El comandante del puesto de la Guardia Civil
de Torreblanca escucha atentamente las explicaciones que le da la patrona del hostal
sobre lo que le ha ocurrido a don Francisco Martínez. Al oír cómo la dueña ha
llamado a su padre, Francisco José Salazar, que sigue sin despegarse de ella,
la corrige:
-Perdone,
pero mi papa no se llama como usté dise, su nombre es Francisco Salazar Jiménez
–El chico se ha esmerado en pronunciar bien las ces y zetas del nombre-, aunque
en Sevilla to er mundo le conose como Curro.
-Pues en el
hostal se inscribió como Francisco Martínez, el segundo apellido no llegó a
dárnoslo –se apresura a puntualizar la señora Eulalia un tanto molesta de que
la hayan pillado en una muestra de dejadez en el cumplimiento del deber de inscripción
de huéspedes.
-¿Y usted,
joven, quién es?– pregunta el sargento.
-Soy
Francisco José Salazar, el hijo mayor del… -El chico no sabe qué decir, si del
fallecido, del hombre del que están hablando o…- del hombre que esta señora
conose como Martínes.
-¿Y estabas
veraneando aquí con tu padre? –inquiere el guardia civil pasando al tuteo.
-No, yo… -El
joven no sabe qué responder, sí contarle al sargento la verdad o mentirle,
piensa que decirle el motivo real de su estancia allí solo servirá para complicar
más la situación-…, yo había venío desde Sevilla a verle porque me tenía que
dar unos dineros para mi mama.
-¿También te
alojas en el hostal? –el guardia insiste en sus preguntas.
-No, estoy
en el hotel Miramar, en el pueblo.
-Bien, dado
que eres el pariente más cercano del… presunto fallecido te ruego que no te
marches antes de que haya un diagnóstico médico y sepamos a qué atenernos. Y
ahora, señora Eulalia, acompáñeme a la habitación del señor Martínez o, mejor
dicho, del señor Salazar.
Mientras la patrona acompaña al sargento a
la habitación 16, la mayor parte de los comensales no han perdido detalle de la
charla y entre ellos los cuatro jubilados, con Grandal al frente que no ha
parado de darle vueltas al suceso. Acuciado por el despertar de su olfato de
viejo policía decide pasar a la acción.
-Oye, Pedro,
tú que eres de aquí, ¿conoces al sargento?
-No, ¿por
qué lo preguntas?
-Me gustaría
tener unas palabras con él, a lo mejor puedo echarles una mano en el caso de
que Martínez no haya fallecido de muerte natural.
-No seas
gafe, hombre, pero si tienes interés puedo pedirle a Eulalia que te lo
presente. Déjalo de mi cuenta– y dicho esto Ramo se levanta y se dirige al interior
del establecimiento.
La patrona y el sargento han estado poco
tiempo en la habitación de Curro. Al guardia civil le ha bastado con poner los
dedos índice y medio por donde pasa la arteria carótida en el cuello para, al
no sentir las ondas del pulso, saber que está ante un cadáver. No dice nada
sobre ello porque no es cuestión de su competencia, pero a tenor de las
informaciones que le ha dado la patrona sospecha que puede estar ante una defunción
de causa dudosa. Ante dicha posibilidad lo que sí hace es alertar a la dueña
para que no se contamine el escenario de un posible acto delictivo.
-Eulalia, cierre
la habitación con llave y asegúrese de que no entre nadie hasta que llegue el
médico de urgencias. Y recuérdele al hijo que no se vaya del hostal sin previo
aviso. Ah, dígale al personal de servicio que posiblemente tendré que hablar
con ellos, que tampoco se vayan, y tengo especial interés en hablar con la
empleada que atiende esta habitación.
-Esa es
otra, señor sargento, la habitación la atiende Anca, una chica rumana que lleva
dos años trabajando conmigo y bien contenta que estoy con ella, pero que desde
hace unas horas ha desaparecido y nadie sabe dónde ha podido meterse.
-Vaya, vaya.
Supongo que se refiere a la novia de Vicentín Fabregat –Se ve que el sargento está
al tanto de la vida y relaciones de sus conciudadanos-. Luego me dará la
filiación completa de Anca. Haré que la busquen.
Cuando vuelven a la planta baja les está
esperando Pedro Ramo que en un aparte pregunta a la patrona si tiene
inconveniente en presentar al sargento a un amigo suyo que es comisario de
policía jubilado. La señora Eulalia traslada la petición al guardia civil que
acepta el ofrecimiento, más por deferencia a la dueña que porque tenga interés
en conocer a un policía retirado por muy comisario que sea. Ramo hace una seña
a Grandal que inmediatamente se acerca.
-Sargento,
será cuestión de un minuto. Soy Jacinto Grandal, comisario jubilado. Conocía a
la persona que, según me cuentan, ha fallecido. Por eso y porque estuve muchos
años en la brigada de homicidios si en algo puedo ayudarle, por supuesto
extraoficialmente, cuente conmigo.
-¿Homicidios?
¿Acaso cree que estamos ante uno? –pregunta reticente el uniformado.
-No creo
nada, sargento, sabe que en nuestro oficio no damos nada por sentado hasta
tener pruebas concluyentes. Quizá no sea más que un resabio profesional, pero ayer
estuve con mis amigos visitando al extinto y se estaba recuperando razonablemente
bien de una fractura de costillas. Y de eso no muere nadie.
