La pregunta de Ponte de quien va a cerrar el
círculo de interrogantes sobre la ecuación: cubanos, guerrilleros, narcotraficantes
en relación al robo del Tesoro Quimbaya, genera unos instantes de pausa en el
análisis que está llevando a cabo el cuarteto. Mientras eso ocurre, Ballarín
está trasteando en su Smartphone de
última generación. Cuando encuentra lo que al parecer anda buscando se lo
comenta a sus amigos:
- Un nuevo
dato que añadir a lo que estamos analizando. Os leo esta información relativa a
las conversaciones de La Habana y que es de hace unos años: “El embajador de
España En Bogotá, Ramón Gandarias, dijo que la Unión Europea estudia crear un
fondo fiduciario para ayudar a Colombia a financiar el posconflicto. «Incluso,
hay dos países europeos no miembros de la UE que ya han manifestado su
disposición a participar, Suiza y Noruega». O sea – concluye Ballarín – que
nuestro gobierno es de los que apostó desde el primer momento porque las
conversaciones siguieran adelante.
- ¿De que
año son esas manifestaciones? – pregunta Álvarez.
- No lo
pone, pero debieron ser hechas al poco de ser nombrado Santos presidente de
Colombia.
- Eso supone
que, como has dicho, España estuvo desde el principio a favor de las
conversaciones de La Habana – deduce Álvarez -. Si ello es así, ¿a santo de qué
vienen ahora los cubanos prometiendo el oro y el moro si nuestro gobierno apoya
un acuerdo entre las FARC y el gobierno de Bogotá?
- Esa es una
buena acotación, Luis – le jalea Ponte -. ¿Por qué ahora?, ¿acaso el actual
gobierno en funciones necesita algún tipo de estímulo para mantener su apoyo al
hipotético acuerdo?
- Yo no he
leído en prensa nada que lleve a considerar que nuestro gobierno haya cambiado
de postura respecto a las conversaciones de La Habana – informa Ballarín.
- Hombre, no
todo lo que dice o hace el gobierno lo recogen los medios, sobre todo si se ha
dicho o hecho en secreto – apostilla Álvarez.
- Bueno, dejemos
esa cuestión que no nos lleva a ninguna parte – Grandal trata de reconducir el
análisis a su punto de partida – y volvamos a la pregunta de Manolo: ¿Quién
empieza a cerrar el círculo del análisis?
- Puesto que
soy el que ha lanzado la piedra al agua, dejadme que comience a cerrarlo yo –
se ofrece Ponte -. Tomando como base los dos últimos datos sobre el robo, mis
conclusiones son estas. Primera: el llamado clan de los Varelas es el presunto
autor, no sabemos si intelectual, ejecutor o ambas cosas del robo del tesoro, y
si no es ese clan será otro cártel de narcos, pero todo indica que la autoría
se mueve en el ámbito de la droga. Segunda: los narcotraficantes no roban el
tesoro para lucrarse con su venta sino para suministrar a las FARC un
instrumento con el que presionar al gobierno español, que no hay que olvidar
que es un gobierno en funciones, de que siga apoyando las conversaciones de La
Habana. Tercera: va de suyo que los narcos no pueden negociar con un gobierno
democrático, por eso utilizan la mediación del gobierno cubano para que haga
llegar al español el ofrecimiento de que si se porta como desean se le
restituirá las piezas quimbayas robadas. Y… - Ponte duda – no se me ocurre cual
podría ser la cuarta.
- La cuarta
podría ser – le ayuda Álvarez -: aceptando que las piezas robadas las han
chorizado unos narcos, la pregunta es ¿dónde las tienen?
- Luis, lo
siento, pero eso no es una conclusión, es una pregunta – Ballarín acaba de
hacerle un roto al ego de Álvarez.
- Bueno, de
acuerdo – admite Álvarez que no parece haberse molestado por la rectificación
de su amigo -. Entonces la cuarta conclusión podría ser que ya sabemos porque
nuestro gobierno ha dado la orden de parar las investigaciones sobre el robo.
Porque sabe quién lo hizo y, posiblemente, esté negociando con los ladrones
para recuperar las joyas.
- Sois los mejores,
machotes. Tenéis una sesera de primera división – les jalea Grandal muy
proclive a incentivar a sus vejestorios amigos -. Creo que habéis cerrado el
círculo de la ecuación cubanos, guerrilleros y narcotraficantes en relación al robo.
Es tan formidable vuestro análisis que, con vuestro permiso, voy a llamar a los
Sacapuntas para contárselo. Van a flipar en colores.
- Esa es la
historia de nuestra vida – se lamenta Álvarez -. Nosotros cardamos la lana y
otros se llevan la fama.
