Los
coordinadores del Caso Inca, a pesar a las posibles restricciones legales, se
han puesto de acuerdo en presionar al director de la agencia de detectives que
está realizando el seguimiento aleatorio de Adolfo Martínez para que les
informe por cuenta de quien lo están vigilando. Otro punto a dilucidar es si
visitar la agencia o que sea su máximo responsable quien venga a ellos. Se ha
impuesto la opción de jugar en campo propio.
Bernal llama
al director de la agencia y le ruega que si puede pasarse por la Brigada de Patrimonio. Han de darle información
de un hecho que, según como se resuelva, puede ser altamente interesante o
catastrófico para su negocio. El director, y principal accionista de la
empresa, insiste en saber de qué se trata, pero Bernal le reitera que el asunto
es confidencial y no puede decirle más por teléfono. Planteada así la cuestión,
el director resuelve visitar la Brigada con la que nunca ha colaborado. Lo
primero que hace Bernal es presentarle a sus dos compañeros. El hecho de que
haya un inspector francés en el grupo incrementa la curiosidad de Ernest Perarnau.
Hechas las presentaciones, el inspector de la Policía Judicial explica al
director de Método-5 de qué va el asunto.
- Ernest, como sé que eres hombre para quien el
tiempo es oro, no voy a andar con rodeos. Hemos detectado que algunos de tus
empleados están realizando el seguimiento de Adolfo Martínez, técnico de
seguridad que vive en Majadahonda. Y los hemos descubierto porque también
nuestra gente está vigilando a ese individuo. Lo hacen con la anuencia de la
jueza que está instruyendo el sumario de un grave delito cometido hace un
cierto tiempo. Y no te puedo facilitar más datos porque su señoría ha declarado
el secreto del sumario.
- ¿Y se puede saber porque me lo cuentas? – es la
lógica pregunta de Perarnau.
- Porque queremos pedirte dos favores. Uno, que retires
a tus hombres de la vigilancia de Martínez. Con tanta gente siguiéndole los
pasos terminará por darse cuenta de que le están vigilando y eso resultaría desastroso
para el esclarecimiento del delito del que te hablaba. Otro, que necesitamos
que nos digas el nombre del cliente que está interesado en conocer las andanzas
del fulano de Majadahonda.
La respuesta
del director suena a frase de los Hermanos Marx:
- Y también dos huevos duros.
- Ernest, te lo estamos pidiendo de la manera más
correcta posible. Las chacotas sobran.
- Mi estimado Bernal, me lo tomo a broma porque si me
tomase en serio tu petición lo que tendría que hacer sería plantarme ante el
juzgado de guardia y presentar una denuncia contra vosotros. ¿Sabéis en cuántos
tipos penales estáis incurriendo?
- Algo sabemos. Como tú también debes saber que en
cuanto recurramos a la jueza que instruye el caso y libre el correspondiente
mandamiento cantarás hasta la Internacional.
- Pues recurrir a la juez en cuestión. No tengo más
que añadir. Bueno, sí. Que no pienso ordenar a mis hombres que dejen de vigilar
a Martínez. Y como has dicho muy bien, amigo Bernal, soy hombre muy ocupado por
lo que está conversación, por mi parte, ha terminado.
- Lo siento, pero no – Atienza interviene en la
charla por primera vez -. No se terminará hasta que lo digamos nosotros y eso
será cuando hagas lo que Eusebio te ha pedido.
- ¿Qué pasa, me vais a retener a la fuerza? –
inquiere un incrédulo Perarnau -. ¿Qué vais a hacer, detenerme?
- Si fuera necesario… - admite Bernal.
- ¿Y qué vais a alegar, que os quería meter mano o
que os he invitado a esnifar unas rayitas? – pregunta con sorna el de la
agencia.
- Podemos alegar la tira de motivos, por ejemplo:
resistencia a la autoridad, agresión, intento de cohecho y alguna cosilla más
que se nos pueda ocurrir – aclara Atienza.
- ¿Pero es que os habéis vuelto completamente locos?
– Perarnau aún no da crédito a lo que está pasando.
Bernal cree
que ha llegado el momento de soltarle algo más de información al de la agencia
como forma de incrementar la presión.
