A
Rafael le ha encantado volver a hablar a Lola, aunque para él siempre será
Lolita. Tenía muchas ganas de mantener una charla con ella, aunque la breve
conversación que han cruzado le ha sabido a poco, pero era cuestión de romper el
hielo. Piensa que la joven, le resulta extraño pensar en ella como una mujer
adulta, está tan guapa como siempre y, pese a su estado, sigue estando muy
rica. Y juraría, se dice, que cuando me ha visto se ha puesto nerviosa. Me
parece que todavía debe de sentir algo por mí. Como se me ponga a tiro seguro
que me la vuelvo a llevar al huerto. Y lo que es tener clase, ahí la tienes, en
estado y con un cutis como el alabastro. En cambio la tontorrona de mi mujer
tiene la cara llena de barrillos y granitos. Tendría que haberme quedado con
Lolita.
Lola
prosigue su camino. Su cabeza es un torbellino. Los recuerdos, la evocación de
tiempos pasados, los sentimientos adormilados…, todo parece agitarse en su
interior. Como si fuera un estanque al que hubiesen lanzado una piedra: las
ondas de los recuerdos se extienden por los rincones más recónditos de todo su
ser. Al llegar a casa se sienta y toma un vaso de agua. Trata de serenarse.
Piensa que es increíble que a estas alturas de su vida, cuando está en un tris
de ser madre, cuando se encuentra felizmente casada con un hombre que cada día
la llena más, resulta que el mero hecho de haber cruzado unas palabras con
Rafael le hayan puesto tan nerviosa, como si continuara siendo una adolescente.
Sacando voluntad de no sabe dónde intenta olvidarse del encuentro y de
amordazar sus emociones. Retoma la labor de tricotar los peucos que está
haciendo, los hace a pares: azul por si es niño, rosa por si es niña. En ese
quehacer la encuentra su marido.
- Pero, mi vida, ¿cuántos peucos piensas
hacer? Debes tenerlos en cantidad suficiente para montar una tómbola.
- No te burles, José Vicente. Hacer punto de
media me tranquiliza.
- ¿Estás nerviosa?
- No, no son nervios, pero ya sabes que en mi
estado se tienen sensaciones especiales. Don Manuel me ha recomendado que
procure hacer una vida lo más activa y normal posible.
- Activa sí, pero normal no sé qué decirte.
Nunca te había visto tan dada a las labores de aguja.
- Tampoco me habías visto antes con esta
cintura.
- Si apenas has engordado y, no solo eso, te
diré que cada día estás más guapa. Nunca me has atraído tanto.
- Eso no es necesario que me lo jures. Tan
cerebral como se cree la gente que eres y lo que no saben es que estoy casada
con un garañón – El tono no es de reproche, se podría adivinar un rastro de
orgullo en las palabras de la mujer.
- Hablando de otro asunto. He resuelto volver
a pedir a la junta el aumento de sueldo.
- ¿Lo has pensado bien, no te volverán a
gastar la misma jugarreta que la otra vez?
- Lo dudo. Esta vez amarraré el resultado.
Antes de hacer ningún movimiento lo hablaré con Benjamín. Si el patriarca toma
partido nadie se va a atrever a oponerse y mucho menos Antonino.
- Me parece bien pensado. De todos modos ten
cuidado con Benjamín, ya sabes que tiene mucha recámara y si le pides algo, más
pronto que tarde te pasará factura.
- El que algo quiere, algo le cuesta.
La
intervención bajo cuerda de Benjamín se revela decisiva. Cuando la junta de la
cooperativa vuelve a tratar la petición de Gimeno de un aumento salarial la
aprueba por unanimidad. Para José Vicente es una sensación agridulce: le complace
que su reivindicación haya sido atendida, pero le molesta que para conseguirla
haya tenido que recurrir al viejo cacique. Ha sido una dura lección. No es el
único que manda en el pueblo, todavía hay poderes fácticos que se le escapan y
los Arbós son uno de ellos, ha quedado muy patente. Para Lola también ha sido
duro admitirlo.
- Ha sido una lección que no deberíamos de
echar en saco roto, José Vicente. Benjamín y los suyos todavía siguen teniendo
mucho poder.
- Desde luego, han hecho una demostración apabullante.
