En la puesta en común que llevan a cabo los inspectores del Caso Inca
ponen en valor la información que les dio Lola Téllez, exdirectora del Museo
Nacional de Antropología: el préstamo de obras entre museos siempre es de originales,
salvo en muy contados casos. Partiendo de dicha premisa, revisan todas las
líneas de investigación sobre el robo del tesoro que han llevado a cabo hasta
el momento, así como las distintas hipótesis de trabajo que han elaborado. Atienza
recupera el documento que confeccionó al alimón con Mariví Martín-Rebollo a
raíz de la tormenta de ideas que realizaron en la Brigada de Patrimonio y
escribe en el portapapeles mural los tres ítems que en el debate se
consideraron como ciertos:
A) Las piezas robadas no son las
auténticas sino meras réplicas.
B) Los ladrones no sabían que lo que
estaban robando eran copias.
C) Las autoridades españolas ocultan a la
opinión pública que las piezas robadas no son las originales.
Tras
escribir lo anterior, Atienza añade:
- Estos ítems habrá que revisarlos porque
en función de la información de Lola Téllez son posiblemente erróneos, al menos
el primero de ellos.
- Antes de revisarlos – sugiere Blanchard
-, propongo que repasemos la charla con la señora Téllez porque alguno de los
datos que nos dio no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
- ¿Qué datos? – pregunta Bernal.
- Básicamente uno: el de la nota
informativa que pone el museo prestatario informando de a qué otro museo ha
prestado una obra, por cuanto tiempo y demás datos que la dirección estime. De
acuerdo con ese procedimiento, el Museo de América tuvo que poner una nota en
las vitrinas informando donde deberían estar las piezas que faltaban. Si es que
faltaban, claro.
- ¿Adónde quieres llegar, Michel? – se
interesa Atienza.
- A qué es algo que creo que no habéis
preguntado a la dirección del museo.
- Te confieso que es un dato que pasamos
por alto – se sincera Atienza -, pero ahora mismo lo remediamos – coge el teléfono
y marca un número -. Soy el inspector de policía Juan Carlos Atienza, me quiere
poner con Mónica, por favor. ¿Qué Mónica, pero es que hay más de una? Con
Mónica del Valle, la directora – una pausa -. Señora del Valle, buenos días, soy
Atienza. Una sola pregunta: cuándo prestaron las obras quimbayas al Quai Branly, ¿pusieron una nota
informativa en el lugar donde deberían estar las piezas prestadas? ¿Sí?
Gracias, solo eso, que tenga un buen día – y dirigiéndose a sus colegas les informa
-. La pusieron.
- De acuerdo, pero
¿indicaba la nota si las piezas prestadas eran originales o réplicas? –
pregunta Blanchard.
- La vuelvo a llamar – es
la respuesta de Atienza que repite la llamada -. Perdone, señora del Valle,
pero antes me olvidé de preguntarle otro dato. En la nota que pusieron donde el
tesoro, ¿se indicaba si las piezas prestadas eran las originales o copias? –
otra pausa en la que Atienza escucha atentamente -. Gracias y perdone – El
inspector vuelve a dirigirse a sus compañeros -. Dice que no pusieron nada porque
no hacía falta. El museo solo presta piezas originales.
- Oye, Michel – Bernal
cuando está a bien con el francés suele llamarle por su nombre de pila -, antes
has empleado una coletilla cuando te referías a la nota informativa puesta
donde deberían estar las piezas que faltaban. Has añadido: si es que faltaban,
claro. ¿Qué pretendías dar a entender?
- Pues que si enviaron
copias, supongo que los originales seguirían estando en las vitrinas. Algo que
no sabemos y que tampoco sé cómo podemos descubrirlo. ¿A vosotros se os ocurre
algo? – plantea Blanchard.
Llevan un buen rato debatiendo como
descubrir si en las vitrinas del museo, durante el tiempo que las piezas
estuvieron expuestas en París, hubo los correspondientes huecos o no. No dan
con un medio consistente para averiguarlo porque si preguntan a la dirección
del museo la respuesta será la de siempre: el museo solo presta originales por
lo que la pregunta huelga.
- ¿Y por qué no preguntamos
a Grandal? – sugiere Atienza.
- A mí este recurso de
echar mano del comisario cuando nos encontramos ante un impasse me da la
impresión de que nos convierte en niños pequeños que llaman a mamá en cuanto se
ven ante el más mínimo problema. Y dicho eso admito que también yo he propuesto
en alguna ocasión recurrir a esa ayuda – Por la forma de decirlo no se sabe si
Blanchard está hablando en serio o de coña.
- Bueno, en otros momentos
bien que nos ha abierto puertas que nosotros no habíamos intuido que existieran
– Bernal le echa un capote a Atienza.
El francés se encoge de hombres y entrega la
cuchara.
- Lo que decidáis, en
definitiva la investigación es vuestra, yo solo soy un añadido.
