación, comenzando por la señora alcaldesa. Con la única que no ha bailado ha sido con su mujer que, con gesto contrariado, está sentada en un rincón de la sala.
   Gimeno, que está de cháchara con Marín y Lapuerta, no pierde de vista las maniobras de Blanquer. Algo se le encoge muy adentro cuando ve que Rafael invita a Lola a bailar, pero no dice nada y sigue aparentando escuchar lo que cuentan sus compañeros.
- Lolita – Rafael sigue empeñado en llamarla por el diminutivo-, ¿sabes cuánto tiempo hace que no te tenía entre mis brazos?
   Claro que Lola lo sabe, le podría decir el año, el mes, el día y hasta la hora en que por última vez le ciñó el talle, pero se hace la desmemoriada.
- Ha llovido mucho de eso. No me acuerdo.
- En cambio, yo lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Te juro que he intentado borrarte de mis pensamientos, pero no lo consigo. Cuanto más tiempo transcurre con mayor intensidad revivo los momentos que pasamos juntos. Es como si mi memoria se negase a olvidarte.
- No seas falso, Rafa. Si tanto me echabas de menos no te hubieses casado con Pepita.
- Y me he arrepentido un millón de veces de haberlo hecho. Cometí la mayor estupidez de mi vida y bien que lo estoy pagando. Y ahora que te tengo tan cerca es cuando me doy cuenta de lo imbécil que he sido.
   Lola nota que un turbión de encontrados sentimientos brota por todos los poros de su piel. Antes de que se le note demasiado intenta cambiar de conversación.
- No he tenido ocasión de decírtelo, pero me disgusté mucho, más por ti que por mí, cuando los paniaguados de la Fiscalía de Tasas no encontraron pruebas de que se hacía contrabando en el humedal de Benialcaide.
- Bah, no te preocupes. Para mí fue todo un gustazo poder ayudarte. Lo volvería a hacer mil veces que me lo pidieras. Aunque… - el hombre duda -, me gustaría preguntarte algo: ¿por qué aquella denuncia no la puso tu marido, hubiese sido lo natural, no?
- Tendría que haber sido así, pero mi marido no tiene lo que hay que tener y en cambio a ti te sobra – y Lola vuelve a cambiar de tema, no quiere ahondar en la cuestión de la fallida denuncia -. El otro día alguien me comentó que tu madre andaba algo pachucha, ¿cómo está?
- Un poco tocada del estómago, tiene una úlcera y hay temporadas que le da mala vida. Precisamente mi madre siempre me repite que soy el mayor culpable de sus males por los muchos disgustos que le he dado. Y por cierto, también suele decir que si me hubiese casado contigo otro gallo me cantaría.
- No, si al final va a resultar que te casaste con Pepita porque tuviste un mal día.
- Un mal día quizá no, pero una pésima temporada, eso, seguro.
   Termina la pieza y Lola, tras saludar a su acompañante con un amago de sonrisa, vuelve a sentarse junto a las demás esposas. Rafael ha seguido contemplándola con descaro. José Vicente ha de hacer un esfuerzo titánico para que no se le note la ira.
   Al día siguiente del baile, Lola, como al desgaire, pregunta a su marido:
- ¿Arreglaste lo de la jubilación de mamá?
- Vaya, se me olvidó. Perdóname. En cuanto tenga un hueco la gestiono.
- No te preocupes. Comprendo que estás muy ocupado. Olvídate de ello, ya me encargo de buscar a alguien que la tramite.
- No, Lola, si no me cuesta nada.
- Ya lo sé, pero déjalo de mi cuenta. Al fin y al cabo se trata de mi madre.
   Unos días después, José Vicente descubre que cometió un error al no atender con presteza el requerimiento de su esposa.
- Lola, esta tarde tengo poco trabajo. Dame los papeles de tu madre y les echaré un vistazo a ver qué hay que hacer para tramitarlos.
- Ya encargué que los tramitaran.
- ¿A quién?
- A la gestoría de Blanquer.
- Ah, bueno.
