Los
policías del Caso Inca, a los que acompaña Grandal, están esperando en lo que
llaman el desayunador de la planta baja del hotel a que llegue la doctora
Martín-Rebollo a la que han invitado a desayunar. Atienza encuentra a María
Victoria algo desmejorada respecto a cuando estuvo en Madrid y piensa que es
natural, no todos los días lo secuestran a uno. Lo primero que hace es
disculpar la ausencia de Bernal. El inspector de la Judicial, después del
puyazo que le metió Grandal el día anterior sobre sus malos modos con la
profesora, ha preferido ausentarse aduciendo que tenía que hablar con sus colegas
zaragozanos a ver qué le contaban sobre el secuestro.
María Victoria quizá esté un tanto
demacrada, pero no parece haber perdido el apetito pues hace honor al sabroso
buffet compuesto por frutas, zumos, cereales, bollería, embutidos y hasta se
atreve con uno de los platos calientes, un triángulo de tortilla de patata. No
lo prueba todo, pero si pica de aquí y de allá. Durante el desayuno, la
conversación es informal y se habla de todo un poco sin aludir en ningún
momento al motivo de la reunión. Cuando terminan, Atienza les conduce a un
saloncito de reuniones que previamente ha reservado. Blanchard abre su
Moleskine y Atienza deja encima de la mesa el magnetófono.
¿Te importa que grabemos la conversación? –
pregunta el inspector a María Victoria.
- En
absoluto – es la lacónica respuesta de la mujer.
- Gracias,
Mariví – Atienza utiliza su nombre familiar en un intento de quitar aire
oficial al interrogatorio -. Como Grandal nos ha proporcionado una copia de tu
declaración ante el comisario Lucientes, no vamos a hacerte repetir lo que ya
contaste. Nos centraremos en preguntas concretas. Te hago la primera: has
declarado que tus raptores hablaban un español latinoamericano, ¿podrías
precisar de qué parte de América?
- Creo que
ya lo dije, su modo de hablar el español me sonaba al de los países de Centro o Sudamérica… Podrían ser panameños,
colombianos, venezolanos o de por ahí, pero soy incapaz de precisar de qué
lugar.
- Otra
pregunta: antes de que te secuestraran, ¿notaste algún movimiento raro en tu
entorno, personas que no conocías, individuos que preguntaran por ti en el
vecindario, en la facultad o a tus amistades?
- Sobre eso
solo tengo un dato. Un bedel de la facultad me comentó que hace como cosa de
tres semanas un tipo muy moreno, vestido con un chándal y que no parecía
estudiante le estuvo preguntando donde podía ver el horario de los profesores
del departamento de Historia del Arte.
- ¿Llegaste
a tener en tus manos las piezas quimbayas que te enseñaron?
- Por
supuesto. Después de enseñármelas me las dejaron para que pudiese examinarlas detenidamente.
Y no solo una vez sino dos.
- Y no te
quedó ninguna duda de que eran réplicas de las originales.
- En la medida
que una inspección ocular pueda servir, ninguna. Aunque hubiese estado más
segura si hubiese podido analizarlas en el laboratorio, sin embargo mi opinión
con un margen de seguridad de más del noventa por ciento es que las piezas eran
meras copias.
- ¿Por qué
crees que no te llevaron algunos de los aparatos que les dijiste que serían
necesarios para realizar un análisis exhaustivo de las piezas?
- No lo sé,
pero en Zaragoza no es fácil hacerse con esos instrumentos. Solo los hay en la
Facultad de Geología y no sé si en la Escuela de Ingenieros y quizá en alguna
empresa de metalurgia. Creo que eso consta en mi declaración.
- Aunque no
les viste las caras, ¿recuerdas cómo reaccionaron cuando les dijiste que las
piezas eran falsas? Me refiero a si exclamaron algo o si movieron el cuerpo de
alguna manera. En fin, si dieron alguna muestra de sorpresa, indignación o
desagrado.
- Diría que
su reacción, en la medida que pude observar, fue más bien de desagradable
resignación. Para mí, y es una opinión algo aventurada, que ya esperaban lo que
les conté, que las piezas eran copias.
Blanchard interviene por primera vez en el
interrogatorio:
-
¿Mencionaron en algún momento la palabra quimbaya?
- En
ninguno, solo hablaron de piezas de una cultura indígena americana, pero ni la
palabra quimbaya ni siquiera la de tesoro salió de su boca.
