Grandal ha distribuido las investigaciones
pendientes entre sus jubilados amigos. Después que el hermano de Ramo haya
bosquejado el retrato robot del extranjero que los pichones encontraron en la
habitación de Salazar, ha enviado al pueblo a Ballarín y a Álvarez a hacer
varias copias para enseñárselas a la gente de la playa y especialmente al
personal del hostal.
Mientras tanto, Ponte y Ramo han ido a
Alcossebre a visitar los apartamentos Jeremías para indagar sobre la estancia
en los mismos del Chato de Trebujena. Como Ramo ya estuvo preguntando por allí,
los dos vejetes no tienen demasiados problemas para encontrar a la persona que,
al parecer, tuvo más trato con el
antiguo púgil que resulta ser un viejo del país, que hace las veces de
recepcionista y al que le gusta darle a la sin hueso.
-Pues sí, señor,
ya lo creo que me acuerdo de esa persona que buscan y la recuerdo por dos
motivos; mejor dicho, por tres. Uno, porque tenía toda la pinta de haber sido un
boxeador de esos que salen en las películas de gánsteres, con la nariz chafada
y la cara machacada. Otro porque hablaba un andaluz muy cerrado, tanto que a
veces no se le entendía, y luego porque me pidió un Calendario Zaragozano que
ya solo lo consulta la gente mayor. Recuerdo que quería saber en que día caía
la fiesta de una virgen, no me acuerdo de cual, pero sí que era de Sevilla.
-¿Sabe usted
si recibió visitas o le vio en compañía de alguien mientras estuvo aquí?
–inquiere Ramo.
-Quia, no le
vi con nadie. Era un hombre más bien solitario y de pocas palabras.
-¿Sabe si en
algún momento se desplazó a Torrenostra o Torreblanca? –vuelve a preguntar
Ramo.
-Eso no lo
sé, pero si recuerdo que el día de la Virgen de Agosto pidió un taxi. No sé
dónde pudo ir, pero si tienen interés en saberlo les puedo dar el teléfono del
taxista que hizo el servicio y él se lo podrá decir. Ah, y ese mismo día se fue
de aquí.
La pareja de vejetes en cuanto se hacen con
el móvil del taxista de Alcossebre que prestó un servicio al Chato el 15 de
agosto le llaman. El conductor les dice que no da información sobre sus
clientes, que eso es confidencial, pero deja caer que si le necesitan, no
precisa para qué, está en la parada del puerto deportivo. A ella se dirigen
ambos amigos. Da la impresión de que el chófer les está esperando porque cuando
se acercan a la parada se adelanta un hombre vestido con un polo, bermudas y barba
de tres días, que les pregunta:
-Ustedes
deben ser los que querían saber los servicios que hice el día 15, ¿verdad? Lo
siento, como les dije eso es confidencial. No podemos ir contando por ahí a
quienes llevamos o dejamos de llevar. Lo comprenden, ¿verdad?
-Verá –es
Ponte quien habla, entreverando verdades y mentiras-, estamos tratando de
localizar a un amigo, jubilado como nosotros, y al que le hemos de dar una
noticia urgente. Su hermano mayor, que vive en Trebujena, un pueblo de la
provincia de Cádiz, acaba de fallecer y el otro hermano que le queda, y que es
de nuestra partida de dominó en un centro de mayores de Madrid, nos ha pedido
el favor de que le localicemos para que al menos pueda asistir al funeral. El
último dato que tiene el hermano era que estaba pasando unos días en los
apartamentos Jeremías y allí es donde nos han dicho que usted le recogió el día
15. Como ve, nuestro interés no es para nada malo, y como sabemos que usted se
gana la vida con el taxi, creemos que es justo que le recompensemos –y diciendo
esto, Ponte desliza en la mano del taxista un billete de veinte euros.
-Hombre,
siendo para eso es otro cantar –responde el chófer que se ha apresurado a
embolsarse el billete-. A ese señor que buscan le recogí efectivamente en los
apartamentos Jeremías y le llevé a Torrenostra, que es la playa que está al sur
de aquí, como a las doce del mediodía del 15. Le dejé allí y me volví para acá
y no puedo contarles nada más.
-¿Comentó
algo durante el viaje? –pregunta Ramo.
-No, señor.
Estuvo más callado que un buzón de correos.
Ambos amigos se vuelven con un dato que
Ponte no duda en calificar de significativo: la confirmación de que el Chato
estuvo en Torrenostra el día de autos. Por tanto, se abre la posibilidad de que
pudo tener alguna clase de participación en el fallecimiento de Salazar. En el
entretanto, Álvarez y Ballarín han encontrado una tienda de fotografía en el
pueblo donde han hecho un puñado de copias del retrato robot del extranjero que
estuvo en la habitación de Salazar la tarde de su fallecimiento. Siguiendo las
indicaciones de Grandal han bajado a la playa y han comenzado a enseñar las fotos
al personal y a los clientes del hostal. El motivo que alegan es que están
buscando a un extranjero que les debe dinero. Si la gente se lo cree o no es
algo que Grandal les ha dicho que no debe de preocuparles, que ellos deben de
seguir a lo suyo. La patrona del hostal es la que les ofrece la primera
información.
-No, no le
conozco…, pero déjeme mirar bien –tras una prolongada mirada, la hostelera
recuerda algo-. Un guiri, con cierto parecido a este, estuvo tratando de
alquilar una habitación por horas…, pero no fue cuando la Virgen de Agosto sino
unos días antes.
