"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 8 de noviembre de 2016

77. Consejos vendo que para mí no tengo



   Ponte abre El Mundo del veintinueve de enero. El titular principal trata del mayor escándalo de la familia real en muchas décadas: El Tribunal niega la doctrina Botín a la Infanta Cristina y seguirá en el banquillo. Y la entradilla que lo acompaña explica: La hermana del Rey se enfrenta a una petición de ocho años de cárcel por dos presuntos delitos fiscales. Las juezas consideran que “no existe un único perjudicado”, en referencia a la Agencia Tributaria. En otras palabras, dan por bueno el eslogan “Hacienda somos todos”.  Desde luego, llevar a una Infanta ante los tribunales no sé si hubiera sido posible reinando su padre, pero está claro que su hermano Felipe tiene otras ideas, piensa. Lo cual me parece bien, ya era hora de que se hiciera verdad aquello de que todos somos iguales ante la ley, porque en este puñetero país hay algunos que son más iguales que otros. Habrá que abrir el ABC a ver cómo cuenta la noticia y qué realce le da, se dice, pero antes de que pueda abrir el diario monárquico suena el móvil.
- Buenos días, Manolo, ¿no te habré despertado? – pregunta la mujer, su voz suena un poco más ronca que de costumbre.
- Buenos días, Chelo. No, ya estaba despierto. ¿Qué es de tu vida?
- Tengo que hacerte una pregunta: ¿podrías enseñarme a navegar por internet?
   Era la petición que menos podía esperar Ponte.
- ¿Y para qué quieres que te enseñe a navegar por la red?
- Pues para aprender y saber cosas. Una amiga me ha contado que en internet viene todo, absolutamente todo, lo que quieras saber. Y también sé que se puede localizar una dirección, una ruta turística, que puedes buscar hotel o cualquier otra cosa. Además, también puede serme útil para ampliar el negocio.
   Lo de ampliar el negocio, Ponte no sabe cómo tomárselo. Mejor será no hacer preguntas, no sea que meta la pata.
- Me parece una sabia decisión, pero verás, Chelo, no has llamado a la mejor puerta para lo que quieres. Yo navego poco y mal por la red. Leo los periódicos por la mañana y a veces busco una calle o alguna referencia o consulto el diccionario pero poco más. Quienes son verdaderos maestros en lo de la navegación son Amadeo y Luis. Hicieron un curso en una universidad de mayores por lo que saben la tira.
- Lo que pasa, Manolo, es que con ninguno de ellos tengo la confianza que contigo.
- Eso no es problema, mujer. Hablaré con el que prefieras de ambos y te garantizo que tanto el uno como el otro estarán encantados de enseñarte.
- ¿Estás tratando de escurrir el bulto?, ¿o es una manera delicada de decirme que no quieres hacerlo? – la pregunta ha sido hecha en un tonillo quisquilloso.
- De ningún modo, Chelo. Si te he dado esa impresión debe ser que me he expresado mal. Estaré encantado de enseñarte a navegar, pero una pregunta: ¿sabes manejar un ordenador?
- Claro que sé. ¿Qué crees que porque soy puta tengo que ser analfabeta? – la pregunta de la mujer rezuma una clara irritación.
- No, por Dios. No he dicho eso. Lo decía para saber qué ordenador íbamos a manejar.
   Chelo, algo más calmada, le cuenta que tuvo un cliente, dueño de una tienda de electrodomésticos, que en cada visita que le hacía le daba la matraca sobre que debía aprender informática. Hasta que un buen día llegó a su casa con un ordenador. Le contó que era uno de los que tenía en el expositor y con el que los clientes probaban, pero que pese a haber sido usado estaba como nuevo. El regalo la sorprendió porque el tipo era bastante rácano.
- ¿Y cómo aprendiste a manejarlo, también te enseñó el comerciante?
- ¡Qué va! Una tarde, en el súper al que suelo ir a comprar, vi un anuncio en el que la asociación de amas de casa del barrio informaba de que se iban a abrir unos cursos para enseñar los principios del manejo de ordenadores. Para inscribirse solo hacía falta presentar un justificante de que se era vecino del barrio. Me inscribí y aprendí lo suficiente para abrirlo, cerrarlo, manejar alguna aplicación informática como el Word y poco más. Ahora, en lo que se dice navegar me armo un lío. Hay tantas referencias, tantos enlaces y archivos que me pierdo. Por eso necesito alguien que me dé unas lecciones prácticas sobre cómo encontrar lo que busco de forma rápida y sin perder demasiado tiempo.
- Pues ya somos dos porque me pasa algo parecido. Hay veces que me canso de buscar y como no lo encuentro termino cerrando el aparato. Me resulta más cómodo preguntarle a mi hija que buscarlo por mi cuenta. Por eso te decía antes que no soy el más indicado para enseñarte.
