Una propina de veinte euros en el Madrid del
dos mil dieciséis no es como para tirar cohetes, pero según en qué lugares como
en el modesto barrio de La Elipa puede obrar milagros. Así lo ha podido
comprobar Grandal pues en la mañana del sábado, treinta de abril, recibe una
llamada que de momento le descoloca, hasta que comprende que quien le está
hablando es el encargado del bar del Polideportivo Municipal de La Elipa a
quien le dio veinte euros de propina. Su mensaje es tan lacónico como
sugerente:
- Están
jugando al béisbol los sudacas a los que quería ver – y sin más cuelga el
teléfono.
Cuando el excomisario asume lo que le acaban
de decir se le dispara la diligencia de viejo policía. Llama de inmediato a sus
amigos y les transmite la información recibida.
- Hay que
salir echando leches para el Polideportivo de La Elipa. No hay tiempo para
reunirnos, que cada uno vaya por su cuenta. Nos veremos allí – es el final de
su mensaje.
Álvarez y Ballarín responden que ya mismo se
ponen en marcha. Ponte lamenta no poder acompañarles, hoy tiene que salir con
los nietos. Grandal, a pesar de que tuvo que aprender a navegar por la red a
regañadientes, se maneja lo suficiente como para abrir Google Maps y ver cómo
llega antes al polideportivo. Si coge el bus 1 en Princesa puede llegar al
Barrio de Prosperidad en algo más de media hora y luego tendrá que andar. No le
sirve. El metro tampoco le vale, la estación más próxima al polideportivo es
Vinateros en la línea 9 y tiene que hacer un transbordo en la Avenida de
América. Va a tener que coger un taxi. Delante del Corte Inglés de Princesa hay
una parada, lo cogeré allí, se dice.
Cuando el excomisario llega al
polideportivo, Álvarez ya está allí y al momento también aparece Ballarín. Se
encaminan al campo de béisbol y, en efecto, hay un grupo de gente, casi todos
jóvenes y algunos adolescentes, que están bateando pelotas. Por sus rasgos y,
sobre todo, por el español que hablan son evidentemente latinoamericanos. Ninguno
de los que está bateando ni de los espectadores que están en la grada se parece
a Efraím Gomes.
- ¿Quién va
ganando? – pregunta Ballarín.
- No están
jugando un partido, solo entrenan – aclara Álvarez que es el único que sabe cómo
se juega al béisbol.
Grandal, más para hacer tiempo que otra
cosa, pregunta a Álvarez:
- Luis,
danos una teórica sencilla de cómo se juega a esto – dice señalando el campo de
juego.
- ¿Vosotros
jugasteis de niños al juego de pillar? Bueno, pues algo así es el béisbol, se
trata de pegarle a la pelota con un bate y correr para llegar a casa pudiendo
pararse en sitios seguros que aquí son las bases. El objetivo es conseguir más
carreras que el rival. Una carrera se logra cuando un corredor pisa en orden y
sin ser eliminado, en una o más jugadas, la primera, la segunda y la tercera
base y la base de home, o sea la casa. El juego se desarrolla por entradas y
cada una se compone por un turno de bateo y otro de defensa para cada equipo.
En cada entrada, el equipo que defiende coloca sus nueve jugadores en el campo, uno donde el pitcher o
lanzador, otro en home donde está el cátcher o receptor, otro defendiendo la 1ª
base, otro entre 1ª y 2ª base, otro entre 2ª y 3ª base, otro defendiendo la 3ª
base, y tres jugando en el exterior. El equipo atacante, siguiendo el orden
establecido, va pasando por el cajón de bateo para intentar batear la pelota
lanzada por el pitcher y llegar a base sin ser eliminado. Si el equipo defensor
logra eliminar a tres rivales pasa a ser atacante y viceversa y se dice que se
ha acabado media entrada. Cuando ambos equipos han atacado y defendido una vez
se ha acabado una entrada.
- No sigas, Luis, no me estoy
enterando de nada – dice Ballarín -. Jacinto, ¿tú si lo has pillado?
- La verdad es que es
complicado. Solo me ha quedado claro que los sitios donde han de llegar los
jugadores se llaman bases, que el pitcher es el que lanza la bola y que el
cátcher es el receptor que se coloca detrás del bateador y poco más. Ah, ¿qué
es un strike?
- Cualquier lanzamiento hecho
por el pitcher que es intentado golpear por el bateador y falla y también
cualquier bateo que va fuera del campo bueno. Hay alguna regla más, pero esas
son las dos principales.
- También he oído que hablan del
diamante, ¿qué es eso?
- La zona en la que los
corredores corren para alcanzar las bases se denomina diamante por su forma.
- Yo tengo otra pregunta – dice
Ballarín -, ¿qué es un jonrón?
