Cuando
Lucientes y Grandal llegan al piso de la hermana de María Victoria encuentran a
ésta en un estado mezcla de confusión, de nerviosismo y con dificultades para
expresarse. Ambos comisarios piensan lo mismo: la mujer ha sido drogada, los
síntomas que presenta así parecen atestiguarlo. Por lo demás, salvo que el
traje chaqueta que lleva está muy arrugado como si hubiese dormido con él
puesto, a primera vista no da la impresión de que haya sufrido ningún tipo de
violencia. Se encuentran a ambas hermanas discutiendo, María Victoria quiere
marcharse a su apartamento, María Eugenia cree que no es buena idea, no está en
condiciones de quedarse a solas.
- Puedes
dormir en la habitación de Elenita – ofrece María Eugenia.
- ¿Crees que
voy a echar de su habitación a mi sobrina? – farfulla María Victoria.
- ¡Por Dios
Mariví!, esta es también tu casa, no vas a echar a nadie. Le pondremos a Elenita
una cama en el dormitorio de su hermanito y estará encantada de tenerte con
nosotros. Ya sabes que eres su tía predilecta.
Al ver entrar a los policías, María Victoria
se echa en brazos de Grandal en medio de incontenibles sollozos y no hace más
que repetir:
- Jacinto,
Jacinto,…, sabía que vendrías a salvarme.
Grandal trata de tranquilizarla y de
entender lo que a borbotones y con una lengua de trapo está diciendo María
Victoria.
- Tendrías
que hacer caso a tu hermana, Mariví. No estás en condiciones de quedarte a
solas. Es mucho mejor que duermas aquí – le aconseja Grandal.
En esas que llega el forense que
inmediatamente se lleva a María Victoria a una de las habitaciones para hacerle
un primer reconocimiento. Tras casi un cuarto de hora, el médico sale para
informar.
- La
paciente está bien, aunque presenta un cuadro agudo de ansiedad. No se advierten
signos de que haya sufrido violencia alguna y no ha sido agredida sexualmente,
pero si la han mantenido dopada con algún tipo de tranquilizante, de ahí su
estado de confusión y cierta dificultad al hablar. En cuestión de poco más de
veinticuatro horas habrá eliminado los restos de la droga y recobrará su estado
normal y su capacidad de expresión mejorará sensiblemente. No creo necesario
hospitalizarla, aunque en los próximos días sería aconsejable hacerle una
revisión general por si tuviera algún traumatismo interno o alguna clase de
patología como consecuencia del estrés por los días que ha estado cautiva. Le
he dado un sedante porque lo que más necesita ahora es dormir y que su ansiedad
vaya remitiendo.
- Doctor,
¿podemos interrogarla? – inquiere Lucientes.
- No en
estos momentos. Como he dicho le he suministrado un sedante y espero que esté
durmiendo entre diez y quince horas. Tendrás que esperar ese tiempo, Paco – el
galeno parece conocer bien al comisario Lucientes -, para que te pueda dar
respuestas coherentes. De momento, lo que tiene que hacer es descansar, dormir
y que se le pase el desasosiego. Mi trabajo aquí ha terminado – y dirigiéndose
a María Eugenia le dice -. Le dejo mi teléfono, si ocurriese cualquier anomalía
no dude en llamarme.
Tras la marcha del forense, la hermana de
María Victoria explica a ambos comisarios que hacia las siete treinta de la tarde
sonó una insistente llamada del telefonillo del portal de la finca. Al
preguntar su marido quien era, una voz atropellada dijo:
- Abridme,
soy Mariví.
Su hermana apareció tal y como la habían
visto, con la ropa arrugada, el cabello desordenado y un estado entre la histeria
y la alegría. Les explicó que la habían soltado en el parking de un centro
comercial. Al preguntarle que donde había estado se puso a divagar sobre los
hombres que se la llevaron, pero entre que hablaba atropelladamente y que no
vocalizaba de forma correcta la mitad de lo que les contó no lo entendieron. Le
dieron una tila para que se tranquilizara y un paracetamol porque se quejó de
que le dolía la cabeza. Y poco más podía contarles.
- Bien, no
se preocupe – la tranquilizó Lucientes -. Mañana, en cuanto se despierte su
hermana y la vea recuperada, me llama y vendré personalmente a hablar con ella
– y volviéndose a Grandal le pregunta - ¿Tú vas a quedarte o te vuelves a
Madrid?
- Voy a
quedarme el tiempo que haga falta, hasta que el caso esté cerrado. Y si no te
importa, Paco, me gustaría acompañarte en la visita de mañana. Estaré callado y
no molestaré – promete Grandal.