- Mira, Manolo, si no quieres hacerlo porque no te da la real gana o porque no quieres que te vean conmigo, lo dices de una puñetera vez y acabamos – la voz de la mujer se ha vuelto bronca por momentos.
- ¡Qué no, Chelo, que no! Hazme el favor de no coger el pepino por donde amarga. Estoy dispuesto a enseñarte, pero voy a ser como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.
   Lo del maestro Ciruela consigue arrancar una suave carcajada de la mujer, que olvida el enfado con sorprendente facilidad.
- ¡Qué buen humor tienes, Manolo! Eres de los pocos que consigue hacerme reír. Otros tendrían que aprender de ti. Pero te estoy dando mucha lata. Anda, mira tu agenda y dime cuando podemos quedar para concretar detalles.
- ¿Qué mire mi agenda? ¿Estás de coña? ¿Tú crees que un vejestorio como yo tiene agenda? Quedamos el día que te venga bien y a la hora que prefieras. Bueno, me corrijo: las mañanas me ocupo un rato de Julito. O sea, que mejor quedamos por la tarde y después de la siesta, que es algo que no me pierdo por nada del mundo.
   Quedan al día siguiente, pese a que es sábado, en una cafetería del barrio del Pilar, zona en la que vive la mujer. El local en el que se han citado es confortable y, sobre todo, tranquilo. Ponte encuentra a Chelo algo demacrada. Hace memoria: la vio por última vez hará cuatro o cinco días y en tan breve lapso de tiempo ha desmejorado sensiblemente. No se ha molestado en maquillarse y se le notan los años y las batallas vividas. El viejo, hombre galante donde los haya, la saluda diciéndole todo lo contrario.
- Chelo, cada día estás más guapa. No necesitas ni maquillarte para lucir como un clavel reventón. Y así como vas vestida, con un simple chino y una chaquetilla vaquera pareces una jovencita universitaria. Seguro que más de uno estará pensando: mira ese viejo verde que suerte que tiene llevando a su lado una chavala de lo más guay.
- Manolo, cuando te hicieron supongo que luego rompieron el molde. Ya no quedan hombres tan galantes ni que sepan mentir con tanta gracia. De todos modos, te lo agradezco. En un día como hoy oír palabras amables es como agua bendita.
- Bueno, ¿y qué es lo que tienes pensado? Me refiero a las prácticas para aprender a navegar. El lugar en el que practicaremos, el horario, si vamos a manejar tu ordenador o prefieres que traiga mi portátil. En fin, concretar los detalles.
   La mujer no responde, se queda mirando al vacío como si no supiera qué decir. Ponte observa aquel semblante, entre triste y melancólico, y piensa que Chelo está sufriendo, algo la corroe por dentro. ¿Estará enferma?, ¿tendrá alguna enfermedad de origen sexual de las que suelen tener las mujeres de mala vida? Le suena duro calificarla de puta. Tras unos minutos en los que podría oírse el aleteo de una mariposa, la mujer habla.
- Estoy pensando que lo de internet puede esperar. Lo que ahora necesito más es consejo y no sé a quién acudir. Por eso quiero que me orientes, Manolo.
- Pues aconsejando soy de los que se les puede aplicar aquello de consejos vendo que para mí no tengo. No, Chelo, no estoy escurriendo el bulto – se apresura Ponte a precisar al ver el gesto mustio de la mujer -. No ha sido más que una broma para levantarte el ánimo. Como te he dicho más de una vez, me tienes a tu disposición. Y para empezar, cuéntame qué te pasa porque, como me llamo Manuel, que algo te pasa.
   De forma imprevista la mujer rompe a llorar. Es un llanto silencioso, quizá por eso resulta más estremecedor, pero unos lagrimones gruesos como perdigones se deslizan por sus mejillas. Ponte queda desconcertado, no sabe qué hacer. Lo único que se le ocurre es buscar en sus bolsillos hasta que encuentra un paquete de pañuelos de papel que siempre lleva para limpiarles los mocos a los nietos. Se lo da a la mujer que lo coge sin más. Cuando parece que el lloro va amainando, lo que era una silenciosa llantina se convierte en un llanto a todo trapo. Lo sollozos suben de tono, lo que hace que algunos de los ocupantes de las mesas cercanas se vuelvan hacia ellos mirándoles con curiosidad. Ponte, aunque está hecho un lío, trata de consolarla.
- Vamos, Chelo, por Dios, no llores. Sea lo que sea, todo tiene arreglo.
- No, lo de Jacin, no lo tiene.
   En principio, Ponte no comprende a quien se refiere Chelo, hasta que recuerda que la mujer suele apocopar el nombre de Jacinto y se come la última sílaba. ¿Qué le pasará al bueno de Jacinto?, se pregunta.