El sargento Bellido se debate entre acceder
a la petición de Grandal que quiere hablar con Pacheco y Sierra sin que se
entere la Jueza de Instrucción o negarse de plano. Las razones que le ha dado
el excomisario parecen convincentes. El suboficial es consciente de que en las
dos primeras horas de la tarde de la Asunción está la clave para desenmarañar
el misterio de la muerte de Salazar. Y es muy probable que Pacheco y Sierra
tengan algo que decir sobre ese lapso de tiempo. Pero lo que pide Grandal es
arriesgado: nada menos que transgredir de plano la normativa de enjuiciamiento
criminal. Si trasciende que él ha participado en semejante irregularidad su
expulsión del Cuerpo puede ser fulminante, pero si no lo hace es muy posible
que el caso Pradera vaya a parar al archivo de casos irresueltos... Al final,
vence el miedo a perder lo que ya tiene.
-Comisario,
entiendo sus razones y hasta las comparto, pero no cuente conmigo para lo que
me pide. Es más, esta conversación no ha tenido lugar. Como cabeza de la
policía judicial del caso Pradera soy el primero que ha de velar por el
estricto cumplimiento de lo que dispone la Ley de Enjuiciamiento Criminal y
demás disposiciones que la desarrollan. Por tanto, olvídese de que le ayude en
lo que me pide.
Al oír la respuesta del sargento la cara de
Grandal refleja su contrariedad. Dado que Bellido no es la primera vez que
vulnera el ordenamiento jurídico, ya lo hizo cuando le pidió su ayuda, estaba
convencido de que le facilitaría lo pedido. El semblante que muestra Grandal, entre
la decepción y el enojo, termina provocando que a su lógica decisión el propio sargento
le abra un portillo para no contrariar al hombre que tanto le está ayudando.
-Naturalmente,
si usted se entera por algún medio de cuándo llegan a Castellón Pacheco y
Sierra y puede hablar con ellos, como yo lo voy a ignorar me va a resultar
imposible impedir esa reunión, de la que en todo momento voy a estar al margen.
A Grandal le cambia el semblante. A buen
entendedor, pocas palabras bastan, se dice. Visto el desarrollo de la conversación
con Bellido, opta por volver a Torrenostra, tiene que hablar con sus amigos y
colaboradores pues le van a resultar imprescindibles para llevar a cabo lo que
está comenzando a germinar en su mente. Antes de ponerse en camino llama a
Álvarez para saber dónde está la cuadrilla de jubilados
-Pues
estamos en el pueblo. Como no teníamos nada que hacer, Pedro nos ha propuesto
que podíamos visitar la ermita del Cristo del Calvario y la Iglesia de San
Francesc que según él son de los pocos lugares visitables del pueblo.
-¿Y dónde
estáis ahora exactamente?
-Pues en els Cuatre Cantarons, es el cruce de las
calles San Antonio y San Cristóbal y a menos de cien metros de la Plaza de la
Iglesia.
-¿Y cómo
llego ahí con el coche? Estoy parado a la altura del Hotel Miramar.
-Con el
coche imposible llegar, está todo cortado por las fiestas. Haz una cosa, vuelve
a meterte en la nacional 340, dirección norte, y a unos trescientos metros
verás a tu derecha un pequeño otero poblado de pinos y cipreses. Al llegar a su
altura, sal de la carretera, aparca el coche y yo mismo te recogeré.
Así lo hace Grandal, pasado el pequeño montículo
aparca el coche metiéndose en un pequeño descampado. Allí espera unos minutos
hasta que aparece Álvarez.
-Que rápido
has venido. Vamos, el resto nos espera a la puerta del calvario –indica
Álvarez.
-¿Un
calvario?… Recuerdo que en mis tiempos de seminarista, en Semana Santa solíamos
ir a uno situado en una colina que había en un pueblo cercano. El camino hasta
la cima, donde había una pequeña ermita, estaba jalonado por capillitas de
piedra representando cada una de las estaciones para recordar el Vía Crucis de
Jesús hasta el monte Gólgota.
-Siempre me
impresiona que un tipo como tú sepa tanto de ceremonias religiosas –comenta
Álvarez.
-Es natural,
fui seminarista algunos años, y esas cosas, no sé por qué, no se suelen
olvidar.
Durante el breve recorrido hasta la puerta
del calvario, Grandal le explica que en la mayoría de pueblos españoles se
denomina calvario a todo recinto en que se desarrolla el Vía Crucis, que
significa literalmente el camino de la cruz; es decir, el que recorrió
Jesucristo cargado con la cruz después de la sentencia de Poncio Pilatos hasta
el monte Calvario donde murió crucificado. Y le cuenta que catorce son las
escenas que se representan en los calvarios y que las describe de corrido como
si fuera una letanía. Primera: Jesús es condenado a muerte; segunda: Jesús con
la cruz a cuestas; tercera: Jesús cae por primera vez; cuarta: Jesús se
encuentra con su madre, la Virgen María; quinta: el Cirineo ayuda a Jesús a
llevar la cruz; sexta: la Verónica le limpia el rostro; séptima: Jesús cae por
segunda vez; octava: Jesús consuela a las piadosas mujeres que lloran por él;
novena: Jesús cae por tercera vez; décima: le despojan de los vestidos;
undécima: clavan a Jesús en la cruz; duodécima: Jesús muere en la cruz;
decimotercera: descienden a Jesús de la cruz y su madre lo recibe en su regazo;
decimocuarta: Jesús es sepultado.