Tendrías que haber visto a los de la directiva dándome la mano, palmoteándome
la espalda y felicitándome como si me hubiese tocado el Gordo. Y Antonino el
primero de todos.
- Es bueno conocer las limitaciones que se
tienen. Y ahora ya sabemos que en aquellos asuntos que dependan de la decisión
de la gente del pueblo habrá que contar con el patriarca.
Como
anticipó Lola, los Arbós no tardan en cobrarse los servicios prestados. Una
mañana, Benjamín se deja caer por el despachito de Gimeno en la cooperativa.
- ¿Qué tal, José Vicente, cómo van las
cosas?, ¿cómo lleva tu mujer el embarazo?
- Muy bien, señor Benjamín. Dice Lapuerta que
para ser primeriza lo está llevando francamente bien.
- Vale mucho tu mujer. Y ahora que no nos oye
nadie te diré que hiciste una buena boda, mucho mejor que si te hubieses casado
con mi sobrina, que es muy buena chiquita, pero a la que sus padres malcriaron
de mala manera.
- Sinceramente, no me puedo quejar. Tengo una
mujer excepcional.
- Y eso posiblemente es una de las cosas más
importantes que le puede pasar a un hombre. De casarse con una mujer a hacerlo
con otra, te puede cambiar la vida como de la noche al día. He visto muchos
casos en los que hombres bien bragados se han ido al tacho y todo porque al lado
tenían una mujer que en vez de empujarles se les colgaba al cuello.
La
conversación discurre plácidamente hablando de trivialidades hasta que Benjamín
enseña sus cartas.
- Venía a pedirte un pequeño favor. Mi
hermano Gonzalo ha comprado unos excedentes de cupo de aceite de un par de
almazaras y va a venderlos a un mayorista de Madrid, pero se ha topado con un
problema, los de la Comisaría de Abastecimientos no quieren darle la guía más
que para algo menos de la mitad de la cantidad que tiene. Y sin una guía en
condiciones puede ocurrir que en cuanto la policía motorizada detenga el camión
y pida la guía puedan incautarse de la mercancía. Sé que tienes buena mano con
los de abastos. Por eso pienso que no te sería difícil conseguir unas guías
para mi hermano.
Gimeno está seguro de que Benjamín no se lo ha contado todo.
Posiblemente se trate de una operación encubierta de estraperlo, como otras
muchas que diariamente se dan en la piel de toro. Sabe que los favores han de
devolverse, pero lo que le está demandando Arbós excede de los límites
ordinarios. Lo que pretende podría involucrarle en un acto ilegal y quizá hasta
delictivo. Por un momento piensa en negarse de plano, pero la cautela se
impone.
- Lo que me pide, señor Benjamín, no es nada
fácil. Ya sabe que la obtención de guías es complicada, exigen muchos datos y
hacen muchas preguntas. Y me va resultar muy problemático justificar el porqué
de mi intervención en una petición semejante. Además, no tengo tanta influencia
en la Comisaría de Abastos como usted supone. No paso de conocer al secretario
provincial y no sé hasta qué punto tendrá capacidad para lograr lo que me
pide…, pero voy a hacer cuanto pueda.
- Estoy seguro, José Vicente, que harás lo
que esté en tu mano. Abusando de tu amabilidad quiero pedirte otra cosa. Sabrás
que mi sobrina Pepita va a ser madre cualquier día de estos. El otro día le
pregunté a Águeda qué le gustaría que le regalase por el nacimiento del crío y
me dijo que a su hija le haría mucha ilusión que su marido tuviera algún cargo
representativo. No me extrañó, a mi sobrina siempre le gustó figurar. Por eso
he pensado que una forma de complacerla sería darle algún puesto de cierto
relieve al tarambana de Rafael. Por ejemplo: podías nombrarle juez municipal.
El
patriarca del clan ha conseguido desconcertar a Gimeno con su última petición.
- Pero, señor Benjamín, ya tenemos juez, es
Lapuerta.
- Ya sé que hay juez. Y Manolo es amigo mío,
un buen amigo. Pero a él no le importará dejar de serlo. Por otro lado, no es
hombre al que le guste excesivamente el boato. No creo que vaya a molestarse
porque le quiten el cargo.
- ¿Y qué justificación le doy a Lapuerta para
cesarle?
- Ya se te ocurrirá alguna. Y si no, seguro
que tu mujer puede sugerirte media docena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario