Consuelo y Luis se han tropezado en su paseo
con Carolina y Argimiro. A la pregunta de su amiga de quién es su acompañante,
Consuelo le presenta.
-Es Luis, hijo de unos amigos placentinos de
mi madre, y le estoy enseñando el pueblo. Carolina y Argimiro son amigos míos
de toda la vida.
-Encantao de conoceros. Si sois amigos de
Consuelo –El vaquero, que no parece lerdo, se ha dado cuenta de que a la
chinata el diminutivo de su nombre no le gusta ni pizca-, espero que también lo
seáis míos.
-¿Asína que no habías estao nunca en
Malpartida? –vuelve a preguntar Carolina.
-Bueno, lo conocía de paso, pero recorrerlo
con detalle y tan bien acompañao no lo había hecho nunca. Es un pueblo majo de
verdad y tiene unas mozas más majas todavía y para muestra un botón –y hace un
ademán señalando a ambas jóvenes.
-Huy estos placentinos, que cosas tan
atrevías saben decir –alaba Carolina.
-¿Qué sabes de Julio y…? –Argimiro no sigue preguntando
porque su novia acaba de darle un pisotón. Y antes de que Consuelo pueda
responder, Carolina pone fin a la charla.
-Nos tendréis que perdonar, pero nos esperan
en casa de los padres de Argimiro, tenemos que hablar de los preparativos de la
boda. Encantá, Luis –Le da un beso a Consuelo, se cuelga del bracete de su novio
y siguen su camino.
El placentino está al corriente de quien es
Julio, pero tiene el suficiente tacto como para no preguntar ni aludir al
mismo. Se ha dado cuenta de lo enervada que se ha puesto la joven al
mencionarle a Julio, tanto que en el resto del paseo Consuelo no es capaz de
dar pie con bola, situación que salva el joven vaquerizo con una charla inocua.
Cuando llegan frente a la casa de los Manzano, Luis se despide.
-Hasta el próximo domingo -Consuelo es
incapaz de responder. Se limita a decir adiós con la mano y entrar como una
exhalación en su casa. Se siente mal.
Mientras en Malpartida, Consuelo se ha
metido en un embrollo del que no sabe cómo salir, en Palma le ocurre algo
parecido a Julio. Le ha prometido a Agustín que irá a merendar con él y con las
dos jóvenes mallorquinas, pero llegado el momento duda. Se encuentra entre la
espada de la palabra dada y la pared de guardar la ausencia. ¿Qué hacer?, ¿qué
será menos malo? Si no va, su paisano se enfadará y con toda razón, y si va
Consuelo no se va a enfadar porque no se enterara, pero él tendrá sobre su
conciencia haber faltado a la promesa que le hizo. Le disgusta faltar a la
palabra dada, pues su madre le ha educado en el principio de que un hombre vale
lo que vale su palabra. Luego está la cuestión de que si algún día Consuelo
supiera lo ocurrido, ¿cómo se lo tomaría? Hasta media tarde no toma la
decisión. No, no puede faltar a la promesa dada a su novia…, aunque también le
dio la palabra a Agustín de que iría a la merienda. Aburrido y sin saber que
determinación tomar, acaba yéndose al quiosco enfrente del cuartel de
caballería donde pide un vaso de palo, luego otro y otro… hasta que el alcohol
decide por él. No irá a ninguna parte, es demasiado tarde. Está disgustado
consigo mismo y no sabe cómo superar ese estado. Se acusa de no tener palara y
de ser un pésimo amigo. Le prometió a Agustín que iría a la merienda y en el
último momento no ha sido capaz de cumplir su promesa. ¿Cómo me atreví a
prometer algo que va totalmente en contra de lo que le prometí a Consuelo?,
¿cómo puedo ser tan veleta?, se pregunta. Lo de prometer y no cumplir no es de
hombres de bien. Ni soy hombre, ni soy na, un chiquilicuatre, eso es lo que
soy. He quedado como un guarro con Agustín y no he guardado la ausencia de
Consuelo, o al menos estuve a punto. Tanto comerme la chinostra y al final
¿para qué?
La desazón le dura bastantes días. Está
disgustado consigo mismo. Por un lado, por tener unas convicciones tan endebles
que a las primeras de cambio se tambalean; por otro, porque tampoco tiene
tantos amigos en Mallorca como para desairar al más antiguo de ellos. Le
gustaría poder contar a alguien lo que le ocurre, una persona que le escuchara
y le diera su parecer, ¿pero a quién? Es cuando se da cuenta de que tiene
bastantes compañeros, pero que solo son eso, compañeros, no amigos con los que
poder explayarse. Posiblemente con el único que podría hacerlo es justamente al
que ha ofendido, pues supone que Agustín estará enfadado con él. Y lo debe
estar porque no ha vuelto a verle. Pese a que le ha enviado recado por uno de
los ciclistas que lleva el correo al cuartel de El Carmen, Agustín no ha dado
señales de vida. De todo el barullo instalado en su mente, acaba sacando una
conclusión evidente: tengo que agenciarme un amigo, alguien que sea mucho más
que un compañero, alguien a quien pueda contarle mis alegrías, mis penas y,
sobre todo, mis dudas, porque preguntas tengo muchas, pero respuestas pocas. Aunque
lo de muchas preguntas pero pocas respuestas, ¿acaso me lo resolverá un amigo?,
termina preguntándose el mañego.
