En
Palma, Julio se ha acomodado a su vida de soldado. Por las mañanas acude a la
Secretaría de Justicia donde la carga de trabajo sigue siendo mínima, por lo
que ordenar el fichero es una actividad casi placentera. La relación con sus
dos compañeros de oficina continúa siendo cordial, pero es consciente de que
nunca llegarán a ser amigos. El capitán Echevarría sigue entrando y saliendo
sin apenas molestar, y en cuanto al sargento Fernández ha aprendido a sortear
sus salidas de tono y a soportar sus manías. Al lado de lo que ocurre en otros
despachos de Capitanía, y por lo que le cuentan en el día a día de los
cuarteles, su vida militar es una bicoca. En lo que no ha progresado es en sus
estudios de contabilidad, el colega que conocía el profesor Hernández ya no
vive en Palma y no ha encontrado recambio.
A media mañana, salvo cuando le toca guardia
en la oficina, continúa yendo al quiosco a la espalda de la Almudaina a tomarse
un bocadillo, beberse un vaso de palo y cambiar impresiones, noticias y rumores
con los compañeros de Capitanía y de los cercanos cuarteles de caballería y
artillería de costa. Acabado el horario de oficina, se va a su cuarto de la
calle Deanato, cambia el uniforme de soldado por ropa de civil y almuerza en alguna
tasca o restorán familiar, excepto los días que anda mal de dinero en que ha de
conformarse con comer un bocadillo o el rancho de caballería. Luego se marcha a
la bisutería donde echa la tarde. Como la contabilidad del negocio no le lleva
demasiado tiempo, ayuda cada vez más en el mostrador. Ha mejorado mucho como
vendedor y tiene muy presente lo que suele repetirle el brigada Carbonero: si eres
capaz de vender bisutería serás capaz de vender cualquier otro producto. Julio,
que todavía no tiene muy claro a qué se va a dedicar cuando termine la mili, a
veces piensa que quizá la experiencia que está adquiriendo como vendedor le
pueda servir en el futuro.
Cuando termina en la tienda, se da un garbeo
hasta que le entra gazuza y cena, según el estado de su bolsillo, en una
taberna o el consabido bocadillo con lo que pilla ya que, siguiendo el consejo
que le dio el cabo Montero en San Martín, se ha hecho amigo del furriel de la
compañía de destinos por lo que nunca le faltan chuscos. Paradójicamente, los
domingos es cuando más se aburre. Las mañanas hace la colada -¡quién se lo iba
a decir, Julio Carreño lavándose calcetines, camisas y calzones!- y luego
termina la carta semanal para Consuelo y su madre. Por las tardes procura
juntarse con alguno de los grupos de compañeros que salen a pasear. Últimamente,
ha hecho amistad con un chico valenciano de Morella al que conoció en la casi
siempre desierta biblioteca de Capitanía. A Julio le llamó la atención los
libros que sacaba: tratados de arquitectura y guías de la ciudad de Palma.
-¿Estudias arquitectura? –le preguntó.
-¡Que más quisiera!, si llegase a maestro de
obras me daría por satisfecho, aunque no tengo decidido qué haré cuando acabe
la mili. Veo que llevas libros de contabilidad, ¿te dedicas a eso?
-Estoy en ello. Creo que te he visto por la
estafeta.
-Natural, trabajo allí de cartero. Ah, me llamo
Joaquín Puig, Chimo para los amigos.
Una vez presentados, ambos jóvenes trabaron
conversación en la que el mañego aprendió dos cuestiones sobre el valenciano,
lengua materna del morellano: que en el antiguo reino de Valencia a los
Joaquines se les llama Chimo y que Puig lo pronuncian como Puch. Como
congeniaron, quedaron en que el siguiente domingo darían un paseo recorriendo
los barrios palmesanos. Con el morellano Julio ha descubierto rincones y
edificios de la ciudad que desconocía. Chimo le ha hecho admirar la elaborada
fachada del ayuntamiento de Palma en la Plaza Cort, y le ha mostrado el olivo
de más de 500 años de antigüedad que hay en la plaza. También le ha llevado a
admirar La Lonja, en el barrio del mismo nombre. Y en ocasiones se pierden por
el casco antiguo, deambulando por el trazado medieval de calles estrechas y
tortuosas donde se concentran la mayor parte de palacios y casas monumentales
con sus famosos y bellos patios. Pero como la pasión arquitectónica del mañego
es fácilmente mensurable, termina cansándose del morellano y de sus inusuales
aficiones.
El ocho de diciembre, fiesta de la
Inmaculada Concepción y patrona de la infantería española, a todos los soldados
destinados en Capitanía se les ordenó que estuvieran, debidamente uniformados, presentes
en la compañía de destinos para asistir a la solemne misa en la catedral, y luego
degustarán, en compañía de otras representaciones de los distintos regimientos
de la isla, un almuerzo especial en el cuartel del caballería. Antes del ágape,
un capitán explica a la tropa el motivo por el que la Inmaculada Concepción es
la patrona del arma de infantería.
-A finales del siglo XVI, exactamente en
1585, un Tercio del ejército español, el llamado Tercio Viejo de Zamora, se
enfrentó y, en condiciones muy desventajosas, derrotó a una flota de cien
barcos de los rebeldes de los Países Bajos. Se consideró que la victoria fue
posible gracias a la intercesión de la Inmaculada Concepción, pues la batalla
se libró el día de su fiesta, y por ello fue proclamada patrona de los
legendarios tercios españoles, precursores de la gloriosa infantería española.
