"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 2 de diciembre de 2016

84. Una dama que cita a Shakespeare



   Ponte enciende el ordenador, busca favoritos y teclea el país.com/. Cuando se abre la versión online del periódico madrileño la foto de la portada muestra a los líderes de los dos partidos más votados, PP y PSOE. Pedro Sánchez parece mirar inquisitivamente a Mariano Rajoy, quien ni siquiera le devuelve la mirada, está muy ocupado abrochándose la chaqueta. El pie de la fotografía lo dice todo: Rajoy y Sánchez descartan cualquier pacto para que uno de los dos gobierne. ¡Qué desgracia, Dios mío!, exclama para sí el viejo, que los dos partidos más poderosos de España no sean capaces de entenderse ni para tomar café. Ese es uno de los problemas más letales que tiene el país. Y ya no quiere seguir leyendo más. En su lugar, abre su cuenta de Yahoo para ver si tiene correo.
   A su vez, los inspectores del Caso Inca siguen con la controversia del día anterior sobre si las piezas robadas son originales o meras réplicas, hasta que Blanchard propone algo tan elemental que no comprende cómo no se ha planteado antes.
- Estoy pensando que quienes mejor saben si se tratan de originales o copias es la gente del Museo de América. ¿No se os ha ocurrido preguntarles?
   Bernal, a quien el francés ya no le cae tan mal como al principio, vuelve a mirar a Blanchard como en otros tiempos: con cara de pocos amigos.
- ¿Ya vuelves a las andadas, gabacho?, ¿qué crees, que somos idiotas?, ¿o eres de los que piensan que África empieza en los Pirineos?
- Sin faltar, Bernal, solo he hecho una pregunta – replica Blanchard, evidentemente molesto ante la agresividad de su colega hispano.
- Por favor, Eusebio, no te pongas así. La pregunta de Michel es pertinente teniendo en cuenta que no sabe que esa gestión ya la hicimos – intercede Atienza.
- ¿Y qué os contestaron? – quiere saber el francés.
- Nos dijeron que eran las piezas originales, pero lo hicieron después de que les apretáramos las tuercas y la respuesta fue tan alambicada que igual podía ser una cosa que su contraria.
- ¿Y por qué no le habéis pedido a la juez instructora que dicte una orden para que se aclare de una vez por todas ese extremo? – sigue preguntando Blanchard.
- Sabes perfectamente que nuestra relación con su señoría es manifiestamente mejorable. Lo hicimos, pero se remitió a la declaración que hizo la directora del museo cuando la interrogamos – le contesta Atienza.
   Durante el breve diálogo entre el francés y su colega, Bernal ha recordado algo.
- Acabo de acordarme que suelo jugar al pádel con un tío cuya madre es directora del Museo Nacional de Antropología. ¿Os parece bien que le pregunte si su madre nos recibiría? Le podíamos preguntar su opinión como experta. Tengo entendido que de museística lo sabe todo.
   Blanchard y Atienza aceptan la propuesta de Bernal y éste se pone en contacto con su compañero de pádel. Su colega de juego no pone ningún impedimento.
- La llamaré y seguro que acepta veros. Charlar de museos sigue siendo su gran pasión, pero tendrá que ser cuando vuelva, está haciendo turismo por Austria en compañía de otras dos viudas amigas suyas.
- ¿Es qué ya no trabaja?
- Se jubiló hace tiempo. Ahora se dedica a aprender alemán, hacer Pilates y jugar al golf, entre otras muchas cosas.
   Días después, Bernal recibe una llamada de Dolores Téllez, la madre de su amigo del pádel, quedan en verse en la cafetería del Hotel Meliá Princesa, lugar que elige ella puesto que vive en Santa Cruz del Marcenado y le queda al lado de casa. Los inspectores se encuentran con una mujer madura, pero da la impresión de que en plena forma. En su día debió ser une jeune fille très charmant, piensa Blanchard que tiene buen ojo para el sexo femenino. Tras las presentaciones Atienza, que como experto en arte va a llevar el peso del coloquio, entra directamente en materia.
- Verá, doña Dolores…
   La aludida le interrumpe.
- Lola, por favor y de tú.
- Pues verás, Lola, tenemos algunas dudas sobre el tema de préstamos entre museos y queremos que nos las aclares.
- Estaré encantada de ayudaros si está en mis manos. Contadme, pero lo primero es determinar si se trata de un museo estatal, de otras administraciones o es un privado. Lo digo porque los préstamos de los estatales están regulados por un real decreto del ochenta y siete. En cambio, los de otras administraciones o los privados se rigen por sus propios reglamentos.
