Grandal encuentra sin problemas el bar La
Torre ubicado junto a la única estación de servicio del pueblo y donde espera
encontrarse con los pichones. Llega el primero lo que le da tiempo a seguir
pensando en cómo puede apretarles las clavijas para que de una vez por todas
suelten todo cuanto saben acerca de los sucesos del día de la Asunción. Se dice
que meterles miedo puede ser el arma más eficaz para que canten hasta la
Traviata.
Entretanto el excomisario aguarda la llegada
de los pichones, el sargento Bellido recibe una llamada de la señora Eulalia,
la patrona del hostal. Ha recordado algo que no sabe si puede ser importante en
relación al caso de la muerte del huésped. En cuanto oye hablar de que se trata
de algo relacionado con el fallecimiento de Salazar el guardia civil no se lo
piensa ni un segundo, le pide que no es necesario que suba al pueblo, será él
quien baje a verla.
-Verá, señor
sargento. Como en el pueblo todo se cotillea, me ha llegado el rumor, no sé si
es cierto o es otro bulo de los muchos que corren por lo del fallecimiento del señor
Martínez… ¡Ay!, nunca acabo de acordarme de llamarle por su nombre verdadero,
me refiero a Salazar. Como le decía, corre el rumor de que la Anca, su novio y
la chica andaluza encontraron a un extranjero en la habitación 16 intentando
ayudar a mi huésped, que Dios tenga en su gloria. ¿Eso es así o es una de
tantas trolas?
El guardia civil no sabe si la señora
Eulalia, que tiene más tiros pegados que un talibán en Afganistán, está
buscando sonsacarle por lo que opta por lo más prudente: contestar a su
pregunta con otra.
-Suponiendo
que fuera así, ¿el día 15 alojó, registrado o sin registrar, a un extranjero?
-Sin
registrar a nadie, de extranjeros solo tenía a los Dassault, una familia francesa
que viene todos los años y a una pareja inglesa que también son viejos
conocidos y todos estaban debidamente registrados.
-¿Y por qué
me ha preguntado lo del extranjero? –la sigue interrogando el sargento.
-Verá, la
pregunta viene a cuento porque he recordado que, unos días antes del triste suceso
del día quince, una tarde vino un extranjero a alquilarme una habitación para
un rato, supongo que para pegarse un revolcón con una furcia. Le respondí que
mi hostal es una casa decente y que no alquilamos habitaciones por horas. Se
puso muy pesado ofreciéndome el oro y el moro, hasta que me lo quité de encima
indicándole que en la 340 hay paradores que si alquilan cuartos por horas para
camioneros. Le cuento esto por si tuviera alguna relación con el extranjero que,
según dicen, estaba en la habitación 16.
-¿Recuerda
cómo era ese extranjero del que me habla?
-Muy alto y
muy fuerte, con mucho músculo, como esos que salían en la serie de la tele Los
Vigilantes de la playa.
-Por su
forma de hablar, ¿de dónde diría que procedía?
-Huy, eso no
lo sé. Hablaba bastante bien el castellano, pero se le notaba un acento
extranjero.
-¿Me puede
dar más datos?
-Era moreno,
tenía el pelo negro y unos ojos que miraban con descaro. Ah, también recuerdo
que tenía unas manazas como las palas elevadoras de un tractor. Y siento si le
hecho perder el tiempo contándole todo esto, pero hasta que no sepa si el pobre
Salazar murió de enfermedad o fue de otra cosa no podré dormir tranquila.
Mientras la señora Eulalia le cuenta al
sargento lo que ha recordado de un guiri que le pidió una habitación, los
pichones han llegado al bar La Torre donde les aguarda Grandal. Tal y como ha
planeado lo primero que hace el expolicía es meterles el miedo en el cuerpo
contándoles una patraña y aprovechándose de la ignorancia jurídica de los jóvenes.
-Tengo malas
noticias. Me ha llegado información de buena fuente de que la Jueza de
Instrucción que lleva vuestro caso está muy nerviosa porque el proceso se ha
torcido y no hay forma de enderezarlo. Y como los tres, que se sepa, habéis
sido de los últimos que vieron a Salazar con vida está muy cabreada con
vosotros porque cree que no lo habéis contado todo. Según mi informante, un
comisario amigo mío de Castellón, la jueza se está pensando acusaros de un
delito de falso testimonio en causa judicial y eso no es ninguna broma. El
artículo 458 del Código Penal castiga dicho delito con penas de prisión y
multa. Lo de la multa es lo de menos, lo verdaderamente duro es que la pena de
prisión puede ser de hasta tres años. Si a todo ello sumamos la pena que os
puede caer por el delito de omisión del deber de socorro que oscila entre la
multa de tres meses hasta la prisión por cuatro años, más lo que añadan por el
robo del maletín vuestro futuro penal es más negro que el capacho de un
carbonero. Me temo que si no hacemos algo, y hoy mejor que mañana, vais a
terminar en la cárcel por un montón de años.
Al escuchar la exposición de Grandal los
tres jóvenes se ponen sumamente nerviosos y todos quieren hablar a la vez
preguntando al excomisario qué se puede hacer para no terminar en prisión.
-No habléis
todos al mismo tiempo porque así no hay manera de entenderse. Uno a uno, veamos
Rocío ¿qué estabas diciendo?