- Sí, pero,
y lo bien que lo pasamos. Eso no tiene precio – replica Ballarín.
Aquella misma noche, Grandal llama a
Blanchard y le cuenta la reunión que ha tenido con sus amigos en la que han
analizado los extremos de la conversación que ambos mantuvieron el día
anterior. Le explica, sin entrar en detalles, que han llegado a unas
interesantes conclusiones y que estima conveniente que también debería
contárselas a Bernal y Atienza. El francés lo acepta de buen grado, solo le pide
que no les diga el tête à tête que
mantuvieron ambos.
Al día siguiente, Grandal se pone en
contacto con Atienza, le cuenta que han estado analizando los últimos datos que
hay sobre el robo, que han sacado algunas conclusiones y que le gustaría compartirlas
con ellos. Quedan en verse por la tarde en la Brigada. Poco después de la
llamada del excomisario, el inspector de Patrimonio recibe otra. Le llama un
tal señor Vieques. Antes de coger el teléfono, Atienza repasa su bloc de notas.
Un tal Vieques le llamó el pasado día veintiséis, hablaba español con un ligero
acento caribeño, podría ser dominicano, portorriqueño, cubano o de por esos
pagos. Y no lo tiene anotado, pero recuerda que la llamada le puso de los
nervios, no sabría muy bien decir por qué.
- Soy Juan
Carlos Atienza, dígame.
- Buenos
días señor Atiensa. Permítame presentarme: soy Kevin Vieques, siudadano
portorriqueño, me ha dado su teléfono un amigo común. Tengo interés en hablar
con usted de un asunto que nos preocupa a ambos. Sería una conversasión privada
por lo que es más oportuno que la tengamos fuera de la Brigada.
- Señor
Vieques, antes que nada querría saber quién es el amigo común que le ha dado mi
teléfono, así como ese asunto que nos preocupa a ambos.
- Estaré
encantado de contestar a ambas preguntas y a cualquier otra que quiera
formularme, pero no me parese pertinente hablarlo por teléfono. ¿Podría
reunirse conmigo esta tarde, sobre las diesiséis horas, en la cafetería del
Hotel Barseló Emperatris de la calle Lópes de Hoyos, cuatro?
Atienza se lo piensa dos veces antes de
responder. Las formas que usa su interlocutor son corteses, pero hay algo en el
timbre de su voz y en el hecho de que sea el desconocido quien plantee el
horario y lugar de la cita que denotan una cierta prepotencia. Cómo tampoco
tiene nada mejor que hacer acepta la invitación del portorriqueño. Nada más
colgar, recuerda que por la tarde se ha citado con Grandal. Entre quedar mal
con el desconocido que acaba de llamarle o con el excomisario, no lo duda. Llama
a la centralita de la Brigada.
- Soy
Atienza, ponme con el señor Vieques, acaba de llamarme.
- Lo siento,
Juan Carlos, te ha llamado desde la calle. Tengo el número de la cabina y su
ubicación, pero no creo que siga en la misma.
Le fastidia, pero como a Grandal sí que
puede llamarle es lo que hace.
- Comisario,
lo siento, pero me ha surgido una cuestión imprevista. No puedo reunirme esta
tarde, ¿te viene bien que lo hagamos mañana?
Está colgando el teléfono cuando entran
Bernal y Blanchard que en los últimos tiempos parecen haber enterrado la mutua
antipatía que se tenían al principio de la llegada del francés.
- Hombre,
llegáis como caídos del cielo, a ver que opináis de esto.
Atienza cuenta a sus colegas las dos
llamadas que ha tenido en la mañana, la de Grandal y la del tal Vieques. Y que
al no poder volver a comunicarse con el portorriqueño, ha tenido que posponer
el encuentro del comisario con los tres.
- … y
respecto a la entrevista con Vieques, ¿qué opináis? Estoy pensando que he accedido
con demasiada alegría a encontrarme con él. Tal y como está el Caso Inca,
reunirse con sudamericanos no estoy muy seguro de que sea lo mejor que puedo
hacer.
- Hombre,
Juan Carlos, el hecho de que te cite en la cafetería de un hotel de cinco
estrellas situado en el centro de la ciudad parece descartar algún tipo de
encerrona. Otra cuestión es lo que pretenda ese tipo – cuestiona Bernal.
- Opino lo
mismo que Eusebio – secunda Blanchard -, pero si tienes alguna prevención
podemos estar apoyándote en la retaguardia. No creo que ese tal Vieques nos
conozca ni a Eusebio ni a mí.
- Gracias, pero no lo creo necesario - afirma Atienza -. En todo caso, estad localizables en el móvil por si os necesitara. ¿De acuerdo?
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