-¡Dios bendito!,
eres un meapilas, Jacinto –le jalea Álvarez ante la exhibición memorística del
excomisario.
-No digas
bobadas, eso fue en otra vida.
Delante de la puerta del calvario encuentran
a Ramo, Ponte y Ballarín. El primero, que hace de cicerone, está explicándoles
lo que representa para el pueblo la existencia del calvario y, sobre todo, el
hecho de que en su cumbre esté emplazada la capilla que guarda el Cristo del
Calvario, la imagen religiosa más respetada y querida por los torreblanquinos.
-La capilla,
junto a las estaciones y la iglesia de San Francesc, la primera que tuvo el
pueblo, están reconocidos como Bienes de Interés Cultural desde 2007 en la
categoría de monumento. Salvo la iglesia que es anterior, el resto se construyó
en el siglo XVIII.
-¿Y por qué ese
Cristo es la imagen más querida por la gente del pueblo? –quiere saber Ponte.
-Porque al
finalizar la primera guerra mundial, Europa se vio asolada por una epidemia letal,
la mal llamada gripe española. A Torreblanca también llegó, de forma que en
1918 las muertes se triplicaron. El párroco de entonces bajó la imagen del
Cristo del Calvario a la iglesia del pueblo. Al poco tiempo, los fallecimientos
cesaron y los enfermos sanaron. Desde entonces, el pueblo manifiesta su
agradecimiento bajando al Cristo en Semana Santa durante cinco días a la iglesia
parroquial. Es lo que llaman el Quinario que, como dijo un desconocido vate
local, consiste en esto: El Quinario, cinco días de oraciones para el Cristo
del Calvario.
Escuchando las explicaciones de Ramo han
llegado a la puerta de la modesta capilla en la que una lámpara votiva lanza
una trémula luz que no puede rivalizar con el sol de agosto. Ramo les dice que
el templo de San Francesc es más interesante que la capilla. Les cuenta que fue
construido en el siglo XIV, y que a finales del mismo, exactamente en 1397,
sufrió un asalto berberisco en el que robaron la custodia, lo que provocó una
expedición cristiana para recuperarla, acción que se convirtió en la página
histórica más importante de la villa.
-¿Y cuál es
esa página tan importante? –inquiere Ponte que hoy tiene el día preguntón.
-Os la
cuento en otra ocasión, dejadme ahora terminar con la iglesia de San Francesc.
Cómo veis, es un templo del tipo de las iglesias de la Reconquista. Tenía una
funcionalidad claramente defensiva, lo prueban las diversas aspilleras, la
barbacana que protegía el acceso original y las almenas insinuadas en la parte
superior de los muros. Con motivo de la concesión de la carta-puebla, que se le
dio al pueblo en 1576, fue reformada. Durante siglos estuvo olvidada hasta que
en los últimos treinta años las autoridades locales volvieron a ocuparse de
ella y hasta intentaron recuperar los frescos originales. Y ahora vamos a
salir, pero pasando por las capillas de las estaciones del Vía Crucis.
El grupo, siguiendo al improvisado cicerone,
va pasando por terrazas abancaladas en las que están las capillas del Vía Crucis
y a las que acompañan como guardianes modestos cipreses. En cada una de las
capillas una cerámica ilustra el paso que representa y siguen así hasta que
vuelven al punto de partida, la puerta de entrada al recinto.
-Bueno, pues
eso es todo –resume Ramo-. Estamos en la cota más alta del pueblo. Las calles
que arrancan de aquí son las que formaron el núcleo original de la población. Recuerdo
que mi padre, que conoció la guerra de África, a este barrio le llamaba el
Gurugú, en recuerdo al monte del mismo nombre colindante con Melilla de triste
recuerdo para los españoles de entonces.
-Después del
empacho cultural que nos ha brindado, Pedro, creo que se impone hacer algo más cotidiano
como tomarse unas birras bien fresquitas –dice Álvarez con su impenitente falta
de tacto-. Además creo que aquí el boss
tiene algo que contarnos.
-Desde
luego, Luis, tú eres de los que toca las cubiertas de un libro de arte y te
coges tal empacho que tienen que darte ricino –le recrimina Ponte.
-Déjalo,
Manolo, igual Luis tiene razón y se me ha ido la mano al contaros historias de
mi pueblo. Lo único que puedo alegar en mi descargo es que tengo tan pocas
ocasiones de hacerlo que cuando se me presenta una me desfogo –se excusa Ramo
en una elegante respuesta a la salida de tono de Álvarez.
-Una cosa,
Pedro, no creas que me olvidaré de que has prometido contarnos en otro momento
esa página histórica a la que has calificado antes como la más importante de tu
pueblo –recuerda Ponte.
-Pues yo
tengo otra petición: que nos cuentes qué es eso de la carta-puebla, tengo
curiosidad –se apunta Ballarín.
-Oye,
Jacinto, ¿tú no querías contarnos algo? –pregunta Álvarez cambiando de tema.
-Es muy
tarde y le he prometido a Chelo que saldríamos a dar una vuelta antes de cenar.
Mañana, a las diez y media nos vemos todos en el apartamento de Álvarez. Si
alguno no puede venir está disculpado. ¿Dónde queréis que tomemos esas
cervezas?
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré en el capítulo 25, el episodio 104. En la
España más profunda, decir fiesta es decir toros
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