El guardia civil, que hasta el momento ha
estado tratando a Grandal con cortesía pero también con evidente frialdad,
cambia de pronto de actitud, acaba de recordar algo.
-Perdone,
¿ha dicho que se apellida Grandal? ¿No será por casualidad el mismo comisario
Grandal que resolvió el caso de la calle Leganitos de Madrid?
-De eso hace
ya muchos años, a buen seguro que usted ni había ingresado en el Cuerpo.
-En el curso
para suboficial estudiamos detenidamente aquel caso. Fue muy famoso en su
tiempo.
El diálogo entre el sargento, que se ha
presentado como Hernando Bellido, y el excomisario se interrumpe al producirse un
pequeño revuelo entre la gente, acaba de llegar la ambulancia medicalizada. El
guardia civil se despide de Grandal diciéndole que ya hablarán y acude a
recibir al médico y al técnico en emergencias sanitarias. Llama a la patrona y
los cuatro suben a la habitación 16. Al galeno le ocurre lo que al sargento, le
ha bastado una mirada para cerciorarse de que está ante un cuerpo sin vida, de
hecho el rigor mortis comienza a
iniciarse por lo que, en principio, calcula que el óbito ha debido producirse
unas tres horas antes o sea sobre las veinte treinta. Mira al técnico sanitario
y le hace un gesto negativo. Una exploración más detallada lleva al galeno a
constatar la existencia de presuntos indicios de una muerte no natural y pregunta
a la patrona sobre los síntomas presentados anteriormente por su huésped, su
edad y si ha habido otras circunstancias relevantes. Todo ello le conduce a
extraer unas primeras conclusiones un tanto inesperadas.
-El sujeto
ha fallecido, posiblemente, por parada cardiorrespiratoria pero eso se tendrá
que confirmar posteriormente. Además, hace unas horas ha sufrido golpes en el
rostro y de su boca emana un olor penetrante de origen indeterminado –Y el
galeno ahonda su explicación en plan académico-, por lo que estamos ante un
fallecimiento que, aun pudiendo ser natural, presenta dudas. Por ello no puedo
expedir el certificado médico de defunción y traslado el caso al juzgado de
guardia. Sargento, de lo del juzgado ¿se encarga usted de avisarlos? –Petición
que acoge el guardia con un asentimiento de cabeza, tras lo que el galeno
concluye-. Esta habitación deberá permanecer cerrada y aislada hasta que llegue
el juez de guardia. Señora –dice dirigiéndose a la patrona-, ¿hay algún sitio
discreto donde redactar el informe clínico que he de presentar al juez y de
paso poder tomarnos un cafelito? Lucas –añade mirando al técnico-, dile al
conductor que esto va para largo, hemos de esperar a que se presente el juez.
¿Hay aquí algún pariente del fallecido?, querría ponerlo en antecedentes.
-Sí, doctor,
hay un hijo del señor Martínez; bueno, o como se llame. Venga conmigo y se lo
presentaré –se ofrece la patrona.
-En cuanto
termine con el hijo –dice el sargento al médico- me lo pasa, tengo que
interrogarle. Ahora voy a llamar al juzgado de guardia. Señora Eulalia, esta
habitación queda precintada, y como ha dicho el doctor no debe entrar nadie
hasta que llegue la autoridad judicial. Llamaré a un par de guardias para que
bajen a echarnos una mano.
La patrona presenta a Francisco José Salazar
al médico y les deja solos.
-¿Así que tú
eres hijo del fallecido?, te doy mi pésame –al ver cierto gesto de desconcierto
del joven, el galeno precisa-. Tu padre ha fallecido hará poco más de tres
horas y por el momento desconocemos las causas por lo cual habrá que
practicarle la autopsia, aunque eso lo decidirá el juez.
-¿La
autopsia?, ¿eso es lo de abrir a arguien en canal?
El médico ha de contenerse para no esbozar
una sonrisa de sorna. Lo que hace es soltarle al joven una breve explicación
profesional.
-Una
autopsia, también llamada examen post
mortem, es un procedimiento médico que emplea la disección para obtener
información anatómica sobre la causa, naturaleza, extensión y complicaciones de
la enfermedad que sufrió en vida un sujeto fallecido y que permite formular un
diagnóstico médico final para dar una explicación de las observaciones clínicas
dudosas y evaluar el tratamiento dado.
-Yo no
quiero que a mi papa le hagan la autopsia ni na, lo que quiero es que lo
entierren cuanto antes y así podré vorver a Sevilla con mi mama y mis hermanos.
-Lo siento,
joven. En estos casos, la familia del fallecido no puede oponerse a la práctica
de la autopsia, esta debe realizarse obligatoriamente, siempre por orden
expresa de la autoridad judicial.
-¿Y se la va
a haser usté?
-No, la
llevará a cabo un médico forense dependiente de la Administración de Justicia. En
cuanto al enterramiento se producirá cuando lo decida el señor juez y nunca
antes de las veinticuatro horas del óbito. Y si no tienes más preguntas, el
sargento quiere hablar contigo –y termina con la fórmula de pésame más común en
España-. Te acompaño en el sentimiento.
PD.- Hasta
el próximo viernes
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