Ponte enciende el ordenador, busca favoritos
y teclea el país.com/. Cuando se abre la versión online del periódico madrileño
la foto de la portada muestra a los líderes de los dos partidos más votados, PP
y PSOE. Pedro Sánchez parece mirar inquisitivamente a Mariano Rajoy, quien ni
siquiera le devuelve la mirada, está muy ocupado abrochándose la chaqueta. El
pie de la fotografía lo dice todo: Rajoy
y Sánchez descartan cualquier pacto para que uno de los dos gobierne. ¡Qué
desgracia, Dios mío!, exclama para sí el viejo, que los dos partidos más
poderosos de España no sean capaces de entenderse ni para tomar café. Ese es
uno de los problemas más letales que tiene el país. Y ya no quiere seguir
leyendo más. En su lugar, abre su cuenta de Yahoo para ver si tiene correo.
A su vez, los inspectores del Caso Inca
siguen con la controversia del día anterior sobre si las piezas robadas son
originales o meras réplicas, hasta que Blanchard propone algo tan elemental que
no comprende cómo no se ha planteado antes.
- Estoy
pensando que quienes mejor saben si se tratan de originales o copias es la
gente del Museo de América. ¿No se os ha ocurrido preguntarles?
Bernal, a quien el francés ya no le cae tan
mal como al principio, vuelve a mirar a Blanchard como en otros tiempos: con
cara de pocos amigos.
- ¿Ya
vuelves a las andadas, gabacho?, ¿qué crees, que somos idiotas?, ¿o eres de los
que piensan que África empieza en los Pirineos?
- Sin faltar,
Bernal, solo he hecho una pregunta – replica Blanchard, evidentemente molesto ante
la agresividad de su colega hispano.
- Por favor,
Eusebio, no te pongas así. La pregunta de Michel es pertinente teniendo en
cuenta que no sabe que esa gestión ya la hicimos – intercede Atienza.
- ¿Y qué os
contestaron? – quiere saber el francés.
- Nos
dijeron que eran las piezas originales, pero lo hicieron después de que les
apretáramos las tuercas y la respuesta fue tan alambicada que igual podía ser
una cosa que su contraria.
- ¿Y por qué
no le habéis pedido a la juez instructora que dicte una orden para que se
aclare de una vez por todas ese extremo? – sigue preguntando Blanchard.
- Sabes
perfectamente que nuestra relación con su señoría es manifiestamente mejorable.
Lo hicimos, pero se remitió a la declaración que hizo la directora del museo
cuando la interrogamos – le contesta Atienza.
Durante el breve diálogo entre el francés y
su colega, Bernal ha recordado algo.
- Acabo de
acordarme que suelo jugar al pádel con un tío cuya madre es directora del Museo
Nacional de Antropología. ¿Os parece bien que le pregunte si su madre nos
recibiría? Le podíamos preguntar su opinión como experta. Tengo entendido que
de museística lo sabe todo.
Blanchard y Atienza aceptan la propuesta de
Bernal y éste se pone en contacto con su compañero de pádel. Su colega de juego
no pone ningún impedimento.
- La llamaré
y seguro que acepta veros. Charlar de museos sigue siendo su gran pasión, pero
tendrá que ser cuando vuelva, está haciendo turismo por Austria en compañía de
otras dos viudas amigas suyas.
- ¿Es qué ya
no trabaja?
- Se jubiló
hace tiempo. Ahora se dedica a aprender alemán, hacer Pilates y jugar al golf,
entre otras muchas cosas.
Días después, Bernal recibe una llamada de
Dolores Téllez, la madre de su amigo del pádel, quedan en verse en la cafetería
del Hotel Meliá Princesa, lugar que elige ella puesto que vive en Santa Cruz
del Marcenado y le queda al lado de casa. Los inspectores se encuentran con una
mujer madura, pero da la impresión de que en plena forma. En su día debió ser une jeune fille très charmant, piensa
Blanchard que tiene buen ojo para el sexo femenino. Tras las presentaciones Atienza,
que como experto en arte va a llevar el peso del coloquio, entra directamente
en materia.
- Verá, doña
Dolores…
La aludida le interrumpe.
- Lola, por
favor y de tú.
- Pues verás,
Lola, tenemos algunas dudas sobre el tema de préstamos entre museos y queremos
que nos las aclares.
- Estaré
encantada de ayudaros si está en mis manos. Contadme, pero lo primero es
determinar si se trata de un museo estatal, de otras administraciones o es un
privado. Lo digo porque los préstamos de los estatales están regulados por un
real decreto del ochenta y siete. En cambio, los de otras administraciones o
los privados se rigen por sus propios reglamentos.
- Me estoy
refiriendo al Museo de América.