   A Gimeno se lo llevan los demonios, pero comprende que ya es tarde. La culpa es suya por no haber prestado más atención a la petición de su mujer. Lola no le ha contado toda la verdad a su marido, todavía no encargó a la gestoría Blanquer la tramitación de la jubilación, pero sí piensa hacerlo esa misma tarde.
   El habitual gesto displicente de Rafael se transforma en una cálida sonrisa al verla entrar.
- ¡Qué sorpresa, Lolita, tú por aquí! ¿A qué debo el honor de la visita? 
- Buenos días, Rafa. Es una visita profesional. Vengo a ver si podrías gestionarme los papeles de la jubilación de mamá.
- Por supuesto, faltaría más. Pero siéntate, por favor, no estés de pie. ¿Traes la documentación?
   Esa primera entrevista tiene un tinte marcadamente profesional. Blanquer se limita a preguntas relacionadas con la tramitación de la solicitud y no hace ninguna alusión a cualquier otra cuestión. Lola sale de la gestoría, a la que había acudido con cierto nerviosismo, tranquila por la corrección con la que la ha tratado Rafael y, a la par, un tanto decepcionada porque esperaba otra clase de acogida. Recuerda, como si fuese ayer, el apasionado tono con el que le habló cuando el baile del Ayuntamiento. Y ahora, ¿por qué esa aparente atonía?
 En la segunda ocasión que Lola visita la gestoría, la actitud y el tono de Rafael cambian por completo. Es otro.
- Antes que nada, Lolita, permíteme decirte que no estás más guapa porque es imposible.
- ¿Eso se lo dices a todas tus clientas?
- ¿Quieres la verdad? Lo digo a la mayoría – confiesa un sonriente Rafael -. Con una pequeña diferencia, que en tu caso lo digo de corazón. Me sigues pareciendo la mujer más apasionante del mundo.
- No has perdido la labia, eh. Lo que son palabras nunca te faltaron, pero una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace.
- Estoy dispuesto a demostrarte con hechos lo que haga falta. Ponme a prueba.
- ¿Se puede saber qué hay que probar?
- Algo tan sencillo como verdadero, que sigo estando loco por ti.
   Más que las palabras a Lola le impacta la sinceridad que parece haber tras ellas.
- ¡Por Dios, Rafa! Te recuerdo que estás casado y eres padre.
- De acuerdo, ¿y qué? Que esté casado no presupone que esté enamorado de mi esposa.
- Entonces, ¿por qué te casaste si no la querías?
- Porque me obligaron mis padres.
- No ofendas mi inteligencia diciendo falsedades de ese calibre. Te lo ruego. ¿Desde cuándo cumples lo que tus padres te mandan? Si no les hacías caso ni cuando eras un chaval.
   Rafael, en un arranque de aparente sinceridad, le cuenta la aventura que tuvo con Esperanza, aquella chacha de Valencia, dando una versión que poco tiene que ver con lo que ocurrió. Querían obligarle a casarse porque la chica afirmaba que estaba embarazada, pero sus padres consiguieron que no se llevara a cabo la boda sobornando a la familia de la muchacha. Al final resultó que no existía tal embarazo, que todo había sido un montaje para pescarle, pero quedó en deuda con sus padres, por eso cuando estos le propusieron que se casara con Pepita, en un momento de debilidad dio su consentimiento. Pese a todo, nunca se la tomó en serio y mucho más cuando la conoció mejor, pero resultó que la niña de los Arnau, que no era tan tontorrona como parecía, le sedujo y se las arregló para que la preñara.
-…y con un crío por medio no tuve más remedio que casarme. Llevé al altar a una mujer que no me decía nada y tuve que dejar a la que quería con toda mi alma… y a la que sigo queriendo. Esa es la historia de mi vida y lo que más me reconcome es que sé que todo es culpa mía. 
- La verdad, no sé si creerte.
- Que me muera ahora mismo si lo que te digo no es cierto. Solo quería que lo supieses. Sé que no puedo esperar nada de ti. Estás casada y tienes una niña que creo que es tan preciosa como la madre. Me conformo con que sepas lo que siento por ti.
- No sé si creerte, Rafa – repite Lola con mucha menos convicción de la que trata de aparentar.