Consuelo también está enojada consigo. Ha
faltado a la promesa de guardar la ausencia de su novio. Ni siquiera tiene una
percepción clara de porqué ha procedido como ha hecho. El que Luis se haya
portado en todo momento correctamente, incluso que no haya dicho una sola
palabra de cortejarla, no son motivos suficientes para faltar a la promesa que
hizo al hombre a quien sigue queriendo. Cuando se le pasa el enfado inicial, se
serena y reflexiona, se dice que debe realizar dos acciones y de manera
urgente: pedirle a Luis que no vuelva a visitarla y contarle la verdad a Julio
por si por un casual llegara a enterarse de lo que ha ocurrido. Debe saberlo
por ella y no por una tercera persona. Puesto que el joven placentino se ha
comportado en todo momento como un hombre de bien, piensa que no debe
despedirle sin más como ha hecho con otros, tiene que ser sincera y explicarle
por qué no va a seguir aceptando sus visitas ni sus invitaciones. El chico se merece
que se lo diga a la cara y de buenas maneras. Decide que eso lo hará el
siguiente domingo. Imagina como se pondrá su madre cuando se entere de que ha
rechazado al vaquero, pero ya está acostumbrada a sus intemperantes enfados e
incluso a las represalias que acostumbra a tomar. En cuanto a contarle a Julio
lo que ha ocurrido, ese será el contenido de su siguiente carta que debe
escribir cuanto antes, pero primero necesita saber algo que solo su amiga Carolina
le puede ofrecer. Tendrá que ir a verla, pero el azar le evita la visita pues
es su amiga la que aparece por su casa. Ha ido a verla para darle las gracias
por la mantelería que le ha regalado pues ya le ha llegado.
-Mil gracias, Consuelín, no sabes la ilusión
que me hace tu mantelería y toavía más que esté bordá. Se nota que lo han hecho
las monjitas de Plasencia, esas que tienen fama de tener manos de ángel. Tener
una amiga como tú no se paga con to el oro del mundo.
-Gracias a ti, Carol, por ser tan buena
amiga…
Consuelo sabe bien que, aunque su amiga es
más bien discreta y poco partidaria de los dimes y diretes tan propios de los
pueblos chicos, una de sus tías, apodada La Seca, es una de las chafarderas más
conocidas de Malpartida y que a su través Carolina también es conocedora de la
mayoría de chismes y rumores que corren por los mentideros locales. Por eso, le
tira de la lengua a ver que cuentan las chismosas de sus paseos con el vaquero.
-Carol, tengo que preguntarte algo y quiero
que seas sincera conmigo. ¿Qué se dice por el pueblo de mis paseos en los dos
últimos domingos con el chico que te presenté?, el placentino que se llama Luis.
-Yo no sé na, Consuelín, ya sabes que no soy
amiga de cotilleos.
-Lo sé, Carol, pero también sé que tu tía La
Seca sí lo es, y a buen seguro que por medio de ella te habrán llegado rumores
de lo que se cuenta.
A Carolina se la ve incómoda ante la
pregunta, pero piensa que con una amiga así no valen las medias tintas y
termina contándole lo que sabe.
-Pues verás. En el pueblo se dice que al fin
tu madre se ha salio con la suya, y ha lograo que te dejes acompañar por un
mozo que, por lo que cuentan, no se dejaría colgar por menos de cuarenta mil
duros. Aunque ya sabes lo exageraos que son los del pueblo, igual los posibles
de la familia del chico no son pa tanto.
-O sea, que en la apuesta que tienen montada
los zánganos del casino mi señora madre está a punto de ganar.
-Eso paece, pero si te digo la verdá yo no
acabo de creérmelo. Mu enamorá estás tú pa que ahora venga un tío de Plasencia
o de donde sea y le levante la moza al mañego.
Consuelo le cuenta a su amiga la verdad de
lo ocurrido y como la corrección del chico le impactó al alejarse tanto su
comportamiento del de la mayoría de pretendientes que su madre ha intentado colocarle,
pero que a quien sigue queriendo es a Julio. Y por eso el próximo domingo le
pedirá al joven vaquero que no vuelva a verla más, que su corazón ya tiene
dueño. Y le formula otra pregunta que la tiene inquieta.
-Voy a escribir enseguida a Julio pa
contarle lo ocurrido. Mi único miedo es que alguien se lo haya dicho ya. ¿Tú
crees que alguien ha podido escribirle diciéndoselo?
-No lo creo, Consuelín; es más, casi estoy
segura. Aquí, aparte de ti, los únicos que conocemos la dirección de Julio somos
mi novio y yo. Argimiro no se lo ha contao porque yo no se le permitiría y,
además sabes que apenas sabe juntar las letras. Y yo antes dejaría que me
cortaran las manos que hacer algo que pudiera perjudicarte.
Al oír eso, Consuelo se echa en brazos de su
amiga que le responde con el mismo cariño.
-Una cosa si te digo –añade Carolina-,
escríbele cuanto antes que nunca se sabe lo que pue pasar. Mejor que lo sepa
por ti, que no que se lo chive cualquier malasombra.
Aquella misma noche, Consuelo lleva a su
dormitorio los trebejos que usa para poner negro sobre blanco las transacciones
de la economía familiar. Coge la pluma, la moja en el tintero y, antes de
escribir, piensa en como relatar lo sucedido. Tras unos minutos se dice que lo
mejor es explicar lo ocurrido sin rodeos.
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
28. Más vale
ponerse una vez colorada que ciento amarilla