- Me estoy refiriendo al Museo de América.
- Ese es de titularidad estatal y, por cierto, uno de los museos menos conocidos de Madrid, lo cual es una lástima porque es un paradigma del rigor y el buen hacer museístico.
- Bien – prosigue Atienza -. Nuestra duda más significativa es: cuando un museo presta obras a otro, del tipo que sean, ¿envía las originales o copias?
- En un noventa y nueve, coma nueve por ciento las originales. Solo en casos muy contados y en los que la causa suele ser política, cuando se trata de obras excepcionales o que fácilmente podrían dañarse en un traslado, se envían copias indicándolo explícitamente. Pero como digo, salvo muy contados casos, se prestan siempre los originales. No tendría ningún sentido enviar una copia. Imaginaros que el Prado preste al Louvre una obra de Goya, por ejemplo: Los fusilamientos de la Moncloa, ya que estamos en el distrito del mismo nombre. Ni el Prado cometería jamás la torpeza de enviar una reproducción ni el Louvre admitiría exponer en sus galerías una copia de la obra goyesca – afirma tajantemente la señora Téllez.
- Bien. Otra duda: cuando un museo presta una de sus obras, ¿qué suele hacer para informar a sus visitantes de por qué falta la obra?
- Se pone una nota informativa en el espacio que ocupaba la obra prestada informando del museo o galería al que se ha prestado, nombre de la exposición y cuánto tiempo durará. En la propia nota suele insertarse además una foto de la obra prestada.
- Otra pregunta más concreta, Lola. No sé si sabes que estamos investigando el robo de una serie de piezas del Tesoro Quimbaya. El Museo de América las prestó para una exposición temporal a un museo parisino, el du Quai Branly
- Lo conozco – le interrumpe Lola –. A su antigua denominación hace unos años se le añadió el nombre de su creador, Jacques Chirac. Posiblemente sea el museo parisino más completo en lo que se refiere a obras artísticas, históricas y antropológicas de culturas que no sean occidentales.
- Bien, como experta en el tema, la pregunta concreta es: ¿crees que el Museo de América ha podido enviar al parisino réplicas de las piezas originales?
- Poder, podría, pero no lo creo, salvo que el préstamo se hubiese hecho sobre la base de que la obra prestada estaría formada por reproducciones. El de América es un museo prestigioso dirigido por profesionales altamente cualificados. Y tengo mis dudas de que el Quai Branly hubiese admitido un préstamo de réplicas. ¡Buenos son los franceses!
- O sea – insiste el inspector de Patrimonio -, que no lo ves posible.
- Hombre, posible todo lo es, pero altamente improbable. Lo de prestar copias lo veo más difícil que hacer un albatros en el hoyo seis del Club de Campo – contesta la señora Téllez mientras esboza un amago de sonrisa.
- ¿Queréis hacer alguna pregunta más a la señora…, digo a Lola? – pregunta Atienza a sus compañeros.
- Yo si quisiera preguntarte algo – pide Bernal -. Aunque según nos comentó tu hijo, ya llevas unos años jubilada, imagino que seguirás teniendo contacto con el mundo museístico, al menos el madrileño. ¿Qué es lo que se rumorea en ese ambiente sobre el robo del Tesoro Quimbaya?
   Dolores Téllez no responde de inmediato, entrecierra los ojos como si se concentrara en ordenar sus ideas. Cuando lo hace su voz es firme.
- Veréis. Las impresiones sobre el suceso han ido variando. Cuando se produjo el robo, el estupor y la consternación fue general en el pequeño ámbito de los círculos museísticos. Luego, al pasar los días, la mayoría de mis colegas se fueron sorprendiendo de que no hubiera noticias sobre el avance en las investigaciones. Y en los últimos tiempos, la opinión generalizada es que, parafraseando a un personaje shakesperiano, something is rotten in the state of Denmark – concluye la señora Téllez con un acento que hasta un remilgado británico admitiría como aceptable.
- ¿Qué quieres decir? – pregunta Bernal que aunque conoce al dramaturgo su inglés deja mucho que desear.
- Que en ese robo hay algo que huele a podrido. El silencio del museo, de las autoridades concernidas, de la propia prensa… es algo que los expertos no acabamos de entender. Bueno, me he expresado mal: no del robo en sí, sino de todo lo que ha ocurrido tras el mismo. La desconcertante postura del museo, esa especie de apatía del Gobierno, la falta de noticias o comentarios en los medios, todo eso sumado me da mala espina.
   Y hasta ahí llegó Lola Téllez: en que lo del robo le olía como el pescado pasado, mal. ¿Por qué tantos recelos?