A Grandal le pilla un tanto a contrapelo la
llamada de Atienza. Está muy ocupado maquinando en montar una trama para que su
ruptura con Chelo, que casi tiene decidida, sea lo menos dura posible para la
mujer. Han sido muchos años de vida en común, aunque esa convivencia solo se
redujera a los lunes, para que ahora todo quede reducido a un desangelado
adiós. Quiere hacerlo de la mejor forma posible para que la herida que va a causar
a Chelo sea lo más liviana. El problema es que no se le ocurre cómo. Ha estado
tentado en preguntarle a Mariví, que es la mujer que ahora llena su vida, cómo
hacerlo pero tras pensarlo rechaza la idea. Jacinto, se dice, patochadas como
esa antes no se te ocurrían, debes de estar haciéndote viejo. La ayuda que le
pide Atienza sirve para que cambie el chip.
- Pensaré en ello, Juan
Carlos, aunque no me coges en el mejor momento. Tengo que resolver un problema
personal y no tengo cabeza para nada más, pero trataré de hacerle un hueco.
Igual me sirve para serenarme. Te llamo si se me enciende la bombilla.
Ninguna bombilla se enciende en la mente del
excomisario. Parece como si sus neuronas no tuvieran otra capacidad que no
fuera concentrarse en el modo de romper con Chelo, algo que le está llevando
por la calle de la amargura. Para tranquilizarse no encuentra mejor remedio que
invitar a sus jubilados amigos a que le visiten, echarán unas partidas de
dominó pues hace tiempo que no juegan y se pondrán al día sobre sus respectivas
vidas. Por un momento, siente la tentación de preguntarles a sus amigos por lo
de Chelo, pero también termina rechazándolo. Se trata de una parte de su vida
que mejor es no pregonarla. En un momento de la amical reunión, Ballarín
comenta:
- No podéis imaginaros lo
que más echo de menos: lo de investigar el robo. Desde que no llevamos a cabo
ninguna tarea detectivesca me aburro como una ostra.
La queja del antiguo ferretero le recuerda a
Grandal la petición hecha por Atienza, lo que le lleva a contar a sus amigos
como, por enésima vez, la investigación del robo se ha encallado.
- A ver si te he entendido
bien, Jacinto. Lo que les pasa a esos calabacines de compañeros tuyos es que no
saben cómo averiguar si durante el tiempo que el Museo de América prestó las
piezas en su lugar había un hueco o estaban otras piezas. ¿No es así? – ante el
afirmativo cabezazo del excomisario, Ballarín continúa -. Y también quieren
saber si había un cartelito que informaba del motivo de esa ausencia,
¿correcto?
- Correcto.
- Coño, ya habláis como en
los culebrones sudamericanos – se mofa Álvarez.
- ¿Alguien tiene idea de cómo
averiguar eso? – inquiere Grandal -, porque lo que es a mí, ni flores.
Ponte, que ha estado pensando en la
cuestión, empieza a hablar con tono inseguro, como si no estuviera muy
convencido de lo que va a decir.
- Estoy pensando en un
medio, pero no sé si funcionará. Veréis, cuando saco a pasear a mis nietos y
paso por delante del museo he comprobado que los visitantes más frecuentes y
numerosos son alumnos de colegios e institutos, más de los primeros que de los
segundos.
Y algo que indefectiblemente
realiza la mayoría de escolares en sus excursiones es hacer fotos con sus
móviles. Si pudiéramos localizar alguno de los colegios que visitaron el museo
en las fechas anteriores al robo, es posible que entre sus alumnos
encontraríamos a alguno que guarda, en la tarjeta del móvil, fotos de las
piezas quimbayas y así podríamos constatar si había huecos en los paneles y si
estaban las tarjetas de marras.
- Me parece una idea
cojonuda – aprueba Álvarez -. ¿Y cómo podríamos localizar a esos coles?
- No tengo ni idea –
confiesa Ponte.
- Es posible que en el
museo haya un registro de entradas – sugiere Ballarín.
- Coño, Amadeo, ¿cuándo fue
la última vez que entraste en un museo? – ironiza Álvarez -. En los museos en
los que he estado en ninguno me han pedido la identificación. O sea, que de
registro de entradas nanay del Paraguay.
- No se registran las
visitas individuales, pero es posible que de los grandes grupos si haya alguna
especie de registro, sobre todo en el caso de los centros docentes para los que
algunos museos tienen preparados protocolos especiales. Sería cuestión de saber
si el museo tiene alguna clase de registro de entradas de colectivos y luego
quedaría el problema de cómo conseguir la información de dicho registro –
explica Ponte.
- Eso no lo podremos
conseguir nosotros, pero sí la policía – arguye Grandal.
- ¿Otra vez en manos de
esos pazguatos de los Sacapuntas? – se lamenta Álvarez.
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