- Ese es de
titularidad estatal y, por cierto, uno de los museos menos conocidos de Madrid,
lo cual es una lástima porque es un paradigma del rigor y el buen hacer
museístico.
- Bien –
prosigue Atienza -. Nuestra duda más significativa es: cuando un museo presta
obras a otro, del tipo que sean, ¿envía las originales o copias?
- En un
noventa y nueve, coma nueve por ciento las originales. Solo en casos muy
contados y en los que la causa suele ser política, cuando se trata de obras
excepcionales o que fácilmente podrían dañarse en un traslado, se envían copias
indicándolo explícitamente. Pero como digo, salvo muy contados casos, se
prestan siempre los originales. No tendría ningún sentido enviar una copia.
Imaginaros que el Prado preste al Louvre una obra de Goya, por ejemplo: Los
fusilamientos de la Moncloa, ya que estamos en el distrito del mismo nombre. Ni
el Prado cometería jamás la torpeza de enviar una reproducción ni el Louvre
admitiría exponer en sus galerías una copia de la obra goyesca – afirma
tajantemente la señora Téllez.
- Bien. Otra
duda: cuando un museo presta una de sus obras, ¿qué suele hacer para informar a
sus visitantes de por qué falta la obra?
- Se pone
una nota informativa en el espacio que ocupaba la obra prestada informando del museo
o galería al que se ha prestado, nombre de la exposición y cuánto tiempo durará.
En la propia nota suele insertarse además una foto de la obra prestada.
- Otra
pregunta más concreta, Lola. No sé si sabes que estamos investigando el robo de
una serie de piezas del Tesoro Quimbaya. El Museo de América las prestó para
una exposición temporal a un museo parisino, el du Quai Branly…
- Lo conozco
– le interrumpe Lola –. A su antigua denominación hace unos años se le añadió
el nombre de su creador, Jacques Chirac. Posiblemente sea el museo parisino más
completo en lo que se refiere a obras artísticas, históricas y antropológicas
de culturas que no sean occidentales.
- Bien, como
experta en el tema, la pregunta concreta es: ¿crees que el Museo de América ha
podido enviar al parisino réplicas de las piezas originales?
- Poder, podría,
pero no lo creo, salvo que el préstamo se hubiese hecho sobre la base de que la
obra prestada estaría formada por reproducciones. El de América es un museo
prestigioso dirigido por profesionales altamente cualificados. Y tengo mis
dudas de que el Quai Branly hubiese
admitido un préstamo de réplicas. ¡Buenos son los franceses!
- O sea –
insiste el inspector de Patrimonio -, que no lo ves posible.
- Hombre,
posible todo lo es, pero altamente improbable. Lo de prestar copias lo veo más
difícil que hacer un albatros en el hoyo seis del Club de Campo – contesta la
señora Téllez mientras esboza un amago de sonrisa.
- ¿Queréis
hacer alguna pregunta más a la señora…, digo a Lola? – pregunta Atienza a sus
compañeros.
- Yo si
quisiera preguntarte algo – pide Bernal -. Aunque según nos comentó tu hijo, ya
llevas unos años jubilada, imagino que seguirás teniendo contacto con el mundo
museístico, al menos el madrileño. ¿Qué es lo que se rumorea en ese ambiente
sobre el robo del Tesoro Quimbaya?
Dolores Téllez no responde de inmediato,
entrecierra los ojos como si se concentrara en ordenar sus ideas. Cuando lo
hace su voz es firme.
- Veréis.
Las impresiones sobre el suceso han ido variando. Cuando se produjo el robo, el
estupor y la consternación fue general en el pequeño ámbito de los círculos
museísticos. Luego, al pasar los días, la mayoría de mis colegas se fueron
sorprendiendo de que no hubiera noticias sobre el avance en las investigaciones.
Y en los últimos tiempos, la opinión generalizada es que, parafraseando a un
personaje shakesperiano, something is
rotten in the state of Denmark – concluye la señora Téllez con un acento
que hasta un remilgado británico admitiría como aceptable.
- ¿Qué quieres
decir? – pregunta Bernal que aunque conoce al dramaturgo su inglés deja mucho
que desear.
- Que en ese
robo hay algo que huele a podrido. El silencio del museo, de las autoridades
concernidas, de la propia prensa… es algo que los expertos no acabamos de
entender. Bueno, me he expresado mal: no del robo en sí, sino de todo lo que ha
ocurrido tras el mismo. La desconcertante postura del museo, esa especie de
apatía del Gobierno, la falta de noticias o comentarios en los medios, todo eso
sumado me da mala espina.
Y hasta ahí llegó Lola Téllez: en que lo del
robo le olía como el pescado pasado, mal. ¿Por qué tantos recelos?