Gimeno no ha tardado ni veinticuatro horas en enterarse de lo que
ocurrió en la reunión de la junta en la que le denegaron el aumento de sueldo
que había pedido. Aunque más que negárselo, le propusieron un incremento
salarial de miseria. Ante su sorpresa resulta que el instigador de la movida en
su contra ha sido Antonino Arbós, el hermano mayor del clan, quien se opuso
frontalmente a dar su apoyo a la propuesta de la petición salarial del
secretario. No solo se negó a respaldarla, sino que convenció a la mayoría de
los miembros que era inasumible. Al enterarse de quien le ha puesto la proa,
José Vicente encuentra la explicación del porqué Antonino le pone cara seria
desde hace tiempo, justo desde que rompió la relación con Pepita Arnau, ¿tendrá
eso algo qué ver? Se lo comenta a su mujer.
- Así que ha sido Antonino. Yo sospechaba de
Rodrigo. ¿Y dices que no has tenido ningún problema con él? – quiere saber
Lola.
- Ni uno ni medio. Aunque hacía tiempo que
venía poniéndome mala cara, más o menos desde que rompí con Pepita.
- ¡Tate!, ya sé de dónde viene su inquina.
Resulta que Elisa, la mujer de Antonino, es muy amiga de la madre de Pepita. Y
es posible que le sentara mal que rompierais el noviazgo.
- Pero bueno, ¿qué me cuentas?, ¿quieres
hacerme creer que la ruptura de un noviazgo, en el que ni siquiera se llegó a
hablar de boda, ha podido influir en una cuestión que es estrictamente
profesional?
- Por supuesto, marido, no puedo estar segura
al cien por cien, pero no me extrañaría nada que mi suposición fuera cierta.
- Pero se trata de dos cuestiones muy
diferentes y que, además, no tienen nada que ver la una con la otra – reitera
Gimeno.
- Así es, y no sé de qué te escandalizas,
parece mentira que seas de pueblo. ¿O es que no sabes cómo se las gasta la
gente? Si Antonino se molestó contigo por aquello, te la ha guardado hasta que
ha llegado el momento de pasarte factura. Esa clase de proceder es el pan
nuestro de cada día.
- Si tus sospechas fueran ciertas… ¡Vaya
tropa que tenemos!
- Es lo que hay, pero opino que ahora más
importante que saber por qué se ha opuesto Antonino, es tener ideas claras
sobre lo que queremos. Y lo primero es: ¿volverás a presentar la petición a la
junta? Piénsalo detenidamente, pero en tu lugar yo lo haría. En unos meses
seremos tres y los gastos se van a disparar.
Hay
otra embarazada en el pueblo que por distintos motivos tiene, mejor dicho ha
tenido, mucho que ver con el matrimonio Gimeno-Sales: se trata de la joven
señora de Blanquer, que ya está en las últimas semanas de gestación. Pepita ha
llevado la preñez bastante bien, pero su comportamiento de niña mimada se ha
hecho insoportable. A medida que se acerca el parto se ha vuelto más voluble,
caprichosa y exigente. Su madre trata de satisfacer la mayoría de sus
caprichos. En cambio, Rafael hace tiempo que se cansó de las chiquilladas de su
mujer y la tiene prácticamente abandonada. Por si faltaba algo, con la excusa
de que no se siente bien y de que la criada no sabe cuidarla, Pepita ha
decidido volver a casa de sus padres hasta que tenga el niño. Rafael no ha
protestado por ello, la que si se lo ha tomado a mal ha sido su madre. Entre
suegra y nuera han mantenido una buena trifulca.
- ¿Cómo que te vas a casa de tus padres? Tu
lugar está junto a tu marido – conmina Maruja a su nuera.
- ¿Y quién me va a cuidar, su hijo? Si hay
días que ni siquiera le veo – rebate Pepita.
- Si es así, Rafael hace muy mal. Ya se lo
diré, pero ahora de quien hablamos es de ti. Debes de quedarte en casa y tener
tu hijo en ella, como hicimos todas.
- Ya le he dicho que aquí no tengo quien me
cuide – insiste la embarazada.
- ¿Y para qué tenéis la criada, de adorno?