Aquella batalla se la recuerda como el Milagro de Émpel, emplazamiento donde
ocurrió la lucha. Espero que vosotros, soldados de España, seáis dignos
herederos de aquellos héroes. Y ahora, gritad conmigo: ¡Viva la infantería
española! –El grito, aunque poco sonoro, es coreado por la mayoría de la
tropa-. ¡Viva el rey! –Ahora la arenga es secundada por casi todos, aunque
algunos, como es el caso de Julio, saben que el rey tiene poco más de tres años
y que quien ejerce la regencia es su augusta madre doña María Cristina de Habsburgo-Lorena.
Y el capitán termina con un rotundo- ¡Viva España! –que sí es coreado
unánimemente.
Durante la comida, Julio se ha apercibido de
que entre los soldados que representan al regimiento de infantería Mallorca,
figura su amigo Agustín, que por lo que observa también se ha dado cuenta de su
presencia pues le ha cazado mirándole, pero al ver que también le miraba ha
apartado la vista. El mañego, que no se siente cómodo con que su paisano siga
enfadado, decide esperarle a la salida para intentar explicarle el motivo de su
ausencia en la merienda que iban a preparar Roser y Dolors. Cuando Agustín se
ve cara a cara con Julio su primera reacción es dar media vuelta, pero se lo repiensa
y le planta cara.
-¿Qué tal, cagabandurrias, cómo te va? –El
tono no puede ser más hiriente.
-Quiero hablar contigo y darte explicaciones,
pero no estoy dispuesto a que me insultes.
-En cambio yo no tengo ningún interés en
hablar con fulanos que lo prometen to, pero que no cumplen na.
-Si me escuchas te puedo explicar por qué no
fui a la merienda.
Agustín da media vuelta y se marcha, pero
apenas si da unos cuantos pasos cuando retrocede.
-A ver, prenda, explícate por derecho y sin
mandangas.
Julio le cuenta lo que le ocurrió el domingo
de marras. Pensó que si iba a pasar la tarde con su amigo, pero también con las
dos chicas rompería la promesa que le hizo a su novia de guardar su ausencia. Y
precisamente porque era hombre de palabra no fue. Le explica que en última
instancia no acudir a la cita fue una cuestión de valores, ¿qué valía más, la
promesa que le hizo a la que algún día será su mujer y la madre de sus hijos o
la que hizo a un amigo? No cabe duda que un amigo es importante y valioso, pero
una prometida lo es muchísimo más.
-Ponte en mi lugar, Agustín. Supón que hoy
te invito…, que sé yo…, a ver un espectáculo en el Recreatiu, pero le
prometiste a Roser que saldrías con ella, ¿romperías esa promesa por irte con
un amigo?
Julio casi percibe como los engranajes de la
mente de Agustín dan vueltas procesando lo que acaba de referirle y que, puesto
que el antiguo porquero no está precisamente avezado a las tareas mentales, le
cuesta asimilar lo que acaba de explicarle. Decide ayudarle.
-Vamos a ver, Agustín, te lo explico de otra
forma. ¿Qué es más importante para ti tu novia o un amigo? Bueno, pues por eso,
no fui…, aunque reconozco que algo hice mal: no avisarte de que no iba a ir.
Por eso, te pido perdón y te doy mi palabra de que no lo volveré a hacer
porque, aunque no lo creas, te tengo apego desde que viajamos juntos. Y sin
olvidarme del trimestre del campamento, ¿te acuerdas de las qué pasamos?
Agustín, por toda respuesta le tiende la
mano a Julio al tiempo que dice:
-Bueno, chacho, tos metemos la pata y tú la
metiste hasta el pescuezo, pero veo que estás arrepentio. Estrecha mi mano y no
pensemos en más bobás.
-¿Amigos? –pregunta Julio.
-Más que eso, amigos y paisanos.
-Otra cosa. Lo he pensado mucho y he llegado
a la conclusión de que si algún día salgo contigo, con tu novia y con alguna
amiga de ella, sea Dolors u otra chica, no debe suponer que no guardo la
ausencia a Consuelo. Te pido que se lo digas de mi parte a Roser.
-Chacho, se va a llevar un alegrón.
El 11 de diciembre, mediada la mañana, Julio
recibe el aviso de la guardia de puerta de que un paisano suyo le espera en el
acceso principal. El mañego, mientras baja de la Secretaría de Justicia, piensa
que el paisano en cuestión no puede ser otro que Agustín el de Montánchez. Y en
efecto, junto al acceso principal del palacio se encuentra al extremeño a quien
la guardia no ha dejado pasar.
-Agustín, ¿qué haces aquí?
-¡Joder, chacho!, lo estiraos que son estos
plantones. No son más que unos sorchis como nosotros por mucho que hagan
guardia en Capitanía, pero paece que tos se creen generales.
-Dime lo que quieras, pero rapidito, que me
puede caer un paquete por estar aquí –le insta Julio.
-Pos que como ya hemos arreglao nuestras
diferencias, dice la Roser que si el 13 vendrás a merendar con nosotros.
-¿Qué día es el 13?
-¿Qué día libran las chachas?
-No sé.
-El domingo, prenda, no lo olvides.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
31. Un
paquete para gourmets
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