La información de la hostelera alienta a los
dos investigadores, pero ahí terminan sus hallazgos. Nadie recuerda haber visto
a un tipo como el del retrato y eso que no parece que sea una persona
corriente. Dónde preguntan con más insistencia es en los bares, chiringuitos y
terrazas, pero el resultado sigue siendo negativo. De pronto, Álvarez recuerda
algo.
-Aquí en la
playa hay un centro Bicicleta Todo Terreno que también funciona como punto de
información turística. Es uno de los sitios que suelen frecuentar los guiris
pidiendo información. Vamos a acercarnos a preguntar, está justo detrás del
hostal.
La chiquita que está tras el mostrador del
centro mira interesada la foto robot, pero niega haber visto aquella cara. Sin
perder la esperanza de encontrar a alguien que les pueda dar una pista se
patean la playa de norte a sur y de este a oeste con el mismo resultado
negativo, hasta que en uno de los últimos restoranes que visitan, la arrocería
El Marítim, la dueña que es quien los atiende después de mirar cuidadosamente
la foto les comenta:
-Una persona
que no sé si es la del retrato, pero que guarda un cierto parecido estuvo comiendo
aquí el 15 de agosto. Y desde luego era extranjero, aunque no hablaba mal el
castellano, ni mucho menos. Y estuvo acompañado de una joven que sí que era
española. Pero ya les digo que no puedo asegurar que se trate de la persona del
dibujo.
-¿Recuerda
cómo era físicamente ese extranjero? –pregunta Álvarez-, me refiero a si era
alto o bajo, delgado o grueso…
-De eso si
me acuerdo. Era alto, como de bastante más de un metro ochenta y muy recio,
parecía un armario de doble puerta.
-Por un
casual, ¿recuerda que comió la pareja? –pregunta Ballarín ante la mirada un tanto
sorprendida de Álvarez.
-Pues sí.
Primero pidieron unos entrantes y de plato fuerte una mariscada; mejor dicho,
dos, y como la chica solo se comió parte de la suya terminó devorándola el
guiri. Vaya tragaderas que tenía. Claro que para alimentar a un corpachón como
el suyo, todo es poco.
Antes de volver al apartamento de su hijo,
Álvarez llama a Grandal y le cuenta el resultado de la investigación. Lo único
positivo que han sacado ha sido la información facilitada por la dueña de El
Marítim.
-Poca cosa
es –dice Grandal-, aunque menos da una piedra. ¿Y os ha dicho que estaba
acompañado por una joven española?
-Es lo que
nos ha contado.
-Si no
podemos localizar al guiri, sería importante tratar de hacerse con esa chica
–apunta Grandal.
-Ya me dirás
cómo. Porque de ella no tenemos ningún dato.
-¿Habéis
preguntado más datos de ella a la dueña del restorán?
-No, ni se
nos ha ocurrido.
-Pues ya
estáis volviendo allí y peguntadle por la chica que acompañaba al guiri.
-No jodas,
Jacinto, que ya es hora de cenar –protesta Álvarez.
-Luis, ¿te
acuerdas de aquella frase que dice: lo que puedas hacer hoy no lo dejes para
mañana? Pues aplícatela. Moved el culo y volved al restorán. Espero tu llamada
–y Grandal cierra la comunicación.
Cuando Álvarez cuenta lo que Grandal acaba
de pedir y cómo lo ha hecho Ballarín se mosquea.
-Empiezo a
estar de Jacinto hasta las pelotas, ¿pero quién se habrá creído qué es?
-La verdad
es que se está pasando varios pueblos. Se ha tomado tan en serio esta
investigación que nos trata como si realmente fuéramos subordinados suyos y no
meros amigos. Habrá que darle un toque.
Cuando Álvarez y Ballarín llegan al
apartamento de Torrenostra les están esperando Ponte y Ramo que se apresuran a
contar su visita a los apartamentos Jeremías y su charla con un taxista, con el
resultado de que se confirma que el llamado Chato de Trebujena estuvo en la
tarde del 15 en Torrenostra, lo que corrobora la declaración de Rocío Molina de
que le vio en la habitación de Salazar. A su vez, los que han buscado al guiri relatan
lo que han averiguado enseñando la foto robot del misterioso extranjero que
también estuvo en la habitación 16 la tarde de autos. Finalmente, les cuentan
la imposición de Grandal de que volvieran al restorán para preguntar sobre la
mujer que acompañaba al guiri, suponiendo que fuera el mismo. Y Álvarez
concluye:
-… y le he
comentado a Amadeo que Jacinto nos está tratando más como subordinados que como
amigos. Que habría que darle un toque.
-Estoy de
acuerdo. Y ese toque quien mejor se lo puede dar eres tú –afirma Ballarín
dirigiéndose a Ponte.
-¿Y por qué
he de ser yo? –inquiere Ponte fastidiado por el marrón que su amigo quiere
colgarle.
-Porque si
lo hace Luis montará un pollo, ya le conoces, y en lo que me toca sabes que la
diplomacia tampoco es mi fuerte. En cambio, tú tienes la suficiente mano
izquierda como para poner las cosas en su sitio sin que se enfade.
-O sea, qué
mano de hierro en guante de terciopelo –sentencia Ponte con una media sonrisa.
PD.- Hasta
el próximo viernes que publicaré el episodio 97 “El mejor amigo del policía es
un buen par de botas”.
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