- El golpe que habilita a un
jugador a dar una vuelta entera al cuadro. Algo así como lo que sería un golazo
en el fútbol.
De pronto, Grandal saca unos pequeños prismáticos
y se pone a mirar a una pandilla de jóvenes que acaba de llegar y que están
hablando con un grupito de espectadores.
- ¡Qué me fría un rayo si uno de
los tipos que acaba de llegar no es el Efraím!
- ¡No jodas!, ¿dónde? – pregunta
Álvarez.
- No señales, coño, no se vayan
a fijar en nosotros. Mirar, pero con disimulo – en ese momento, el excomisario
se da cuenta de que con las prisas se ha dejado en casa un instrumento
imprescindible -. ¡Me cagüen la leche! No he cogido la cámara.
- Si necesitas una cámara yo he
traído la mía – dice Ballarín echando mano de la máquina.
- Menos mal, Amadeo, pero
espera, no la saques. Vamos a pensar primero como le hacemos una foto sin que
se note que le enfocamos.
- Eso tiene una solución muy fácil.
Os ponéis tú y Luis de espaldas al grupo donde está el Efraím como si fuera a fotografiaros
y os haré unas fotos, pero a quien realmente voy a enfocar es al colombiano –
explica Ballarín.
- ¿Podrás hacerlo con ese
cacharro tan pequeño? – inquiere Álvarez al ver el tamaño de la cámara.
- Es pequeña, pero tiene una
lente de un gran poder resolutivo y obtiene fotos de una increíble calidad de
imagen.
Siguiendo las instrucciones de Ballarín,
quien muy puesto en su papel de fotógrafo no esconde la cámara, Grandal y
Álvarez se separan unos pasos mientras que el exferretero les enfoca y les hace
un par de fotos que luego se las enseña para que vean como han salido.
- ¡Cojonudo, nos has sacado
hechos un par de mozalbetes! – asegura riéndose Álvarez.
Grandal le aprieta el brazo a Ballarín
mientras le susurra:
- Es toda una obra de arte.
Mejor, imposible.
A todo eso, el colombiano y los que están
con él se van en dirección a los vestuarios, bajo la atenta mirada del trío de
viejos, de los que salen al cabo de poco tiempo equipados para jugar al
béisbol. Forman dos equipos, para completar los dieciocho han tenido que sumar
a algunos chavales que les acompañan. Es entonces cuando pueden observar a
Efraím a su gusto pues hay momentos del juego en los que casi lo tienen al
lado. El colombiano en ningún momento ha dado la impresión de haberlos
reconocido, ni siquiera en el instante en que al ocupar una base que está muy
cerca de donde está el trío su mirada se ha cruzado con la de Grandal. Los tres
coinciden: no hay duda de que es el mismo hombre de la fotografía de la ficha y
el mismo que trabajó de dependiente en la frutería de la Avenida del
Manzanares. Ballarín tiene múltiples ocasiones para fotografiarlo
repetidamente.
- ¿Y ahora qué hacemos?, me refiero
a cuando terminen de jugar. ¿Le seguimos? – pregunta Álvarez.
- No le seguiremos, podría ser
peligroso. Realmente, nuestra misión se ha terminado – y dicho eso, Grandal
coge el móvil y hace una llamada.
- Soy Grandal. El amigo que
estuvo en Zaragoza y luego en Fuenlabrada está en estos momentos jugando al
béisbol en el Polideportivo Municipal de La Elipa. Es todo vuestro. Ah, te
mando unas fotos que le acabamos de sacar.
- ¿A quién coño has llamado? –
pregunta Álvarez para quien la discreción es algo inexistente.
- A Blanchard, él sabe lo que
hay que hacer. A ver si les mete un cohete en el culo a los Sacapuntas.
- ¿Y si no se lo mete? – Álvarez
puede ser terco.
Grandal se encoge de hombros y musita:
- Como acabo de decir, nuestra
misión ha terminado y lo hemos hecho con sobresaliente cum laude. Ah, se me
acaba de ocurrir algo, Amadeo, antes de que acaben de jugar sal a la calle y
fotografía las matrículas de todos los coches de alta gama que veas.
- Si me ven haciendo eso pueden
sospechar.
- Es cierto y demuestras ser
cauto, como debe serlo todo buen policía. Es obvio que estoy perdiendo
facultades. Haz una cosa, yo me quedo aquí y tú llévate a Luis y entre los dos
simuláis que os estáis haciendo fotos mientras retratáis las placas. Cuando
terminéis estaré aquí esperándoos.
Mientras Álvarez y Ballarín marchan hacia la
calle, el primero comenta:
- ¡Quién nos lo iba a decir, que
íbamos a terminar nuestra carrera de policías en el barrio de La Elipa! Manda
cojones.
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