Grandal y Ponte han ido entrando y saliendo
por tascas, bares y cafeterías de la ciudad en los que encontrar al Chato con
resultado negativo. Dada la hora que es en una de las tabernas se toman un
montadito de lomo y sendas cazuelitas de gambas regados con unas cervezas lo
que les sirve de almuerzo. Después regresan al hotel en el que está alojado el
Chato de Cazalla y vuelven a preguntar por él. Un malhumorado recepcionista les
indica que el señor Jiménez ha dicho que se va a echar la siesta y que hasta
las seis no se le moleste.
-¿Y si llamamos
a su puerta por las bravas? –sugiere Ponte.
-Es mala
idea, Manolo. Despertar a alguien en lo mejor de una siesta es garantizarte que
vas a toparte con un sujeto malhumorado y hasta posiblemente irritado. Es mejor
dejarle dormir todo lo que le apetezca.
-Pero una
siesta de casi tres horas, como va hacer ese fulano, es una pasada.
-Como decía
El Gallo hay gente pa tó. Recuerdo que en un seminario que hice en la Academia
de Policía de Ávila compartí habitación con un compañero malagueño que se
pegaba unas siestas de campeonato, y cuando le tomaba el pelo por ello se
justificaba diciendo que solo puede llamarse siesta a las que van de telediario
a telediario.
-¡La siesta
como deporte nacional! –ironiza Ponte.
-Ya no
tanto, las nuevas generaciones han de currar un montón para llegar a fin de mes
y lo de la siesta se está quedando anticuado a marchas forzadas. Lo que vamos a
hacer es sentarnos en alguna cafetería, armarnos de paciencia y esperar a que
el Chato despierte.
Encuentran un bar casi pegado al hotel y
desde el que pueden controlar el acceso al mismo, Ponte se pide un café y
Grandal un carajillo de ron al estilo de la tierra.
-¿Es que
aquí el carajillo lo hacen de manera diferente? –pregunta Ponte al oír lo de al
estilo de la tierra.
-Pues sí, en
la provincia de Castellón hacen el carajillo de manera diferente al resto de
España-Y el excomisario le explica a su amigo que en las tierras castellonenses
hacen el carajillo empleando como ingredientes un centímetro más o menos de
azúcar, una cucharadita de miel, un trocito de canela en rama y una corteza de
limón. Luego ponen la bebida alcohólica que puede ser coñac, ron, María Brizard
u otro licor hasta cubrir el azúcar. Después lo meten en el microondas unos
diez segundos para que se caliente. Tras sacarlo se le prende fuego y se van
dando vueltas hasta que se queme un poco el alcohol y se disuelva el azúcar.
Luego se pone el vaso en la cafetera y se deja que el café caiga sobre una
cucharilla para que no penetre directamente en el alcohol-. Y ya tienes el
carajillo hecho al estilo castellonense.
-¡Qué
complicado!, no creo que lo hagan así en todos los bares porque terminarían
perdiendo dinero por el tiempo empleado o deberían cobrarlo como si fuera güisqui
de importación –comenta Ponte que cambia de conversación y vuelve al tema de
fondo que les ha llevado hasta allí-. ¿Tú crees que si consigues hablar con el
Chato, Pacheco y Sierra tendrás los suficientes elementos para descubrir el
misterio de la muerte de Salazar?
-Estoy
convencido. Ten en cuenta que, como solía repetir Sherlock Holmes, cuando
eliminas lo imposible y lo improbable el resto es la verdad.
-Pues eso lo
diría Sherlock, pero yo me he quedado a verlas venir. Me lo tendrás que
explicar con bolas de colores.
Grandal le explica que en el caso Pradera
hay varios hechos imposibles o improbables. Lo es que Salazar enfermara repentinamente
y de forma tan grave sin que intervinieran elementos exógenos. No es imposible
pero si improbable que el gaditano, diagnosticado de dos costillas fracturadas desde
el 9 de agosto, pero de lo que se estaba recuperando favorablemente, hiciese
algo para que una de dichas costillas le perforara la pleura lo que provocó un
neumotórax traumático que, al no ser tratado a tiempo, puede situarse como
causa remota del cuadro clínico que finalizó con su muerte diferida. Asimismo,
es improbable que la agresión en el rostro de Salazar se la hiciera él mismo.
Lo que no es imposible, pero también muy improbable, es que un tipo tan vital
como el andaluz se tomara un raticida u otra sustancia tóxica.- Si eliminas ese
conjunto de hechos imposibles o, en el mejor de los casos, improbables, ¿qué es
lo que queda?, pues que una o varias personas, actuando de manera aislada u
organizada, intervinieron para que se produjera el neumotórax que fue el
desencadenante que terminó con la vida de Salazar… y quien sea esa o esas
personas es lo que pretendo descubrir hablando con el Chato, Pacheco y Sierra
–concluye Grandal.
-¿Es que a
los demás sospechosos los descartas? –inquiere Ponte que por momentos está más que
interesado en las explicaciones de su amigo.
-En cierto
modo sí, con la salvedad del extranjero, sea Grigol Pakelia o cualquier otro
puesto que no sabemos nada de él. Al trio del maletín; es decir –El excomisario
ya se ha puesto en modo didáctico-, a Rocío, Anca y Vicentín hace tiempo que
les he descartado como actores activos en el óbito de Salazar. Quizá fueran
actores pasivos porque estoy persuadido de que se dejaron llevar por la codicia
pues creían que en el maletín guardaba Salazar su dinero, algo que
posteriormente se ha comprobado que era así.