- Mira, Ernest. Te vamos a dar un poco más de
información que te aclarará por qué te estamos presionando. Has oído hablar del
robo del Tesoro Quimbaya, ¿no es eso? Pues bien, el Martínez es más que
presunto cómplice de los autores del robo. Por eso lo estamos siguiendo. Y,
como bien has dicho, si le pedimos a su señoría que libre un mandato para que
nos informes sobre tu cliente, lo hará sin rechistar, pero eso sí, tomándose su
tiempo. Y ya sabes que el tempo de nuestra judicatura tiene la rapidez de la
tortuga. De forma que cuando estemos en disposición legal de hacerte cantar
hasta La Traviata, el tal Martínez lo mismo se ha percatado de que a su
alrededor pulula un montón de gente y se esfuma la oportunidad de que se ponga
en contacto con los que le sobornaron, que desaparezca o que se pegue un tiro.
Por eso necesitamos con tanta urgencia que te avengas por las buenas a llevar a
cabo lo que te pedimos.
Antes de que
Perarnau pueda rebatir los argumentos de Bernal, Atienza recuerda aquello de al
hierro candente, batirlo de repente y pone otro pascal de presión:
- Te voy a dar otra migaja más de información para
que te vayas poniendo en onda. Lo que te pedimos es algo que viene de arriba,
de muy arriba, de mucho más allá del Jefe de la Brigada o de la Jefatura de la
Policía o de la Secretaría de Estado de Seguridad. La proyección que tiene el
robo del tesoro es inimaginable. Para que te hagas una idea: están interesados
al menos tres ministros. El de Interior, pues el fallo de seguridad ha sido de
campeonato; el de Hacienda, responsable de la custodia de un bien que es
patrimonio nacional y el de Asuntos Exteriores, por la repercusión que está
teniendo el robo en las relaciones hispano-colombianas. En otras palabras, que al
Jefe de mi Brigada no hay día que no le llame un Secretario de Estado o un
Subsecretario. De ahí para arriba.
- Todo lo que me cuentas son problemas vuestros, no
míos – es la rotunda respuesta del director de la agencia.
- Es cierto – admite Bernal -, como también lo es que
en cuanto salgas por esa puerta sin habernos prestado la colaboración que te
pedimos, empezarán los tuyos. De entrada, en el Paseo de la Castellana
revisarán con lupa tu actual autorización y a buen seguro que encontrarán
docena y media de normas que incumples o las cumples a medias. De ahí a tener
que cerrar tu chiringuito, aunque sea de forma cautelar, no mediará más que un
suspiro. Y eso solo será el principio de tu calvario. Cuando lo que llamamos el
Grupo de los Caimanes termine contigo, si te queda dinero para el Ave a
Barcelona donde reside esa amiguita que espera un hijo tuyo y a la que le has
montado un piso nada menos que en la Travesera de Gracia, será un milagro. O
sea, que tú mismo.
A estas
alturas de la conversación, Perarnau ha pasado de la incredulidad a la
preocupación. Ha tenido que lidiar con presiones de los cuerpos policiales en
más de una ocasión, pero nunca había sufrido un acoso tan brutal y descarnado
como ahora.
Blanchard,
que hasta el momento ha sido un observador silente de la pugna, decide que ha
llegado el momento de rematar la faena. Como diría su difunta madre, insigne pacense de Herrera del Duque, ha llegado la hora del descabello.
- Si me permite, monsieur
Perarnau – pronuncia el nombre a la manera francesa por lo que suena algo así
como mesié Peganó -, no sabe cuánto lamento que esto ocurra en su país y no en
el mío. Si usted trabajara en Francia y llevado a la Sureté, hoy Police Nationale, se negara
a colaborar al esclarecimiento de un caso que afecta al prestigio, al orgullo y
al honor de la nación, habría al menos un par de departamentos, que no figuran
en ningún organigrama gubernamental, que se encargarían de que en menos de 24
horas su cuerpo estuviera flotando en el Sena después de haber contado toda su
vida desde el día de su inscripción en el Registro Civil. No sabe usted la suerte
que tiene.
La parrafada del inspector galo resulta ser, en efecto, el estoconazo
que le faltaba a Perarnau para que se viniera abajo. Todavía intenta jugar una postrera
baza.
- Si os digo el nombre del cliente
será con dos condiciones. Una, que esta conversación quedará entre nosotros.
Otra, que estéis veinticuatro horas sin hacer ninguna operación para que pueda
poner en antecedentes a mi cliente.
- ¡Ni condiciones, ni pollas en
vinagre! – revienta Bernal que al fin ve acogotado al correoso director -. El
nombre.
Cuando Perarnau, vencido al fin, les facilita el nombre de su cliente,
la reacción más sorprendente es la de Atienza:
- ¡La rehostia. Lo que nos faltaba!
Quien queda más atónito es Blanchard. Desde que trabaja con el inspector
de Patrimonio es la primera vez que le oye un exabrupto.
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