Grandal llama al móvil de
Atienza cuyo número le ha facilitado el comisario jefe de Moncloa-Aravaca. Cuando
se identifica, la sorpresa y la irritación son manifiestos en el tono del
inspector de Patrimonio que de modo escasamente amigable pregunta:
- ¿Quién te ha dado mi número?
- Si te cuento quien me lo ha proporcionado perderé un amigo y además
faltaré a mi palabra. No te lo voy a decir, pero prometo que si escuchas lo que
tengo que contarte me olvidaré de este número y nunca más volveré a llamarte.
Palabra de honor.
- Suelta lo que tengas que decir que ando escaso de tiempo – La voz de
Atienza corta como una navaja cabritera.
- Lo que he de contarte se refiere al Caso Inca y no es cuestión de hablarlo
por teléfono. Tiene que ser personalmente.
- Creo recordar que os dijimos taxativamente que os apartaríais
definitivamente del caso.
- Así fue, pero a veces pasan cosas sin que uno haga mucho para que
ocurran y algo de eso es lo que ha pasado. E insisto, lo que tengo que contarte
es importante – reitera Grandal.
- Bien, te esperamos en la Brigada, digamos que en un par de horas. Así
dará tiempo para que venga Eusebio.
- Juan Carlos, no he debido de explicarme bien, lo que he de contarte
es solo a ti, por tanto la presencia de Bernal no es necesaria.
- Vamos a ver, comisario – Es una costumbre en el cuerpo seguir
manteniendo el tratamiento de los rangos, incluso después de cesar en activo -,
a ver si dejamos las cosas claras. Si lo que me vas a contar se refiere al Caso
Inca, Bernal tiene todo el derecho del mundo a escucharlo. No puedes pretender
que lo deje fuera de la reunión.
- Insisto, Juan Carlos, o te lo cuento a ti o no lo cuento a nadie. Por
supuesto, después de oírme sé que tendrás que informar a tu compañero. Ese no
es el problema.
- Naturalmente que ese es el problema. Bernal es tan encargado del caso
como yo y ¿pretendes contarme no sé qué historia sobre el robo y que él quede
al margen? Casi no puedo creerme que eso lo diga alguien que ha sido policía durante
un montón de años.
- Todo eso lo sé, Juan Carlos, y también sé que cuando repitas a Bernal
lo que quiero contarte tendrás que tirar de paciencia para aguantar su cabreo
por haberle dejado al margen, pero tengo mis motivos para ello que será otra
cosa que te explicaré cuando nos reunamos.
Incluso sin verle, Grandal
percibe las dudas de Atienza en aceptar su propuesta, por lo que recurre a algo
que suele dar resultado: poner más carnada en el anzuelo.
- Te reitero que la información que tengo es una pista que puede ser
muy importante para la solución del caso.
Atienza no ha podido resistir
al reforzamiento del cebo y muerde el anzuelo.
- Me repatea lo que voy a hacer, pero… de acuerdo. ¿Dónde nos vemos?
- Si no tienes compromiso para el almuerzo, te invito. Ya sabes que
comiendo las relaciones fluyen con más cordialidad. ¿Conoces el restaurante
Sazadón?, está en la calle Gaztambide,
no recuerdo el número, pero se encuentra en la manzana entre Donoso
Cortés y Fernández de los Ríos. Voy a reservar uno de los comedores privados
que tienen y así podremos charlar con total libertad y sin que tengamos que
preocuparnos por posibles oídos indiscretos. ¿Te viene bien a las dos y media?
Durante la comida, Atienza se
muestra tan frío y distante en persona como cuando hablaba por el móvil.
Grandal, tras los primeros escarceos en los que intenta romper el hielo y visto
que no lo consigue, opta por no continuar bailándole el agua al inspector de
Patrimonio y también adopta un aire grave. Después de hacer la comanda y hasta
que les sirven los entrantes apenas si han intercambiado unas frases de mera y
distante cortesía. Atienza parece sumido en sus pensamientos, mientras Grandal
se pregunta si será verdad lo que cuentan los chismosos del Cuerpo: que el de
Patrimonio es de los que pierden aceite. No parece que sea gay, piensa, pero en
todo caso tiene un aire un tanto equívoco y, desde luego, parece más un
intelectual que un policía. Lo que han cambiado los tiempos. En cuanto retiran
los primeros platos y el camarero termina de cambiarles los cubiertos, ambos
han pedido pescado, Atienza entra directamente en materia.