-Eso no nos
lo habías contado, ¿cuándo te lo confesaron?
-No me lo han
dicho, pero de todo cuanto me han contado he llegado a deducirlo y creo que no
estoy muy equivocado. Cierto es que los pichones no hicieron nada para
salvaguardar a Salazar, de eso se les puede acusar y quizá la jueza lo haga,
pero como digo estoy convencido de que no fueron los causantes del neumotórax
porque cuando entraron en la habitación 16 el gaditano ya estaba muy jodido. La
declaración de Espinosa confirma ese extremo.
-Y el propio
Espinosa, ¿qué?, desconocemos como se encontraba Salazar cuando entró en su
habitación.
-Es cierto
pero, según el testimonio de Rocío que le vio subir a la primera planta, el
tiempo que estuvo solo en la habitación no fue suficiente para lograr que
Salazar se pusiera en estado comatoso. Y no creo que los sorbos que le pudo dar
del coñac, presuntamente manipulado, fueran los desencadenantes del neumotórax.
Por eso también descarto a Espinosa, aunque no me sorprendería que se le
pudiera acusar de intento de asesinato.
-¿Y al Chato
dónde lo dejas?
-Pues al
Chato le dejo donde está. Creo que es bastante probable que el día de autos
golpeara a Salazar en el rostro. ¿Por qué lo creo? Porque ya lo hizo seis días
antes cuando le pegó la paliza y porque un boxeador, aunque esté retirado como
es el caso, tiene la irrefrenable tendencia de hacer lo que mejor sabe:
golpear. Ahora bien, ¿esos golpes en la cara pudieron desencadenar el
neumotórax?, aunque no soy médico lo dudo; diría más, lo descarto. Quizá pueda
ser acusado de agresión y de omisión del deber de socorro, pero no de
asesinato.
-Quedan
Pacheco y Sierra –precisa Ponte.
-Y la mujer
del primero que en esta historia juega el papel del Guadiana, tan pronto
aparece como desaparece. Tengo gran curiosidad por saber si estuvo en la
habitación de Salazar, supongo que en compañía de su marido, y qué papel
desempeñó. En cuanto a Pacheco y Sierra juegan el rol del factor integrante
solo en función de la equis que se busca en una ecuación diferencial.
-¡Cuántas
matemáticas sabes! –se admira falsamente Ponte que realmente no ha entendido lo
que Grandal ha querido decir.
-Ya sabes,
aprendiz de mucho, maestro de nada.
-Si te he
entendido bien, ¿tus sospechosos más cualificados son Pacheco y Sierra?
-Si has
llegado a esa deducción es que me he explicado mal. No son mis principales
sospechosos, no sin que haya hablado antes con ellos y, a ser posible, con la
mujer de Pacheco. Aunque dudo de la culpabilidad del ingeniero. ¿Por qué?, porque
fue quien salvó a Salazar de que el Chato siguiera arreándole cera y quien le
llevó a la ciudad para que los médicos le exploraran y curaran. En fin, que la
madeja continúa liada.
Entretanto Grandal discursea sobre cómo encontrar
a los autores materiales del fallecimiento de Salazar y Ponte le escucha cada
vez más interesado, en Torreblanca el resto de la pandilla de jubilados ha
decidido quedarse en el pueblo y ver en directo la embolà del bou cerril. Algo para lo que han de esperar a las 23,30,
hora en que según reza el programa de fiestas tendrá lugar. Ballarín, que como
buen ferretero es de acostarse pronto para despertarse a primeras horas, se
queja de un horario así.
-Aquí los
horarios son un tanto disparatados. ¿Cómo se hace lo del toro embolado tan
tarde?
-Ten en
cuenta –lo justifica Ramo- que para que el festejo sea más espectacular ha de
hacerse de noche porque es cuando más destacan las bolas encendidas de los
cuernos.
-Bueno, eso
puede ser una explicación válida, pero que me dices lo de alargar hasta tres
horas y media un festejo en que todo consiste en decir ¡eh, toro! y luego
correr a ponerse a salvo. Y una y otra vez lo mismo. Para eso los toros podrían
quedar reducidos a un par de horitas como mucho, si dura más tiempo termina
aburriendo hasta las ovejas.
-Pues será
así, pero la mayoría de los que acuden a la plaza aguantan impertérritos las
tres horas y media y a muchos les deben parecer cortas y es que los toros aquí
gustan mucho. Solo te diré que es una tradición que el último día de fiestas,
después de enchiquerar al último animal la plaza se llena de gente, sobre todo
jóvenes, que comienzan a gritar bous,
bous, bous. Hay años que si a la corporación municipal le interesa ganarse
el favor del público, o en algunos casos la reina de las fiestas se muestra
generosa, se ha guardado en la manga del presupuesto el dinero suficiente para
que haya ese otro día más de toros que pide el mocerío. Y tendrías que ver los
aplausos que se lleva el concejal de fiestas cuando saca un pañuelo blanco que
es la señal de que se concede la petición. Y al revés, los abucheos que tiene
que aguantar cuando no lo saca –explica Ramo.
-Aunque
parece obvio, supongo que bous quiere
decir toros, ¿verdad? –pregunta Ballarín.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 111. El Chato se suelta la
lengua
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