Por mucho que lo intentan ni Rocío ni Anca son
capaces de abrir el maletín metálico en el que suponen que Curro guarda sus
dineros. La cerradura se les resiste y la única herramienta con la que han
podido hacerse es un cortaúñas. Se miran frustradas, no saben qué hacer. Le
echan una ojeada a Curro que sigue en la cama respirando cada vez más
fatigosamente, tose menos pero la sudoración es mayor, la palidez más acentuada
y sigue sin hablar. Ambas mujeres vuelven a mirarse indecisas.
-Ya tendría
que haber llegado el médico. A Martínez –comenta Anca- le veo peor que nunca. A
este paso igual no llega ni a mañana.
-Ya nos
ocuparemos del Curro cuando trinquemos la pasta. Lo que hemos d´haser es
conseguir una herramienta p´abrir er jodío maletín –apremia Rocío.
-¿Y por qué
no nos lo llevamos y lo abrimos en otra parte? –sugiere la rumana.
-Un maletín
de este porte canta más que un traje de la Martirio. Si arguien nos ve con él
puedes estar segura que no se le van a orvidar nuestros parmitos.
-En el cuarto
donde guardamos los cacharros de la limpieza hay una caja de herramientas. Allí
tiene que haber destornilladores y alicates para abrir la maleta. Mira, tú
quédate aquí vigilando a Martínez y yo traigo algún chisme para forzarlo
–sugiere Anca.
De repente a Rocío le entran sorprendentes
temores.
-No quiero
quedarme a solas con er Curro, me da mar fario. Voy contigo. Espera que vuervo
a esconder er jodío maletín.
Ambas mujeres salen de la habitación y se
dirigen a buscar la caja de herramientas. Entretanto Grigol Pakelia, otro de
los mandados desde Sevilla en su caso para ajustar las cuentas a Curro y que
está en Torrenostra para inspeccionar el terreno, ha dejado a la joven que se
ha traído de Benicàssim como coartada bronceándose en la playa que hay delante
del Palmeral de Igoa. Luego se ha acercado hasta el vecino hostal para reconocer,
pues ya estuvo anteriormente una vez, el establecimiento en el que se aloja
Curro Salazar. A riesgo de que posteriormente alguien le recuerde y pueda ser
identificado pregunta a uno de los camareros:
-¿Sabe dónde
podría encontrar al señor Francisco Martínez? –Usa el falso nombre por el que
allí conocen a Salazar.
-¿El señor Martínez?,
estará en su habitación, no se encuentra muy bien. Tuvo una caída y se resintió
de una fractura que tenía en las costillas. Es la número dieciséis, en la
primera planta.
Pakelia está en un tris de dar una generosa
propina al empleado que le ha proporcionado tan valiosa información sin
pedírsela. Tiene ya un billete de cincuenta euros en la mano, pero en última
instancia se da cuenta de que con una gratificación así le recordarán todavía
más, se contiene y se limita a darle las gracias sin más. “Bueno, pues ya que
estoy aquí y que sé en qué habitación se encuentra el objetivo, ¿por qué no
echarle un vistazo aunque sea por encima? Si se extraña de mi aparición siempre
puedo decir que me equivoqué de habitación”. Y sin pensárselo dos veces, entra
en el hostal y sube a la primera planta sin que nadie le pregunte pues el
trajín sigue siendo intenso. La puerta de la dieciséis está cerrada. No llama,
la abre despreocupadamente como se abre la puerta del cuarto donde uno se aloja
y entra.
La primera reacción del georgiano al ver el
estado en que se encuentra Curro es la de estupor. Ve a un hombre en estado
semicomatoso, que respira como si en cualquier momento le fuera a faltar el
aire. “¡Joder, este tío la va a palmar él solito! No va a necesitar que le haga
nada, aunque… ya que estoy aquí voy a aprovechar la oportunidad y ejecutar el
encargo. Hay que ser profesional ante todo”. Su primera intención es sacar su
inseparable cable de fibra que, en unas manos tan poderosas como las suyas, es
una eficaz arma de estrangulamiento y de corte. No llega a usarlo, un pensamiento
le detiene: “No seas capullo, Grigol –se dice-, con el cable vas a dejar la
marca delatora de que a este pobre tipo se lo ha cepillado un profesional. Usa
la cabeza, limítate a asfixiarlo como haría un aficionao…”. Mira a su alrededor
sin encontrar nada que le sirva hasta que cuando vuelve a posar la vista en
Curro debajo de la cabeza del andaluz encuentra lo que buscaba, una almohada.
La quita de un tirón, la pone en la cara del exsindicalista obstruyéndole la
boca y la nariz y aprieta. El gaditano apenas si tiene fuerza para farfullar
unos sonidos ininteligibles, hacer un amago de pataleo y con los brazos
intentar instintivamente apartar el cojín de su rostro.
Mientras Pakelia intenta asfixiar a Curro,
Rocío y Anca, tras rebuscar en el cuartucho donde se guardan los trebejos de
limpieza, han encontrado una desvencijada caja de herramientas de la que se
llevan un par de destornilladores, una tenaza y un martillo. Cuando salen y
cruzan la ajetreada cafetería, que es como la almendra del establecimiento, se
topan con Vicentín, lo que no es raro porque el joven lleva mucho tiempo por
allí tratando de cruzarse con su novia, él la sigue llamando así pues continúa
creyendo en la plenitud de su noviazgo con la joven.