Atienza retoma el turno de preguntas:
- Recordarás
que en la tormenta de ideas nos contaste que en el mundo de la historiografía
del arte precolombino era opinión común que las piezas del tesoro robadas eran
réplicas. Después de lo sucedido, ¿sigues creyéndolo?
- Más que
nunca. Creo que lo ocurrido lo avala. Una banda de latinoamericanos secuestra a
una experta en arte precolombino con la única finalidad de que autentifique
unas piezas de la orfebrería quimbaya. Las piezas en cuestión datan de mediados
del siglo XX; es decir, son copias. Blanco y en botella. ¡Cómo no me voy a
creer que son reproducciones!
- ¿Es
posible que las piezas que autentificaste fueran parte de las que transportaba
el furgón blindado que robaron delante del museo? – pregunta Blanchard.
- No lo
puedo asegurar. Lo que sí sé es que las piezas en cuestión: un poporo, un
collar y la figura de un cacique son idénticas a las que tiene catalogadas el
Museo de América y que formaban parte del conjunto que se envió a París. Y
añado: son demasiadas coincidencias, por lo que aunque no lo afirmo con plena seguridad
opino que la respuesta a tu pregunta tendría que ser afirmativa.
Llegados a ese punto, Atienza explica a María
Victoria la conversación que tuvieron con una cualificada experta en museística
que les aseguró que en el noventa y nueve, coma noventa y nueve por ciento de
veces, los museos solo prestan obras originales.
- Y estoy
por completo de acuerdo. Es más, diría que más que una opinión es un hecho
cierto, aunque sé que ello se da de bruces con el hecho de que las piezas que
me mostraron fueran copias.
Prosigue Atienza contándole el hallazgo de
una fotografía que mostraba que, durante el tiempo en que determinadas piezas
del tesoro se prestaron al museo parisino, en las vitrinas de la sala del Museo
de América donde se expone el conjunto del tesoro se veían los correspondientes
huecos pertenecientes a las obras que faltaban y termina diciendo:
- Las piezas
que faltaban en las vitrinas se supone que son las que se mandaron al museo
francés. Si ahora dices que unas piezas iguales a las que deberían formar parte
del lote que se mandó a París son copias, ¿quiere eso decir que el conjunto del
Tesoro Quimbaya o, al menos, algunas de las piezas que expone el Museo de
América son réplicas?
María Victoria no responde inmediatamente.
Da la impresión que está procesando el planteamiento que ha hecho el inspector
de Patrimonio. Cuando responde su voz no es tan firme como en anteriores respuestas.
- Me pones
en un aprieto, Juan Carlos. Y para ser sincera he de decir que mi respuesta no
puede ser otra: no lo sé. Lo que sí sé, y que precisamente es una de las falsedades
que desmontaba sobre el Tesoro Quimbaya en el artículo que escribí en El
Heraldo, es que existen unas réplicas de todas las piezas del tesoro que fueron
las que estuvieron expuestas entre 1978 y 1984, fecha en la que se cerró el
museo para ser restaurado. Ahora bien, desde la reapertura del museo en 1994,
las piezas del tesoro que se exponen en la sala dedicada al mundo funerario son
las originales.
-
¿Entonces…? – inquiere Atienza.
El amago de pregunta queda flotando en la
atmósfera del saloncito sin que ninguno de los presentes se arriesgue a
contestar. Es Grandal, que ha permanecido callado hasta el momento, quien da
una respuesta en clave sarcástica.
- Todo esto
me recuerda a una vieja copla que tarareaba a menudo mi santa madre, La
Parrala, en la que hay una estrofa que dice: Unos decían que sí, otros decían
que no, y otra en que se canta ¿Quién me compra este misterio? Adivina,
adivinanza… Pues así estamos: unos dicen que las joyas robadas son originales,
otros que son copias y al final hay que cantar lo de ¿Quién me compra este
misterio?
Las miradas que ambos inspectores echan al
excomisario son todo un poema y no precisamente trufado de buenas intenciones.
María Victoria, en cambio, esboza un amago de sonrisa entre irónica y
comprensiva. Y de esa manera termina el interrogatorio a la doctora
Martín-Rebollo. Atienza lo resume así:
- Volvemos a
estar como al principio o más bien peor porque ahora, por no saber, ni siquiera
sabemos si las piezas robadas son auténticas o falsas.
- No, Juan
Carlos – rebate Grandal y al mismo tiempo le anima -. Los ladrones han movido
ficha y cabe esperar que sigan moviéndolas. Quizá estemos al principio, pero
del fin.
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