-Que argo se
podrá haser, señor comisario. Usté que es un entendío en estos asuntos argo se
le ocurrirá. Y por mi parte, haré lo que sea, to antes que ir a la trena.
-Por
supuesto, tampoco yo quiero que os metan en el trullo, pero no veo que se pueda
hacer nada sino es calmando a la señora jueza. Y lo único que hará que se
sosiegue es dándole algún dato más, alguna información, algún nombre que hasta
el momento no haya aparecido en la instrucción.
-Pero, don
Jacinto –Anca ya descubrió que Grandal prefiere que se le llame por su nombre o
apellido y no por su pasado rango policial-, ya le contamos todo lo que sabíamos,
¿qué más podemos decirle a la jueza que no le hayamos dicho?
-Perdona,
Anca, pero lo que dices no es verdad. A la señora jueza le habéis ocultado
datos que posteriormente me contasteis a mí. Por poner un solo ejemplo: Rocío
no le dijo a la jueza lo del tipo con mala jeta que vio en la habitación de
Salazar. Y tú, la última vez que hablamos me dio la impresión de que me ocultaste
algo referente al caso. Y así no vamos a ninguna parte. Me ofrecí a ayudaros
gratis et amore, pero si persistís en no revelar todo, repito, todo lo que
sepáis de lo que ocurrió en la habitación 16 y su entorno, mejor es que vayáis
olvidándoos de mí. Hoy estamos a veintidós, me quedan ocho días para terminar
las vacaciones. O antes de fin de agosto está cerrada la instrucción del caso
Pradera o, como me llamo Jacinto, vais a ser carne de prisión con plena
seguridad.
La parrafada de Grandal, dicha en un tono de
voz duro como el pedernal, ha hecho mella en el ánimo de los jóvenes. Tanto es
así que Anca se pone a llorar desconsoladamente. Vicentín está hecho un manojo
de nervios y solo es capaz de pensar en el berrinche que se van a llevar sus
padres si lo meten en la cárcel. Y hasta la baqueteada Rocío se ha puesto
pálida y con la mirada perdida en el horizonte. El expolicía no dice nada, deja
que se cuezan en su miedo ante la posibilidad de ir a la cárcel. Algo que, como
sabe bien Grandal, es bastante improbable, pero que desconocen los pichones.
Vicentín es el primero en reaccionar.
-Señor
comisario, le juro por lo más sagrado que le he contado todo lo que sabía y
todo lo que he recordado de esa tarde. Le doy mi palabra de… -el hereu no se atreve a decir de caballero
ni mentar el honor-…, de hombre que no le he ocultado nada. Ni a usted ni a la
jueza. Si hasta le conté lo del Volvo que era algo que se me había olvidado.
Anca, que se está secando las lágrimas,
levanta un dedo como si estuviera pidiendo permiso para ir al baño a la maestra
de preescolar.
-Yo…, yo sí
es verdad que hay algo que no le había dicho. No sé por qué, pero no se lo
había contado –y antes de confesar Anca se dirige a Rocío con expresión
compungida-. Perdóname, Rocío, pero si tenemos que contar todo lo que sabemos
sobre la tarde del 15, también he de referir lo nuestro. Verá, don Jacinto,
como la señora Eulalia había prohibido a Rocío que subiera a ver al señor
Salazar, ella –dice señalando a la andaluza- vino a buscarme y me contó que
tenía mucha necesidad de hablar con su novio por unos dineros que le debía y
con los que quería pagar la hipoteca de su piso. Y me propuso que la metiera de
tapadillo en la habitación.
Como sé bien
qué es la necesidad y además me ofreció un dinero que me hacía mucha falta, le
dije que de acuerdo.
Grandal no puede reprimir una mueca de
desilusión, no es lo que esperaba, pero sigue presionando.
-Bueno…, y
el hecho de que Rocío te sobornara ¿cambia algo todo lo demás que me has
contado?
-No, señor
comisario, se lo juro por mis padres. Todo lo demás que he contado es la pura
verdad.
-Muy bien,
Anca, pero necesito algo de más enjundia que darle a la señora jueza para que
no terminéis con vuestros huesos en el trullo. Rocío, ¿tienes algo que
contarnos?
La cabeza de la andaluza es un torbellino,
mientras han estado hablando Vicentín y Anca no ha hecho más que darle vueltas
sobre decidir si cuenta todo lo que sabe, y que hasta ahora ha ocultado, o
sigue guardándose lo que ella califica como sus comodines para negociar con la
justicia si la situación se pone peligrosa para su libertad, pero… por lo que
cuenta el viejo madero parece que ese momento ha llegado.
-Señor
comisario, quiero haserle una preguntita: si yo supiera argo que fuera
importante para aclarar lo de la muerte der Curro, ¿usté podría negosiar con la
juesa o er fiscal para que no me pase na? –de pronto se da cuenta de que Anca y
Vicentín la miran con ojos acusadores, por lo que añade-. Bueno, no solo a mí,
también a mis dos amigos de desventuras.
-Tú debes de
haber visto muchas series americanas de abogados, ¿verdad? –ironiza Grandal.
-Pues sí. Me
gustaba mucho esa que se llamaba Daños y perjuisios. No sé porque dejaron de
ponerla. A mí es que la tele me come el coco. ¿Por qué me lo pregunta?
PD.- Hasta
el próximo viernes que publicaré el episodio 94. “Unos cardan la lana y otros
crían la fama”.
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