- Bueno, a ver esa información tan importante.
Grandal le cuenta lo sucedido
el día anterior sin omitir nada y sin ninguna clase de adornos. Porque habían
ido a la ribera del Manzanares: porque continúan interesados por el caso, pese a
su veto. Porque habían entrado en la frutería cercana a la calle San Ramón:
querían averiguar si alguien más, aparte de ellos, se había interesado por la vida
de los dos asesinados. Y, finalmente, lo que había pasado en la tienda: la
historia de los adolescentes revoltosos y gritones y el recuerdo de Ponte al
oír al dependiente colombiano conminarles a que se callaran. Al terminar su
relato, Atienza se toma un tiempo para procesar lo que acaba de contar el
excomisario. Pese a su inicial predisposición en contra de cualquier historia
que pudiera contarle su jubilado colega ha terminado interesado por el relato.
- ¿Y dice Ponte que está seguro de que el asaltante que le amenazó era
colombiano? – pregunta Atienza.
- Él dice que sí. Le ha ocurrido algo parecido a cuando creyó descubrir
que uno de los atracadores era una mujer, pero en esta ocasión afirma que está
mucho más seguro. Que fuera o no colombiano no lo avala al cien por cien, pero
que era sudamericano eso sí. Dice que con total seguridad.
Atienza se queda callado
meditando lo que su viejo colega le está contando. Si ello fuera cierto, y su
intuición le dice que tiene visos de serlo, la investigación del robo daría un
giro copernicano. Más por hábito que por dar conversación a Grandal verbaliza
algunos de los pensamientos que le vienen a la mente.
- El dato que cree recordar el viejo Ponte es importante, muy
importante. Si uno de los atracadores era colombiano, o por lo menos de otro
país sudamericano de habla española, es un hecho que abre la puerta a un ramillete
de nuevas hipótesis. Primera, podría significar que el resto de los asaltantes
también lo fuera. Segunda, si la hipótesis anterior fuera cierta y se tratara
de una banda colombiana ¿estará formada o financiada por los narcos de ese
país? Tercera, podría tratarse de una banda internacional en la que, al menos,
uno de sus miembros fuera sudamericano, entonces la pregunta es ¿para qué
necesita una banda europea, suponiendo que lo sea, a un sudaca? Cuarta, si damos
por sentado que son narcos o, cuanto menos, pagados por ellos, ¿pero no podían
tener otros patrocinadores?, por ejemplo: estar financiados por el propio
gobierno colombiano o por otros poderes fácticos de ese país. Etcétera,
etcétera.
- Juan Carlos – manifiesta Grandal -, reconozco que no tenía muy buena
opinión sobre las nuevas hornadas de colegas, pero oyéndote voy a tener que
cambiar de parecer. Ese primer esbozo de las hipótesis que pueden deducirse del
nuevo dato que ha recordado mi amigo Manolo es de chapó. Hay que tener la chola
muy bien amueblada e hilar muy fino para elaborar ese puñado de deducciones
casi a bote pronto – Grandal va más allá de halagar la vanidad de Atienza,
también quiere conseguir que el inspector de Patrimonio Histórico vea con
nuevos ojos su trabajo y el de sus amigos.
- No es necesario que me pases la mano por el lomo, Jacinto – Es la
primera vez que Atienza le llama por su nombre, algo va cambiando -. Ya sé que
apenas si valoras a las nuevas promociones del Cuerpo. Tú, por lo visto, no lo
recuerdas, pero fui alumno tuyo en alguno de los seminarios que dabas en Ávila.
Allí todos sabíamos que a los nuevos nos achacabas tener menos visión policial
que un vendedor de cupones de la ONCE.
- No lo niego. Esa era mi opinión y hasta hace unos minutos la
mantenía, pero escuchándote me temo que tendré que cambiarla. Lo que no deja de
alegrarme porque, según dicen los que saben, cambiar de opinión es de sabios.
- Sinceramente, no sé si creerte o pensar que estás intentando quedarte
conmigo, pero eso importa poco porque hay algo más que aún no me has contado.
¿Cuál es el motivo para que hayas querido que no estuviera Bernal en esta
conversación cuando sabes perfectamente que es mi compañero en lo que atañe al
caso? ¿Qué más tienes que decirme que él no pueda oír?Ah, y no me cuentes milongas, dime la verdad.
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