- Lourdes no sirve para cuidar a una
embarazada. Es un desastre y no sabe hacer casi nada. En cuanto nazca el niño
la voy a despachar.
- Si hace falta vendré yo a cuidarte, pero te
quedas en tu casa – se ofrece la suegra.
- La que se ha de quedar en su casa es usted.
Y como la que va a tener el crío soy yo, la que decide qué hacer también soy
yo. Me voy a mi casa.
- Ya estás en tu casa.
- Quiero decir, que me voy a casa de mis
padres. Mi madre sí que sabe cuidarme y allí no me va a faltar de nada.
- ¿Es que aquí te falta algo?, ¿es qué no
tienes todo lo que necesitas? – se escandaliza Maruja.
- No señora. No lo tengo. Para empezar, su
hijo no me hace ni caso. ¿Puede creer que hace unos días le pedí que me trajera
un helado y se negó alegando que eran las tantas de la noche? Y no ha sido la
primera vez que se comporta de esa forma. Si el niño nace con algún antojo ya
sabe quién será el culpable.
- Pero que bobadas dices, criatura. Te vuelvo
a repetir que no puedes irte de esta casa. Si no quieres que esté yo, que venga
tu madre, pero una esposa ha de estar en la casa de su marido y no andar por
ahí. ¿Te imaginas que escándalo se montará si te vas de esta casa?
- ¿Y qué me importa lo que diga la gente? Le
repito que quien está encinta soy yo y como creo que voy a estar mejor en casa
de mis padres, me voy.
- Eres más tozuda que una mula. No puedes
irte.
- En mi casa mando yo. Haga el favor de marcharse
y dejarme en paz – dice de manera terminante Pepita.
Maruja también la tiene con su hijo, pero éste apenas si discute, se
limita a encogerse de hombros y decirle que si Pepita se va a encontrar mejor
en casa de sus padres pues que se vaya. Rafael nunca llegó a estar enamorado de
su mujer, al principio le atrajo su inocencia y su ignorancia en todo lo
referido al sexo, pero hace tiempo que eso dejó de excitarle. Ahora sabe que
está casado con una chiquilla mimada y caprichosa, que está convencida de que
el mundo debe de girar a su alrededor y que si tiene un marido es para que le
dé gusto en todo cuanto le apetezca. Ni siquiera duerme con ella desde hace
meses. Pepita parece que no lo ha echado de menos puesto que no le ha hecho
ningún reproche. La falta de sexo es lo que ahora le apremia. Es mucho hombre
para estar en ayunas tanto tiempo. Mientras encuentra una solución más
satisfactoria al problema recurre a lo que tiene más a mano: la criada.
- Amo, no haga eso. ¿Qué va a decir la
señorita si se entera?
Rafael y Lola se han cruzado muchas veces, pero han disimulado, han
hecho como si no se hubiesen visto. En la primera ocasión en que se encuentran
cara a cara, la mujer no sabe qué hacer y, bajando la vista, hace intención de
pasar de largo. No puede, él se pone delante y le tiende la mano.
- ¿Qué tal, Lolita, cómo estás? Enhorabuena,
ya sé que estás encinta – Rafael debe ser uno de los poquitos que la siguen
llamando Lolita.
- E… estoy bien, gracias.
- Te veo más guapa que nunca, debe de ser la
maternidad.
- Sí, bueno… - La mujer se siente violenta,
no sabe qué decir.
- Tú vas a ser madre y yo padre. ¿Quién nos
lo iba a decir? ¿Y qué tal llevas el embarazo? Pepita lo lleva fatal, está
loquita porque acabe de una vez.
- De momento no tengo ninguna molestia.
- No me extraña, siempre has sido mucha
mujer. Todavía hoy mamá me repite de vez en cuando que debería de haberme casado
contigo.
- Bien…, me perdonarás, pero tengo prisa.
- Soy yo quién debo de pedirte perdón por
este atraco, pero hacía mucho tiempo que me moría de ganas de hablar contigo
aunque solo fuera un minuto. Te deseo que todo vaya bien en el parto y que,
como dice la gente, ojalá tengas una horita corta. Te lo digo de todo corazón.
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