-Anca, mi
amor, te estaba esperando –dice el joven en un desesperado intento de arreglar
su complicada relación con la rumana.
-Ni amor, ni
leches –le espeta Anca-, te dejé bien clarito la última vez que hablamos que no
quiero verte por aquí; bueno, ni por aquí ni por ningún lado.
Al ver a Vicentín, a Rocío se le ocurre que
dada la robustez del maletín metálico es posible que para abrirlo necesiten de
alguien con más fuerza que la que pueden tener Anca o ella y allí tiene al
novio o exnovio de la rumana que aunque no parece ser precisamente un atleta es
probable que sea más forzudo que ellas, por lo que dirigiéndose a la joven le
dice al tiempo que le guiña un ojo:
-Anca, bonita,
estoy pensando que tu novio nos podría echar una mano pa er trabajito que nos
espera arriba. Seguro que tiene más fuersa y a lo mejor hasta más maña que
nosotras. Que nos ayude y más tarde habláis de vuestras cosas con carma y hasta
igual os arregláis.
Anca capta al vuelo la intención de Rocío al
invitar a Vicentín y aunque no le parece la mejor idea la acepta con un
encogimiento de hombros. El trío sube a la primera planta y entra sin llamar a la
habitación de Curro. Se quedan parados en el mismo quicio al ver a un hombre
con la constitución de un frigorífico de dos puertas que está inclinado sobre
el enfermo. El entrenado oído de Pakelia ha percibido el leve giro del pomo de
la puerta antes de llegar a abrirse, esa fracción de segundo le da tiempo
suficiente para quitar el almohadón de la cara del yacente gaditano y tratar de
colocárselo bajo la cabeza. La primera en reaccionar al ver al hombretón es
Anca.
-¿Quién es
usted, qué hace aquí?
Pakelia se vuelve y mal que bien compone un
gesto de preocupación mientras piensa aceleradamente como justificar su
presencia.
-Mi… pasar
por pasillo… oír ayes…, mi abrir puerta para ayudar…, encontrar hombre…, poner
cojín para que respirar mejor…, mi solo querer ayudar… -El georgiano ha optado
sobre la marcha por ponerse en modo de extranjero con un limitado dominio del
español, lo que puede ser un arma que quizá le ayude a simular que no entiende preguntas
que puedan resultarle comprometidas.
Las dos mujeres, pasado el primer momento de
desconcierto, se acercan preocupadas al lecho donde Curro no da señal alguna de
estarse enterando de cuanto ocurre a su alrededor. Sigue en estado
semicomatoso, con los ojos casi cerrados, su respiración es más bien un
estertor, su lividez, cadavérica y apenas si rebulle.
-¿Y dise
usté que ha oído ayes?, que raro, si cuando nos hemos ido no era capas de desir
ni pío –puntualiza Rocío que se ha dado cuenta del contrasentido de lo que
cuenta el extranjero.
El antiguo spetsnaz no está para entrar en disquisiciones que pueden volverse
contra él por lo que se limita a encogerse de hombros.
-Este fulano
está como para diñarla - Vicentín mete baza al ver el estado de Curro-. Opino
que deberíais llamar urgentemente a un médico.
-De llamar a
un médico ya s´a encargao er lechuguino der Espinar que estaba aquí cuando antes
hemos entrao nosotras. No puede tardar –informa Rocío-. Ahora lo que hemos de
haser es abrir er maletín.
El georgiano, viendo que el trío parece
haberse desentendido de él, opta por una prudente retirada.
-No
nesesitar ayuda. Desir adiós –y Pakelia toma las de Villadiego con la intención
de abandonar el establecimiento y también la playa.
-Bueno,
ahora que s´a ido er guiri vamos con er maletín –y Rocío saca del armario el
plateado maletín a la par que dirigiéndose a Vicentín le insta-. Tú que tienes pinta
de ser un tío fortachón, a ver si eres capas de abrir este jodío maletín.
-¿Y para qué
quieres abrirlo? –pregunta Vicentín que no entiende lo que está pasando, así
como por qué no se preocupan por Curro.
-Lo nesesitamos
pa ver si encontramos los papeles de la Seguría Sosiá der señor Martines, por
si hay que ingresarlo –afirma Rocío improvisando.
Vicentín duda, no termina de creerse lo que
acaba de contar la andaluza. Mira a Anca como pidiéndole su parecer. La rumana
contesta a la mirada.
-Es cierto,
Vicentín –Se ha cuidado muy mucho de llamarle cariño, mi amor o cualquier otra
expresión cariñosa, pero en cambio lo mira amistosamente y sin fruncir el ceño
como ha hecho los últimos días-. Al señor Martínez habrá que ingresarlo en
Castellón y necesitamos la tarjeta sanitaria. Hemos buscado en el resto del
equipaje y no la hemos encontrado, lo único que nos falta por mirar es el
maletín, pero como está cerrado y tampoco sabemos dónde están las llaves…
PD.- Hasta
el próximo viernes
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