- Me parece
bien. Tu amistad con María Victoria la hará sentirse más confiada y podrá
contarnos lo ocurrido con mayor detalle – y dirigiéndose nuevamente a María
Eugenia añade -. Esta noche voy a dejar un coche patrulla de vigilancia delante
del portal. A la menor sospecha de que algo raro pasa avísenles y, si lo
consideran necesario, ellos ya me localizarán. Nosotros nos despedimos y quedamos
a la espera de su llamada en cuanto considere que su hermana esté en
condiciones de hablar.
El lunes, Grandal madruga más que de
costumbre. Desayuna en el bufet del hotel y no sale puesto que está esperando
la llamada de Lucientes para que le acompañe a casa de la hermana de María
Victoria. Parte de su tiempo matinal lo dedica a ponerse en contacto con la
gente que ha dejado en Madrid. Llama primero a Atienza para contarle que
apareció Mariví sana y salva y que en cuanto sepa más datos sobre su secuestro
le tendrá informado. Luego llama a Ponte para excusarse de que no podrá
reunirse con el trío de sus amigos porque ha tenido que salir de Madrid urgentemente.
Le cuenta la mitad de la verdad: que está en Zaragoza porque el comisario jefe
de la Policía Judicial tiene un problema y le ha pedido su ayuda. Que ya les
contará cuando vuelva. Después de pensarlo, llama también a Chelo. Le repite lo
que le dijo el día anterior: que está en Barcelona y que, posiblemente, tendrá
que quedarse algunos días más. Estará en contacto. Chelo le agradece que la
tenga informada y no le formula ninguna pregunta. Cuando ve que son las doce,
ya no puede aguantarse más y llama a Lucientes.
- Paco,
¿sabes algo de María Victoria?
- Acabo de
hablar con su hermana. Me ha dicho que se despertó hace un rato, se tomó un
tazón de leche con unas galletas y un ibuprofeno y se volvió a dormir. Me
llamará cuando se despierte. En cuanto lo haga te llamo, mientras date un paseo
por la ciudad, verás que no es la misma de aquellos años en los que íbamos a
tapear al Tubo.
Sobre las cinco de la tarde se produce la
llamada de Lucientes, María Victoria se ha despertado. La mujer que encuentran
parece distinta a la del día anterior. Está más tranquila, se expresa
fluidamente y ha recobrado parte de su prestancia. Comienza a explicarles con
todo detalle la historia del secuestro. El pasado jueves, a primera hora,
alguien llamó a su puerta. La abrió despreocupadamente y dos hombres, bien
trajeados y hablando un español de alguna parte de Sudamérica, le preguntaron
cortésmente si era la doctora Martín-Rebollo. Le mostraron unos pasaportes
diplomáticos y le explicaron que el embajador de Colombia, que estaba de paso
en la ciudad, quería hablar con ella de un asunto relacionado con el Tesoro
Quimbaya. El señor embajador la estaba esperando en el Hotel Reina Petronila.
Que sería cuestión de media hora como máximo. Eran educados y amables, les
creyó. En cuanto entró en el coche estacionado a la puerta de su casa todo
cambió. Le hundieron una pistola en los riñones y le dijeron que si estaba
callada y no montaba un escándalo no le pasaría nada y que si colaboraba en lo
que iban a pedirle nadie iba a tocarle un pelo. Luego le pusieron una capucha. Al
revivir su rapto por un momento da la impresión de que la mujer va a venirse
abajo. Lucientes se da cuenta y la interrumpe.
- Descanse
un momento, María Victoria, no tenga prisa. Tenemos el tiempo que haga falta
para que nos lo cuente todo, pero sin atorarse. Beba un poco de agua y, si
quiere, fúmese un pitillo.
- Gracias,
pero lo dejé. Aunque lo que me vendría bien sería un cafelito.
Es oír lo del café y María Eugenia se dirige
a todos preguntando quien quiere café, té o la infusión que prefiera. En esas
están cuando suena el timbre de la puerta.
- ¿Esperan a
alguien? – inquiere Lucientes.
- No, a
nadie – responde María Eugenia que ya se ha puesto en pie para dirigirse a la
puerta.
- Espere,
María Eugenia, deje que abra yo, no vaya a ser una visita indeseable.
No es un indeseable sino el decano de la
facultad de Filosofía y Letras que, sabedor de que ha aparecido María Victoria,
pregunta por ella. Al oírle es la propia Mariví la que sale a su encuentro para
agradecerle su interés y explicarle que no ha llegado en buen momento porque
está siendo interrogada por la policía. Que mañana se pasará por su despacho y
le relatará toda la odisea por la que ha pasado. A todo eso, ya se han hecho
las nueve de la noche y los dos niños de María Eugenia andan reclamando la
cena. Es Lucientes quien decide que por hoy está bien.
- ¿A qué hora
le viene bien que vengamos a continuar… - iba a decir el interrogatorio, pero
cambia de sustantivo – la conversación?
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