"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 25 de diciembre de 2020

*** Post info 16. Una cena de Nochebuena absolutamente atípica

   Las cenas de Nochebuena son una tradición familiar, algo que es compartido por millones de familias, sean o no cristianas. Este año, con la tragedia del coronavirus acogotándonos, supongo que la mayoría de familias la habrán suspendido, como recomiendan las autoridades sanitarias. Pero estoy seguro que otras muchas familias, jugándose el tipo, las habrán llevado a cabo aunque tomando precauciones. MI núcleo familiar, en el más estricto sentido, ha sido de los últimos, tomando ciertas medidas preventivas. Nos hicimos antes las PCR, llevábamos mascarillas que solo nos quitamos para comery procuramos guardar la distancia social, a sabiendas de que la seguridad absoluta no existe con ese bastardo del covid-19.

   En primer lugar el número de comensales: solo seis, que es el máximo legal permitido. Mis dos hijos, mi yerno –que es como mi tercer hijo-, los dos nietos y yo. El segundo, el cenáculo: la terracita abierta del piso de mi hijo; es decir, al aire libre. En todos los pisos que teníamos a la vista las terrazas estaban cerradas a cal y canto. Todo lo demás ya fue bastante normal, si exceptuamos que hacía un frío serrano del carajo por lo que, en vez de ponernos de tiros largos, íbamos vestidos como si fuéramos esquimales. Yo lo llevaba todo a tríos y cuando me levantaba de la mesa parecía uno de aquellos primeros robots que se movían de manera mecánica.

   Pese a todas las singularidades, la cena discurrió casi casi como si los comensales fueran los de siempre, vestidos como habitualmente, y el emplazamiento un confortable comedor. No faltaron los aperitivos –en realidad fueron los más numerosos-, el faisán con uvas –uno de los platos que nunca faltan en esa cena-, los buenos vinos –que en esta tierra abundan-, los turrones y el cava. Y hasta pasamos menos frío del previsto, no sé si porque los dioses del tiempo fueron benévolos o porque los caldos trasegados hicieron su trabajo. Que recuerde, solamente eché en falta otra tradición familiar: que cantáramos unos cuantos villancicos. Creo que el olvido se debió a la excepcionalidad de la ubicación.

   Fue una cena de Nochebuena absolutamente atípica, pero durante unas horas nos olvidamos de la maldita pandemia que de manera tan drástica ha alterado la vida de la humanidad. Confiemos y deseamos que la próxima Nochebuena podamos celebrarla de forma absolutamente normalizada. Amén.

PD.- Me olvidaba de los mini aperitivos que sirvieron de entrantes: blinis co caviar, foie con tostas de pasas, cucharita de pulpo sobre crema de patata, tartar de ventresca de atún con huevo de codorniz, gambas al ajillo y carabineros a la plancha.

 

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